Capítulo 5 - Una Visita Insoportable
Mientras Abril se encontraba en el sofá, viendo la televisión, como de costumbre, ya que no tenía nada más productivo para hacer en aquella residencia, ni aunque Karlo estuviera con ella, la puerta de la vivienda se abrió de repente, sobresaltándola. Se levantó automáticamente y se encaminó hacia la entrada, esperando encontrarse con Karlo. Sin embargo, tal fue su sorpresa al encontrarse ante una alta y voluptuosa rubia, quien se adentró en la residencia como si fuera la dueña y señora del lugar.
—¿Quién eres? —le preguntó Abril con el ceño fruncido. Estaba totalmente desconcertada. No sabía que Karlo esperase visitas y mucho menos a una mujer. Que ella supiera, si bien no lo conocía demasiado, Karlo no tenía pareja, de lo contrario, no hubiese accedido a su petición de matrimonio para compartir el mapa. ¿O sí? Todo era posible. No obstante, como ellos no tenían más que un compromiso por conveniencia, él, tranquilamente,
—No, ¿quién eres tú? —repuso la rubia con altanería.
—Yo te hice una pregunta primero, estás irrumpiendo en mi propiedad y yo tengo más derecho que tú a saber qué haces aquí y quién diablos eres —respondió con acidez. Esa tipa no le caía nada bien.
—Yo soy Beatrice, la pareja de Karlo —respondió y succionó sus mejillas mientras miraba a Abril de arriba abajo con una expresión del más completo asco.
De hecho, lo que decía era verdad. Beatrice era la pareja sexual más estable que Karlo había tenido en los últimos años, al menos, siempre que se encontraba los Estados Unidos. Beatrice, siempre que se enteraba de que Karlo estaría en la ciudad, acudía a su residencia, cada martes y viernes, para mantener relaciones sexuales con él. Así era y así había sido siempre, desde un principio. A pesar de que ella siempre había ansiado algo más.
Se sentía más que atraída por Karlo. De hecho, sentía que estaba enamorada de él, por lo que, el simple hecho de ver a Abril, en la residencia de quien ella consideraba su hombre, no hizo más que aumentar su cólera y su irritación. No podía permitir que aquella muchachita, una cualquiera, se interpusiera en su camino para conquistar a Karlo. Por muchos amantes que ella tuviera, solo tenía ojos para uno solo y ese era él. Él era quien le había robado el corazón desde el primer momento. Marco «Karlo» Montalván era el único en el que pensaba cuando estaba a solas por las noches y no tenía ningún amante o cliente al que visitar o que fuera a su hogar.
—Ve y tráeme un vaso con agua. ¿Tan maleducada eres? No entiendo cómo Karlo pudo contratar a un ser tan imbécil como tú. No sabes ni servir a las visitas —le ordenó Beatrice a Abril de manera déspota.
Abril alzó las cejas, incrédula.
—¿Acaso me tomas por una empleada? Si quieres un puto vaso de agua, ve y búscatelo tú. Ya que dices que eres la pareja de Karlo —dijo con tono de burla—, ya debes saber donde se encuentra la nevera. Aun así, si eres tan estúpida como para no saberlo, te ayudaré un poquito: está en la cocina.
—¿Quién te crees que eres, maldita? A mí nadie me trata así. Y mucho menos una empleaducha como tú.
—¿Empleaducha? —preguntó Abril, divertida, y rio.
—¿Qué otra cosa podrías ser más que una simple empleada doméstica? —preguntó, arrogante, sintiéndose amenazada.
—¿La esposa de Karlo, tal vez? —Sonrió con desdén.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿De qué psiquiátrico te ha sacado Karlo? Se ha vuelto completamente loco al contratar a una desquiciada como tú. ¡Eres una zorra, una imbécil! Él jamás se casaría con nadie y mucho menos contigo que no vales ni un céntimo de dólar.
Beatrice creía saber mejor que nadie cómo era Karlo. Él jamás se casaría con una mujer. Él era hombre de muchas, no de una sola. Así que lo que le decía aquella mujerzuela no podía ser más que una maldita mentira.
—Deja de decir estupideces —ordenó—. En verdad, no estoy para esta clase de tonterías, ni mucho menos para tratar con una loca.
