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Capítulo 3

—Oh, Valentina, lo siento mucho.

—Me están dejando quedarme aquí contigo para terminar mi viaje. Voy a huir cuando se hayan ido. Tienen que volver a la manada por alguna razón, sólo les escuchaba a medias. Tengo mis ahorros conmigo y la mayor parte de mi ropa. Por favor, ayúdame a escabullirme y guardar mi secreto.—

—Tengo unos cuatro mil en mis ahorros que puedo darte. Es sábado, si te vas hoy tendrás unas treinta y cinco horas antes de que sepan que te has ido. Si te atrapan, me temo que te harán daño.

—Lo sé, pero esa no es la vida que quiero vivir. Nadie debería tener que hacerlo. Tengo que tratar de escapar.

—Bueno, entonces vamos a empacar. Te voy a dar algo de mi ropa, deja tus harapos aquí. Así tendrás algo decente que ponerte. Limítate a pantalones y tops en la carrera, no quieres verte demasiado sexy.

—Sólo llevo una mochila, será más fácil de llevar. No cabrá mucho, pero servirá.

—Puedes meter unos cuatro trajes ahí, si nos apretamos tal vez cinco. Deja que te traiga el dinero.

—No quiero tu dinero, no lo necesito. ¿Qué les vas a decir? ¿No puedes decirles que sabías que me había ido?

—Eso es fácil, les diré que dijiste que te ibas con ellos. En cuanto al dinero, lo necesitas más que yo.

—Mariana Pérez, muchas gracias. Se abrazan como si fuera el fin del mundo.

—El dinero está en mi maleta, nadie sabe que lo tengo. Empaquemos y salgamos de aquí.

—¿Ya estás?

—Todo empacado. Tengo un plan, con el dinero que me diste y mis ahorros, lo lograré. Sólo necesito tomar buenas decisiones.

—Valentina, no me digas tu plan si me lo ordenan Alpha tengo que decírselo. Espera un tiempo para decirme si estas bien y nunca me digas donde estas. No quiero hacerte daño y delatar tu escondite.—

Una última ducha y ropa limpia. Miro a Mariana Pérez. —Estoy lista para irme.—

—Son las ocho, los demás están en la cafetería del pueblo. Este es el mejor momento, será mejor que te vayas te echaré de menos; me gustaría poder ir contigo.—

—Yo también, no me olvides. Dile a tus padres que también los extrañaré y que desearía que ella fuera mi mamá.

—Nunca te olvidaré; cómo podría olvidar a mi mejor amiga. Si nos damos prisa podrás escabullirte por la parte de atrás. Alejandro García dejó algunos hombres aquí para vigilar a la manada. Asegúrate de que no te vean.— Asiento y salgo con los ojos hinchados y rojos.

Valentina tiene un plan para ir a una parada de camiones y coger un transporte, No me encontrarán si no compro un billete. El paseo hasta la parada de camiones más cercana no está tan lejos, sólo tengo que elegir al camionero adecuado. El lugar está muy concurrido con camiones que van por todas partes. Hay un señor mayor, tengo un buen presentimiento sobre él. —Disculpe señor, ¿le gustaría tener compañía en su viaje?

—¿A dónde quieres ir, pequeña?

—A cualquier lugar menos aquí.

—Bueno, voy a cruzar el país, todo el camino hasta Florida y luego al norte de Maine. Tardaré tres o cuatro semanas en terminar este viaje. Si quieres venir conmigo, necesito ayuda con la lona.

—¿Qué es la lona?

—Esto es lona. Le muestra las lonas que cubren su carga. —Si quieres trabajar, te daré algo de dinero y te llevaré.

—Eso sería maravilloso. ¿Cuándo te vas?

—Me voy dentro de quince minutos; la primera parada es Nuevo México. Me llamo Carlos Mendoza.

—Yo me llamo Valentina. ¿Puedo llevar mi maleta?

—Sí, está bien. Estaremos en la carretera durante ocho horas. Si quieres una bebida correr en la tienda, conseguirlo. Puede que necesites un tentempié también. Muévete quiero salir a la carretera.—

Valentina salió corriendo de la tienda y subió al camión. El camión de Carlos Mendoza era azul real. Lleva un remolque de plataforma, ahora mismo tiene madera encima que está bajo grandes lonas marrones pesadas. El interior es espacioso, él tiene un refrigerador pequeño en la parte posterior junto con una cama, él incluso tiene un área pequeña donde usted puede cocinar. Es sólo un microondas debajo de un mostrador y un poco de una hornilla en la parte superior.

