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Capítulo 03 | Verdad

Un mes atrás… Arturo estaba en su casa anterior, en la zona exterior, el abrasador sol del verano comenzaba a anunciar su caída intensificando se energía al oeste. El padre de Arturo estaba en el piso de arriba mientras su hijo estaba en la sala revisando su celular, ambos esperaban que en unas horas la señora de la casa volviera del trabajo, pero, Arturo se vio sorprendido pues la iluminación del lugar cambió con la entrada de la mujer, tenía un semblante tan serio que heló a Arturo.

«¿Mamá? ¿Saliste temprano? ¿Pasó algo en el trabajo?» —preguntó con un hilo de preocupación al ver a su madre tan temprano y tan mal, ella ni siquiera lo miró, solo caminó hacía la escalera junto a la puerta y subió a un paso lento, Arturo miraba la escena, incrédulo hasta que una ráfaga de viento le recordó que la puerta siquiera había sido cerrada, la cerró preocupado oscureciendo la sala.

El padre de Arturo tuvo la misma suerte, Arturo escuchó un saludo audible, pero de inmediato pasaron a ser murmullos ininteligibles, solo los había visto actuar así hacia como un mes, cuando vieron en familia el noticiero y supieron lo del primer ataque en la base naval de Veracruz, se pusieron tensos y subieron a hablar de la misma manera.

Arturo estaba al pie de la escalera, deseando subir o tan siquiera escuchar que tema tan serio hablaban, pero no se atrevió, mejor se sentó en su sofá y espero lo peor. En un principio buscó en su teléfono alguna notica que pudiera haber puesto a su madre así, pues ya habían pasado tres ataques en México y su madre al enterarse siempre era de las más preocupadas.

El sol había comenzado a ocultarse ya en el horizonte, cuando ambos padres comenzaron a bajar las escaleras, Arturo escuchó un sonido familiar, los pasos de los mayores eran acompañados por maletas resonando en las escaleras, eso tensó a Arturo que se levantó algo nervioso de ver a sus padres listos para otro viaje.

«Van a salir» soltó un suspiro, pero no dejaba de angustiarse por las razones, siempre iban a Viena, por trabajo y en esos pocos días que iban Arturo se quedaba en el departamento de su tía, pero algo preocupó a Arturo, esas maletas eran aún más grandes parecían para un viaje de semanas «¿A dónde van?».

Ambos se vieron algo nerviosos ante la pregunta, pero la madre sacó una pequeña caja de madera de su bolsillo, se puso frente a Arturo y sacó el collar que hoy en día le otorga los poderes del viento, el ignorante de Arturo se impresionó de ver que el collar que su madre siempre usaba en ese entonces se lo estaba poniendo a Arturo.

«Este collar es muy especial, ha pasado en mi familia por muchas generaciones. Necesito que lo cuides con tu vida» dijo la madre mientras ajustaba el collar al cuello de Arturo mientras le recorría un viento frio por la espalda.

«No entiendo… nada» dijo preocupado Arturo mientras que su padre lo tomó del hombro y le dijo: «Si todo sale bien, te lo explicaremos todo al volver. Confiamos en ti, hijo».

«¿Cuándo volverán?».

«Pronto» respondió su padre después de pensarlo varios segundos.

«No suenas muy seguro».

«¿Cuándo te hemos fallado?» dijeron ambos en coro abrazando al Arturo que no pudo disfrutar ese último abrazo debido a la angustia que lo comía por dentro. Ambos padres salieron rumbo al aeropuerto, esa sería la primera vez que Arturo se quedaría solo en casa, un tema que habían discutido después de su último viaje hace más de tres meses.

Para cuando Arturo cerró la puerta, la luna se alzaba en el cielo y los colores más oscuros del atardecer reinaron los cielos, Arturo tomó la Piedra en su cuello y le dio un beso como si se lo diera a sus padres para desearles suerte en su viaje… En vano.

Pasaron dos días, para la hora el sol apenas comenzaba a despertar, pero seguía oscuro, el crepúsculo más oscuro que Arturo presenció al despertar, unos incesantes golpes en la puerta de abajo, estaba viendo el cielo a través de una pequeña raya entre sus cortinas, pero decidió abrir la ventana para ver quién era, y al ver la patrulla de la policía el viento entró descontrolado llenando de frio la habitación, pero no tan frio como tenía la sangre en ese momento.

