Fiesta
Luego de tanto alboroto, Nicholas y Renato me ayudaron a acostarme, ya que me sentía enferma y sin ganas de nada.
Una vez ya en cama, Renato se sentó a mis pies mientras mi esposo se apartó para hablar con alguien en el teléfono.
—Em, ¿segura que no viene en camino un hermanito para Alice y Nathe? —Rió.
—No lo creo. Además, con dos niños en casa es suficiente. Ahora que todo esto terminó, Nathe también vivirá con nosotros —respondí, nerviosa porque aunque no me gustara la idea, existía la posibilidad de que fuera embarazo.
Nicholas abrió la puerta de la habitación para recibir un paquete, el cual me fue a entregar.
—Bien, Em, aquí tienes un test de embarazo. Salgamos de una vez de las dudas. —Me entregó una bolsa y sonrió.
Renato se levantó de la cama y me dijo:
—Los dejaré solos, esto es algo que tienen que conversar y esperar sin mí.
—No, Renato, por favor, quédate. Me haré el test, luego quiero conversar con los dos. Estoy segura que no es embarazo ni estoy enferma. Solo son nervios. —Me levanté de la cama y fui al baño para hacerme el test.
Salí y ambos me estaban esperando ansiosos para saber el resultado.
—Hasta el momento estoy negativa, no se ilusionen, seguirán siendo solo Nathe y Alice. —Mostré el test que tenía en las manos y lo dejé sobre una mesa.
Verle la cara a ambos sin saber qué decir me estresaba y por mi parte no sabía cómo explicarles todo lo que estaba sintiendo.
—Me llamó Andrés desde la cárcel para saludar a Alice, después me dijo que tenía que hablar conmigo y contarme la verdad. No sé a qué se refería, pero lo estaban amenazando.
—¿Te dijo quién lo amenazó? —preguntó Nicholas.
—No, no me dio nombres y la verdad es que tampoco me lo dijo así. Es lo que entendí, porque él sabía que moriría.
Mis lágrimas empezaron a salir, mis manos me temblaban y poco a poco empecé a sentir que sudaba en frío.
—Em, cálmate —dijo Nicholas mientras me daba un abrazo.
—Tengo miedo, ya no quiero saber nada más. No quiero más policías y tampoco cosas inconclusas.
—¿A qué te refieres? —interrumpió de inmediato Renato.
—A la carta que está en investigación y que no sé de qué se trata —respondí, nerviosa.
—Cariño, creo que ahora lo que tienes es una crisis de ansiedad. Tienes que estar tranquila.
—¿Qué carta? —preguntó el Italiano.
—La policía encontró una carta para mí cuando hallaron el cuerpo de Andrés. No me dijeron nada. Solo temo que nada haya terminado.
—Quizá todo lo contrario, con la muerte de ese imbécil todo queda cerrado, ¿o no? —dijo Renato para intentar tranquilizarme.
—Tengo la sensación de que no es así. Necesito ver el cuerpo, tocarlo y asegurarme de que está muerto.
—¿Y quieres que te ayudemos? No, Em. Ahora sí me vas a hacer caso. —Nicholas se acercó al test—. Negativo —dijo, mostrándolo y dejándolo en la bolsa para desecharlo.
—Yo lo que creo es que necesitas un buen reventón, relajarte, emborracharte y olvidarte de todo. ¿Por qué no salimos los cuatro hoy en una cita doble?
Mi estómago decía que no, pero mi cabeza decía otra cosa. Miré a Nicholas, quien con un guiño y una sonrisa, me invitó a pasarla bien.
—¡No sé porqué soy tan fácil! Es imposible decirles que no en algo a ustedes dos.
Llamamos a la niñera, me duché y me dispuse a arreglarme como hace tiempo no lo hacía.
Llevaba mucho tiempo sin ir de fiesta y aunque Renato me tenía unos hermosos tacones en el closet, había perdido la práctica. Ser madre sobre tacones no era lo mío, por lo mismo había desechado hace bastante tiempo la idea de montarme en unos.
—Nicholas, ¿seguro que no puedo usar zapatillas para ir de fiesta? —le pregunté a mi esposo, quien ya estaba perfectamente arreglado con un pantalón azul y una camisa a juego con el último botón desabrochado.
—Puedes ir con lo que quieras cariño, te verás bien de todos modos.
—¡Wow, es que estás para follarte ahora mismo! —respondí, mirándolo de pies a cabeza.
Lo que le dije de inmediato encendió el fuego en él, lo conocía a la perfección.
—¿Sí? —respondió, acercándose a mi.
—Si tú vas así, definitivamente no podré usar zapatillas. —Hice un puchero.
—¿Y si mejor no usas nada? —Se acercó aún más, quedando a medio milímetro de mis labios.
—Creo que eso se vería peor —le respondí, mordiéndole el labio inferior y dándome la vuelta para seguir en la búsqueda de lo que usaría.
