Capítulo 1: La insignia
I
"Quien Siembra Vientos, Cosecha Tempestades"
Lo rompieron frente a sus ojos, aquel perfume que con tanto esfuerzo y meses de salario había comprado para la festejada. Odiaba la risa maniática de aquel que le miraba mientras contemplaba el frasco en pedazos. Trajo a su mente en ese instante en su madre, quien también pensando en que su hijo no quedara como un pobretón, invirtió mucho en esa compra. No sabría ni cómo decirle lo que pasó.
—¿Cómo puedes venir a esta fiesta con esa baratija de regalo? Quiero que te largues, Archer, no eres bienvenido.
De nuevo vino esa risa enferma y llena de frustración. No resistió más, y con sus ojos encolerizaron iba a lanzarse sobre el tirano cuando vio que de la parte lateral del balcón se precipitaba una figura desconocida para él, pero que parecía muy angustiada con la situación.
—¿Qué es lo que está pasando? Dime, Miki, no estarás importunado a los invitados, ¿verdad? —su voz suave y claramente educada, sorprendió al joven agredido, quien se dedicó a esperar alguna reacción de quien había roto el regalo.
—No pasa nada, este iluso ya se va —dijo el agresor mientras se retiraba, seguido de uno de sus amigos.
Julian se quedó de rodillas en el piso, viendo los pedazos de cristal y el correr del líquido que empezaba a aromatizar el lugar en una fiesta de flores, el mismo que había comprado para regalarle a la odiosa hija de su jefe. La chica que había entrado a calmar la situación, se acercó un poco e intentó decir algo para suavizar la ira del otro, pero no encontró palabras.
—Que, también vas a reírte, supongo —replicó el chico, furioso.
—Lamento muchísimo la actitud grosera de Miki. De verdad lo siento.
—No más que yo, te lo aseguro —dijo virando la cabeza al ver que la chica se agachaba junto a él—. Lo que más ira me da es que haya invertido mis energías en darle un regalo a una persona que no conozco y que dicen es una chica despreciable, odiosa y grosera. Me encuentro entonces con su hermano, que parece igual de despreciable… Mamá debió usar este perfume, ella lo merece más. Que horrible es el día de hoy. ¿Septiembre?, a quién se le ocurre cumplir en septiembre, solo a los idiotas como los de esta familia. Al menos me hubiese devuelto el regalo sin romperlo, alguna otra chica lo hubiera disfrutado, seguro que este día es el de los tarados y …
—Debo decirte —le dijo la joven dama tomándolo de un brazo, deteniéndolo para que dejara de hablar un poco—, que quien cumple años, soy yo.
No se pudo poner más ruborizado, porque no había espacio en su rostro. La muchacha sonrió un tanto, jamás hubiera imaginado que ella era la del festejo, sus ropas eran muy sencilla, pensó que se trataba de una joven sirvienta. Pero ya no había manera de retractarse. Tomó los pedazos del frasco, también la mano de la chica y los puso en la palma de ella.
—“Happy birthday to You, Happy birthday To you...” —cantó, mientras la muchacha soltaba una sonora carcajada.
—No debes preocuparte, puedo repararlo, sígueme y te mostraré como. Sin embargo, su contendido se ha perdido para siempre en este tapete. Pero sé que su envase también es muy valioso, y me hará recordar este día.
Y la siguió, sin preguntarse por qué lo hacía. Pero le inspiraba tal confianza que no dudó ni un segundo en hacerlo. Pudo recorrer entonces el joven Archer la enorme mansión y admirarse de la misma, pero no podía dejar de sentir cierta zozobra, igual a la que rodeaba aquel lugar. Parecía muy frío, casi como si estuviese en un iceberg. Las paredes con pocos cuadros, los largos y ensombrecidos corredores, junto a la música clásica del primer piso, todo digno de un libro de caprichoso suspenso. Se detuvo cuando vio que la otra chica lo hizo en una puerta, al parecer ya habían llegado a su destino.
—Bueno es aquí, mi habitación, sigue por favor —murmuró mientras abría y le ofrecía el primer paso, pero el otro joven quien no le había visto bien la cara, se quedó como suspendido en el aire cuando al fin le detalló.