Bajó de inmediato y abrió la puerta tratando sin fortuna concebir calor con sus brazos, «¿Eres Arturo Orozco?» preguntó la mujer frente a él cuya cara ya había olvidado, al lado de ella estaba un hombre que hoy en día lo seguía molestando más que sus airosos accidentes. Fernando, debajo de un grueso suéter estaba vestido de traje sujetando o ambas manos una tabla con un sobre ajustado a la pinza superior.

«S- si» respondió temblando y no sabía el porqué, sería el incesante viento helado entrando por la puerta combinado con que iba en short corto y camiseta o los nervios que le revolvían el estómago. Le pidieron que saliera para hablar mientras el hombre sacaba un sobre entregándoselo a Arturo en el que ni alcanzó a leer por la explicación de la oficial. Una orden de cateo, la cual entró en efecto al instante que dejo libre la entrada para un grupo de policías que venía en la camioneta de la policía.

«¿Por qué hacen esto?» preguntó Arturo con los ojos bien abiertos, pero la oficial solo respondió «Por el incidente de sus padres».

«¿Qué pasó con mis padres?».

«¿No se ha enterado?» preguntó Fernando con un tono tan infantil que solo le faltaba tomar Arturo por las mejillas que ardían en enojo.

Sacó su teléfono y le enseñó el video que lo marcó para siempre, por lo que podía ver era una malla y una reja que prohibían el paso a hacia lo que parecía una mina, de ellas se pudo ver salir a sus padres, ambos salían rápido por arriba de la de la reja y a los pocos segundos mientras unos pocos trabajadores salían corriendo del hueco de la cueva hubo un destello, que se vio poco menos de un segundo surgir de la cueva, había sido una explosión que destrozo la cámara dejando solo estática en la pantalla. Arturo estaba atónito, sin palabras como si aquel video le hubiera quitado el aire, miles de preguntas hacían su cerebro marearse y tan solo pensar en aquello le hacía doler el estómago.

«Treinta dos personas, murieron en la mina y tus padres son los presuntos responsables» esas palabras se quedarían en la cabeza de Arturo como una cicatriz o el eco de una explosión, la idea de que sus padres podrían haberlo hecho era increíble para él que lo dejó mudo varias horas. Se lo llevaron a la estación de policía y llamaron a su tía que desde ese día era tutora legal de Arturo pues sus padres tenían una orden de captura y nadie sabía dónde estaban, aunque todo indicaba a que fueron ellos.

Ese mismo día por la tarde la Sra. Bárbara fue por unas cosas de su sobrino bajo estricta supervisión policiaca y lo demás se quedó ahí, en la noche cuando ambos fueron a su departamento ya todo México sabia de aquel atentado terrorista que no dejaría de atormentar a Arturo con una simple pregunta, ¿Por qué?

—Yo no tenía idea —dijo Daniel—, bueno al ver la cinta allá en tu casa y la evasión que tenías al tema de tus padres creí que solo habían muerto, no que eran terroristas.

—Lo sé.

—Pero no pareces haber sido criado por terroristas, a lo que me refiero es, lo que he conocido de ti en este día me hace dudar que tus padres sean criminales, debe ser un malentendido.

—Sí, pero ¿Qué hacían allí? ¿Por qué huyeron? ¿Por qué ni siquiera se han tratado de hablar conmigo?

—Estoy seguro que pronto lo sabrás —dijo dedicándole la sonrisa más sincera del día o que jamás había visto—, por cierto, ¿Quieres que te lleve a casa?

—Por favor —tan pronto le dijo su dirección Daniel dirigió el auto hacia allá, la conversación se había aligerado, Arturo se había quitado ese peso de encima y realmente podía llamar a Daniel su amigo.

El auto se detuvo frente al edificio, no había sombras porque era mediodía. Arturo salió del auto y al cerrar la puerta se recargó en el marco de la ventana.

—Nos vemos mañana.

—Adiós —le guiñó y con su dedo corazón e índice le apuntó, se alejó del auto, pero algo le hizo detenerse de su trayecto, en cambio Daniel ya se había ido, era un auto viejo de un color blanco que ya reconocía, apretó los dientes, respiró profundo y entró al edificio con el libro en mano.

Mientras el elevador subía guardó el libro porque sabía lo que le esperaba, ese auto era de su encargado del DPF (Departamento de Protección Familiar), que le había sido asignado desde que vivía con su tía, el mismo Fernando.

Al abrirse las puertas el hombre que venía trajeado en gris tocaba la puerta y el timbre en repetidas ocasiones, Arturo quería evitar el encaramiento directo, aunque tenía que hacerlo para evitar poner las cosas peor.

