Capítulo 4 - Matrimonio Por Conveniencia
—¿Y tú quién eres? —le preguntó Karlo al verla.
El corazón de Abril comenzó a palpitar a toda velocidad, no solo por la amenaza que él suponía, sino también porque había algo en él que la atraía irremediablemente. No obstante, procuró alejar estos pensamientos y sentimientos y enfocarse a lo que había ido. Ya que no la había reconocido, decidió aprovecharse de ello y enfocar las cosas hacia lo que necesitaba.
Abril tragó saliva y se presentó, antes de comentarle todo lo ocurrido. No estaba segura de si el hombre estaría dispuesto a ayudarla. No obstante, era su única alternativa.
—¿No tienes dónde quedarte?
—No —respondió Abril—. Mi padre me dijo que podía pedirle ayuda.
El hombre lo pensó por un momento.
—Está bien, puedes quedarte conmigo —dijo al cabo de un momento—. Ven —le indicó y la guio hasta su departamento, el cual se encontraba en el cuarto piso del edificio.
Abril sentía que su cuerpo no le respondía demasiado bien. El cansancio acumulado durante los últimos días, le estaba pasando la cuenta, había comenzado a resentirse. No obstante, tenía que mantenerse firme. Tenía que dar con el paradero de su hermana y vengar a su padre. Eso era lo que la mantenía en pie. Lo que hacía que siguiera adelante, a pesar de todo lo que había visto y vivido durante los últimos días.
Una vez que entraron en el departamento, Karlo preparó unas quesadillas.
—Toma asiento —le dijo y depositó un plato frente a ella.
—Gracias —repuso Abril. Tomó la quesadilla, que estaba sumamente caliente, se la llevó a la boca y le dio un bocado. Masticó lentamente y tragó—. Mmm, está delicioso. Gracias, una vez más. Por cierto —dijo al cabo de unos segundos—, ¿cuál es tu nombre? Porque supongo que Karlo no es.
El hombre lo meditó por unos momentos. ¿Era prudencial hablar con ella? Sí, después de todo, era la hija mayor de Roberto Cárdenas.
—Mi nombre es Mario. Karlo es mi apellido materno. No conocí a mi padre, así que… eso es todo. Puedes decirme Karlo, todos me llaman así —Le dio un bocado a su quesadilla y la miró fijamente.
—Interesante —respondió Abril y ahogó un bostezo. Realmente, estaba demasiado cansada—. ¿Y cómo conociste a mi padre?
—¿Quieres la historia larga o prefieres la corta? —preguntó el hombre, mirándola con sus penetrantes ojos azules que destacaban sobre su tez morena.
—La corta, luego puedes contarme la larga, si quieres. Por ahora solo quiero saber con quién estoy almorzando.
—Bien, la historia corta es que durante una reyerta fui herido de muerte y tu padre me salvó la vida —respondió y sonrió.
—Es decir que le debes la vida a mi padre.
—Podría decirse así, sí. —Soltó una risa más bien parecida a un bufido.
Abril asintió y terminó de comer lo que restaba de su quesadilla. En verdad, estaba muy buena y, si por ella hubiese sido, se hubiese repetido. Sin embargo, no tenía la suficiente confianza con aquel hombre como para pedirle más.
—Ven —dijo Karlo poniéndose de pie—. Te enseñaré dónde puedes quedarte.
La muchacha se levantó rápidamente y lo siguió hasta el final del apartamento, mientras miraba todo a su alrededor.
—Esta será tu habitación —le comunicó y abrió la puerta.
Abril observó el interior del dormitorio y se percató de que estaba limpio, pero repleto de objetos que, evidentemente, no cabían en el resto del departamento. No obstante, no podía quejarse, tenía una cama y una ventana por la que entraba buena luz, por lo que no necesitaba nada más.
—Gracias —repitió.
—No tienes por qué. Ahora te dejaré a solas para que te acomodes. Cualquier cosa que necesitas, házmelo saber —dijo y, a continuación, salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.
