Capítulo V
Mientras esperaba en la biblioteca para hablar con su prima, se sirvió un trago de coñac, recordó la última vez que vio a su padre unas horas antes que él muriera, dejándole un gran vacío.
Había regresado de una competición en la que obtuvo el primer lugar, su padre no había podido acompañarla por encontrarse un poco enfermo, así se lo dijo cuando hablaron por teléfono y aunque ella le ofreció estar a su lado para cuidarlo, él la convenció de ir a competir, asegurándole que no era nada grave.
A su regreso al país, mientras esperaba su equipaje en el aeropuerto, recibió una llamada del médico que atendía a su padre, avisándole que el señor Vértiz, estaba muy grave y que pedía hablar con ella.
Amanda no lo dudó un solo instante, dejó todo en manos de sus ayudantes y alquiló un carro en el que de inmediato corrió al lado de su padre.
Durante toda la hora que estuvo conduciendo por las congestionadas calles, le sirvieron para llorar el dolor que sentía al saber que su padre podía morir en cualquier momento, comprendía que ya era un hombre grande y que se encontraba enfermo, aun así, no dejaba de dolerle la posible pérdida.
Recordó todos los hermosos momentos que vivió a su lado, sus consejos, su apoyo, su cariño para enseñarle y ese gran amor que siempre le manifestó y le demostró y rezó para que se recuperara y siguiera a su lado como siempre lo había estado, apoyándola en sus sueños y en sus proyectos.
Aunque pedía en sus oraciones que si se aliviaba fuera para seguir siendo el hombre fuerte que siempre había sido, no quería verlo postrado en una larga agonía de dolor y sufrimiento, en ese caso era mejor que muriera y descansara.
Cuando por fin llegó al cuarto del hospital en el que lo habían internado, lo vio más envejecido, pálido y muy cansado, aquello le estrujó el corazón, no obstante, se sobrepuso y se acercó a él sonriendo:
—¡Hola, papá…! Supe que querías hablar conmigo y aquí me tienes, ganadora como siempre y lista para irnos a festejar.
—Ya me enteré por el doctor, te felicito y lamento no haber estado a tu lado para levantarte en hombros, como cuando empezabas —respondió Ernesto con voz cansada y respirando con cierta dificultad.
—No te preocupes, ya vendrán otros torneos y juntos levantaremos las manos y los trofeos triunfantes.
—N-no… no lo creo… para mí ya no habrá más torneos… por eso es que he querido hablar contigo… ya no salgo de esta…
—Vamos, tú siempre has sido fuerte y determinado, así que ahora no te me vas a vencer… lucha por sobreponerte y alíviate pronto.
—Necesito que me escuches con atención… —dijo Ernesto, como si no hubiera oído las últimas palaras de su hija— tú mejor que nadie sabes que he querido y cuidado a Elena como si fuera mi hija, por eso mismo le he dado el mismo trato que a ti —decía su padre con la voz fatigada por la enfermedad— desde que quedo huérfana ha vivido con nosotros y siempre quise que ustedes se vieran como hermanas, brindándoles mi cariño y mi apoyo por igual.
—Todo eso lo sé, papá, ya no te esfuerces, te hace mal, el médico te dijo que no tuvieras emociones fuertes, hablar de Elena te irrita mucho y no es bueno para tu salud y menos en tu estado —intentó detenerlo con cariño.
—Sé que comprenderás por qué en mi testamento le deje una buena pensión, aunque no es una gran cantidad, es razonable —siguió hablando Ernesto sin prestar atención a lo que Amanda le decía— quiero que Elena siga en la casa o en la hacienda hasta que ella así lo quiera o hasta que se case, tú serás su albacea y la responsable de ella.
Quiérela, cuídala, eres muy juiciosa y madura, tú puedes hacer que ella se corrija. Elena es una buena muchacha, está un poco desorientada y es rebelde, pero al fin y al cabo es de nuestra familia y merece todas las oportunidades que se le puedan brindar para que se supere y alcance la felicidad.
