Capítulo 4
Justo cuando estaba terminando Carlos Mendoza se revuelve en la parte de atrás. —Buenos días, pequeño.
—Buenos días, Carlos Mendoza. Te he traído algo de desayuno y café. No sabía lo que te gustaba así que te he traído un poco de todo lo que tenían.—
—Bueno, muy amable de tu parte, gracias.
—De nada. Valentina está feliz y ansiosa por empezar su nueva vida, sin saber adónde la llevará. De vez en cuando mira hacia atrás por encima del hombro. Deberíamos estar lo suficientemente lejos para que no me encuentren.
—Ese fue un buen comienzo para mi dia, todos mis favoritos.— dice Carlos Mendoza. —Cuanto más nos alejamos de California y de la comunidad de Boulder Creek, más contenta está Valentina. —¿Te gusta la música?
—Adoro la música, cualquier tipo de música.
—¿Te importaría si pongo algo de música country? Tu eliges, es country o Jazz.
—El viaje vuelve a ser tranquilo, sólo el sonido de la radio en el aire a su alrededor.
—Pequeña, hemos dejado California y ahora estamos en Nuevo México. Se fija en la cara de Valentina, la expresión de alivio que aparece en sus facciones y sus ojos parecen relajarse. —Tenemos unas cinco horas más antes de llegar a Socorro. Ahí es donde está mi próxima entrega.— Entonces Carlos Mendoza le entrega un frasco de spray.
—Valentina lo mira con cautela. Lo que dice a continuación casi la deja inconsciente.
—Es un spray para matar el olor a lobo. Puede que tengamos que parar en algunas gasolineras de otras manadas. No siempre les gusta que estemos en sus tierras. Es sólo por precaución.
—Lo sabías, quiero decir, ¿sabes lo que soy?
—No tienes un olor fuerte, pero sigue ahí.
—¿Por qué me ayudas? Las palabras salen en un susurro. Ahora tiene miedo de que la envíe de vuelta.
—Parecías tan asustada y tan maltrecha. ¿Cómo no iba a ayudarte? Me gustaría escuchar tu historia alguna vez. Cuando te apetezca hablar de ello.
Mirándose las manos en el regazo, levanta la vista hacia él. —¿Vas a decirles dónde estoy si te lo cuento?
—No, a menos que me digas que quieres que lo sepan.
—¿Aunque creas que no es buena idea que me haya ido y que debería volver? Valentina se retuerce los dedos, intentando mantener la calma.
—Mira, puedes hacer lo que quieras. No tengo derecho a tomar una decisión por ti. Puede que intente darte algún consejo, pero la decisión es tuya.
—De acuerdo, te lo diré, pero no ahora, cuando estemos un poco más lejos.
A Carlos Mendoza se le dibuja una sonrisa en la cara, —¿Por qué no te cuento un poco sobre mí?
—Me gustaría, debes tener grandes historias estando en la carretera y todo eso.
—¿Por dónde empiezo?— Se ríe, —Nací,— ambos se ríen. —Soy el segundo hijo del Alfa de nuestra manada. Me refiero al antiguo Alfa. Mi hermano es el Alfa ahora. Es un buen Alfa y nos llevamos bien. Bueno, odia que sea camionero.
—¿Por qué pareces tan feliz?
—Cree que debería quedarme con la manada y ayudar a liderar. Quería que fuera la beta y le dije que de ninguna manera. Me gusta viajar y conocer el país. La manada se sentía abrumada y abarrotada cuando empecé a conducir.
—Me parece una gran vida, nadie te manda y eres libre. Me gusta la idea de ser libre.
—No siempre fui conductor; verás, mi pareja murió al tener a mi niña y el bebé tampoco sobrevivió. Estar allí sin ellos era demasiado duro, así que empecé a conducir y llevo conduciendo casi dieciocho años.
—Siento lo de tu mujer y tu hijo. Debe haber sido difícil seguir adelante sin tu pareja.
—Fue hace mucho tiempo; todavía los echo de menos pero ya he superado la parte dura. Mi hermano me pidió que volviera a casa, creo que ahora puedo hacerlo, ya ha pasado bastante tiempo. Esta es mi última carrera, voy a hacer un largo viaje por todo el exterior del país, tomándome mi tiempo para disfrutar de las vistas.
