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Capítulo 3: El estatus de la dama

III

"Quien Siembra Vientos, Cosecha Tempestades".

No dejó ni un instante de pasar los dedos por sus labios y recordar la agradable sensación de sentir los de Hanna. ahora todo lo que invadía su cabeza era Hanna Castle. No imaginó jamás, que le pudiese llegar a gustar tanto una persona y mucho menos de esa forma tan inesperada.

Se sintió un tanto feliz, pues sabía que Hanna no salía mucho de casa y así entonces tenía plena seguridad que nadie se la iba a quitar, pero también era un problema ir a verla a la mansión, pues la mayoría de veces estaba el odioso hermano mayor de la chica, que odiaba a muerte a Julian, la verdad, no tenía muy clara la razón. No le importaba eso, era un Archer y sabía como defenderse de la gente odiosa.

—¡¿ME OYES, JULIAN?! —le gritó Irina, su madre, al verlo tan distraído en la comida — ¡quiero que arregles tu habitación ahora!

—Ay, mamá, no le veo objeto a arreglarla, sabes que apenas me dura cinco minutos todo en orden.

— Que vergüenza Julian Archer, cuando la persona que te gusta sepa que eres un desordenado, no te va a dirigir la palabra...

—¿Tu crees que Han... — calló su boca antes de cometer una imprudencia y prosiguió—. ¿Crees que eso sea cierto? —Recordó además que el cuarto de su chica era el ejemplo de pulcritud y buen gusto.

Irina no dijo otra cosa. Levantó los platos de la mesa y se dirigió a su cuarto, dejando a su hijo en pensamientos acerca de como hacer que Hanna le quisiera más. Julian, había sido criado con un tanto de ingenuidad, única y en exclusiva por Irina, ya que el padre había muerto poco después de nacer. Desde que tuvo uso de razón, Irina le enseñó el mundo de las computadoras y las adorables matemáticas que Julian manejaba con la más absoluta destreza. Alguna vez, se aventuró a pensar que su madre lo inducía mucho a esas actividades para que él se ganara becas y así alivianar la carga de los estudios, pero lejos estaban esos pensamientos en la cabeza de Irina, quien tenía también sus segundas intensiones.

Lo crio junto al mar, y solo hasta que cumplió 14 años regresó a la ciudad. Irina, ahora tenía una pequeña, pero muy próspera tienda de fragancias y perfumes que fabricaba ella misma, donde Julian acabó de afianzar sus habilidades en química haciendo fragancias muy sofisticados. Irina le enseñó lo poco que ella mismo sabía de la vida, a los 16 años ser madre y responsabilizarse por otra persona, no era una opción, era una niña cuidando de otro pequeño, pero Irina Archer aceptó aquello gustosa, segura de que haría lo mejor que pudiera, y que no repetiría lo que sus padres hicieron con ella. Le dejó ser libre, dejó que Julian mismo probara a equivocarse, que cayera y se levantara, que fuese él mismo quien metiera sus pies al río y supiera que tan hondo estaba. Le dio tanta libertad, que lo único que hizo fue convertirse en una diosa para su hijo, quien la amaba sobre todas las cosas y la respetaba más de lo que Irina se hubiese esperado jamás. Pero ella tenía sus dudas si su hijo le seguiría amando, aun si se enterara del mar de secretos que escondía su madre.

Y aunque a regañadientes, pero pensando en agradar a Hanna, arregló su habitación, que la verdad por primera vez en mucho tiempo tuvo un aspecto agradable. Julian no tenía ni la mitad de las cosas que ella, pero jamás se sintió menos que nadie al no tener dinero a borbotones. Pensaba el joven Archer, que si algún día ella visitaba su casa esta tendría que dar la impresión de ser perfecta así fuera pequeña. Encontró entre su abominable desorden un disco compacto con las fotos de su padre, y se dispuso como siempre a añorar la vida con él.

—Señorita Hanna, tiene una llamada —avisó el mayordomo a la hermosa chica, ya que parecía no tener encendido su móvil.

—¡Es cierto! —dijo Hanna algo alterada, tomando el auricular—, olvidé prenderlo, seguro es Julian, ¡muchas gracias —¿Hola?

—Hanna, por qué no me contestas, seguro no quieres hablar conmigo.