—Buenas… tardes —saludó Arturo, sus palabras lo hicieron girar con una sonrisa, pero en absoluto no eran de alivio.

—Buenas tardes, joven Arturo, ¿Dónde está la señora Bárbara? Si se puede saber.

—Trabajando.

—¿Y usted? —Fernando amplió sus sonrisa y Arturo entendía porque, había salido de la escuela hace dos horas y todavía entró a su antigua casa.

—¿Por qué pregunta? —dijo correspondiendo la sonrisa, una falsa.

—Pues resulta ser que vieron a un par de chicos entrar a una casa cerrada, a la suya para ser preciso ¿Sabe algo al respecto?

—Nop —mintió rápidamente, borrando la sonrisa de Fernando. Se puso recto y peino su cabellera clara.

—Déjeme recordarle que tiene estrictamente prohibido regresar allá, aunque las investigaciones terminaron la propiedad fue incautada por ser de sus padres —el alto hombre se agachó a ver directamente Arturo con sus ojos verdes—, espero que no se vuelva a repetir o a menos que quiera pasar el tiempo que falta para su mayoría de edad en un reformatorio, ¿Está claro?

—Como el agua —dedicando otra sonrisa el hombre se fue en el elevador sin despedirse—. Idiota —susurro para sí mismo y sabía que Fernando tenía un sentimiento mutuo.

Finalmente entró al departamento después de todo lo que había pasado en ese día quería dormir, pero lo que guardaba ese libro casi lo llamaba, no podía esperar.

Al entrar a su cuarto sacó el libro, lanzó la mochila y pronto comenzó a hojear las páginas, las primeras donde se redactaba el Acuerdo, él pudo ver la firma de su madre en las últimas líneas. “Julie Constance White” el nombre de soltera de su madre antes de ponerse de apellido Orozco. Acarició las páginas, era otro de esos objetos que apenas guardaban de sus padres y ahora era el momento de comenzar a develar esos secretos que le guardaban a Arturo.

El tiempo avanzo rápido, pero lo que leyó fue poco, aunque su inglés era bueno gracias a su madre el vocabulario del libro era demasiado antiguo y se tenía que detener en muchas partes para buscar el significado de varias palabras, pero no lo detuvo para leer los primeros capítulos que hablaban sobre el uso del viento, su espada con la capacidad de funcionar como un látigo, flotar en caída libre e incluso volverse viento pero rápidamente se podían identificar anotaciones de portadores anteriores que marcaron esto peligroso.

Eran ya las cuatro de la tarde, más o menos, Arturo cabeceaba ante el grosor del libro por lo que decidió parar, eso sin tomar en cuenta que su estomago comenzó a hacer ruidos sonoros así que salió para buscar una de las comidas preparadas que dejaba su tía, pero tan pronto fue al refrigerador la chapa en la puerta comenzó a sonar, Arturo se tensó y se acercó a la puerta cuidando sus pasos, la idea de que pudiera ser el atacante le daba terror, pero por el contrario entro su tía con una bolsas de plástico blancas en ambas manos.

De inmediato, Arturo se acercó a ayudarla saludando, ambos llevaron las bolsas al comedor mientras la mayor tomaba aire, pero no la detuvo para acercarse a Arturo y revisarlo.

—¿Estas bien? Supe lo que pasó en la escuela, pero no me dejaron llamarte de la fábrica.

—Estoy bien, de hecho… —de inmediato cayó en cuenta, su tía no debía tener ni una idea sobre el poder de su cuñada que ahora estaba en Arturo— los “héroes” me salvaron.

Arturo sabía que el título de héroes podría herrar pues el libro se refería a ellos como Guardianes de las Piedras por lo que el nombre popular que habían adquirido ya le parecía extraño.

—Me alegra, por poco creí que tendría que cambiarte de escuela, pero espero esos héroes detengan los ataques.

—Yo también…

El día siguió normal, mientras comían pudieron ver una nota en el noticiero local hablaba de los tres ataques que había sufrido Nuevo San Bernardo en menos de dos días superando a Cuidad de México con dos ataques con un día de diferencia.

Analizaban la situación de la misma manera que los Guardianes, el Cristalizador como había sido apodado el otro portador no dejaría la ciudad hasta obtener las Piedras, aunque claro los del noticiero no sabían eso, pero hablaban de una batalla entre héroes y el Cristalizador con sede en Nuevo San Bernardo.

Arturo sabía que pronto habría un encuentro con el recién identificado atacante, aunque al igual que todos en nuevo san Bernardo deseaba que no pasara. El resto del día lo dedicó a descansar y leer el libro, tenía que estar preparado.

