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Capítulo 2

Aquí estaba, sentada en la larga mesa de la cocina, con Milagros y Santiago, esperando a mis padres y a Mateo.

La primera en llegar siempre suele ser mamá.

— Hola, señora. — La saludan el chófer y la mujer.

— Hola a todos, perdonad la tardanza. — Se quita la chaqueta vaquera, colgándola en la percha de la pared — Ya sabéis, en el hospital no sabes ni cuando entras ni mucho menos cuando sales. — Por fin repara en que yo también estoy en la cocina — ¡Oh, Ale, cariño, no te había visto!

— ¡Jo, mamá! — Me levanto para darle un fuerte abrazo — ¿Qué tiene que hacer una hija para que su madre le haga caso, voy a tener que convertirme en tu paciente?

— Lo siento, cielo. Llevo tantísimas cosas en la cabeza... te prometo que en cuanto pueda me cogeré unos días para nosotras, ¿de acuerdo? — Mete un mechón de mi pelo detrás de mi oreja, solo con la dulzura que puede hacerlo una madre.

— Vale, mamá — Le sonrío volviéndonos a sentar. Sé que no lo hará, lleva prometiéndome algo así durante meses. Pero el trabajo no le da ningún respiro.

Papá y Mateo no tardan en llegar. Y, sin exagerar, veo aparecer al mejor amigo de mi padre como si de repente se formara una espesa cortina de humo, de la que aparece él, tan serio, inexpresivo e increíblemente guapo como siempre.

— ¡Hola papá! — También me tiro a sus brazos, que me aprietan con fuerza.

— Hola, Alejandra — Sonríe, a pesar de tener unas ojeras ya bien marcadas, se nota que mi padre es un hombre atractivo. — ¿Cómo estás cariño?

— Muy bien, ¿y vosotros? — Miro por primera vez a Mateo, a sus ojos azules que me transportan al cielo, o al mar... no sé, a cualquier lugar donde pueda imaginarme con él.

— Trabajo sin parar, ¿verdad, Mateo? — Contesta mi padre. Él asiente, casi sin expresión. Como siempre.

Nos sentamos a la mesa y Milagros sirve sus dos platos, los últimos que quedaban, y empezamos a comer.

— Santiago, ¿me podrás llevar hoy al hospital a las cinco? — Le pregunta mi madre cuando estamos casi terminando.

— Claro, señora.

— ¡Eh, yo tengo clases de piano! ¿Quién me va a llevar? — Frunzo el ceño, el conservatorio está a más de media hora de casa. Es lo que tiene vivir a las afueras, todo está lejos.

Papá y mamá se miran, intentando pensar algo.

— Puede llevarme Mateo, ¿no, papá? Es decir... si no tenéis nada importante que hacer. — Aprovecho la oportunidad.

— Pues... — Duda mi padre.

— Claro que puedo — Mateo curva los labios hacia arriba — Todo por mí no sobrina favorita, ¿verdad? — Tuerce la cabeza, mirándome, y creo que voy a desmayarme de lo perfecto que es. Aunque... ¿su sobrina? ¡Puag!

— ¡Gracias! — Me levanto saltando y lo abrazo por detrás, dándole sonoros besos en la mejilla. — ¡Eres el mejor!

— Venga, Alejandra. Termina de comer — Mamá me mira divertida.

Todos me ven así, como una niña inocente, lo que no se imaginan son los muchos sentimientos que tengo revoloteando como mariposas en el estómago.

Cerca de las cuatro y media hemos terminado, ayudo a Milagros a recogerlo todo mientras papá, mamá y Santiago se van.

Mateo se queda sentado en la mesa, mirando la pantalla de su móvil.

— ¿Quieres algo de postre? — Me siento todo lo pegada a él que puedo, mordiéndome el labio inferior, él levanta la mirada y nuestros ojos se encuentran.

— No, tranquila pequeñaja. Tenemos que irnos ya a tu clase de piano. — Se levanta, alisándose la parte de arriba de su traje negro. — Te espero aquí, coge todo lo que necesites.

— Todo lo que necesito lo tengo en la cocina — Le guiño el ojo y subo a mi habitación sin dejar de mirarlo. Traga saliva incómodo, mirando nervioso a Milagros, que por supuesto me he asegurado de que no se percate de nada. Cuando quiero, soy bastante disimulada.

En mi habitación, cojo la carpeta del conservatorio y vuelvo a bajar, mandándole un mensaje a Raúl.

— Voy ya para el conservatorio, ¡qué rollo! — En realidad, me encanta tocar el piano, me gusta sobre todo por Mateo, sé que más de una vez me escucha desde la puerta cuando toco en casa, creo que es uno de los pocos momentos en los que me presta atención.

— ¿Vamos? — Me pregunta cuando llego a la entrada.

Asiento, siempre sonriente cuando él está cerca.

Nos montamos en su coche, un Audi A5 cabrio negro.

— ¿Por qué lo que quitas la capota? — Le pregunto subiéndome al asiento de copiloto.

— No hace tiempo aún, Alejandra...

— Por favor Mat... ¡Por favor! — Hago pucheros y él hace una mueca parecida a una sonrisa, dejando el coche descapotable. — ¡Bien!

Mateo acelera el coche por la carretera y yo río y disfruto, echando la cabeza hacia atrás. El viaje se me hace demasiado corto, en apenas unos metros de nosotros se encuentra el conservatorio.

— ¡Jo! Ya hemos llegado... — Me quito el cinturón sin dejar de mirarlo — Podrías traerme todos los días tú.

— Ya sabes que no puedo, Alejandra. Hoy ha sido una excepción. — Lo miro a través de sus gafas de sol, por lo que no veo su expresión.

— Bueno, si Santiago no puede cualquier día...

— Entonces te traeré yo, o tu padre, o quien pueda. Ahora bájate o llegarás tarde.

— ¿Vendrás a recogerme? — Me bajo del coche, rodeándolo para acercarme a la puerta del conductor, donde me apoyo para tenerlo más cerca. Noto como se pone tenso enseguida.

— No lo sé, quizá.

— Ojalá... — Le susurro al oído, dejando un beso en su mejilla — ¿Sabes? Eres mi chófer favorito, Mat.

— Hasta luego Alejandra — Me mira, pero no veo sus preciosos ojos azules por la gafas de sol. Arranca el coche y yo me incorporo.

— Adiós, Mateo. — Me despido con la mano, antes de ver cómo se aleja.

¿Conseguiré algún día que me vea como una mujer? Sé lo que piensa cuando me mira, que soy una niña. Quiero cambiar eso, quiero demostrarle que ya no lo soy, que he crecido.

Miro el mensaje de Raúl en el móvil, hoy no coincidiré con él, no toca el piano.

— ¡Ánimo preciosa! Tengo ganas de verte.

Raúl y sus siempre palabras cariñosas, ojalá estuviera enamorada de él y no del mejor amigo y posible socio de mi padre, ¿por qué nuestro corazón siempre escoge lo complicado?

Pegando la carpeta contra mi pecho, entro por fin por la gigante puerta del conservatorio.

Empieza mi clase de piano de cada jueves.

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