—Que no me creas, no significa que esté mintiendo ni mucho menos que esté loca. Si no quieres creerme, allá tú y tu estupidez, querida. Yo solo me limito a decirte la verdad y nada más que la verdad —repuso Abril y se encogió de hombros. No le interesaba picar a esa mujer, pero tampoco iba a mentir. Si bien la relación que tenía con Karlo era por puro interés mutuo, y no especialmente por amor, lo que decía era cierto y no pensaba ceder ante aquella mujer que la trataba como si fuera la peor escoria sobre la faz de la tierra.
—¡Zorra! —gritó Beatrice, cuyo rostro comenzó a tornarse de color rojo, producto de la ira que iba creciendo en su interior.
—Ay, ahora resulta que yo soy la zorra porque soy la esposa de Karlo, cuando tú solo tienes sexo con él. Deja de comportarte como una imbécil —se burló y soltó una carcajada—. No seas estúpida, ¿quieres? Y haz el favor de no ser tan ridícula.
—¿Ridícula yo? —inquirió, enfurecida—. Ridícula tú que andas inventándote una sarta de mentiras completamente estúpidas. Karlo no es un hombre que se casaría con cualquiera. Si es cierto lo que dices, cosa que no creo, lo debes haber engatusado de alguna manera. No me creo yo que haya accedido sin más a contraer matrimonio contigo. ¿Estás embarazada? ¿Acaso te embarazaste de él para atarlo a ti?
—¿De qué hablas? —Abril alzó las cejas, aquella estúpida discusión le estaba resultando por demás divertida—. No, no estoy embarazada. Aunque creas que ese es el único motivo por el que Karlo se casaría con alguien como yo, como tú dices, no es así, él accedió por propia voluntad. Yo no lo obligué en ningún momento —aseguró y, de hecho, era cierto, tan solo le había hecho una oferta que Karlo no había podido rechazar.
—Ay, no te hagas. ¿Qué puede haber visto en ti?
—Coherencia, quizás. Buen comportamiento, tal vez. Que no soy estúpida, es otra posibilidad —enumeró, haciendo el recuento con los dedos, mientras alzaba una ceja y sonreía de manera burlona.
—Ajá, como si eso fuera posible —se mofó Beatrice.
Abril no se iba a dejar amedrentar por aquella rubia teñida —se le notaban ya las raíces— que se creía la ama y señora. Sí, podía ser que se acostara con Karlo, ¿y qué? La esposa de Marco «Karlo» Montalván era ella. ¿Qué más daba lo que hiciera él con su vida sexual? A ella no le incumbía en lo más mínimo.
«Solo defiendo mi terreno. No quiero que ninguna imbécil se interponga en nuestro trato», pensó. Eso era lo que la hacía mantener aquella discusión con Beatrice. Una discusión que en otras circunstancias hubiese zanjado de buenas a primeras, sin darle demasiadas vueltas. No había que odiara más que eso.
En el momento en el que estaba a punto de echar a aquella idiota, la puerta de entrada se abrió una vez más y Karlo se adentró en la vivienda.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, alternando la mirada entre el rostro rojo de furia de Beatrice y la mirada impasible de Abril.
—¡Karlo! ¡Karlo! —exclamó Beatrice mientras corría hacia él y lo enfrentaba—. Esta perra está diciéndome que es tu esposa. Eso no es posible. Tú jamás contraerías matrimonio. Dime que es una zorra mentirosa. ¡Por favor, dímelo! —le suplicó, tomándolo por los brazos y alzando la mirada.
Karlo la miró desde arriba, la diferencia de estatura, aunque ella llevara tacones, era más que notoria.
El hombre suspiró, se deshizo del agarre de Beatrice y, sin apartar la mirada de la mujer, dijo:
—Lo que dice Abril es cierto.
—¿¡Cómo!? —gritó Beatrice—. No, eso no puede ser cierto. Tú siempre me dijiste que no te casarías con nadie, que jamás te atarías a una mujer.
Beatrice no podía creer lo que estaba sucediendo. Se giró hacia Abril y la miró con odio. No podía ser que aquella muchacha, que no valía nada a sus ojos, estuviera casada con Karlo, ¡su Karlo!
—No eres nadie —escupió con rabia—. Puede que estés casada con él, pero no eres más que una maldita zorra, que quiere aprovecharse de él. Jamás podrás tener lo que nosotros tenemos.
