Capítulo 16
Estaba paranoica.
Si me atrapaban, se acabó. Cárcel. Mis hijos huérfanos.
Acepté venir porque Nikki me juró que todas las que usaron este certificado falso consiguieron trabajo aquí.
“Gabriela, si no lo haces por ti, hazlo por tus hijos.” La voz de Nikki retumbaba en mi cabeza mientras mi falda negra se pegaba a mis piernas temblorosas.
Quería una vida mejor para Emma y Ryan. Una cama de verdad. Una escuela buena.
Una vida digna.
—¡Señorita Gabriela Anderson! —llamó la recepcionista.
El estómago me dio un vuelco.
—Aquí —dije con voz temblorosa, levantando la mano.
Me condujeron a la oficina. Respiré hondo, empujé la puerta, y vi un hombre perfectamente maquillado, en un sofá de cuero, con un ventanal gigante detrás.
—Llámame Bernie —sonrió—. Siéntate.
Le entregué el sobre con el maldito certificado falso. Mis palmas ardían de sudor.
“Tranquila, Gabriela.”
Bernie hojeó mis papeles, sonrió.
—Impresionante.
No lo es. Es falso. Por favor, no te des cuenta.
—¿En qué puesto te sientes cómoda? —preguntó.
—Puedo… puedo trabajar de secretaria —alcancé a decir, con voz quebrada.
Justo entonces, la puerta se abrió.
El aire se congeló.
Entró él.
Traje azul. Olor a colonia cara. Una carpeta en la mano. Poder en cada paso.
Ernesto.
Mi Ernesto.
Mi esposo.
O… mi ex esposo.
Mi pecho se contrajo. El corazón golpeaba tanto que sentí que se me salía.
Bernie se levantó de un salto.
—Buen día, señor.
¿Señor?
Ernesto levantó la vista de la carpeta y su mirada se cruzó con la mía.
Azules. Fríos. Sorprendidos. Odio… y algo más.
—Ernesto… —susurré.
Sus ojos se endurecieron como el acero.
—Bernie —dijo, sin apartar la vista de mí.
—¿Sí, señor? —balbuceó Bernie.
—¿Qué demonios hace esta puta aquí? —escupió Ernesto.
Su palabra fue un latigazo en mi cara.
—Es… es una solicitante, señor… —dijo Bernie, bajando la cabeza.
Ernesto soltó una risa seca.
—¿Vienes a buscar trabajo en mi empresa? —me espetó, con desprecio venenoso.
Tragué saliva.
—Ernesto, por favor… —di un paso hacia él.
—¡Lárgate! —rugió, su voz llenó toda la oficina.
—Por favor… yo solo… —extendí mi mano, temblorosa.
—¡Dije que te largues de aquí antes de que te saquen a rastras! —gritó, con los ojos inyectados de furia.
Salí corriendo, las lágrimas empañando mi vista, tropezando con las sillas, los murmullos de todos detrás de mí, mi vergüenza latiendo en mis oídos.
Bajé las escaleras a toda prisa, hasta que sentí el aire frío en la cara.
Me detuve, respirando agitadamente, con el corazón destrozado.
Ocean Blanco.
Su apellido.
Su empresa.
Su imperio.
Ernesto… mi Ernesto… era dueño de todo esto.
Un multimillonario.
El camionero al que le rompí el corazón ahora era dueño de una de las empresas más grandes de Buenos Aires.
El hombre al que aún amaba con todo mi ser.
Me tapé la boca mientras reía y lloraba, de pie en la vereda.
—Siempre supe que estabas destinado a la grandeza… —susurré.
Y yo…
Lo había perdido todo.
Y entonces, sonó mi celular.
Nikki.
—Gabriela, ¿dónde estás? ¡Escúchame! Ernesto… ¡Él sabe la verdad! —
La llamada se cortó.
Me quedé paralizada.
La verdad.
¿Qué verdad?
Mi celular vibró de nuevo.
Un mensaje desconocido.
“Sabes bien lo que hiciste. El juego apenas comienza.”
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
Volví a mirar el edificio de Ocean Blanco.
Ernesto estaba mirándome desde la ventana.
Con esos ojos azules que un día me amaron… y ahora podían destruirme.