—¡No digas eso! — le respondió riendo un tanto— olvidé encender mi celular después de la recarga, eso es todo. Además yo no esperaba que me llamaras, yo esperaba que vinieras...

—¿En serio?, pues te tengo una buena noticia, asómate al balcón de tu ventana...

Y al más cursi estilo de Cyrano, Julian estaba bajo su balcón haciéndole risas y saludándola con la mano. Hanna se echó a reír y casi le ordenó que subiera a su habitación de inmediato, cosa que hizo trepando como un pequeño mono por las barandas

Julian le abrazó por detrás y le dio un beso en la nuca, era ese el saludo inicial, que el joven Castle amaba.

—¿Sabes, Hanna? hoy cumplimos ocho días de habernos conocido.

—Llevas muy exactas las cuentas por lo que veo —respondió sonriendo.

—¡Por supuesto!, sin embargo, hoy vengo a verte de paso, tengo muchas cosas para mañana en la escuela.

— Escuela....— murmuró un tanto apenada Hanna.

— ¿Tu has ido alguna vez a una escuela?

—Jamás, siempre he tenido maestros privados. Eso no tiene nada de divertido.

Hanna se sumió en sus silencios delatadores. Julian lo entendió a la perfección y se acercó hasta el sillón donde estaba su chica, se puso de rodillas frente a ella para acompañarla en ese dolor que seguro estaba sintiendo. Su cuarto, lleno de implementos médicos, de inhaladores, de máscaras de oxígeno, era más la habitación de un hospital. La vida de la bella joven, debió ser muy gris, sola, sin amigos, sobreviviendo el día a día. Entonces, un pensamiento lo asaltó y lo asustó. Ella tenía 17 años, él 18. Pero parecía que el tiempo de ella, era más incierto que el promedio de cualquiera.

—No te preocupes por mí, yo estaré bien.

Hanna adivinaba esa desesperada mirada, porque era la misma de su padre, cuando se ponía muy enferma, la misma de su hermano, por muy espantoso que fuera, la misma de todos, cuando parecía que la enfermedad ganaba la partida. Ella lo tomó por el rostro y le acarició un poco la mejilla, no quería que esa desesperanza llegara también a su recién amado. Julian se incorporó un poco y le robó un beso. Luego, curioso por unos cuadernos que estaban sobre la mesa del escritorio, le preguntó si era una tarea. Se veía algo complicada, pero ella, no solo era bonita, también muy inteligente y la tarea ya estaba hecha.

—Deberías intentar asistir a una escuela, así sea para tu último año, podrías tener amigas, observar un poco más del mundo. Me parte el corazón que alguien como tú, solo esté en esta casa… que la verdad es algo siniestra.

La bella señorita miró al muchacho, y le regaló una sonrisa. Él había llegado como un huracán a su vida, y ahora deseaba que conociera el mundo. Julian no la deseaba encerrada, la quería solo para él, era cierto, pero deseaba protegerla, no guardarla en un cajón. Hanna, se levantó y caminó hasta el ventanal de su habitación y le contó algo de la historia de su padre y el porqué su casa lucía tan triste. Al parecer todo se debía a un amor perdido del señor Castle, cuando era muy joven, aunque de por sí ya lo era, solo tenía 36 años. Pero haber perdido a esa mujer, le costó toda su vida de felicidad. Jasper, ya no tenía corazón y la razón, perturbó al muchacho al escucharlo de la boca de su amada: había tenido que renunciar a “ella” por la madre de Miki y de Hanna.

Julian no pretendía enterarse de esa historia de la familia Castle, pero entendió el sentimiento un poco. Su madre, también había dado a luz muy joven, y siempre había amado su padre, que falleció. La escuchaba llorar en la noches, a veces sentía que lo buscaba en el mar de rostros de la calle. Había un único amor en la vida, pero eso no garantizaba que fuera para siempre.

—Esa estatua, la de la dama con la corona de flores, la que parece danzar, es de la amada de mi padre. A veces lo veo mirándola, como si quisiera que se volviera de carne y hueso, para poder tenerla otra vez.

El joven Archer no supo qué decir , miró la estatua y sintió algo de melancolía. Amar así, debía ser una tortura.

***

Fin capítulo 3

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