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CAPÍTULO 2

—Señor… su esposa en la línea 2… —Zia, la asistente de Enzo, le avisó entrando a la oficina, y dejando su computadora, levantó el auricular para ponerlo en su oreja.

—Gracias, Zia…

Esperó un momento, y luego escuchó la voz de Antonella.

—Cariño…

—¿Cómo vas? —preguntó ella desde el otro lado sonriendo.

—Con mucho trabajo, como siempre… ¿Cómo te fue?

—Peores noticias… —los hombros de Enzo se tensionaron y luego se recostó en su silla.

—¿Qué dijo el especialista?

—Es un tipo de endometriosis complicada… literalmente… mi útero no sirve para engendrar…

—Antonella…

—No, escucha… no estoy devastada, sé que es una noticia que volvería loca a cualquier mujer que quiere forma una familia con su esposo, pero el médico me dio una opción que debes escuchar.

—Claro… —Enzo se entusiasmó—. Hablémoslo en privado…

—De acuerdo…

—Te buscaré… ¿Estás en el trabajo? —preguntó cerrando su computadora, y levantándose tomó su chaqueta.

—Sí… aquí en la empresa… quiero dejar unos asuntos listos… ¿Pasas por mí?

—Si… voy para allá…

—De acuerdo… y ¿Enzo?

—Dime cariño…

—¿Sigues amándome a pesar de todo?

Enzo sonrió un poco. No podía negar que estaba triste por esta situación que se estaba presentando. Su familia de parte de ambos padres era numerosa, y todos eran muy fértiles en su genética.

Por un momento sintió un desánimo bárbaro cuando por primera vez se enteró de una dificultad de parte de Antonella, incluso pensó que esto podía ser un berrinche suyo, pero ahora no podía medir los esfuerzos por apoyarla, porque de seguro, ella estaba sufriendo con este deseo suyo.

Debía sentirse impotente de no hacer mucho, y lo menos que podía hacer, era ceder a sus ideas, para encontrar una forma de calmar su dolor.

¿Qué mujer no se sentiría mal cuando su cuerpo no podía albergar un bebé? Así lo pensaba él, y así era la mayoría del pensamiento de un ciudadano italiano común. Muy apegados a la familia, y, sobre todo, a tener una grande.

Caminó rápido hasta ir a la planta subterránea, y esta vez, condujo su propio auto, para ir en dirección del centro de Roma, donde estaban las tiendas más cotizadas de diseño, y se encontraba la de su mujer.

*

—Por supuesto que te ayudaré… pagaremos esta hipoteca, no podemos permitir que la casa familiar y generacional de tu padre, se la coma un banco… —Antonella firmó un cheque frente a ella Gianna mientras sus ojos se agrandaron.

Se sentía tan avergonzada, que incluso quiso llorar en el momento.

—Señora Antonella… estoy tan agradecida con usted… yo… —Antonella sonrió para ella mientras su mente maquinaba cosas, y luego le pasó el cheque.

—No te preocupes… descontaremos de a poco para que puedas suplir las otras necesidades, y ajustaré un bono especial este mes para ti.

Gianna levantó la cabeza asombrada. Recibía un buen pago, ella estaba pagando la hipoteca, y, aun así, quería darle un bono.

Tenía dos años trabajando con Antonella Bernocchi, había llegado justo cuando salió de la universidad a sus 20 años, y también en el momento en que la señora había contraído matrimonio con el empresario Enzo Cavalli.

Para su suerte, en ese momento Antonella precisaba con urgencia de una asistente para irse de luna de miel, y el trabajo que le realizó por ese tiempo en ausencia, había sido su seguro para permanecer a su lado, como mano derecha.

Admiraba a su jefa, pero no podía tapar el sol con un dedo cuando se trataba de su carácter explosivo, y las formas en como a veces tomaba decisiones. No era muy buena en sus palabras, y que estuviera con una sonrisa para ella, y además diciéndole sí a todo, ahora la preocupaba un poco.

—No es necesario el bono… usted me paga bien…

—De igual forma, lo recibirás… eres mi mano derecha y quiero que todos sepan que no eres igual a mis demás empleados.

Gianna tomó una aspiración cuando recibió el cheque firmado, y luego asintió mirándola fijamente.

Antonella era una mujer fina, con rasgos italianos pronunciados a diferencia de ella, que era un poco más rubia, y cabello claro. La mujer también tenía una estatura prominente, esbelta, y con el cabello castaño oscuro. Por cómo había sido parte de sus cumpleaños, sabía que tenía 28, aunque a veces abusaba un poco de su maquillaje haciéndola parecer mayor.

—Ni siquiera sé cómo pagar todo lo que ha hecho por mí… solo puedo agradecerle y seguir trabajando pulcramente para usted.

—Claro… —respondió la mujer alzando una ceja—. Por cierto… mi esposo viene en un momento, lo dejas pasar, estaremos un rato aquí hablando, y… no me pases llamadas.

—Por supuesto… —Gianna se levantó para retirarse, pero se giró en el momento—. ¿Desea que pida algo para ustedes?

Antonella solo asintió distraída en su computadora, y Gianna tomó esta señal como un sí para elegir algo de su misma apreciación.