Al siguiente día Arturo llegó a la escuela, específicamente a su asiento donde a su lado lo esperaba Daniel con una sonrisa.

—Hola.

—Hola, Arturo —dijo chocando las manos con él mientras se sentaba—. ¿Viste que apenas repararon algunas cosas?

—El destrozo se pudo haber reducido.

—Lo sé, pero en una batalla es difícil pensar en eso.

—Los “héroes” deberían pensar en eso.

—Hablando de eso, supiste los rumores —Arturo solo levantó las cejas pidiendo ser comunicado de la información.

—Se habla de que el par de “héroes” tendrían que ser alguien que estuviera en la escuela durante el ataque porque nadie vio entrar ni a uno de los dos de afuera.

Ambos sabían la verdad y agradecían que nadie más supiera de ella.

—¡Oye! —grito una chica que salía entre un grupo de alumnos que eran sus amigos cercanos, su nombre era Lizbeth tenía su cabello teñido en rojo, la piel bronceada e iba bien vestida—. Tu eres Arturo Orozco, el que se convirtió ayer en la escuela ¿No es cierto?

—Sí ¿Pasa algo? —preguntó con algo de preocupación, no le gustaba el tono malintencionado con el que hablaba.

—¿Cómo puedes estar como si nada cuándo convertiste en varios en lobo ayer?

“También los desconvertí” pensó.

—No es algo que yo decidí, y si te hice algo, de corazón lo lamento.

—Lamentarlo no reparará el hombro dislocado de Miguel.

—¿El fósil de veinte años que te gusta? —intervino Daniel rodando los ojos y con “fósil” se refería a que el chico llevaba cursando quinto hace tres años. Ese día no se había presentado por las razones mencionadas por la chica.

—Tú cállate, joto —respondió enojada acompañada de la risa de varios compañeros, a lo cual Daniel respondió con los ojos en blanco girando su vista a otro lado recargando su barbilla en la palma de su mano.

—No le hables así —interfirió Elena antes de que Arturo apenas pudiera abrir la boca, estaba en el marco de la puerta recién llegando con su amiga Abigail.

—Tú regrésate a la feria a buscar a tu mamá —los acompañantes callaron y la cara de decisión de Elena cambio a la impresión, pero luego dibujo una sonrisa.

—Si vas hablar de cosas personales porque no empiezas hablando del hombre casado con el que te estas metiendo, esa maña de asalta tumbas no te dejará nada bueno —todos en el aula se quedaron boquiabiertos, Abigail se tapaba la boca con ambas manos, ocultando una sonrisa notable.

—¡Maldita! —tomó su libro rápidamente y se lo lanzó eufórica, el libro se dirigía a la cara de Elena, pero rápidamente fue atrapado por una mano, era de un compañero y amigo de Elena, Andrés era el más alto de los tres, su cabello negro y estaba atrapado en una pequeña coleta, aunque los lados de su cabello estaban cortos, usaba una chaqueta negra y aunque no hacia precisamente frio usaba una bufanda blanca debajo. Tomó el libro y lo tiró a un bote de basura junto a la puerta.

—Buen tiro —dijo recargándose en el marco, nadie lo había visto llegar ahí en primer lugar, pero se impresionaron ante la intervención. Antes de que Lizbeth pudiera hacer algo la profesora de civismo llego al salón haciendo que todos tomaran asiento.

—¿Todo bien? —preguntó Arturo aprovechando el acomodo.

—Sí, ya estoy acostumbrado —dijo, aun así, su expresión no cambiaba, era seria.

Andrés pasó entre ellos a su lugar detrás de Daniel no sin darle unas palmadas en la espalda al chico que solo miraba su banca, Arturo no sabía qué hacer, parecía un asunto muy serio.

Las primeras tres clases habían terminado, durante estas Daniel no había hablado y tan pronto sonó le dijo al otro que iría al baño y se fue muy rápido. Arturo decidió tratar de saber cuál era el problema de raíz, se levantó mientras Elena y Abigail hablaban.

—¿Elena?

—¿Pasa algo, Arturo?

—¿Podemos hablar?

—Claro.

—Nos vemos afuera —dijo Abigail poniendo su cabello claro detrás.

—¿Es sobre lo que paso en la mañana? —preguntó Elena.

—Sí.

—No me corresponde decirlo, solo son rumores tontos.

—¿Sobre qué?

—Lizbeth suele tener un chivo expiatorio y con muchos especulan sobre la probabilidad de que Daniel sea gay.

