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Capítulo IV

Fue entonces cuando recibió una llamada de Olga, una excompañera de la Universidad con la que había hecho muy buena amistad y aunque tenían amigos en el mismo círculo social, no era muy dada para andar con chismes.

Olga siempre había rechazado aquellas intrigas y aunque tenía muchos amigos y conocidos en el círculo social que ambas frecuentaban, ella procuraba mantenerse al margen, convivía si era necesario, más no lo hacía de manera habitual como la mayoría de todas aquellas sanguijuelas.

A ella si le contestó el teléfono ya que podía tratarse de algún asunto urgente, cuando Olga le contó el motivo de la llamada, Amanda, casi enloquece del coraje.

Su excompañera le había dicho que estaba circulando el fuerte rumor de que la heredera del señor Vértiz vivía en secreto una relación lésbica con una extranjera y que por eso no se interesaba en los hombres.

Que Jorge del Real se había enterado y conocido aquella relación, y como era su amiga, para ayudarla había inventado que ellos tenían relaciones, aunque él, ni loco podría tener algo que ver con ella en serio.

No la soportaba ya que era más masculina que él y siempre quería estar dando ordenes como si fuera lo más grande que existiera.

Amanda, estaba tan enojada con aquello que por un momento tuvo el impulso de ir a buscar a ese infeliz de Jorge y hacerlo pagar por sus chismes, ya que, aunque Olga le había dicho que nadie sabía quién había comenzado el rumor de que era lesbiana, Amanda, estaba segura que había sido el mismo cobarde de del Real para desquitarse de todo lo que le había hecho.

—Ese desgraciado infeliz, pero te juro que… —musitó con rabia

—No hagas corajes, no vale la pena, la gente siempre habla, con razón o sin ella, el chisme es lo que los alimenta y los hace ser como son —la interrumpió Olga con su voz tranquila y amistosa.

—Tienes razón, aunque no deja de darme coraje que sean así…

—Tranquila, yo sólo te llamé para que estés enterada de lo que se comenta a tus espaldas… también para que valores a tus amistades… cuídate y suerte, recuerda que estas rodeada de víboras —le había dicho Olga al despedirse con su tono amistoso y cordial.

—Gracias… eres una amiga como no hay otra… tú también cuídate, vivimos en un mundo que no perdona a nadie.

—Eso es cierto… les des motivo o no, siempre encuentran algo con qué amargarte la vida, en fin… nos estamos viendo.

Supo contener el coraje y la frustración que sentía por no ser capaz de detener esos chismes que tanto daño le causaban. Sobre todo, sabía que Olga tenía razón, hiciera lo que hiciera siempre habría alguien que hablaría de ella a sus espaldas, sin importarle herirla o lastimarla con sus palabras.

Así que ese mismo día habló sinceramente con su padre en la sala de la casa después de haber cenado juntos:

—Ya no quiero estar en la ciudad… —le dijo con tranquilidad— voy a regresar al rancho para dedicarme de lleno a mis caballos… los tengo muy abandonados y… aprovechar el tiempo que tengo para prepararme para la próxima competencia a la que me invitaron y…

—No tienes que darme explicaciones, siempre has tenido mi bendición para hacer lo que quieras ya sabes que confió en tu buen juicio —le respondió don Ernesto Vértiz con su voz profunda y calmada viéndola fijamente a los ojos con una profunda ternura— sólo espero que te vayas porque así lo deseas y no para huir y esconderte de chismes y habladurías.

—¿Lo sabes? —preguntó ella con cierto temor

—¿Qué clase de padre sería si no supiera lo que sucede en torno a mi hija…? Además, me habías dicho que en esta ocasión no competirías, que querías tomarte un descanso…

—Sí, lo sé… pero entiéndeme, papá… tengo que hacerlo así o de otra manera me voy a volver loca… o tú dime qué debo hacer.

—Lo que te nazca del corazón, lo que haga que te sientas feliz, yo, como todo padre quiero verte feliz, estés donde estés y con quien estés, no importa nada si así estas tranquila y te sientes dichosa, puedes escapar de todos, pero nunca podrás escapar de ti misma.