—Este es un camión fresco, Carlos Mendoza. Me encanta, es como un hogar sobre ruedas. Valentina está radiante de emoción.

—Me alegro de que te guste. Vamos a vivir en él unas semanas hasta que lleguemos a Maine.

—¿Qué hay en Maine?

Carlos Mendoza se vuelve hacia ella, mirándola directamente a los ojos. No está seguro de qué o cómo va a decir lo que quería decir. —Por ahora, descansa un poco, ya hablaremos más tarde.— Vuelve la cara hacia la carretera y deja la tensión en el aire.

Valentina no tarda mucho en dormirse; ha tenido mucho con lo que lidiar y su mente no ha descansado de todo lo que ha pasado. Cuando se despierta algún tiempo después, encuentra el camión aparcado y a Carlos Mendoza durmiendo en la parte de atrás y con una manta cubriéndola. Están en otra parada de camiones.

—Me pregunto dónde estamos. De un modo u otro, necesito ir al baño. —Comienza a bajar del camión en silencio y piensa en voz alta. —No quiero despertar a Charlie. No quiero despertar a Charlie, debería dejarle una nota. —Colocando la nota en el volante para que él la encuentre, empieza. —Voy a buscar el baño, me hace bien estirar las piernas.

Este lugar tiene una linda cafetería adentro. Las paradas de camiones tienen muchas cosas a la venta, desde bocadillos hasta ropa. Su estómago refunfuña, le está recordando que hace tiempo que no come. Tienen un bufé con todo tipo de comida y huele muy bien. Es hora de comer. —Hola, me gustaría comer algo por favor.

—Aquí tienes esta bandeja pagas por peso así que puedes elegir lo que quieras. La mayoría de la gente aquí lo quiere para llevar, por eso te di la bandeja de espuma. Si quiere, puede sentarse un rato y disfrutar de su comida.—

—Gracias.— La camarera le dedica una cálida sonrisa mientras empieza a mirar todos los alimentos. Le cuesta elegir los que quiere. Los huevos revueltos son uno de sus favoritos, después de poner algunos en su bandeja la culpa la golpea. —Debería pedirle unos a Carlos Mendoza.

Cuando vuelve, la camarera sigue sonriendo. —¿Olvidaste algo, cariño?

—Sí, necesito otra bandeja para el camino, por favor.

—Tienes hambre esta mañana.

—Me olvidé de mi amigo que conduce el camión, está durmiendo ahora.

—Entonces aquí tienes otra bandeja de espuma.

La camarera está de tan buen humor y tan contenta que Valentina se relaja y saca una sonrisa tan grande como la suya. —Es usted muy amable gracias de nuevo.—

¿Qué le gusta a Carlos Mendoza? Esa sí que es una buena pregunta. Puedo coger un poco de todo y él puede comer lo que le gusta. Después de llenar las bandejas, busca tazas para el café. No veo el momento de molestar a la amable camarera. —No quiero molestarla, ¿dónde están las tazas para el café y el té?

—Se han vuelto a acabar, acompáñeme y le daré. Pequeña, mediana o grande.

—Dos tazas grandes por favor.

—Aquí tiene, dos tazas grandes con tapa. ¿Por qué no los pongo a cuenta de la casa por hacerles trabajar para conseguir sus bebidas?

—Es muy amable de tu parte.

Valentina coge un café y una taza de té, paga las dos bandejas de espuma y le da las gracias de nuevo por las bebidas gratis y luego se dirige de nuevo al camión. Carlos Mendoza sigue dormido cuando ella entra.

Tiene un microondas en el camión, al menos puede calentar su comida cuando se levanta. Pone su comida en el salpicadero junto con su café y empieza a hincarle el diente a su comida. —No me había dado cuenta de que tenía tanta hambre.

La comida no está nada mal, viniendo de un sitio como este. Pensé que sería como lo que se ve en la tele, una cuchara grasienta.

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