Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 15

—¿Cuál dijiste que era tu nivel de educación? —preguntó Nikki, con esa sonrisa que siempre me pone nerviosa.

La miré con el ceño fruncido.

—La secundaria, ¿verdad? —insistió, cruzada de brazos.

—Sí, secundaria… —respondí con cautela, esperando a ver a dónde iba con esto.

Nikki chasqueó los dedos, emocionada.

—Perfecto. Tengo una amiga que puede ayudarte con un certificado universitario para conseguir un trabajo en una agencia de publicidad de la gran ciudad. ¡Boom! Ese es el plan —dijo, alzando los brazos como si hubiera descubierto América.

Parpadeé.

—Espera… ¿me estás diciendo que me va a conseguir un certificado… falsificado? —pregunté, con la mandíbula cayéndoseme.

—Shhh, baja la voz, mujer, ¿qué demonios? Sí, un certificado falso, ¿qué esperabas? —susurró, mirando a los costados.

—Nikki… —empecé.

—¡Qué! Es un plan brillante —respondió, ofendida.

Negué con la cabeza.

—No, es un plan peligroso —dije.

—Y estúpido, también —agregué.

—¡Oye! No llames estúpidos a mis planes brillantes. ¿Sabes lo difícil que es idear algo así? —dijo, cruzándose de brazos con drama.

—Nikki, ¿qué demonios estás pensando? —pregunté, alzando las manos.

Ella rodó los ojos.

—Mira, la agencia se llama Ocean Blanco. Es LA agencia de publicidad de Buenos Aires, pagan buenísimo —dijo.

—¿Y crees que van a ser tan tontos como para no descubrir que llevo un certificado falso? —pregunté, incrédula.

Nikki se peinó con fingida elegancia.

—No todas las grandes empresas revisan con lupa, mejor amiga. Mi amiga ha hecho cientos de esos certificados, y ocho personas ya trabajan ahí con ellos. Viven de lujo —dijo.

Solté un suspiro.

—Imagínate a ti y a tus hijos con una casa grande, sin tener que preocuparte por cada centavo. —dijo, con voz de tentación.

—Ya no sé quién eres, Nikki —dije, negando con la cabeza.

—¿Quién eres tú y qué hiciste con mi amiga inocente? —se burló, llevándose una mano al pecho.

—¿Hace poco te acostaste con un chico malo, verdad? —dije, entrecerrando los ojos.

Nikki sonrió con picardía.

—El mismo que hace los certificados, por cierto. Y… uf, me hace temblar las piernas —dijo, chillando como adolescente.

—¡Baja la voz, por Dios! —susurré, horrorizada.

—Ay, lástima que no te quieras conseguir un poco de “azúcar” para ti —dijo, con descaro.

—No tengo tiempo para hombres, Nikki. Mi vida es para mis hijos. Además… aún amo a Ernesto —dije, bajando la mirada.

Nikki puso los ojos en blanco.

—Han pasado cinco años, Gabi. Él ya debe tener otra familia —dijo.

—No lo sabemos —repliqué.

—Probablemente sí. Y aunque no, deberías dejarlo ir. Mucho trabajo y nada de azúcar te va a dejar como una abuela prematura —bromeó, apartándome un mechón de cabello.

—Tengo veintisiete, Nikki —me defendí.

—Sí, pero ya te vi una arruga por aquí… y canitas, ¿eh? —dijo, señalando mi sien.

—¡¿Qué?! —grité, tocándome la cara.

Nikki se echó a reír.

—¡Consigue un poco de azúcar, mujer! —dijo.

No pude evitar reír también.

—Ernesto sabía darme ese “azúcar” muy bien —dije, sonriendo con nostalgia.

—Aw, qué tierno. Lástima que ahora se lo esté dando a otra —dijo, sin filtro.

—Nikki… —susurré, sintiendo un pequeño pinchazo en el pecho.

—Con más razón, olvídalo y sigue adelante. —dijo con suavidad.

Miré hacia los utensilios en el fregadero.

—Volviendo al plan… —dijo, alzando las cejas.

—Nikki, no. No quiero problemas —dije, firme.

—¡No te va a pasar nada! Por favor, piénsalo. Tú y los niños podrían venir a vivir conmigo y con mi hermana. Trabajarías cerca, ganarías bien. Es tu oportunidad de darles una vida mejor —dijo.

—No me interesa, Nikki. —me giré, limpiando la mesada.

—Piensa en el salario —dijo.

—No me interesa. —repetí.

—Piensa en el lujo. —insistió.

Me giré, frustrada.

—¡Nikki, no! ¡No voy a presentar un certificado falso a ninguna empresa, y punto! —grité.

***

Aquí estoy.

Sentada entre decenas de solicitantes de empleo, con un certificado falso en un sobre marrón, temblando.

Es gracioso, ¿no?

Todo fue culpa de Nikki. No dejó de insistir, hablar y presionar… hasta que aquí estoy.

En un edificio enorme, brillante, con paredes de vidrio que reflejan la ciudad.

Y estoy nerviosa.

Extremadamente nerviosa.

Miro el sobre en mis manos. Mi pulso tiembla.

“Dios, por favor, si alguna vez he merecido un milagro… que sea hoy.”

La puerta se abre.

—Gabriela Anderson, por favor.

Mi corazón da un vuelco.

Respiro hondo, me levanto y camino hacia la sala de entrevistas.

“Por mis hijos… todo por ellos.”

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.