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Ajuste

3- libertad

Lorenzo Amato finalmente sentía que las cosas tomaban su lugar, el orden natural de las cosas. Estaba a la cabeza de la familia Amato, tenía una hermosa esposa, una tonta, pero hermosa finalmente y aquel que siempre lo había eclipsado, estaba cada vez más cerca de rogar clemencia. Adriano, su primo, aquel que todos los ancianos apreciaban y respetaban, todo porque se había independizado de la rama principal con exito, una estupidez, una banda de viejos estúpidos e ineptos, era él quien había liderado para que las ganancias de la rama principal se triplicaran, era él quien limpiaba y apoyaba a sus ineptos primos menores, ¿Se lo habían reconocido? ¡Jamás!, Incluso su esposa, su propia mujer, se atrevía rogar clemencia por el bastardo, le había enseñado una lección, no había sido placentero, pero era necesario, la lealtad lo era todo en su familia y ella debía aprender a quien dirigirla, por supuesto, después de su pequeña “lección”, no se atrevería a cuestionarlo una vez más. Todo iba perfecto, se sentía tan tranquilo que en recompensa había dejado pasar una semana sin darle sus visitas a Adriano, tenía que esperar a que se recuperara un poco, solo lo suficiente para acabar con él de una maldita vez y luego, echaría su cuerpo al mar para que los peses le hicieran compañía. Qué buena era la vida.

—Lorenzo, mi amor.— Llamó su atención, Roselin, apareciendo en su despacho aquel segundo, él se giró hacia ella, se veía encantadora en aquel vestido de gaza azul pálido, él le sonrió, como siempre lo hacía, como si jamás la hubiera golpeado hasta dejarla inconsciente, tomó su delicada mano y beso el dorso de ella, su mujer sonrió suavemente.— Llevaré a las niñas de paseo por la playa, ¿Quieres venir?

—Me encantaría, pero no puedo, aún tengo mucho trabajo—mintió— no se alejen mucho de la casa.

—Por supuesto.— respondió ella y se agachó para besar suavemente sus labios, con todo aquel amor contenido que poseía por él, ojalá algún día pudiera perdonarla, se separó antes de que las lágrimas amenazaran con exponerla.

Lorenzo no sospechó nada, aquella cariñosa faceta de su mujer siempre había sido igual, no había cambiado y eso le daba la certeza de que su accionar sobre ella había sido necesaria y había válido la pena.

Roselin arregló a sus hijas y salió de la casa, pero justo antes de hacerlo pasó por la cocina, desactivo el sistema de seguridad y se marchó.

Roselin, la tarde anterior había salido a la ciudad con la escusa de hacer algunas compras, por supuesto, su esposo no había sospechado nada, todo era parte de una rutina normal que ella realizaba, pero en vez de ir directamente al mercado o las tiendas de ropa, había ido directamente a los barrios bajos de Sicilia, había vuelto a contactar al dueño del prostíbulo que alguna vez la había tomado para sus servicios obligados.

Luiggi se había sorprendido al verla, pero a su vez, la recibió como si fuera de la familia, en realidad lo era, seguía siendo la protegida de la familia Amato, incluso cuando su señor, había caído.

—Roselin, preciosa ¿Qué puedo hacer por ti? —Preguntó invitándola a sentarse en la silla en frente a su escritorio, ella declinó la oferta con un suave movimiento de mano.—Tienes prisa.

—Sí, seré directa. Adriano reclama su favor.— dijo sin más. Luiggi, un hombre robusto de cabellera blanca y rasgos marcados, como todo italiano, rio con fervor.

—Querida, si necesitas algo, no es justo usar favores de un muerto.— dijo él al cabo de unos segundos, cuando se dio cuenta de que ella mantenía la expresión seria y tensa.

—No está muerto, ha sido secuestrado.— Aclaró, los ojos del hombre se abrieron de par en par.— reclama su favor, por supuesto serás recompensado, estarás a cargo de todo el movimiento en Sicilia.

—Cariño, tu esposo está a cargo de eso.—le señaló con obviedad.

—No por mucho, —suspiró y el hombre se sorprendió de ver lo abatida que se veía en aquel segundo.— Lorenzo ha traicionado a la familia, quemó la casa de Adriano y lo secuestro hace tres años. Ahora lo tiene aquí, en el sótano de nuestra casa.

—¿Por qué debería creerte? ¿No es tu esposo quien se verá afectado?— preguntó ahora con suma seriedad el hombre, la mayor parte de él estaba horrorizado y sumamente enfurecido, ¡¿Traición?! ¡¿Entre los Amato?! No se había visto nada similar, y si aquella mujer estaba mintiendo, sería él quien le cortara la garganta por sembrar tales mentiras en la fuerte unión familiar.

—Adriano me dio todo, no era consciente de lo que sucedía hasta hace muy poco, cuando fue trasladado a nuestro hogar, no puedo quedarme viendo como mi señor es torturado por la mente desquiciada de mi esposo.— dijo ella sumamente asqueada.

—¡Déjate de mentiras! ¡Zorra astuta!— Gruñó él poniéndose de pie, enfurecido con tal blasfemia.

—¡¿Piensas que esto es fácil para mí?! ¡Es mi esposo! ¡El padre de mis hijas! —le grito ella con lágrimas en los ojos, Luiggi se quedó sin palabras, a Rosalin le tomó algunos segundos tranquilizarse y limpiarse los ojos— Si no me crees, míralo tu mismo.

Finalmente, saco su móvil y le mostró una foto de Adriano, tomada desde la ventana de la celda, no se veía su rostro completo, solo su perfil, pero sí que estaba encadenado y roñoso, pero no fue eso lo que termino de convencer a Luiggi, porque bien, aquel podría ser cualquiera, pero el tatuaje que se veía en la nuca baja de Adriano… Eso no, esos números romanos los había tatuado el propio Luiggi, de su pulso y obra, un “IV”, porque eran cuatro los favores que Adriano le había concedido. Liberar a sus dos hijos de las responsabilidades de la mafia, darles una nueva identidad y pagar sus estudios en el extranjero, para que fueran personas normales y felices. El segundo llevaba más sangre, Adriano había eliminado a todos sus enemigos de Italia y vengado la muerte de su dulce esposa Marta. El tercero, protección y el último, el perdón, cuando había sido estúpido y creído rumores de personas que querían enemistarlos.

—Adriano dice, “La vida da muchas vueltas, mi mano por ti hoy…

—”... Y la tuya por mí, mañana”— terminó él, mirándola con solemnidad y seriedad.— Dime mujer, Cuál es el plan.

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