—Es que los chismes y los rumores sobre mí son insoportables, no quiero ni pensar lo que voy a ver en los ojos de las personas que me conocen cuando vuelva a frecuentarlas, seguramente en algunas miradas habrá lástima, otras me verán con compasión y no faltaran las de burla y satisfacción, no me creo capaz de convivir con esas miradas sobre mí.

—Mi amor, no tienes que darle explicaciones a nadie, tus verdaderos amigos, no las necesitan, tus enemigos no las van a creer y los estúpidos ni siquiera las van a entender… sólo tienes que estar bien contigo misma y eso es suficiente.

—Pues sí, pero vivimos en una sociedad que…

—Una sociedad que juzga y condena de manera inmisericorde, que daña más con su absurda moral de lo que podría ayudar si no fuera tan hipócrita… recuerda que nunca se les da gusto a todos, nunca…

Si eres rico, seguramente haces tranzas o estás en negocios ilícitos.

Si eres pobre, eres un infeliz fracasado que no has luchado lo suficiente para salir adelante, no conoces las ambiciones.

Si eres bonita y con buen cuerpo, seguramente estas operada y eres una pedante que crees que te lo mereces todo.

Si no eres bonita para el gusto de los demás, deberías irte a una isla desierta para que no espantes a nadie.

Si comes bien, eres un muerto de hambre, si no comes, estás enfermo…

Y así, a todo le encuentran fallas y defectos sin verse a sí mismos.

Con todo mi cariño te invito a que reflexiones sobre las palabras de Jalil Gibran Jalil sobre las lágrimas y las sonrisas:

«En ningún caso cambiaría las risas de mi corazón por las riquezas de las multitudes; ni me contentaría con convertir en quietud a las lágrimas de mi agonía interior.

» Es mi ferviente deseo que toda mi vida en esta tierra sea por siempre de lágrimas y sonrisas.

» Las lágrimas que purifican mi corazón y me revelan el secreto de la vida y sus misterios,

» La risa que me acerca a mis prójimos;

» Las lágrimas que me unen a los desdichados,

» La risa que simboliza la dicha de mi propio ser.

» Prefiero mil veces la muerte feliz antes que una vida vana e inútil.

» Un ansia eterna de amor y belleza es mi deseo; ahora sé que los favorecidos no son sino desdichados, pero para mi espíritu los suspiros de los amantes son más reconfortantes que la melodía de una lira.

» La flor envuelve sus pétalos al oscurecer y el Amor la arrulla, y al amanecer abre los labios para recibir los besos del Sol anunciados por fugaces cúmulos de nubes que llegan y se van.

» La vida de las flores es esperanza y logros y paz; es de lágrimas y risas.

» Se evaporan las aguas y ascienden hasta convertirse en nubes que se arraciman en los picos y los valles; y al enfrentar la brisa, cae sobre los campos y se confunde con los arroyos que corren dichosos hacia el mar.

» La vida de las nubes es una vida de reuniones y despedidas; de lágrimas y sonrisas.

» Así el alma se separa del cuerpo y se dirige hacia el mundo material, transitando como una nube por los valles de tristeza y las montañas de felicidad, hasta que enfrenta a la brisa de la muerte y retorna a su lugar de origen, ese océano infinito de amor y belleza que es Dios.

—Muy hermosas palabras y muy sabias, papá, pero somos seres humanos con fallas que no aceptamos tan fácilmente la filosofía que nos haría pensar y vivir de otra manera.

—Lo sé y estoy consciente de ello, no obstante, no te ofende quien quiere, sino quien puede y sólo tú puedes darles ese poder a tus enemigos… así que, si deseas alejarte de todo esto y buscar consuelo en tus caballos, sabes que eres libre de hacerlo, no te preocupes por nada ni por nadie, ve y busca la paz interior que necesitas y cuando ya estés lista me lo haces saber.

Amanda se acercó a su padre y lo abrazó con todo el amor que sentía por él, y le dio un beso en la mejilla con lágrimas en los ojos:

—Gracias, papá… nadie me comprende mejor que tú y no sabes cuanto te quiero, ¿por qué no habrá más hombres como tú? —le dijo al oído.