—Eso suena muy bien. Nunca he estado en ningún sitio; todo lo que conozco es la manada y el sótano.
—¿El sótano? —pregunta Carlos Mendoza como si la hubiera oído mal.
Al darse cuenta de lo que había dicho y del error asintió, —Sí. Dijeron que tenía suerte de tener eso, tenía que quedarme en el almacén. En mi antigua manada no me querían mucho —.
—Lamento oír eso, pareces un buen chico. Las manadas pueden ser duras por sí solas a veces. No debería ser así, pero lo es y no tiene sentido que todos seamos hombres lobo. Puedes confiar en mí, ¿sabes? No te haré daño, si puedo ayudar lo haré.
—No sé por qué, pero creo que puedo confiar en ti. Lo sentí cuando te vi en la parada de camiones. Sabía que era seguro viajar contigo.
—Estamos casi en nuestra próxima parada. ¿Qué tal si descargamos, comemos algo de verdad en un buen lugar y nos quedamos a dormir? Hablaremos entonces. ¿Te parece bien?
—A mí me parece bien. Carlos Mendoza, sé que te lo he dicho antes, pero gracias por acompañarme. —Le dedica una cálida sonrisa.
—Esto es Socorro, Nuevo México, tenemos que dejar un cargamento de madera. Tardan casi tres horas en descargar.
—Mírame, te enseñaré a soltar las correas y quitar las lonas.—Valentina es, del lado más bajo, eso no le ayudó en nada, no puede alcanzar nada sin trepar.
—Esto es más difícil de lo que pensaba. Hace muecas mientras tira del extremo de la correa para aflojarla.
—Valentina se sube a la parte trasera del camión, da un paso en falso y cae de culo con un ruido sordo. —Te dije que tuvieras cuidado.—Valentina pone la cara más tonta, Carlos Mendoza se ríe sin control, se rió tanto que acabó rodando por el suelo.
—No está bien reírse de la gente.—Se frotó el trasero mientras se levantaba. Decidida, comenzó a subir de nuevo y lo consiguió al segundo intento. Los dos parecían llevarse bien con familiaridad, como si se conocieran de toda la vida.
Carlos Mendoza grita por encima del ruido: —Vamos a una habitación y a ducharnos. Luego podemos ir a cenar.
Entran en la camioneta, cogen sus cosas y se dirigen al motel que había al final de la carretera. Carlos Mendoza paga las dos habitaciones que están una al lado de la otra. Mientras Valentina termina de vestirse llaman a la puerta. —Pequeña, ¿estás lista?
—Cuando abre la puerta y sale, ve a un Carlos Mendoza radiante y feliz. —¿Por qué me llamas pequeño?
—Yo mido 1,80 y tú 1,70. Eres pequeño para ser honesto.
—Yo mido 1,70, no puedo evitar que seas un gigante. —Entonces hace un mohín. —No todos podemos ser tan afortunados.
Él se ríe y dice: —Vamos a comer. ¿Qué quieres comer?
—Todo lo que quieras, no soy exigente.
—Que sea italiano. Me encanta la pasta. Oh, esas malditas albóndigas y la salchicha son tan buenas. Parece que se le cae la baba. —Vamos a movernos que tengo mucha hambre y solo mencionarlas me ha dado más hambre.—
Valentina le sigue hasta un pequeño y tranquilo restaurante. Tiene manteles de cuadros rojos y blancos y botellas de vino con velas dentro con cera derretida por los lados. Las luces están bajas y la música le recuerda a Italia.
El camarero se acerca con los menús y pregunta: "¿Qué desean tomar?" Parece que es de una zona del oeste, el lugar ha perdido todo su encanto italiano.
Carlos Mendoza dice: "Tomaré un café grande".
—Carlos Mendoza pidió dos raciones de espaguetis con albóndigas dobles y salchichas. Valentina pidió ziti con salsa de almejas.
Cuando terminan de comer Carlos Mendoza mira a Valentina, —Creo que es hora de que me cuentes lo que está pasando.—
