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Capítulo 1: Salvar accidentalmente al hombre más rico

A las dos de la mañana en la Ciudad Azul.

Selena Soria, una repartidora, estaba esperando un semáforo en rojo en un cruce cuando, de repente, vio cómo un camión, que se había saltado el semáforo en rojo, derribó un coche a decenas de metros, volcándolo en la carretera.

El coche estaba muy deformado, los cristales estaban destrozados y había un olor a gasolina, indicando que podía explotarse en cualquier momento.

Selena, que estaba en estado de shock, no se atrevió a demorarse ni un momento y dejó su motoneta para correr directamente al rescate.

Tumbada en el suelo, alargó la mano y palmeó la cara del hombre cubierto de sangre en el asiento del conductor.

—¡Oye, despierta, el coche está a punto de explotar, sal de ahí!

Al no ver respuesta del hombre, Selena asomó la cabeza al interior del coche, se agachó para desabrochar el cinturón de seguridad del hombre y lo sacó a rastras, pero descubrió que tenía la pierna atascada.

Después de unas cuantas sacudidas, el hombre inconsciente suplicó débilmente:

—Ayúdame, por favor...

—No puedo sacarte.

Selena tiró con fuerza, pero su pierna estaba atascada firmemente en el coche que ningún tirón sirvió de nada.

A medida que el olor a gasolina era cada vez más fuerte, la situación se volvía peligrosa cada vez más. Selena se estremeció un poco y lo soltó, sacando casualmente una excusa:

—Lo siento, tengo que hacer una entrega o si no... me descontarán dinero por el retraso.

Selena realmente quería salvarlo, pero también tenía miedo de perder su vida.

—Sálvame. Te doy... diez millones.

El instinto de supervivencia del hombre era extremadamente fuerte, a pesar de estar aturdido.

—¿Diez millones?

Al oírle mencionar el dinero, a Selena se le iluminaron los ojos y miró la marca de la berlina: era un Ferrari.

«Es, en efecto, un hombre rico. Pues la promesa no deberá ser falsa.»

—Hay un gato en el maletero trasero —el hombre, cubierto de sangre, se esforzó por abrir los ojos, tratando de recordar el aspecto de la mujer, pero la sangre goteaba en sus ojos y le nublaba la vista.

—Bien.

No había tiempo que perder, Selena corrió inmediatamente a abrir el maletero para el gato y lo puso entre el asiento y la consola central antes de arrastrar al hombre afuera.

Apenas habían recorrido dos o tres metros cuando oyeron un fuerte estruendo y el coche explotó, haciéndolos caer al suelo con el impacto de las corrientes de aire, dejando al hombre en coma.

Selena se puso tan asustada que su carita estaba pálida y palmeó su pecho para calmarse:

—Uf, estuvo cerca...

Después lo arrastró hasta la motocicleta, fijó al hombre en ella con la cuerda utilizada para atar la caja de la comida y se dirigió tambaleándose en motoneta al hospital más cercano.

En la ventanilla de pago, el cobrador preguntó:

—¿Su nombre, por favor?

—Mi nombre es...

Acababa de abrir la boca para decir su nombre cuando el cobrador la interrumpió:

—Sí, es la hija de nuestro director, es usted la señorita Laura, ¿verdad?

Laura Lirio, era su hermana gemela idéntica.

Las dos se parecían mucho en la apariencia, pero tenían destinos muy diferentes.

Al nacer, Selena fue vendida a sus actuales padres adoptivos después de varias vueltas.

Pero hace un mes, sus padres adoptivos habían sufrido un accidente de tráfico y fueron hospitalizados por graves lesiones, que requería un costoso tratamiento.

Los padres biológicos aparecieron de repente y se ofrecieron a pagar los gastos médicos de sus padres adoptivos, pero con la condición de que Selena tuviera que donar la médula al hijo menor de la familia Lirio, que padecía de leucemia, y no pudiera hacerse pública con esa misma cara que Laura.

—Nuestra Laura es una maestra del piano, la poesía, el canto y la danza, y es la mujer más bella de la Ciudad Azul —dijo su madre, Juliana Muro—. Tú, en cambio, eres una campesina de pueblo y no puedes arruinar la buena fama de mi hija con tu presencia.

Para curar a sus padres adoptivos, Selena se vio obligada a aceptar tal humillación.

Y como la entrega fue a última hora de la noche, por eso no se había disfrazado, no esperaba que la reconocieran.

A estas alturas, al haber entrado accidentalmente en el hospital de su padre biológico, tuvo que aceptar que era la misma “Laura” y pagar quinientos euros en su nombre para la operación.

Cuando todo se solucionó, la exhausta Selena volvió a su apartamento alquilado para darse una ducha y cuando lavó su ropa sucia, encontró un anillo de diamantes negro en el bolsillo.

Selena no se lo pensó mucho, así que dejó el anillo sobre la mesa y se tumbó en la cama para descansar un poco.

Algún tiempo después, llamaron a la puerta de fuera.

—¿Quién es?

Se puso las pantuflas y se dirigió a la puerta para abrirla, pero vio que Laura entró empujando la puerta.

—¿A qué vienes aquí...?

Antes de que Selena pudiera terminar su frase, Laura le dio una bofetada.

—Selena, estás siendo una zorra, ¿has olvidado lo que te dije?

El largo cabello negro de la alta Laura caía sobre sus hombros, sus delicadas y hermosas facciones estaban ligeramente empolvadas, su elegancia era perfecta y su belleza era tan natural que podía atrapar firmemente la atención de los hombres.

Selena llevaba un pijama barato y unas zapatillas de solo un euro, lo que era incomparable a ella.

Selena estaba furiosa y le devolvió una bofetada a Laura.

Tenía que salvar a sus padres adoptivos, pero nunca se dejaría intimidar por nadie así.

Con el sonido de una bofetada crujiente, Laura chilló y dijo:

—Selena, ¡¿cómo te atreves a pegarme?!

Selena era mucho más fuerte que Laura y la bofetada hizo que su mejilla se hinchara ligeramente.

Selena se sacudió la mano dolorosa y frunció ligeramente el ceño.

—¡Aguántalo! Que no soy tu madre y no voy a soportar tu mal genio.

—Has enviado a un hombre al hospital de mi padre a altas horas de la noche, ¿cómo voy a comportarme si se corre la voz?

Laura con la cara roja la señaló y añadió:

—Te advertí cuando viniste a la Ciudad Azul que no fueras por ahí con “mi cara”. Ya no quieres salvar a tus padres adoptivos, ¿verdad?

Si alguien no se lo hubiera dicho a su padre esta mañana, Laura ni se habría enterado de eso.

—Tu cara... Ja.

Selena se rio para sí misma con los ojos llenos de tristeza.

Realmente, era injusto el destino. Aunque ellas habían nacido con la misma cara, Selena ni siquiera podía mostrar su rostro verdadero.

En ese momento, sonó el teléfono móvil de Laura.

Fue a un lado para contestar al teléfono y, al apartar la vista, vio el anillo de diamantes negro sobre la mesa.

Este anillo de diamantes le sonaba mucho.

—Mami, ¿qué pasó? —preguntó.

—Dios mío, hija, ¿cuándo has salvado al señor Aaron Tamayo? Es algo tan grande que no me lo has dicho y ahora mismo han venido los de la familia Tamayo para quedar contigo para la próxima semana.

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