SIETE
El sol apenas había comenzado a teñir el cielo con tonos dorados cuando el teléfono de Alicia Michelle Morgan vibró sobre la mesa de noche.
Tomó el dispositivo con desgana, todavía sintiendo el peso de la noche anterior sobre sus hombros. Apenas había dormido, y cuando lo había hecho, los sueños no le dieron descanso.
Desbloqueó la pantalla y leyó el mensaje.
Matteo:
"El señor Moretti desea verla. A primera hora. No lo haga esperar."
Alicia se sentó lentamente en la cama, sintiendo una punzada de nervios recorrerle la espalda.
Dante Vittorio Moretti.
Había aceptado el contrato, había sellado su destino, pero hasta ese momento no lo había enfrentado en persona.
Se obligó a ponerse de pie y dirigirse al baño. Se miró en el espejo y se encontró con un rostro pálido, ojeroso, con rastros de la tormenta interna que había vivido la noche anterior.
No podía presentarse así.
Tomó su estuche de maquillaje y comenzó a trabajar con precisión. Un poco de corrector para borrar el insomnio, labial en un tono sutil pero firme, pestañas bien definidas. Cuando terminó, su reflejo mostraba una versión pulida de sí misma, pero por dentro, todavía sentía un vacío inquietante.
Hoy conocería a Dante Moretti personalmente.
Y algo en su interior le decía que ese encuentro lo cambiaría todo.
El elevador se detuvo en la última planta del rascacielos. Las puertas se abrieron con un sonido suave, casi imperceptible, pero la sensación de peligro la golpeó como una avalancha.
Alicia dio un paso adelante y sintió la temperatura bajar.
La oficina de Dante Moretti era una obra maestra del lujo y la sobriedad. Paredes de vidrio que ofrecían una vista imponente de Milán, un escritorio de caoba negra con detalles dorados y un mobiliario diseñado para imponer respeto.
Pero lo que realmente le robó el aliento fue el hombre que la esperaba al otro lado del despacho.
Dante Moretti estaba de pie, observando por la ventana, con la ciudad extendiéndose a sus pies como si le perteneciera.
Cuando se giró, Alicia sintió su estómago encogerse.
Él era el peligro personificado.
Vestido impecablemente con un traje negro hecho a la medida, de líneas precisas y elegantes, con una camisa oscura que acentuaba su piel ligeramente bronceada. Su porte era perfecto, su postura firme, dominante.
Pero no era su vestimenta lo que intimidaba.
Era su mirada.
Unos ojos de un azul profundo, fríos y calculadores, que la analizaron con una precisión cortante. En su rostro no había rastro de emociones, solo una intensidad peligrosa que hacía que el aire en la habitación pareciera más denso.
Alicia tragó saliva, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba ante su presencia.
Dante Moretti era altísimo, imponente, magnético.
Su mandíbula marcada, la ligera sombra de barba que adornaba su rostro, la manera en que cada uno de sus movimientos era medido y calculado... todo en él gritaba poder.
Y ella se sintió pequeña.
Insignificante.
Este hombre podría destruirla con una sola palabra.
Él la observó en silencio durante unos segundos eternos antes de hablar.
—Señorita Morgan.
Su voz era profunda, grave, con un matiz de indiferencia que la hizo tensarse.
—Señor Moretti. —Respondió ella con firmeza, aunque su voz no tenía la misma seguridad que la de él.
Dante caminó hacia ella con pasos fluidos, como un depredador acercándose a su presa.
—Matteo me informó que ha aceptado mi propuesta.
"Mi propuesta."
Alicia sintió una punzada en el estómago al escuchar la forma en que lo dijo. Como si él hubiera decidido todo. Como si ella no tuviera opción.
Le sostuvo la mirada, obligándose a no desviar los ojos, aunque la intensidad de sus pupilas era como un abismo en el que podría perderse.
—Así es.
Dante inclinó levemente la cabeza, como si analizara cada matiz de su tono, cada gesto de su rostro.
—Espero que entienda en qué se está metiendo y lo que esta salvando.
Alicia sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. La manera en que lo dijo no era una advertencia. Era un hecho.
—Lo entiendo. —Mintió.