Sin embargo, Abril no tenía nada que acomodar. Sus pertenencias habían quedado con su hermana y lo único que llevaba consigo era su móvil, su cargador y el bendito mapa que había acabado con la vida de su padre y la había llevado a la casa de un completo desconocido, tras verse obligada a separarse de Maite.
Aburrida, sin saber qué más hacer, comenzó a revolver las cajas que había en la habitación. Encontró una gran variedad de objetos, entre los cuales resaltaban varios que poseían una Serpiente de color negro.
Frunció el ceño, aturdida y tomó los objetos que más llamaron su atención. Se encaminó hacia la cama y, tras sentarse con las piernas cruzadas, comenzó a analizarlos.
—¿Qué demonios? —se preguntó en un susurro y se quedó boquiabierta—. No puede ser… Es miembro de Serpiente de la Noche. No, esto no puede quedar así.
En la mente de Abril apareció una idea, un tanto descabellada, pero que le parecía la mejor opción. El tema era si él aceptaría o no. No lo sabía, pero no perdía nada con intentarlo.
Durante todo el día, Karlo se mantuvo fuera de la vivienda, por lo que Abril tuvo tiempo suficiente de pensar en cómo le diría lo que había planeado en su mente. Se sentía insegura e impaciente, las manos le sudaban copiosamente, por lo que decidió tomar una ducha y ponerse la ropa que Karlo había dejado sobre el sofá de la sala para ella.
A continuación, metió la ropa a la lavadora y se sentó a esperar a que Karlo apareciera.
Cuando la noche se hizo presente, Karlo atravesó el umbral de la puerta de entrada y la observó con el ceño fruncido.
—¿Qué haces ahí? Pareces una estatua.
Tras estas palabras, Abril se envaró como la cobra que aparecía en el logo del grupo Serpiente de la Noche y lo enfrentó.
—Así que eres miembro de la Serpiente de la Noche.
Karlo abrió los ojos de par en par. Esa chica era demasiado inteligente. No le había bastado más que estar unas cuantas horas a solas para revisar su vivienda y llegar a dicha conclusión.
—Así es —respondió luego de un minuto de silencio. Le hubiese gustado refutarlo, pero no había posibilidad. En su vivienda, tristemente para él, había una gran cantidad de objetos que poseían el logo del grupo.
—Cásate conmigo —dijo sin rodeos.
—¿Qué de qué estás hablando? —preguntó, desconcertado. Aquella orden lo había tomado por completo desprevenido—. ¿Lo que viviste te ha dejado completamente loca o qué?
—Lo digo en serio, estoy más cuerda que cualquiera —sentenció—. Cásate conmigo. Tienes una deuda de vida con mi padre.
Sabía que así, casándose con Karlo, estaría más segura.
—No, de verdad, tú estás loca. —Negó con la cabeza—. Más que loca, desquiciada, diría yo.
—Hazlo.
—No. No lo haré. Puedo protegerte todo lo que quieras, pero no me casaré contigo —se negó en rotundo.
Abril lo dejó allí plantado y se encaminó hacia la habitación que Karlo le había asignado. Rebuscó entre las mantas y tomó el mapa, antes de regresar a la sala.
—Mira —dijo y movió el mapa frente a los ojos del hombre.
—¿Qué es eso?
—El motivo por el que mataron a mi padre.
—¿El mapa de El Gordo? —preguntó, atónito.
«No puede ser que ella lo tenga», pensó.
—Así es —afirmó Abril—. Si accedes a contraer matrimonio conmigo, prometo compartir el tesoro contigo, en partes iguales.
Karlo se lo pensó por un momento. Aquello no le agradaba demasiado, pero lo que le prometía Abril era sumamente tentador: casarse con ella a cambio de quedarse con una parte del tesoro de El Gordo, el cual estaba valorado en millones y millones de dólares.
—Déjame que lo piense bien —repuso al cabo de unos minutos de pensárselo. No era para nada una mala idea.
A continuación, desapareció de la sala, dejando a Abril a solas, y se encerró en su cuarto.