Tal vez es mucho lo que te pido y no mereces que te cargue con tal responsabilidad, más no hay nadie más cercano a ella que pueda ayudarla, así que perdóname y sé que cumplirás con lo que te digo.
En ese tiempo, Amanda ya había oído toda una serie de rumores sobre la conducta libertina de su prima; de sus frecuentes y descaradas aventuras amorosas con solteros, casados, jóvenes, maduros, incluso se había comentado que hasta con mujeres tenía relaciones.
Se decía de su prima que no tenía prejuicios para aceptar a cualquiera en la intimidad, lo malo de todo era que todos ellos hablaban horrores de ella después y hasta se la recomendaban a otros para que la abordaran haciéndoles saber lo fácil que era llevarla a la cama
En general, Elena era el tema principal de cualquier lugar, se hablaba de las amistades poco recomendables con las que se relacionaba, de su afán de despilfarrar el dinero irresponsablemente para quedar bien con todos, buscando notoriedad.
Aunque en un principio, Amanda, dudó mucho de aquellos rumores ya que por experiencia propia sabía que por despecho o por ardor, difamaban a las mujeres con el fin de humillarlas, no obstante, hubo dos o tres de los amantes de Elena que le tomaron vídeo al momento de tener sexo y los hicieron circular.
La amazona pudo ver los vídeos y entonces ya no le quedo la menor duda de que la mayoría de lo que se decía de su prima era cierto, sin embargo, decidió no comentar nada, al fin y al cabo, era su vida y ella podía vivirla como mejor le pareciera, mientras no la dañara a ella directamente.
Amanda, hubiera querido contarle la verdad sobre Elena, a su padre en ese momento, mostrarle con pruebas sobre las cosas de valor que su prima había robado de la casa para mal venderlas, cuando se le acababa la mesada y quería seguir gastando dinero a manos llenas.
Sobre todo, la forma en la que había falsificado la firma de él, Ernesto Vértiz, en un cheque que también le robara, en fin, desenmascarar la hipocresía con que su prima se comportaba delante de aquel buen hombre al que Amanda, amaba y respetaba más que a nadie en el mundo y que ahora, en su lecho de muerte se preocupaba por la suerte de Elena.
Y no era que le tuviera celos a su prima, porque su padre la amara y la cuidara con tanto esmero, no, por el contrario, le satisfacía verlo dichoso, lo que no podía aceptar, era que Elena se burlara de aquel cariño y los cuidados que el buen hombre le brindaba.
No obstante, haciendo acopio de fuerzas, se contuvo, Ernesto estaba tan angustiado, tan preocupado por el futuro de su sobrina, que considero que no tenía ningún derecho de amargarle los últimos minutos de la existencia, sobre todo a su padre que la había amado y apoyado en todo.
Sí, porque desde que su madre muriera por el cáncer de ovarios que la postró en cama por varios meses, cuando ella contaba con apenas diez años, Amanda recibió de él, todas las atenciones y el cariño que pudiera brindarle; incluso llego a apartarse un poco de los negocios para dedicarse enteramente a ella, tratando de hacerla feliz en todo.
No por ello dejó de ser enérgico en su educación, de tal forma que, tuvo todo lo que deseo, además del reconocimiento a sus esfuerzos, que con frecuencia eran premiados y festejados por Ernesto.
También tuvo regaños y castigos severos los cuales agradeció al comenzar a madurar, ya que eso le había servido para no derrotarse tan fácilmente en las dificultades, luchando con determinación en las adversidades.
Ernesto fue quien la enseño a montar en la hacienda que tenían y al ver que a ella le gustaban los caballos, por ella formo su propia cuadra de caballos de competencia, instruyéndola no sólo a seleccionarlos, sino a domarlos, montarlos y educarlos, pero sobre todo a comprenderlos y a amarlos.