¿Hermosa? No, esa no era la palabra para describir la magnificencia que el creador había hecho en esa chica. Tenía los ojos azules más impresionantes que jamás había visto, casi índigos, el perfil y rostro más pulido, el cuerpo más encantador que hubiese apreciado jamás. Más baja que él, quizás de un metro con sesenta, caminaba con gracia, siempre sonriendo, tal vez, para hacerlo sentir mejor. Su cabello largo era tan cenizo, que pasaba por gris oscuro, muy raro en las personas tan jóvenes. Pero definitivamente eran esos ojos y esa sonrisa los que iluminaban su rostro.
Siguió un poco sonrojado sin darse cuenta de eso, por supuesto; y casi se le cae la quijada cuando lo primero que vio fue un estante lleno de los frascos de perfumes más extraños del mundo, que llegaba casi hasta el techo. La chica hermosa se dirigió a lo que parecía ser su escritorio, dejando a Archer deleitarse con aquella extravagancia.
—Es definitivo, yo soy el único idiota que le regala una gota de miel a un panal.
La chica, desde el sillón, se echó a reír con gusto ante el comentario de su invitado. Se quedó viéndolo detalladamente lo que el joven percibió y de nuevo se sonrojó.
—Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Soy Archer, Julian Archer. ¿Y tú? La invitación solo decía “señorita Castle”
—Soy Hanna.
Julian se acercó a Hanna, y vio que sacaba de una caja, un frasco. Lo puso en la mesa y lo abrió con mucho cuidado. Se enteró Julian, que esa era una resina muy exclusiva traída de Egipto y que servía como adherente. Con eso era que Hanna reparaba los recipientes, pues ya había sido víctima de las idioteces de su hermano. Con mucha paciencia, unió las piezas, como si se tratase de un rompecabezas. Cuando terminó se alegró mucho pues ese pequeño frasco de cristal en forma de rosa, no lo tenía.
Julian le veía y aunque no sabía por qué, sentía que su cara le ardía, y mucho más cuando Hanna le regalaba esporádicas sonrisas. Le preguntó además a la muchacha, el por qué era que no participaba de la fiesta, y ella le respondió que no le gustaba estar entre gente que no conocía, aguantando las niñadas de su hermano y saludando a personas hipócritas. Se enteró también Julian, que Hanna cumplía 17 años, y que sufría de una rara enfermedad respiratoria que la obligaba a permanecer casi siempre en casa.
—Ahora los ataques han disminuido casi un 80%, eso me tiene muy feliz. Bueno, muy seguido tengo pequeños espasmos, por eso debo tener siempre la máscara de oxígeno lista. ¿Pero sabes?, estoy con una medicina que es muy eficaz, y muy costosa, por cierto, mis médicos dicen que eso puede curarme lo suficiente, al menos para poder llevar una vida fuera de esta casa.
—No sé ni que decirte, pero en verdad me alegra que mejores.
—Y dime ¿cómo terminaste en el balcón con mi hermano?
—Ah, te contaré todo desde el inicio. —Se recostó en la silla y siguió—. Hace como una semana nos llegó una invitación a los empleados más jóvenes por parte del señor Castle para la fiesta que iba a dar a su hija. Yo trabajo para tu padre, empaco en la bodega la mercancía que va a salir al extranjero. A mis amigos les pareció buena idea venir, pues habría mucha comida y todo eso. —Sacó su lengua y sonrió un poco—. Hablé con mi mamá y ella me dijo que mejor ni me asomara por acá si no quería sufrir un disgusto, que era muy raro que el señor Castle invitara a los chicos que trabajaban para él a una fiesta de ricachones. Pero mi insistencia fue tanta, que accedió a ayudarme, prestándome dinero, que por cierto ya me descuenta de mi salario. Mis tontos amigos no me dijeron que ellos te habían comprado entre todos... uh, no te puedo decir aún no ves tus regalos ja, ja, pero me hubiesen podido incluir ¿no?... en fin, cuando llegué, ellos mismos me dijeron que fuera al balcón del segundo piso que desde allí se divisaba una figura hermosa, una estatua, la de una dama con una corona de flores. Fui por supuesto y llegó tu adorable hermanito que me preguntó que hacía ahí. Le dije, y el resto es historia.
Hanna escuchaba atenta y complacida lo que Julian le decía, y tampoco dejaba de verle con cierto sonrojo. La verdad era qué, la chica Castle, había tenido muy poco contacto con personas de su edad, aparte de su hermano que era más una pesadilla que una compañía, y aunque era muy idiota, lo quería mucho. Julian movía con gracia sus manos, y los ojos de Hanna se estrellaban con los también azules de su invitado que poco a poco le agradaba más.
***
Fin capítulo 1
