Cumpleaños feliz
Mis ganas de hablar con el personaje que tenía al teléfono eran menos que las de revivir tanto sufrimiento. Así que hice lo que en una vida pasada no habría hecho: cortar y seguir como si nada hubiese cambiado mi día.
Nicholas ya estaba llegando a mí con la pequeña Alice en brazos y de inmediato preguntó:
—¿Todo bien?
Tragué saliva, respiré profundo y con una sonrisa respondí:
—Todo perfecto, es hora de cantarle a la cumpleañera.
Sabía que Nicholas no me había creído, pero respetaba mis espacios. Eso era algo que me encantaba de él.
Hice lo que pude para olvidar esa llamada, me centré en crear buenos recuerdos con nuestra pequeña y dejar todo lo malo atrás. Lógicamente creerle algo a la persona que casi destruye mi vida era una ridiculez.
Dos horas más tarde el cumpleaños estaba terminando, así que me propuse a ayudar a todo el personal de aseo a dejar limpio. Sabía que si me quedaba quieta mi cabeza empezaría a dar vueltas y finalmente mi ansiedad terminaría ganándole a la razón.
Ya estaba terminando de recoger los papeles de regalo y al darme vueltas me encontré con Nicholas y Renato parados y de brazos cruzados.
—¿Qué hacen ahí? —pregunté arqueando una ceja.
—Bien, Em, nos cuentas de esa llamada o nosotros te obligamos a que nos digas qué está pasando —respondió el Italiano, presionándome a contar.
—¿Qué llamada?
—Cariño, te vi hablando. Desde ahí has estado evadiéndonos a ambos y muy nerviosa.
Hablar del tema me hacía mal, intentaba no ocultar nada y no quería hacerlo, pero el mismo hecho de sentir que se me apretaba el pecho al nombrar a ese monstruo me hacía silenciar. Me acerqué a Nicholas y exploté en llantos mientras lo abrazaba.
Ambos se miraron sin saber qué decirme, claramente no era fácil hacerme presión sabiendo por todo lo que había pasado.
El dolor de estómago y las náuseas fueron tantas que no pude más y sin querer vomité sobre la ramera de Nicholas.
—Lo siento, cariño, yo...
—Tranquila, Em —respondió, preocupado, mientras se sacaba la camiseta.
De inmediato la colorina llegó sin que nadie la hubiese llamado, ofreciendo unos paños para que se limpiara. Esperó todo el día para poder acercársele y tocarlo, aprovechó la primera oportunidad para hacerlo, sin importar que lo que limpiaba sobre su cuerpo era vómito.
Mi cara al verla poner sus manos sobre mi esposo dijo más que cualquier cosa. Renato al verme tan mal le pidió que se retirara, dándole las gracias por su proactividad.
—¡Emilia McDowell, ya se lo que te pasa, estás embarazada!
—No, Renato, no es eso.
Cuando Renato dijo lo que pensaba, Nicholas me miró de inmediato, abriendo sus ojos azules.
—Por lo menos, eso es lo que creo. No sé, no llevo las cuentas.
—Quizá solo te hizo mal la crema que batiste hace un rato. —Me guiñó el ojo mientras seguía limpiando su cuerpo perfecto.
—No, no es eso, sí fue la llamada...
Estaba por contarles cuando el jefe de seguridad se nos acercó.
—Señora, la busca la policía en la entrada. Quieren hablar con usted.
—¿Conmigo?
—Sí, ¿los hago pasar?
—Sí, por favor.
Renato de inmediato se sacó su blusa arcoíris y se la entregó a Nicholas para que me acompañara.
—Te ves bien con mi ropa, Nicholas, sexi —bromeó en tono de venganza por haberse burlado de él en un principio.
—Vamos, Em, luego nos cuentas de tu llamada. Seguro la policía está aquí por algún protocolo. Nos acercamos a la sala, en donde la mujer policía que nos había seguido todo el tiempo se encontraba sentada junto a una compañera de trabajo.
—Siempre es un agrado verlos —dijo, levantándose y estirando la mano para saludar.
—No sé si podemos decir lo mismo —respondió Nicholas, saludando a ambas mujeres.
—Bonita camiseta, muy de su estilo.
Fue inevitable no reír con ese comentario, sabía que mi esposo odiaba el estilo de Renato y que le dijeran eso fue la peor burla que le podrían haber hecho en el día.
—Disculpe, nos hemos visto durante años y aún no me sé su nombre. ¿ No cree que ya deberíamos saberlo? —interrumpí para alivianar el ambiente.
—Soy Anne Jones.
—¿Y qué la trae nuevamente a nosotros? Creí que todos los casos que nos culpaban de algo estaban cerrados.
—Cree bien, señora, pero no vengo por ningún caso antiguo, aunque usted y yo sabemos que no se cerraron como corresponde, sobre todo el de la muerte de su padre.
—Si vino a dar falsas acusaciones le voy a pedir que se retire —dijo Nicholas a modo de defensa.
—Vengo a informarle que hoy fue asesinado Andrés Schneider. Lo encontraron muerto minutos después de haberla llamado a usted. ¿Tiene algo que decir al respeto?
Nicholas entendió de inmediato lo que me había pasado durante la tarde. Me tomó la mano y se quedó viéndome para esperar una respuesta.
—Sí, es verdad, quería hablar con Alice por su cumpleaños.
—¿No le dijo nada más? —preguntó, incrédula.
No podía seguir hablando sobre el tema, estaba a punto de devolver lo poco que me quedaba en el estómago. Solo pude decir que no, moviendo la cabeza.
—Dejaron una carta para usted, lamentablemente no se la puedo entregar porque hoy es parte de una investigación.
—¿Una carta? ¿Qué decía?
—Ya podrá leerla.
—¿Puedo ver el cuerpo?
Todos me miraron con cara de estar loca, pero tenía que ver que estuviera muerto, sino, no lo creería.
—Actualmente están haciéndole una autopsia, pero apenas termine todo el proceso la llamarán. Señora McDowell, tenemos que saber quién lo asesinó, será la única manera de que usted pueda vivir tranquila.
—¿Lo mataron en la cárcel? ¿No se suponía que era de alta seguridad?
—Alta seguridad para los que estamos afuera, pero no para ellos, recuerde que son delincuentes. Conviven entre ellos.
—Entiendo.
—Imagino que tiene que procesar esta información, por favor, trabajemos en equipo. No me ignore. Recuerde que ya lo hizo más de una vez y las cosas no terminaron bien.
Asentí.
—Bien, nos vamos. Confío en que usted hará lo posible por ayudarnos. No nos oculte información.
—No, no lo haré.
Nos despedimos, Nicholas fue a dejar a ambas mujeres a la puerta y regresó hacia el lugar donde me había quedado sentada pensando.
Renato no demoró en aparecer vestido con una ramera de Nicholas para preguntar qué era lo que estaba pasando.
Mi esposo lo primero que hizo fue hacerle el gesto de intercambio de camisetas y sacarse la que llevaba puesta.
Nuevamente mi estómago estaba por hacer de las suyas y sin alcanzar a levantarme, devolví más de lo que había comido. Por suerte en esa ocasión, mi rubio alcanzó a poner el jarrón de decoración delante mío.