Él sonrió apenas, un gesto minúsculo, casi cruel.
—No, aún no lo entiende.
Alicia apretó los puños a los costados.
—Si usted está insinuando que me retracte, permítame decirle que no lo haré.
Dante entrecerró los ojos y avanzó otro paso, reduciendo la distancia entre ellos. El aroma de su loción, sutil pero intensa, la envolvió de inmediato.
—No necesito que se retracte. Solo quiero que sea consciente de una cosa.
Se inclinó ligeramente hacia ella.
Alicia contuvo la respiración.
—Yo no doy segundas oportunidades, no todos tienen el privilegio de pertenecer a mi mundo.
La amenaza implícita en su tono la hizo estremecer.
Dante Moretti no era como Marcus.
No era un hombre que se arrodillaba y suplicaba.
Él era el tipo de hombre que aplastaba a sus enemigos con una sola palabra.
Y ahora... ella le pertenecía.
Alicia Michelle Morgan se mantuvo firme, con la espalda recta y los labios apretados. No demostraría debilidad frente a él. Sin embargo, Dante Vittorio Moretti no era un hombre que aceptara desafíos silenciosos.
El aire entre ellos era helado, como si estuvieran rodeados por un muro de hielo imposible de derretir. Pero en esta guerra silenciosa, solo había un vencedor, y Dante Moretti ya había decidido que sería él.
Alicia lo observó con detenimiento, intentando descifrar cada línea de su rostro. Su elegancia era indiscutible: el traje negro hecho a medida realzaba su imponente figura, sus ojos oscuros destilaban poder, y la ligera sombra de barba en su mandíbula le daba un aire peligroso.
Había muchos hombres influyentes en el mundo, pero Dante Moretti no solo era respetado, era temido.
—Supongo que Matteo ya te explicó los términos —dijo Dante, rompiendo el silencio con su voz grave y pausada.
Alicia se obligó a asentir.
—Sí, los conozco.
Dante inclinó ligeramente la cabeza, evaluándola con esa mirada intensa que parecía atravesarlo todo.
—Entonces, no habrá necesidad de rodeos. Este matrimonio no es más que un contrato. No habrá amor, no habrá intimidad, y tú no te interpondrás en mis asuntos.
Alicia sintió un nudo en la garganta, pero lo disimuló con una sonrisa amarga.
—Vaya, qué propuesta tan encantadora — Expuso ella.
Dante ignoró su sarcasmo.
—Yo salvaré Morgan Enterprises en Italia, pero a cambio, hay reglas inquebrantables.
Tomó un documento del escritorio y lo deslizó frente a ella.
—Este es nuestro contrato prenupcial. Léelo.
Alicia tomó el documento con manos firmes, aunque por dentro sentía que estaba firmando su sentencia. Sus ojos se movieron rápidamente por las cláusulas:
1. Sin amor, sin intimidad: Ninguno de los dos esperaría nada emocional ni físico del otro.
2. Nada de interferencias: Alicia no tendría derecho a cuestionar los negocios de Dante.
3. Prohibido acercarse a Marcus Aponte: Cualquier intento de contacto con su ex prometido sería considerado una violación del contrato.
4. La boda se celebrará en tres meses: Pero el contrato prenupcial se firmaría de inmediato.
Cuando terminó de leer, Alicia dejó el documento sobre la mesa.
—¿Algo más? —preguntó con frialdad.
Dante esbozó una sonrisa mínima, como si disfrutara de su desafío.
—Sí. Si rompes alguna de estas reglas, te quitaré todo.
Alicia no se inmutó.
—Eso no me asusta, Moretti.
Dante sostuvo su mirada y, con una lentitud calculada, tomó una pluma de su escritorio y la extendió hacia ella.
—Entonces, firma.
Alicia tomó la pluma y, sin vacilar, estampó su firma en el contrato. En cuanto terminó, Dante tomó el documento y lo guardó en una carpeta de cuero negro.
—Bienvenida a mi mundo, Alicia Michelle Morgan.
Ella alzó la barbilla, sin permitir que él viera lo mucho que su corazón latía con fuerza.
Había vendido su alma al diablo.
