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2. La mirada

—Oye, ¿y tú quién eres? —preguntó Jack, con cierto desdén en su voz mientras miraba al chico que estaba junto a Mochi.

—¿Eh? —Christian, el chico de cabello dorado que parecía haber estado en su propio mundo, se giró y levantó la vista, sorprendido, para encontrarse con los ojos de Jack. La relajada expresión del joven, desapareció, reemplazada por una mueca de disgusto y confusión. En comparación a la abertura inconsciente de los labios de Jack al ver aquella cara angelical del peli crema.

El intruso del lugar frunció los labios y evitó el contacto visual, como si aquella pregunta lo hubiera puesto en una posición comprometida. No estaba seguro de cómo responderle a aquel extraño. Sin saber qué hacer, bajó la mirada y comenzó a juguetear nerviosamente con sus dedos, sumiendo a ambos en un silencio incómodo.

A pesar de ser extrovertido y comunicativo en su día a día, Christian se encontraba en un estado que le resultaba completamente ajeno. ¿Por qué le costaba tanto reaccionar? ¿Era por el escrutinio del pelirrojo? “Lo mismo trabaja aquí”, pensó para sí, intentando buscar una lógica que justificara la actitud tan inquisitiva del otro.

Jack, al notar el comportamiento retraído de Christian, dejó escapar un leve suspiro y giró su atención hacia Mochi. Su mejor amigo, el elefante, seguía en el mismo sitio, oliendo el cabello del “chico bocata” con lo que parecía ser una curiosidad inesperada. En los ojos negros como el carbón del elefante, Jack detectó algo que hacía días no veía: un leve brillo de vida. Aunque intentara ocultarlo, se sintió aliviado. Ese pequeño destello de vida en los ojos de Mochi parecía ofrecerle algo de esperanza.

—¿No vas a contestar? —Jack se movió unos pasos hacia Christian, posicionándose a su lado, mirándolo de reojo. El chico apenas le llegaba al hombro, algo que le pareció extrañamente tierno. Extendió su brazo para acariciar la trompa de Mochi mientras esperaba una respuesta. Pero, al ver que el rubio seguía en silencio, decidió romper el hielo.

—¿Sabes? Lo que has hecho de darle comida a...

No pudo terminar la frase. En un movimiento inesperado, Christian agarró la manga de la camiseta de Jack, bajando la cabeza con un gesto de disculpa. Su reacción fue tan repentina que incluso él mismo quedó desconcertado. Su corazón se aceleraba, y ni siquiera sabía si tenía razón para sentirse tan nervioso. Pensó que lo iban a regañar, que quizá lo reportarían a las autoridades por haber hecho algo ilegal. Después de todo, sabía perfectamente que estaba prohibido dar de comer a los animales del zoológico.

—L-lo siento. ¡No lo volveré a hacer! —dijo entre jadeos. Sus palabras salieron apresuradas, y la respiración entrecortada comenzaba a delatar lo alterado que estaba—. Se veía tan indefenso... Pensé que tendría hambre. Se acercó y... yo simplemente no pude evitarlo. —Las palabras se mezclaban con pequeños sollozos que apenas podía controlar.

Christian siempre había creído en la bondad como una fuerza que podía transformar vidas. Para él, el amor era el núcleo de la felicidad, el pilar sobre el cual se sostenía todo. Desde pequeño, se había prometido que haría todo lo posible por transmitir alegría a los demás, incluso cuando él no estuviera en su mejor momento. A los ocho años, había decidido que nunca permitiría que el dolor o la tristeza de los demás quedaran ignorados, aunque eso significara reprimir sus propios sentimientos.

Jack, al observar la reacción de Christian, se sintió consternado. No se imaginó que el joven pudiera tener tal reacción. Nunca había visto algo así. El chico tenía un aire peculiar, una mezcla de vulnerabilidad y calidez que resonaba profundamente en él. Sentía algo extraño en su pecho, una sensación que hacía años no experimentaba; como si Christian lograra traspasar las barreras que había construido alrededor de su corazón desde pequeño. Desde que conoció a Mochi, había dejado de sentir felicidad y amor por otras cosas... pero ahora, algo parecía despertarse.