—Los hay, y estoy seguro que vas a encontrar al hombre que te haga feliz… así que no te preocupes por nada y te aseguro que mi amor siempre estará contigo, princesa, eres la luz de mis ojos, la fuerza de mi corazón y no hay nada que me lastime más que verte sufrir, así que haz lo que tengas que hacer y busca tu felicidad, donde quiera que se encuentre.

—Lo haré, papá… aunque por ahora, mi felicidad son mis caballos, ellos sí son nobles y me comprenden, no tanto como tú, pero en ellos encuentro consuelo.

Al día siguiente, sin despedirse de nadie, colocó sus maletas en su carro y emprendió el viaje hacia la hacienda que tenían en un estado de la república muy distante de la ciudad.

Y lo que iba a ser una ausencia de unos meses, se convirtió en un retiro de meses y luego años, sí, ya habían pasado dos años y desde el día que dejó la casa de la ciudad, una serie de sucesos la envolvió haciendo que madurara más rápido y provocándole mucho dolor.

Capítulo V

Montada sobre su caballo, Amanda Vértiz corría por el verde y hermoso campo a todo lo que el noble bruto podía, con gran experiencia y habilidad, la bella amazona guiaba las riendas controlando apenas, el coraje que la embargaba y la hacía contraer las mandíbulas.

No había obstáculo en el camino que el caballo no eludiera o brincara, con destreza y experiencia, manejaba las riendas del hermoso animal, mostrando sus dotes naturales de amazona consumada, de esa manera cruzaba, sin detenerse, aquellos campos que lucían la dedicación y el cuidado a que eran sometidos por los jardineros.

No tardó mucho en llegar hasta las puertas de la casa principal, y rayando el brioso corcel, desmontó con un ágil brinco, justo en el momento en que uno de los mozos de la cuadra se acercaba a ella para hacerse cargo del caballo, el empleado sabía que había que ponerle una manta para el sudor.

El caballerango sabía que debía llevar al potro a las caballerizas para atenderlo debidamente y dejarlo descansar a su ritmo.

Con pasos grandes y presurosos, Amanda, penetró en la lujosa mansión campirana, cruzó la sala sin detenerse. Subió los escalones de dos en dos rumbo a las habitaciones, y después, cruzando un alfombrado pasillo que amortiguaban sus pasos, se detuvo ante una puerta de caoba, respiró profundamente antes de hacer el siguiente movimiento.

Por unos momentos titubeo, no sabía si llamar o entrar directa-mente, estaba tan enojada que se decidió por lo segundo.

Con firmeza y resolución, abrió, la puerta, la cual no tenía puesto el seguro como lo había imaginado.

La recámara se encontraba sumida en semi penumbras, así que tardó un poco en adaptarse al entorno hasta que pudo ver con claridad.

Sus grandes y hermosos ojos descubrieron los dos cuerpos desnudos y entrelazados que yacían sobre la cama, acariciándose y besándose con pasión desbordada sin que nada los perturbara.

Ninguno de los dos amantes, se percataron de la presencia de la hermosa amazona, que apretó los puños con sincera indignación al contemplar aquella escena lujuriosa que la molestaba.

—¿Qué demonios significa esto, Elena? —gritó liberando su tensión y avanzando hacia la cama con resolución sin poder contener el coraje que la invadía.

La pareja se separó bruscamente suspendiendo su coloquio amoroso para voltear a verla con genuina sorpresa, Elena, barrió con una mirada cínica y furiosa a la intrusa que se atrevía a irrumpir en su intimidad de aquella manera.

Mientras, a su lado, el joven amante, trataba de cubrir su desnudes, con la sábana de la cama, aparentando un pudor que estaba lejos de sentir.

Lo que experimentaba era temor, conocía el fuerte carácter de Amanda y sabía de los extremos a los que podía llegar cuando estaba furiosa con algo.

Amanda, ni siquiera lo veía, ya que sus ojos, con una mirada glacial y llena de reproches, estaban clavados en el desdeñoso rostro de Elena Contreras, quién altiva le sostenía la mirada, incluso tenía una sonrisa burlona y retadora que pretendían infundir temor en su prima.