—Pues esta zorra se quedó con lo que querías, así que… —Se encogió de hombros—. No eres nadie para mí. Puedes insultarme todo lo que quieras, pero que sepas que tus palabras son como gotas de agua en mí, es decir: me resbalan.
—Deja de decir mentiras. ¿Cómo hiciste para que se casara contigo? ¿Acaso estás embarazada? ¿Por eso te casaste con ella, Karlo? ¿La preñaste y no te quedó más remedio que contraer matrimonio con esta cualquiera?
—Mira qué bajo estás cayendo, querida —dijo Abril y esbozó una media sonrisa—. Puede que Karlo te guste, lo ames o lo que diablos sea, pero ¿cómo creerías que Karlo podría darte más que sexo? Eres tú la que no vale nada, porque no te haces valer. Solo te limitas a tirar mierda, a diestra y siniestra, y no haces más que hundirte sola en el fango.
Beatrice apretó los dientes con rabia. ¿Quién se creía aquella mujerzuela para tratarla de ese modo? Ella era la pareja de Karlo, ella era quien debía estar casada con él, no esa cobra venenosa.
La odiaba, sinceramente la odiaba con todo su ser. No podía evitar que la envidia se adueñara de ella. Le parecía totalmente absurdo que una completa desconocida hubiese obtenido lo que ella había deseado y por lo que había luchado durante años. No, era imposible. Karlo era y tenía que ser suyo. No permitiría que nadie se interpusiera en su camino. Haría lo imposible para conseguir lo que ansiaba.
Intencionadamente, se acercó a Karlo, contoneando sus caderas, y comenzó a rozar su torso mientras detallaba, sin descanso, casi sin tomar aliento, los pormenores de sus relaciones sexuales. No omitió ningún detalle, todo salió a la luz. Con ello quería poner a Abril en una situación incómoda y molestarla.
Abril observó aquella escena con el rostro sereno, y escuchó todas y cada una de las palabras de Beatrice, sin siquiera inmutarse. Lo que Karlo hiciera o hubiera hecho en su vida privada, la traía sin cuidado. Él no era más que su esposo por conveniencia, por lo que no tenía derecho ni tampoco quería tener que pelear por alguien al que solo le había propuesto matrimonio para sentirse más segura y protegida.
—¿Acaso ella puede darte el mismo placer en la cama? —preguntó Beatrice, una vez que acabó con su perorata, durante la cual tanto Karlo como Abril se mantuvieron impasibles—. Ella solo quiere tu poder, tu dinero. Ella no te ama. Yo sí… Ella solo es una embustera que quiere aprovecharse de ti. ¿Es que acaso no lo ves? ¿Tan ciego te ha dejado? ¿Qué clase de embrujo te ha lanzado para que te hayas casado con ella?
Abril suspiró, aquella diatriba la estaba aburriendo a más no poder y no veía la hora de que aquella mujer se marchara de una vez; no porque quisiera estar a solas con Karlo, sino más bien porque había hablado tanto en tan poco tiempo que sentía que su cabeza le iba a estallar de un momento a otro. No entendía cómo una persona podía rebajarse tanto, ser tan idiota, y hablar sin parar durante minutos y minutos. No era que ella fuese la persona más callada del planeta, pero jamás en su vida había hablado tanto como Beatrice.
Ya estaba harta. Miró a Karlo y se percató de que él se sentía de la misma manera. La presencia de Beatrice los había sacado de quicio a ambos.
Ninguno de los dos parecía querer tomar acción sobre ella. Abril no sabía ni entendía por qué Karlo no echaba a Beatrice de una vez por todas. Aquella mujer era por demás exasperante, al punto en el que sentía que su cabeza estaba siendo taladrada.
Observó fijamente a Karlo una vez más y le suplicó con la mirada que terminara con ese suplicio para ambos.
A pesar de conocerse desde hacía muy poco tiempo, Karlo pudo comprender sin problemas lo que Abril le comunicaba a través de sus ojos. Y él estaba de acuerdo. Beatrice estaba yendo demasiado lejos y ya no lo soportaba más. Acababa de llegar a casa y sentía la cabeza embotada de tanto escuchar a aquella mujer que, por muy buen sexo que diera, le parecía una completa idiota.