—No te arranques. —Me tomó de la cintura y me atrajo hacia él, pegando mi culo en su erección.
Fue inevitable no soltar una risa. Poco a poco sentí cómo sus manos fueron subiendo por mis muslos, luego mi cintura, mis pechos, hasta llegar al nudo de la toalla que llevaba puesta.
—Creo que esto estorba. —Soltó el nudo, dejándome completamente desnuda.
Me besó el lóbulo de la oreja y llevó sus manos hasta mis pechos.
—Esto será rápido, no tenemos mucho tiempo —me dijo mientras me ayudó a agacharme y apoyarme en la mesa de maquillaje.
Abrí mis piernas, esperando, giré la cabeza para ver cómo se bajaba la cremallera y sacaba su perfecto pene del bóxer.
—¿Te gusta lo que ves?
—Me encanta —respondí, mordiéndome el labio.
Tomó su erección y la paseó por mi sexo para mojarlo antes de entrar. Sin darme cuenta me penetró. Una y otra vez hizo los movimientos rítmicos que tan bien sabía hacer, dejándome completamente acalorada.
Gemí como si el mundo se fuese acabar. Adoraba hacer el amor con él, pero cuando teníamos sexo era otra cosa. Tomé ambos pechos mientras sentía cómo me follaba y empecé a jugar con ellos para darme más placer.
Mi esposo con una de sus manos tomó mi cadera y con la otra se fue hasta mi sexo para jugar con mi clítoris mientras él seguía cogiéndome.
—¡Ah..! —gemí sin parar.
Estábamos follando tan duro que al terminar, me levanté y noté que todo mi maquillaje se había hecho trizas. Mis pechos y abdomen estaban de todos colores y las brochas estaban completamente destrozadas.
—Nicholas, creo que ahora sí la lié.
—Tranquila, Renato sabrá qué hacer.
—Claro, le dirás: ¿sabes que? Soy tan caliente que no se me ocurrió nada mejor que follarme a Emilia sobre el maquillaje y ahora está todo destruido.
Se me quedó mirando con el ceño fruncido mientras marcaba su teléfono hasta que le contestaron.
—Hola, Renato, necesito que te vengas antes a casa, tenemos un problema. Soy tan caliente que no se me ocurrió nada mejor que follarme a Emilia sobre su maquillaje y ahora está todo destruido.
No podía creer que había sido tan descarado de decirle sin filtro lo ocurrido.
—Viene enseguida con el maquillaje, relájate.
—No puedo creer que se lo hayas dicho así, yo habría culpado a Alice o a Nathe. —Sonreí y mostré mis dientes.
—Tranquilízate, Em, Renato es de confianza. Ahora busca qué te pondrás mientras yo me ducho y me cambio. Creo que mis pantalones están con una mezcla exquisita de ti y de mí, y eso es algo que no quiero mostrarle al mundo.
Me quedé mirando las cosas de mi closet, entre medio encontré un crop top dorado con escote tortuga. La espalda eran solo las dos tiras que cruzaban. Era perfecto. Una falda negra y quedaba lista.
Para mi mala suerte, los únicos tacones dorados que tenía eran enormes.
Bien, Emilia, esta noche te tocará sufrir del dolor de pies.
Ví a mi esposo salir de la ducha y de inmediato entré para sacarme el maquillaje. Me vestí y al salir del baño, estaba parado Renato frente a mí.
—Siéntate, mientras te maquillo, me vas a escuchar.
—¿Estás enojado?
—Lo que ustedes hicieron con ese pobre maquillaje es un asesinato, deberían deportarte por caliente.
—Renato, no es para tanto. —Reí.
—Tienen toda la casa para follar, pero no, el par de calientes tenía que coger justo sobre las paletas de colores exclusivas. ¿Sabes cuánto me costó conseguirlas?
Renato no paró de retarme mientras me maquillaba y la verdad es que no me importaba.
—¿Sabes qué, Renato? No me importa. El sexo que tuve vale más que todo el maquillaje del mundo. Lo volvería a hacer y, para la próxima, te recomiendo que no pongas mesitas con cosas en lugares donde puedan follarme, porque te aseguro que también sufrirá un destrozo por querer usarla. —Me levanté de la silla, le sonreí y me mire en el espejo.
La cara de Italiano era un poema, no podía creer lo que le había dicho. Estaba con la boca abierta. A Renato podrías hablarle mal de cualquier cosa, menos de moda y maquillaje.
—Qué descaro, Dios mío, si ustedes no tienen vergüenza. Veo que vas sin sujetador, supongo que te pusiste bragas, sino, no voy con ustedes a ninguna parte.
—Tú eres el culpable, el que me enseñó todo lo que sé. ¿Irías con bragas si salieras con Nicholas?
—He creado a un monstruo del sexo. Por favor, dime que llevas bragas.
Le sonreí, tomé mi bolso y salí en busca de mi esposo.