—¿No te han enseñado que se debe de llamar a la puerta antes de entrar a una recámara? —musito con ironía y coraje, Elena, sin dejar de verla, mostrando con total descaro sus hermosas formas desnudas al sentarse en el lecho— ¿Qué quieres aquí...? ¡Lárgate...! Estas en mi recámara y nadie te invito a pasar.

—Sí, es tu recámara, pero estas en mi casa y aquí no es hotel para que traigas a tus... "amiguitos". Así que vístete y despídelo ya, quiero hablar contigo ahora mismo —replico Amanda, con firme resolución

—No, no es mi "amiguito" como tú lo llamas, ¡Es mi amante! Y se irá hasta que yo quiera. Tú no eres nadie para darme órdenes.

La voz de Elena, era agria y cargada de burlona ironía, lo que molestó más a la amazona, que sentía que la barbilla le temblaba de la ira que invadía todo su cuerpo, incluso estuvo a punto de cruzarle el rostro con la fusta que llevaba en la diestra y con la que entrenaba a sus caballos.

—Pues fíjate que si es una orden y vas a obedecerla. Te espero en cinco minutos en la biblioteca si no vienes en ese tiempo, regresaré por ti y te juro que no tendré tanta paciencia como la estoy teniendo ahorita —dijo sin titubear, y sin esperar respuesta dio media vuelta para salir de la habitación dando un fuerte portazo con todo el coraje contenido.

Caminó hasta su recámara temblando de furia. Estaba segura que su prima no acudiría a la cita en el plazo que le diera, por lo que esperarla sería perder el tiempo, así que mientras tanto haría algunas cosas.

Una vez que entró en su alcoba, se quitó la ropa casi con violencia. Se sentía asqueada por lo que había presenciado minutos antes.

Estaba sudorosa, ya que estuvo entrenando sobre su caballo por más de dos horas, más no era el sudor lo que le causaba esa sensación de incomodidad que experimentaba, esa suciedad que sentía en su piel.

Era la descarada y vulgar actitud de Elena, su prima hermana. Encontrarla en su habitación de aquella impúdica manera resulto degradante para ambas. No podía concebir que una mujer que se respetara a sí misma, pudiera comportarse en forma tan descarada y obscena.

Era inaudito que a su edad y con su educación, Elena pudiera hacer ese tipo de cosas, y sobre todo ¡En su propia casa! Definitivamente ya no respetaba nada.

Sabía que, hasta las golfas profesionales, se esconden y cubren su oficio con un nombre falso, tienen vergüenza y pudor de que se descubra lo que hacen.

Su prima, no ocultaba su liberal forma de ser, era peor.

Terminó de desnudarse y se acercó al espejo que tenía en una de las paredes, podía observarse por todos los ángulos, ya que la luna tenía dos hojas que se abrían a los lados, rodeándola y permitiéndole ver detalladamente su anatomía.

Nunca había dudado ni por un minuto de su atractivo físico y viéndose ahora, lo comprobaba una vez más, lucía sensualmente hermosa

A sus veinticinco años, se veía plena y natural, bella de los pies a la cabeza y llena de una inocente sensualidad natural.

Sus senos, firmes, redondos, rotundos. Su cintura estrecha y bien delineada, resaltaba sus caderas anchas, firmes, carnosas. Sus piernas rayaban en la perfección, torneadas y esbeltas. Todo su cuerpo en conjunto, daba claras muestras del constante ejercicio a que se sometía con esmero y disciplina.

Sus facciones eran bellas y delicadas. Y no obstante que sus rasgos eran tiernos y dulces, no podían ocultar la firmeza de su carácter fuerte y determinado.

Tenía los ojos eran grandes y de color miel, ellos delataban sus emociones con claridad. Su boca, pequeña de labios carnosos y bien dibujados, constituían una clara provocación al beso pasional.

Toda esa belleza resaltaba aún más, bajo el adecuado marco que su leonada cabellera de cabellos castaños y ondulados, le proporcionaba. En conjunto, resultaba divinamente hermosa.

No obstante, aún no había conocido el amor romántico, ese del que hablaban las novelas. tenía mucho miedo de sufrir una decepción más que la dañara y lastimara sus sentimientos más profundos. Pensaba que era cierto aquello que se decía sobre ese sentimiento: “el amor, es dolor”.

