4- Pequeño Ajuste
Mientras Roselin estaba fuera de casa con sus hijas, Lorenzo gustaba de abrir un buen vino y escuchar un poco de música desde su terraza a la orilla de la playa, varias veces podía ver a lo lejos, a sus pequeñas princesas jugando en el mar, aun así, aquella tarde, cuando salió con su copa de vino para sentarse en uno de los sofás, mientras Chopin sonaba en los alta voces, no las vio, no se veían por ningún lado, algo extrañado, pero no alterado, se dijo a sí mismo, que probablemente solo estaban fuera del ángulo, Roselin no era una madre descuidada, jamás expondría a sus hijas a los peligros que significaba ser un Amato fuera de los controles de seguridad. Pasaron otros veinte minutos en los que no había podido relajarse, algo se sentía distinto, extraño, no podía estar seguro de que…
—¡Gino!— Llamó al jefe de seguridad, una sombra constante que siempre merodeaba por su casa, por los alrededores, nunca encima de él, pero siempre lo suficientemente cerca para aparecer al primer llamado. Esta vez, nadie acudió a su llamado. ¿La música estaría muy fuerte?
Apagó el sistema de sonido con el pequeño control remoto que había dejado sobre la mesa de centro, a su lado.
—¡Gino!— Volvió a llamar. Unos segundos después. Nada. Convencido de que algo no estaba bien, se puso de pie y buscó bajo la pequeña mesa a su lado, siempre había un arma en caso de …
Nada. Comenzó a mirar al rededor, pero en aquel segundo, unos pasos firmes tronaron desde el interior de la casa. Lorenzo se giró rápidamente hacia los ventanales exteriores por donde él mismo había salido y dio un paso atrás. Desde el interior, envuelto en la bella luz anaranjada y rojiza del atardecer que moría en las costas de Sicilia, Adriano Amato dio uno a uno, sus pasos hacia el exterior, estaba escasamente mejor desde la última paliza que él mismo le había dado hace solo unos días, pero estaba libre, llevaba pantalones nuevos, su torso descubierto y en cima una chaqueta del traje, como si se hubiera vestido recientemente, nada más salir de la celda, probablemente era así, porque se seguía viendose algo sucio, las manchas de sangre seca seguían sobre su piel, aun así, Lorenzo, temió. Adriano técnicamente, estaba mucho más débil que él físicamente, pero la mirada en sus ojos le dejaba en claro que el verdadero peligro era él, que no importaba que todos sus huesos estuvieran rotos, casi sin sangre en las venas, mientras respirara y su corazón latiera, nada ni nadie podría pasar sobre él y vivir para contarlo.
Lorenzo dio otro paso atrás.
Adriano fue hasta el mismo sofá donde su primo había estado sentado solo segundos antes, y tomó la copa servida por su anfitrión, dio un sorbo corto mientras le mantenía la mirada al mayor de los primos, Amato, Lorenzo apretó la mandíbula en rabia, sentía como si se estuviera burlando de él y la verdad, lo hacía.
La mirada de Lorenzo dejó la de su primo menor cuando otra figura, conocida para ambos, salió por el ventanal.
—Todo está listo Don.— Dijo el hombre antes de pararse de forma estoica junto a Adriano, varios hombres le siguieron desde el interior y rodearon la terraza.
—Por supuesto, debí suponer que si alguien podría rastrearte, sería Luiggi. — Dijo Adriano con claro desprecio hacia el hombre mayor, este, ni siquiera le devolvió la mirada. Lorenzo no se mostró temeroso por mucho que sabía, cuál sería su final, si no pensaba con rapidez, seria alimento para peces, tratar de negociar con Adriano era una perdida de tiempo, ¿Rogar clemencia? Jamás.— ¿Dónde está mi familia, Adriano?
El aludido levantó su mirada hacia el que había sido su carcelero durante años. Sin responder, tomo el arma que sostenía Luiggi en su mano y apuntó hacia una de las piernas de su primo, Adriano abrió los ojos y soltó un gruñido cayendo de rodillas cuando la bala reventó su rodilla.