—¿Por qué?

—Lo dicen por cómo se comporta, me parece una tontería si me preguntas mi opinión. Pero combina eso con que se llevan mal y que Lizbeth viene de una familia algo… “problemática”, es muy intolerante y tenemos peleas como estas. Andrés, Abigail y yo hacemos lo posible por qué no sucedan, pero no podemos estar todo el tiempo con él.

—Debe ser horrible…

—Lo es, pero como oíste, está acostumbrado ya. Ten cuidado con Lizbeth y su “sequito” no dudaría que trataran de hacerte algo, ya sea por lo de tu cristalización o por estar con Daniel.

—Eso no debería ser así, ¿Por qué no le dice nada a los maestros?

—Verdad o no, no quiere pasar por una humillación así, por eso pisarle la cola a Lizbeth es la alternativa que tenemos, aunque no es lo mejor… Si Daniel no quiere hacer nada con eso, no podemos hacer nada.

—Bien, debería hablar con él.

—Suerte —dijo con una sonrisa que no era del todo felicidad.

Arturo se despidió de Elena, salió del salón y fue a interceptar a Daniel saliendo del baño con una cara más relajada.

—Vamos a comer algo ¿No? —sin respuesta, ambos se dirigieron hacia el comedor, la situación tensaba a Arturo realmente quería hacer sentir bien a su nuevo amigo.

Entonces salieron del edificio C para ir al comedor del A, este era del tamaño de 3 salones juntos, tenía mesas cuadradas y bancas alrededor, al fondo estaba el mostrador de alimentos, Daniel lo mandó a sentar a una de las orillas, fue a comprar y después de un rato regresó.

Daniel le trajo un jugo para acompañar su torta, mientras él se trajo un almuerzo completo, que eran unos sándwiches con un jugo.

—Gracias por el jugo.

—De nada —dijo mientras le daba una mordida al sándwich, luego tragó—. Sobre lo que paso en la mañana, no me importa lo que me digan, pero no quiero que te involucren en lo que me pase —dio un suspiro muy grande—. Tú me confiaste algo muy personal, no cualquier cosa y yo apenas puedo ser honesto conmigo mismo.

—¿Entonces son ciertos los rumores?

—Si estamos pensando en los mismos rumores, sí —y ahora en su cara se dibujó una cara de preocupación esperando la respuesta de Arturo.

—¿Y luego?

—¿No te incomoda?

—No, a mí no me afecta en nada —Daniel soltó un suspiro y mostró alivio.

—Realmente el odio que sufro no es general es por parte de Lizbeth y su grupo, ¿Sabes? la gente odia a otros porque son iguales o le envidia algo, estoy seguro de que en el caso de Lizbeth es la segunda —dijo con una risa.

—¿Por qué lo dices?

—Lizbeth esta tan desesperada por amor que se junta con el primer anciano que ve, lo que dijo Elena era verdad, la pequeña Liz me tiene envidia porque a mí me va mejor con los hombres que ella —al decir eso ambos rieron ante el comentario, pero Arturo se percató de algo.

—¿Cómo Elena sabe todo eso sobre ella?

—Es simple, antes de estar con Abigail y Andrés, eran amigas.

El agua negra corría por el canal de concreto, la luz se filtraba por el techo que tenía coladeras cada cierta cantidad de metros, el olor era fulminante pero las ratas seguían con su vida comiendo cualquier cosa entre la basura de las aguas. Es lugar era tan desagradable para la gente lo cual lo volvía el escondite perfecto.

En uno de los huecos, el Cristalizador, como ya sabía que lo apodaban, estaba esperando recostado en hueco de la pared jugaba con un polvo cristalino flotando en el aire, sonreía y su relajación era tanta que ni siquiera usaba su antifaz, aunque su rostro no era conocido, era importante para la nación.

Una de las ratas se acercó a él, comenzó a comer de bolsa plástica tirada, el Cristalizador la miró con una sonrisa y el brillo de sus ojos amarillos.

—No creo que te guste eso, mejor prueba esto —lanzó el polvo hacia la rata que comenzó a chillar y brillo deslumbrando el sitio subterráneo. Ahora había una rata que había multiplicado diez veces en tamaño, hecha de un cristal amarillento y morado, serena mirando al Cristalizador esperando una orden.

El Cristalizador se sentó en cuclillas en aquel hueco, estaba feliz de ver el efecto y ahora seguiría con la siguiente parte del plan.

—Destruye a los Guardianes. A todos.

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