Sobre todo, desconfiaba de todos los que se le acercaban, pensando que, no era a la mujer a la que pretendían conquistar, sino, a la inmensa fortuna que heredara de sus padres, aunada a la fama que tenía en diversos círculos.

Fueron muchos los que habían tratado de seducirla en los últimos años. Algunos varoniles, guapos y distinguidos. Otros menos atractivos. No faltaron los que contaban con su propia fortuna personal, y por supuesto, los que a base de engaños y mentiras trataban de aparentar una opulencia económica que ya no tenían y no aceptaban el desprestigio social.

Más ninguno había tenido éxito en sus pretensiones, aunque la colmaron de regalos y atenciones. En todos, siempre vio el interés que tenían, más por lo que representaba que por ella misma.

Nunca supo si alguno de ellos llegó a amarla como mujer, o a sentir cariño por su persona, ni le interesaba saberlo, lo que había visto y vivido la tenían asustada.

Ni uno solo de ellos logró inquietarla como mujer, ni uno solo logró comprenderla en su sentir. En su mente fría y calculadora, analizaba que, si alguno la hubiera amado realmente, no habría desmayado hasta conseguirla.

Tal vez esa falta de experiencia en el amor y sobre todo en las aventuras ocasionales, motivadas por la pasión, eran lo que no le permitía comprender, la actitud descarada y vulgar de su prima, la cual, siempre andaba persiguiendo a los hombres, ofreciéndoseles o coqueteándoles descaradamente, sin importarles si eran libres o casados, simplemente obtenía lo que quería y ya.

Por eso se indignaba, enfureciéndose por lo que consideraba humillante para una mujer, ya que no concebía que una mujer que se respetara pudiera llegar a tales extremos, por mucho que se amara a un hombre, siempre había que saber mantener el pudor y el recato.

Y Elena, a pesar de su edad no tenía ni uno, ni lo otro, mucho menos la madurez mental para ser discreta con sus aventuras. Bien podía vivir las aventuras sexuales que quisiera si lo hacía con discreción, evitando dar paso a las murmuraciones, pero no, tal parecía que a su prima le gustaba que todo el mundo supiera con quién estaba viviendo una aventura.

Dejó de cavilar sobre el tema y decidida se encamino al cuarto de baño. Con exactitud fue templando el vital líquido. La tibieza que recorrió toda su piel la fue relajando.

De un rápido movimiento, cerró el grifo del agua caliente, soportando el helado fluido sobre su ser por unos segundos, sin moverse, cimbrándose, despejándose.

Volvió a templarla y después cerró la llave del agua fría, el líquido se fue calentando tanto, que su piel se enrojeció notablemente, volvió a templarla, a enfriarla, templarla, calentarla.

Repitió la operación hasta que se sintió completamente repuesta, aquella forma de bañarse, yendo de un extremo al otro con el agua, era una costumbre que había adquirido, para prepararse antes de la presentación de alguna competencia hípica o para asistir a alguna junta de negocios.

Con el cuerpo chorreante de agua, salió de la regadera y con una nívea y afelpada toalla, se secó, tallando y masajeando su piel con esmero y fuerza.

Se sentó frente al tocador de su recámara y comenzó a aplicarse crema hidratante en toda la piel, con esmero y cuidado, tal y como lo hacía siempre, sin prisa alguna.

Unos minutos después, se contempló en el espejo por última vez, ya había terminado de arreglarse y ahora ya se encontraba lista para la confrontación con su prima.

De antemano sabía que no sería nada fácil, por el contrario, lo más seguro era que terminarían discutiendo como de costumbre, pero ahora si estaba decidida a ser contundente.

Debía ser inflexible y determinante, tal y como acostumbraba a serlo en los negocios, tal como lo había sido siempre, sin importarle otra cosa que dejar en claro la situación para el bien de todos.

Sí, ahora no podía dar un paso atrás, tenía que presionar a su prima de tal manera que a Elena no le quedará otro remedio que aceptar sus condiciones o marcharse de aquella casa que hasta el momento le había servido como hogar, ese hogar que el destino le arrebatará.

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