—Mucho mejor.— Dijo Adriano y le devolvió el arma a Luiggi.— Ahora, ¿Dónde está MI familia?
A Lorenzo le costó unos segundos dejar de jadear y levantar la mirada, llena de odio, hacia aquel maldito con el que compartían sangre.
—¿Cuál familia? Tú no tienes familia, Adriano. — Dijo escupiendo con rabia cada palabra— ¿Tus padres? Muertos en la explosión. ¿La zorra colombiana por la que llamas esposa?
Otra vala reventó la segunda rodilla de Lorenzo, en un rugido de dolor, el afectado cayó sobre su costado.
—¡Figlio di puttana!.— Soltó Lorenzo y se arrastró hasta quedar apoyado en uno de los sofás, sentado sobre el suelo, sus piernas se adormecían lentamente.
—Grazie— Dijo Adriano a Luiggi quién solo asintió. Jamás se podía referir a una esposa de aquella forma, aquello era algo que el viejo mafioso jamás toleraría, su hermosa marta había sufrido demasiado antes de su muerte, nunca toleraría el maltrato a una mujer así. Algo hipócrita considerando su rubro de trabajo, pero aun así, Luiggi siempre se había encargado de que sus putas tuvieran los cuidados básicos y jamás toleraba una agresión hacia ellas, no importaba lo poderoso que fuera el cliente, debían esperar a sus mujeres o morir por su mano. — Lorenzo, dejemos algo en claro, tus hijas están en un coche custodiado por mis hombres, normalmente no me siento a gusto derramando sangre infantil, ¿Pero hoy?, estaría más que complacido de ver como la vida se escapa de los ojos de tus hijas, lenta y dolorosamente.
Lorenzo se estremeció al ver la imagen puesta en su mente por el cabrón de su primo, tragó en seco.
—Tu mujer está viva… Es demasiado escurridiza, No pude matarla. — Dijo, finalmente, con resignación. Un alivió profundo invadió el pecho de Adriano. Tuvo que cerrar sus ojos unos segundos para poder controlar la ola de emociones que lo golpeaba, él nunca se dejaba invadir por aquellas, pero había estado tan desesperado, tan asustado, Perderla… Acabaría con la razón de su existencia, su cordura y su clemencia. Sin su pequeña bola de ira, no era más que un asesino de sangre italiana, listo para quemar el mundo y poner los ríos de sangre necesarios a sus pies, para poder obtener más poder. Ella era lo único que le hacía desear ser mejor. Emma…
—¡NO!… ¡ADRIANO!…— Roselin apareció corriendo desde la arena, subió los escalones de madera de la terraza y se dejó caer de rodillas junto a su esposo, sus ojos llenos de culpa y preocupación.— Amore mío…
Lorenzo rodeó el cuerpo de su mujer por sus hombros y besó su coronilla.
—¿Gabriella y Aurora? —Preguntó él y Roselin bajó la mirada culposa.
—Las tienen en un coche, en el camino al final de la playa. — Dijo ella con la voz temblando. —Adriano … Por favor…
—Sepárenla.— Ordenó sin una sola pizca de piedad el menor de los Amato, dos de los hombres avanzaron hasta ella, que se resistió a dejar a su esposo en el suelo, pero frente a los fuertes hombres que la sujetaban de cada lado, no tenía mucho que hacer.— ¡Me lo prometiste!
Lorenzo abrió sus ojos como platos y miró a su esposa con el rostro llenó de incertidumbre, un dolor y rabia desde sus entrañas lo invadió al entender la verdad detras de sus palabras, la traición.
—Fuiste tú…— Escupió lleno de rabia hacia su mujer.— ¡Puta!
Esta vez fue Adriano quien disparó, otro grito de dolor cuando su hombro y brazo quedaron inmóviles.
—¡NO! ¡POR FAVOR! ¡ADRIANO! —Rogó ella entre lágrimas, cayó de rodillas hacia el que había sido su salvador años atrás.
