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Cuando Jane abrió los ojos un placer incontrolable la invadió desde la cabeza hasta la punta de los pies. Su cuerpo se sentía diferente, había algo extraño en el. Jane parecía recordar el sueño húmedo que había tenido la tarde de ese día. Había sido tan real. La cama estaba desarreglada, como si dormida se hubiera movido para todos lados. Arrugada. Como si hubiese apretado con fuerza las sábanas. El atardecer estaba cayendo en Portland, a pesar del frío, el color naranja se notaba entre las nubes.
Jane recordó el sueño, recordó a ese tipo. Recordó su rostro, su toque, sus facciones. Recordó todo. Y entonces quiso que fuera real, el sentimiento que había pasado con él le había gustado. Es más, hasta deseó volver a dormir para poder mirarlo de nuevo. Había sido un sueño húmedo, demasiado excitante. Jane se puso de pie y se miró en el espejo. Tenía ojeras bajo sus ojos, su pelo enmarañado y sus labios hinchados, como si hubiera besado a alguien con fuerza. ¿Será posible? Pensó, aún sentía el dolor leve en su pezon izquierdo, justo donde había visto que el chico de sus sueños había apretado.
La habitación de Jane era más o menos grande, había una cama grande en medio, roperos, un escritorio, una mesita de noche con una lámpara y un libro encima. Un espejo con mesa y silla, y una ventana que daba a unos árboles. Al bosque. Jane decidió meterse a la ducha, necesitaba apagar el fuego que había sentido con ese sueño. Le dolía su vientre bajo, era una sensación extraña. Se quitó toda la ropa quedando completamente desnuda y dejó que el agua caliente se llevara las malas vibras. Jane cerró los ojos e imaginó a ese chico abrazándola por detrás, imaginó a ese chico besándole suavemente el cuello, lo imaginó acariciándola.
Supongo que es uno de esos sueños que olvidaré después, pensó. Jane abrió los ojos, sacudió un poco su cabeza para no pensar en cosas absurdas y siguió bañándose. Más tarde tendría que ir con sus amigos al parque. Siempre se mantenían por ahí. Era sábado así que tenían estos dos días de descanso de la preparatoria. El pueblo era un poco solitario, siempre estaba nublado y hacía demasiado frío. Mucho más en estos días de Octubre, donde el Halloween se hace presente. Salían a relucir los disfraces, las máscaras y las historias de terror.
Jane salió del baño envuelta en una toalla, se paró frente al espejo empañado y, cuando pasó su mano para limpiarlo, una figura masculina se reflejó detrás de ella. De inmediato se asustó y volteó a ver detrás, pero para su sorpresa no había nadie. Los latidos de Jane se habían alterado un poco. Buscó ropa y se vistió, usaba unos pantalones negros ajustados, una camisa rosa pastel que se adhería a su cuerpo, era mangas largas y le llegaba abajo de sus muslos. Se puso unas botas de lana negras y un abrigo negro. Peinó su cabello dejándolo suelto y se maquilló un poco. Tomó su celular y salió de su habitación.
Cuando Jane bajó las escaleras, su madre estaba sentada en el sofá mirando la televisión.
—¿Vendrás tarde hoy? —la miró de pies a cabeza. Su madre era mayor, quizás unos cuarenta y cinco años, su pelo iba suelto, se le notaban algunas canas que parecían rayos más bien.
—No lo sé, aún no sé qué haremos mis amigos y yo —Jane tomó el bolso del perchero mientras le respondía a su madre.
—Cenarás fuera entonces —afirmó la señora con tono pasivo.
—Eso creo. Te veré después —fue lo que respondió Jane para después salir de la casa. Afuera el clima frío le golpeó la cara, sentía una pequeña ventisca helada. Se venían a veces unas ráfagas de viento que hacían un sonido escalofriante. La mayoría de casas estaban adornadas con cosas de Halloween, habían cosas terroríficas por todas partes. La casa de Jane estaba igual porque su madre se había encargado de decorarla. Habían unos niños jugando a lo lejos, jugaban a la cuerda. Se trataba de trillizas de seis años. Ellas iban disfrazadas de la cenicienta.
Jane caminó hacia el parque mientras sacaba su botella de agua y daba un sorbo. En el parque estaban los chicos, platicando de cualquier cosa y riendo. Estaba Dan —el que usaba la patineta, era alto, delgado, tez blanca y cabello negro. Era un poco callado. Estaba Isabella —era baja, morena, cabello negro. Era novia de Dan. También estaba Ben —alto, tez blanca, hacía ejercicios por lo que veías sus músculos adheridos a su camisa. Ben era enamorado de Jane. También estaba Patricia —mejor amiga de Jane, cabello negro, medio hippie al igual que ella, tez blanca y media 1.68 por ahí. A Patricia le gustaba Ben. Y por último estaban Paola y Channel, eran novias desde hace unos años. Las dos eran rubias, medio bajas y eran como las más alocadas del grupo.
—¿Qué hay? —los saludó Jane al llegar, sentándose a la par de Patricia.
—Iremos a la mansión Greyson hoy, ¿te apuntas? —me inquirió Isabella.
—Pasaremos la noche ahí —siguió Channel, sonriendo pícara.
—Es decir, tenemos un rato para todos nosotros —Ben se acercó a Jane y se sentó a la par suya. Dan estaba haciendo piruetas con su patineta.
—¿Vas a ir? —ahora fue Patricia quien le preguntó.
—Les decía que me parece muy arriesgado —susurró Paola— No sabes si hay cuidadores.
—No los hay —insistió Isabella— Mi primo fue la semana pasada y no los hay.
—Esa mansión está abandonada completamente—Dan apoyó a su novia.
—¿Irás? —Inquirió Channel.
—Claro, ¿por qué no? No tenía ganas de pasar en mi casa de todas formas —respondió Jane encogiéndose de hombros.
—Bueno, tenemos que comprar cosas —Ben se puso de pie ahora—Las camionetas están a unas cuadras —señaló— Dan, vamos por ellas —tomó del brazo a su amigo y los dos salieron en busca de las camionetas.
—Tendremos que pasar por el súper —Paola murmuró—Comprar comida y algo para tomar.
—Compremos algo para entretenernos también —sugirió Channel.
—Se nos olvida lo más importante—habló Patricia— Las historias de terror. No tengo ninguna.