—Sólo quería agradecerte por alimentarlo —dijo Jack finalmente. Aunque no podía negar que había sentido celos al principio, también reconocía que Christian había logrado lo que él no pudo en días: hacer que Mochi comiera.

Christian levantó la mirada, todavía confundido. ¿Era legal alimentar a los animales del zoológico? Parecía un gesto de contradicción.

—¿Entonces... no me vas a reportar? ¿No es ilegal darles de comer a los animales? —preguntó, con una voz apenas audible.

Jack dejó escapar una pequeña risa, negando con la cabeza.

—Técnicamente, sí, no se les debería dar comida. Pero Mochi llevaba una semana sin probar ni un solo cacahuete. No sé qué le está pasando, y ver que comió gracias a ti... bueno, era lo que necesitaba ver.

Jack agachó la mirada, y la sonrisa que se dibujó en su cara anteriormente, se desvaneció.

El rubio asintió lentamente, procesando las palabras del mayor. Volvió a mirar al elefante, quien ahora movía la trompa con más energía, como si hubiera recuperado algo del espíritu que lo caracterizaba. Sin embargo, mientras observaba más de cerca, Christian notó algo en los ojos de Mochi que lo perturbó: un rastro de miedo. Era sutil, apenas perceptible, pero estaba allí, escondido detrás del brillo que Jack mencionaba.

—Yo también creo que le pasa algo —murmuró. Sus palabras eran apenas un susurro, pero el peso de lo que había dicho caló en Jack.

Christian apretó la manga de la camiseta del mayor. La idea de que Mochi pudiera sentir miedo lo perturbaba. Para él, el miedo era el enemigo del amor, una fuerza que paralizaba y bloqueaba cualquier posibilidad de alegría.

El pelirrojo, al escuchar las palabras del rubio, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Miró a Christian con atención, y por primera vez notó los pequeños temblores en sus labios y la forma en que apretaba la manga de su camiseta. Había algo profundamente atrayente en él, algo que lo hacía... hermoso. Jack recorrió la mirada desde la cara del chico hacia su brazo, donde el menor seguía aferrado, y de nuevo, hacia su rostro. Las lágrimas que recorrían las mejillas del chico, brillaban bajo la luz del Sol.

Era hermoso, pensó, sin poder evitar que un pensamiento traicionero cruzara su mente.

“¿Cómo sabrán sus labios…?” La idea lo golpeó con fuerza, y, sintiéndose nervioso y atrapado en sus propios pensamientos, reaccionó de la forma más torpe posible, sorprendiendo a Christian.

—¡No me toques, enano! —Jack retrocedió un paso, soltándose de su agarre, alterado por las emociones que comenzaban a florecer en su interior sin sentido alguno.

Christian parpadeó varias veces, sorprendido por la reacción del mayor. Aquellas palabras lo tomaron desprevenido. ¿Había hecho algo mal? Por otra parte, Jack parecía incómodo, y su rostro lo delataba.

El silencio entre ambos se volvió pesado, y Jack, arrepentido ante el comportamiento que tuvo hacia el rubio, intentó cambiar de tema, ocultando la turbación en su voz:

—No te preocupes, seguro que no le pasa nada grave a Mochi —murmuró, forzando una sonrisa para calmar al menor. Aunque ni él mismo creía sus propias palabras.

—Sí... Espero que no sea nada —respondió Christian, sin poder quitarse de la cabeza lo que había visto en los ojos del elefante: miedo.

El rubio, aún desconcertado, acarició su cámara colgada al cuello y miró al elefante roba comida, alias Mochi. Quizá nunca entendería completamente al pelirrojo ni lo que estaba sucediendo, pero algo en su interior le decía que aquella conexión entre ellos y Mochi, solo acababa de comenzar.

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