Una vez a solas, tomó su móvil, buscó el número de su abogado en la agenda de contactos y le dio a la opción de llamar.
—Hola, González, soy Karlo. Ya. Perdona que te interrumpa en este momento, pero necesito que me asesores y que vengas cuanto antes a mi departamento. —Escuchó atentamente a su interlocutor—. Perfecto. Te espero en una hora —dijo y cortó la llamada.
Si aceptaba casarse con aquella muchacha, tenía que armar un contrato. Había varias cláusulas que quería dejar más que claras, ya que no podía permitirse que Abril abusara de él. Contraer matrimonio con ella le daría una ventaja, de todos modos, tenía que permanecer con ella para protegerla, no obstante, no estaba dispuesto a ceder en todos los puntos que un enlace significaba.
Una hora más tarde, Mario González, el abogado, apareció en el departamento. Karlo se apresuró a abrir y a invitarlo a pasar. Ambos, junto a Abril, tomaron asiento en torno a la mesa de la cocina y comenzaron a debatir las cláusulas del contrato.
—¿En serio? ¿No confías en mí? —preguntó Abril.
—No confío ni en mi propia sombra. Que tu padre me haya salvado la vida, no significa que ande por el mundo confiando en todos —sentenció Karlo y, a continuación, se enfocó en el abogado—. Necesito que en el contrato prenupcial establezcas que, una vez demos con el tesoro, este se repartirá en un cincuenta-cincuenta, es decir, en partes iguales. —El abogado comenzó a tomar nota—. Además, considero necesario que no se permita la intimidad forzada, con esto me refiero a ninguna de las dos partes puede obligar a la otra a mantener relaciones sexuales.
—Perfecto. ¿Tienes impresora en casa?
—Sí, tengo una en mi despacho.
—Bien, si me dan un momento, por favor, redactaré el contrato y lo firmaremos los tres. Yo haré de notario. ¿De acuerdo?
Abril, un tanto ofuscada porque Karlo no confiara en ella y tuviera que firmar un contrato. No obstante, no pensaba oponerse. Al menos, así ganaría inmunidad. Los miembros de la Serpiente de la Noche no podrían tocarla ni a ella ni a su hermana, siendo que eran familiares directos de uno de sus compañeros.
—Bien, aquí tienen —dijo el abogado, saliendo del despacho de Karlo donde había impreso los documentos—. Necesito que estampen sus firmas, nombres y apellidos completos y que pongan su número de identificación.
Karlo y Abril se turnaron para hacer lo que el abogado les solicitó.
—Bien, ahora, ya que no tienes residencia en México —dijo Karlo luego de que el abogado se marchara—, tendremos que cruzar la frontera para poder consolidar el matrimonio.
Abril asintió.
—¿Cuándo será eso?
—Mañana temprano cruzaremos la frontera. Así que prepara lo poco que tengas.
—Okey. Ahora me iré a dormir. Hasta mañana.
—¿No cenarás? —preguntó Karlo, sorprendido.
—No, ya comí algo mientras te esperaba —mintió.
Realmente, no tenía hambre. Lo único que quería era dormir y que la noche pasara tan rápido como fuera posible.
A la mañana siguiente, alrededor de las nueve, ambos ya se encontraban al otro lado de la frontera, en territorio estadounidense.
—Bien —dijo Karlo una vez salieron del registro civil—. Ahora te dejaré en un apartamento seguro que es de mi propiedad. Te quedarás allí, mientras consigo una nueva identidad para ti, ¿Okey?
—Okey —asintió Abril. No le agradaba en lo más mínimo quedarse a solas, pero no podía poner pegas. A fin de cuentas, ella más que nadie sabía que necesitaba una nueva identidad.
Luego de unas cuantas horas, que Abril se le hicieron eternas mientras esperaba en el apartamento haciendo zapping en el televisor de cincuenta y dos pulgadas, Karlo entró a la residencia con un sobre de papel marrón en las manos.
