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Capítulo 4: La cita

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El hogar de Melisa es una casa pequeña, muy modesta, de madera.

Ella se pone un lindo vestido y se acomoda el cabello, mirándose en un diminuto espejo.

Entonces se dispone a salir, pero antes trata de tranquilizar a su padre quien se ha inquietado al saber que su hija verás a un desconocido.

—Papá ya me marcho, y tranquilo que ese señor no es mala persona.

Él le contesta ya en la puerta, y evidentemente preocupado. —Bien hija, solo te pido que tengas cuidado, sabes que hay trata de mujeres y más en esos lugares.

—Lo sé, no te preocupes. —Dice Melisa segura de que su padre no debe preocuparse por este asunto, sino más bien es otra cuestión, la que a ella le inquieta y se marcha con esta incógnita en su cabeza

Ya entrada la noche, llega al mismo lugar en la playa que quedaron de encontrarse y él está ahí esperándola bajo la suave brisa.

Se acerca hasta donde está, y él se alegra bastante al realizar su sueño de cualquier enamorado.

—¡Estás muy bonita, madre mía! —Exclama al verla con otra vestimenta y no la acostumbrada en su trabajo.

Ella responde tímidamente, desviando su mirada de él. —Gracias.

Luis no deja de mirarla y apreciarla mejor, se siente muy entusiasmado. —¡Te llevaré a cenar a un lugar especial, hermosa mujer!

Se sonríen con picardía, sin dejar de mirarse el uno al otro. —¡Vamos entonces, señor Luis!

La toma de la mano, y siente la calidez de la pasión que ha nacido entre ellos; él le sonríe con gran ternura. —¡A su orden, señorita Melisa!

Ya están en el restaurante, y piden la orden.

Siente la necesidad de indagar, acerca de porqué tiene tanto interés en salir con ella, entonces le pregunta. —¿Todavía no entiendo, porque quiso tener una cita conmigo señor?

—Porque me gusta, vale, y tiene una bella sonrisa.

—¡No puede ser, usted tiene novia! —Exclama con evidente decepción.

—Pero hace meses que tenemos problemas y estamos separados, si he de terminar con ella definitivamente, por ti lo hago Melisa.

—No digas eso, usted volverá a España y me olvidará.

—No, jamás; desde que te he visto, no he dejado de pensar en ti, vale.

—Entonces, usted le romperá el corazón a ella.

—A ella romperle el corazón, ja, no lo creo, más bien bailaría de felicidad, vale.

—Lo nuestro no puede ser, apenas nos conocemos, ¿y en verdad a ella le alegraría, que terminarán su relación señor?

—Ya nos vamos conociendo Melisa; y si, aunque no lo crea ella se pondría alegre.

Culminan la cena, mientras ella sigue conversando. —No lo puedo creer, siendo usted tan apuesto...

No la deja que prosiga hablando, porque se levanta y le extiende su mano. —Ven, caminemos por la playa.

—¡Oh! Claro que sí, me gusta hacerlo.

La sostiene y abraza por su hombro mientras caminan, entonces inicia otra vez la conversación. —No es que yo sea precipitado, lo que pasa es que nos vamos en una semana y por eso quiero aprovechar el tiempo contigo, vale ¿Me entiendes Melisa?

—De todas maneras somos muy pobres señor, aunque soy hija única mis padres no tienen ni en que caerse muerto, solo tienen una casita de madera y venden algunos productos para sobrevivir.

—Melisa, pero te he dicho que eso no me importa. —Ella le sonríe y él se llena de ardiente deseo.

Luis está muy emocionado, porque al fin ha podido estar con ella, le da un beso en la mejilla y quiere besarle en la boca; pero por supuesto Melisa no se lo permite.

Le indaga, por su negativa de un acercamiento más intenso con él. —¿Porqué me dejas con las ganas de besarte, amor? Me marcho en una semana, y quiero llevarme el sabor de tu boca.

Ella responde prudentemente. —Es muy pronto aún, no es apropiado.

—No puedo esperar Melisa, te he dicho que me marcharé pronto.

Luis no aguanta las ganas, siente su cuerpo arder de deseo, entonces cuando se distrae la besa y abraza fuerte.

Ella aunque no quiere le corresponde, pero despierta rápidamente y aparta sus labios de su boca... —Ya tengo que irme. —Dice, aunque sigue con su cara pegada a la de él.

No quiere dejarla ir, y la empuja mas a su cuerpo. —No apenas empieza la noche, quédate un poco más por favor, joder.

—Mis padres se van a preocupar mucho, ya es tarde señor.

—Melisa, solo quédate un poquito más, ¿sí?

—Está bien.

La besa en la mejilla, con besos tiernos como cuando te enamoras por primera vez.

Él le indaga queriendo saber lo que a ella le parece esta situación. —¿Y tú sientes algo por mi?, es importante para mi saberlo

—Si me encantas, pero sé que no eres para mí.

—No digas eso, está en mi corazón y en mis pensamientos, todo mi cuerpo se estremece cuando yo te miro mi hermosa Melisa. —Toma su mano y la besa con ternura, mirándola apasionadamente.

—¡No puede ser, solo vine a trabajar aquí! —Exclama y le sonríe , siendo esto lo que aviva el fuego de la pasión en Luis.

Ella mira fijamente a este hombre que días atrás era un completo desconocido, pero ahora sabe perfectamente que le encanta este turista español.

—¡Tiene una bella sonrisa, madre mía! —Exclama y la vuelve a besar con más ganas.

Luis está muy excitado y pierde la cabeza, entonces roza su miembro erecto en su cintura.

Ella grita y lo empuja con gran ímpetu, enojada. —¡Basta ya, señor!

Vuelve en sí muy apenado. —Perdón mi amor, no sabía lo que estaba haciendo, tú me haces perder los sentidos.

—¡Ya me voy, y no soy su amor! —Grita y se retira de él rápidamente, entonces empieza a caminar muy deprisa.

Él se preocupa, al percatarse del error que ha hecho y la sigue detrás. —Si lo eres, ¿te acompaño? ¿Me perdonas?

—Bien, pero no lo vuelvas hacer. —Responde Melisa, mientras él camina a su lado al compás de sus pasos apresurados.

—Quiero conocer dónde vives, si me lo permite.

—¡Soy muy pobre, señor! —Le reitera.

Respira profundo, al estar casi corriendo detrás de ella. —Te digo que no me importa, ¿iremos mañana?

—Está bien. —Contesta estando más serena.

Llegan hasta donde Melisa coge transporte, y la besa dulcemente ya que están más calmados.

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