Recordaba con claridad la primera vez que participara en un evento hípico, montando un corcel que ella misma criara y entrenara con todas sus ilusiones y sueños. Su padre estuvo a su lado en todo momento, con su sonrisa tierna y comprensiva.
Alentándola con amor y firmeza, haciendo que ella sintiera la confianza y seguridad de salir avante. Y aunque en aquel torneo no resultó vencedora. Obtuvo un honroso cuarto lugar que lleno de orgullo y satisfacción a su padre, provocándole lágrimas de emoción, de tal manera que el progenitor la cargo en hombros.
Fueron todos aquellos recuerdos tiernos y bellos de su infancia y posteriormente de su adolescencia, los que le impidieron causarle disgusto y decepción en aquel momento de agonía.
No podía lastimarlo con quejas y reportes sobre la rebelde sobrina a la que él en su lecho de muerte, seguía pensando en proteger y no dejar desamparada. Sin duda alguna algo muy grande y profundo lo motivaban a actuar de aquella manera y ella no era quién para juzgarlo.
Con docilidad y cariño, tomó la mano de su padre y le prometió respetar su postrer deseo acatando todo lo que él deseaba, le juró en su lecho de muerte que velaría por su prima.
Verdaderamente emocionado, Ernesto agradeció a su hija por ser tan buena y comprensiva, ella contuvo las lágrimas que amenazaban brotar en ese momento, y haciendo un esfuerzo sobrehumano antepuso su dolor para sonreírle con ternura.
Se dieron un tierno beso de amor filial, el hombre se quedó profundamente dormido y Amanda permaneció a su lado cuidándolo con todo el cariño que sentía por él.
Tres días después de aquella platica íntima, Ernesto moría mientras dormía en su lecho, con una sonrisa de tranquilidad y paz absoluta. Parecía estar simplemente dormido como si reposara después de una larga jornada.
Fue la enfermera que lo cuidaba la que le informó a Amanda justo en la madrugada y ella, con una calma que a todos sorprendió, fue hasta su recámara para besarlo.
Al verlo así, inerte en su lecho de muerte, lo abrazó y lo besó al tiempo que le susurraba cuanto lo amaba y que esperaba que hubiera encontrado la paz eterna.
Amanda se sentía reconfortada al ver el semblante tranquilo y sereno del cadáver de su padre.
En medio de su dolor supo que Ernesto no había sufrido y que confiando en ella termino la prolongada agonía en que se había debatido las últimas semanas, sin que nada pudiera aliviarlo.
Lo que nunca imaginó fue que los problemas apenas comenzaban y que lejos de mejorar o solucionarse, aumentarían y se complicarían con el pasar del tiempo, las primas eran dos polos opuestos a punto de chocar y hacer explosión.
Ahora que ya no estaba su padre para aconsejarla, ella tenía que decidir en todo.
Contaba con un excelente grupo de asesores para manejar todos los negocios, pero sabía que algunos de ellos aprovecharían el más mínimo error para sacar provecho de la situación.
Algunos no dudarían en aprovechar cualquier debilidad de ella para su propio beneficio, así se lo había dicho su padre varias veces y ella no dudaba de que así sería sin flaqueaba.
Por eso mismo, tenía que ser hábil y firme en lo que decidiera, debía actuar con la cabeza y no con el corazón, no se permitiría fallas que pudieran arruinarla.
En cuanto a la hacienda y a la cuadra de caballos, no había ningún problema, ya que en ese aspecto su experiencia era mayor y estaba rodeada de gente en la que confiaba y conocía, por lo que todo se realizaría de manera perfecta, aunque ella no estuviera presente para supervisarlo.
Por otro lado, estaba su prima y la promesa que le hiciera a su padre, esa era la parte más difícil que tenía que enfrentar, aunque no tenía la menor idea de cómo lo haría.