—Aquí tienes —dijo entregándole el sobre—. Aquí están todos los papeles, el número de servicio social, todos los documentos que necesitarás para tu nueva identidad, incluida un acta de nacimiento.
Abril tomó el paquete, lo abrió y observó su contenido.
—¿Margaret Thompson? —preguntó sorprendida por el nombre que le habían dado.
—Así es. Pronto serás la señora Karlo. Vamos, ya dejé todo organizado en el registro civil, por eso me demoré. Solo tenemos que ir a firmar los papeles para cumplir con mi parte del acuerdo.
Abril tomó una chaqueta que Karlo le había facilitado al salir, se la colocó y lo siguió hasta el coche en el que habían llegado al país.
Tan pronto como llegaron al registro civil más cercano, firmaron los papeles, como una mera formalidad, y quedaron oficialmente casados.
—Aquí tienen el acta de matrimonio —dijo la jueza a cargo de la improvisada boda mientras les tendía los documentos.
—Gracias —respondieron ambos al unísono.
Karlo recibió los papeles y los guardó bien en el interior de su chaqueta. A continuación, ambos salieron a la calle, con la tranquilidad de que todo estaba resuelto.
«Bueno, no todo», pensó Karlo, quien estaba al corriente de que El Manco los había seguido, aunque no sabía cómo, hasta Estados Unidos.
—Espérame un momento. Necesito hacer una llamada.
Abril asintió y esperó a la sombra, mientras Karlo se alejaba con el móvil en la oreja.
—Necesito que te encargues de El Manco cuanto antes. —Guardó silencio—. No me importa, haz lo que sea necesario para acabar con él. —Dicho esto, cortó la comunicación y se acercó nuevamente a Abril, quien se abrazaba como una niña pequeña—. Vamos —le dijo—. Iremos por algo de comer y luego al departamento.
—¿Qué haremos después? ¿A quién llamaste?
—No lo sé, es la respuesta a la primera pregunta. A la segunda: es mejor que no lo sepas.
Luego de almorzar, ambos se encaminaron hasta el departamento en donde pasaron las horas viendo películas y programas basura hasta bien entrada la noche.
Abril se sentía sumamente aburrida y, en varias ocasiones, se quedó dormida, sin darse cuenta, sobre el hombro de Karlo.
A la hora de la cena, Karlo se levantó, calentó una pizza precocida que había comprado aquella mañana en un Seven-Eleven y la invitó a comer.
En el momento en el que estaba por darle el primer bocado a su porción de pizza, el móvil del hombre comenzó a sonar insistentemente.
Suspiró con cansancio y tomó el aparato que descansaba junto a su vaso. Miró el remitente y frunció el ceño, antes de atender.
—Dime —dijo mientras se ponía de pie y comenzaba andar de un lado a otro—. ¿Qué? ¡Te dije que lo mataras! ¿Cómo? No, en serio… —Apretó el móvil contra su oreja—. Haz lo que sea posible por darle caza. No sé, subcontrata a alguien, no lo sé…
Al otro lado de la frontera, El Manco, ayudado por sus subordinados, se encaminaba hacia su mansión en la que ya lo esperaba el médico. Estaba completamente malherido y no estaba seguro de si sobreviviría o no. Por lo que, mientras era atendido, mandó a llamar a El Chavo, su cuñado.
—¿Qué pasó? ¿Por qué estás en ese estado? ¿Con quién te topaste? —las preguntas de El Chavo cayeron sobre El Manco como las balas de una ametralladora.
—Eso no te importa. Solo tienes que saber que… —Inspiró profundo, contuvo el aliento, mientras el médico le quitaba una bala del lado izquierdo de su torso, antes de comenzar a contarle a su cuñado todo lo que sabía sobre el mapa de El Gordo—. Necesitas guardar bien esta información. Es la única manera de que estemos seguros. ¿Entendido?
El Chavo asintió.
—Bien, ahora vete y deja que el médico termine con lo que está haciendo. Espero salir libre de esta —dijo con los dientes apretados.