Estaba colgando el teléfono pidiendo en la cafetería algo para tomar, cuando sus ojos detallaron al hombre que entraba en la planta.

Gianna dejó el teléfono en su lugar, y trató de colocar una sonrisa para el esposo de Antonella que se acercaba en largos pasos.

Enzo era un hombre alto, fornido, todo un italiano adonis, con la mandíbula cuadrada y una presencia imponente. Tenía el cabello castaño oscuro, y ahora mismo estaba quitándose sus gafas oscuras, para dejar a la vista sus ojos verdes con unos destellos grises.

Y no era porque Gianna lo veía todos los días para describirlo a la perfección, de hecho, el italiano no venía mucho por aquí, solo que a veces miraba las fotos de los estados de su jefa, y el hombre siempre relucía en ellas.

Tomó una aspiración para alzar la cabeza y darle la bienvenida.

—Buenos días, señor Cavalli… —y ¿Por qué tenía que mostrarle esa sonrisa?

—Buenos días, Gianna… ¿Cómo estás? —Ella apretó sus dientes.

Ojalá Italia tuviera millones de Enzos Cavalli.

Entonces sonrió.

—Muy bien, señor, muchas gracias por preguntar… su esposa, lo espera en la oficina.

—De acuerdo… muchas gracias…

El hombre pasó ante su indicación, y ella se giró para negar.

Dios tenía sus favoritos y favoritas.

Ella preparó una bandeja, con lo que había pedido para ambos, y estaba a punto de pedirle a la encargada que los llevara, pero recordó que a Antonella no le gustaba nada que el personal de limpieza, o cualquier otro, entrara en los momentos de su privacidad.

—Ángela… ¿Puedes cubrirme aquí…? —preguntó a su compañera más cercana—. Envié estos bocetos, puede que te llamen en un momento, contesta, y espera a que llegue… necesito hacer esta confirmación… No demoraré nada.

La mujer asintió retirándose de sus quehaceres para tomar el encargo de Gianna.

Y en el momento en que ella dio dos toques suaves en la puerta, escuchó como esa voz gruesa, estaba alterada en ese momento.

—¡¿Acaso te has vuelto loca?! —estaba a punto de devolverse cuando Antonella le ordenó.

—Pasa Gianna… ya entraste… —su voz fue severa, y Gianna pudo entender que estaba en medio de una fuerte discusión. Se podía sentir la tensión, y esto hizo que se colocara muy nerviosa en el instante.

Ella puso la bandeja en la mesa en silencio con intención de retirarse de inmediato, pero su jefa la frenó de nuevo, ordenándole que sirviera las bebidas.

—Claro… —no tuvo problema.

—No es necesario, Antonella, estamos en una discusión importante… yo mismo puedo servir una bebida… —Gianna se quedó en silencio como si esa sugerencia del esposo de su jefa, fuera otra orden.

—Tu jefa soy yo, Gianna… —contraatacó Antonella, como retando a su marido, y ella quiso que la tierra se la tragara en el instante.

Podía notar que Enzo estaba al borde de la ira, entonces se apresuró a servir los cafés y las galletas.

Pero sus manos torpes no estaban acostumbradas a esto. Ella no servía cafés, siempre lo hacía una empleada del piso, estaba acostumbrada a teclear y hacer bocetos, mientras su imaginación volaba, estaba acostumbrada a diseñar con precisión, y no con dos pares de ojos pegados a su sitio, esperando una bebida.

Fue imposible no ser torpe, derramar las tazas, y hacer un desastre.

—¡Dios! Lo siento mucho…

Enzo se puso de pie de inmediato, cuando vio su mano roja por la temperatura del café.

—¿Estás bien? —tomó su mano sin previo aviso, y luego apretó con su mano fría en el lugar enrojecido—. Necesitarás una crema… Antonella, llama a tu servicio para que vengan a ver su mano.

El rostro de Antonella solo se puso rojo, y luego tomó el teléfono para ordenar.

—No es necesario, señor, déjeme limpiar esto, o al menos llamar a alguien para que lo haga.

—¡Siéntate ya, Gianna!, estás colmando nuestra paciencia…

Y allí estaba la verdadera Antonella Bernocchi, aunque ya no solía llamarla por ese apellido, sino el de su esposo.

Ella pudo notar como Enzo se giró a su esposa un poco conmocionado por su actitud, pero retirándole la mano de su quemadura, le ofreció el puesto que él antes habitó.

—Yo puedo esperar afuera, incluso ir a la enfermería… de verdad lo siento mucho señora Antonella, he sido muy torpe.

—No… —su jefa también se puso de pie, indicándole que se sentara—. De hecho, es bueno que te quedes, así Enzo sabrá quién es la mujer que nos ayudará en nuestro proceso…

Gianna parpadeó lento, y desde su silla, evidenció como Enzo negó hacia su esposa como si le advirtiera que no siguiera con esto.

—Joven…, de una familia respetable, y de mi confianza… —siguió Antonella, cruzándose de brazos sin hacerle el mínimo caso—. Ella es la solución, Enzo… y no puedes negarme esto…

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