—Una vida por una vida, esa es nuestra ley, Rosselin. Según me dijiste, mi esposa se encargó de tus padres…
—La maldita hizo explotar un viñedo con el setenta porciento de la familia ahí. Toda la rama de nuestros primos menores, muertos, y si, mis padres también estaban ahí.— Dijo Lorenzo con dificultad.
Adriano no era capaz de entender como su bella mujer había sido capaz de ello, pero tampoco le extrañaba tanto, su pequeña bola de ira era una fuerza imparable, había sido criada en el ceno de su familia, no sería una Amato, si no hubiera tomado cartas en el asunto. Un fuerte sentimiento de orgullo creció en su interior.
—Un hijo por un hijo, Lorenzo— Dijo Adriano de repente y Lorenzo palideció.
—¡No! — Exclamó el hombre herido, de repente.— Tú no tienes hijos, yo no he matado a tu sangre, ¡No tocarás a mis hijas!
—Emma estaba embaraza.— Dijo Adriano, su mirada ardiente de promesas llenas de muerte y tortura, sobre los ojos de su primo mayor, Lorenzo pudo ver que no tenía opción, no tenía escapatoria, su mentón tembló y su rostro palideció, él no lo sabía, ¡Ni siquiera había estado a cargo del puto incidente!, pero también era cierto, que pudo haberlo evitado y por supuesto, no lo hizo.— Tu primogénito por el mío.
—¡NO! —Roselin se resistía y trataba de soltarse inútilmente. Lorenzo tragó en seco.
—No tocarás a Gabriella— Era un ruego, uno desesperado.— Per favore… Don.
Lorenzo jamás rogaría clemencia por él mismo, pero ¿por sus hijas? No existía absolutamente nada, que no fuera capaz de hacer por sus pequeños ángeles.
Adriano miró al bastardo delante de sí, su cabeza gacha, desesperado y casi llorando de miedo, no se sentía cómodo derramando sangre infantil, lo había hecho por supuesto, si era necesario, nada podía detenerlo, pero nunca había sido una experiencia grata y dejaba un molesto malestar por días en su poca consciencia. No quería enfrentar a su hermosa Emma con las manos manchadas de sangre en venganza del hijo que no pudieron tener, aquel que le arrebataron sin tener la oportunidad de vivir.
Saco una navaja del bolsillo interior de su chaqueta sobrepuesta en sus hombros y se la lanzó a Lorenzo.
—Perdonaré la vida de sus hijas y esposa. —Dijo finalmente y Roselin rompió en llantos de agradecimiento.— Pero no te puedo dejar vivir. Una vida por una vida. Corta tu garganta, Lorenzo.
—¡No!… ¡Per favore!, ... ¡Adriano!… ¡Per favore!…
—O … ¿Podría ser la de ella también? - Zanjó Adriano en un tono tan frío que bajó varios grados térmicos el ambiente, cansado de los lloriqueos de aquella mujer, alguna vez habían tenido la lealtad del otro, ahora, estaba demasiado cansado y ansioso por volver con su mujer como para soportar aquel asqueroso lamento inútil. Ella silenció.
—No será necesario.— respondió rápidamente Lorenzo.— Mis hijas necesitan a su madre, prométeme que cuidaras de ellas…— Rogó una vez más el moribundo hombre.
—Nada les faltará a tus hijas.— Prometió Adriano.
—Grazie. — Dijo Lorenzo y levantó el cuchillo, le mantuvo la mirada a Adriano y sin titubear, el filo se enterró en su propia carne, abriendo los ojos y manteniendo la poca respiración, obligó a su muñeca a cruzar su garganta de un lado a otro, la sangre comenzó a fluir desde el corte sobre su piel, manchando la pulcra camisa blanca en un hermoso carmín. Su mano temblorosa cayó al suelo, su cuerpo convulsionó levemente, escupiendo parte del líquido vital, antes de quedar quieto, los ojos abiertos y sin vida.