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Capítulo 4 - ¿Imprudente?

Me incliné, mordiéndome la lengua para no sacar a ese caballero, Manuela hizo lo mismo, los invitados se presentaron con mucha educación.

—Siéntense.

Comentó mi padre. Tomamos nuestros asientos. Manuela no dejaba de mirarme, sus ojos eran dos libros abiertos, estaban a punto de salírseles, por mi parte me sentía nerviosa, las manos comenzaron a sudarme. Lord Antonio parecía analizarme, no pude comprender su mirada, nadie lo había hecho de esa manera. Parecían dos miradas al mismo tiempo, como una espada de doble filo.

—Milord D’Montecarlos, siga usted narrando el inconveniente que tuvieron en la tarde, cuando se le presentó de la nada ese caballo. —Me sonrojé.

Sentí una punzada en el estómago, ese inconveniente sin duda era yo.

—El caballo era cabalgado por una imprudente joven que casi se mata de no ser porque alcancé a sujetarla del brazo. —comentó Lord Antonio de manera desafiante, parecía disfrutar con ello. Sentí la sangre subirse a mi rostro, «¡imprudente!» ¿Ese caballero quién se creía?

—Qué insolencia la de esta juventud, hoy en día no respetan. —dijo el señor Granados.

—La imprudente era yo papá.

Le devolví la mirada de superioridad, parecía estar enojado conmigo o ¿sorprendido?, demostré que no me gustaban los cuentos a medias tintas, las cosas debían ser llamadas por su nombre.

Arrugó su frente, no pensó que reaccionara de esta forma. El rostro del señor Granados se veía rojo por la vergüenza ocasionaba por su propia hija. La mirada de mi madre me recordó el comentario de la tarde, debía decir algo para mi defensa.

» Al parecer padre, existen personas con derecho a juzgar sin saber los motivos y discúlpeme milores D’Montecarlos. —miré a los señores mayores—. Mi caballo se desbocó por algo que lo asustó en el bosque, por eso se estrelló contra los suyos, no pude agradecerles en la tarde por la forma en como su hijo se comportó. Ustedes mismo lo vieron, fue bastante descortés, me dejó con la mano extendida al presentarme.

Tuve la sensación que el hermano de lord Antonio, aunque, no recuerdo ahora su nombre, se mordía los labios, ¿se burla de mí?

—Eso es cierto.

Comentó el señor D’Montecarlos y vi en los ojos de su hijo mayor la rabia, pero al mismo tiempo un gran desconcierto. Algo en mí no le terminaba de agradar, de eso me encontraba muy segura.

—Me disculpo por tan mal proceder milady, carezco de palabras por mi conducta. Espero en un futuro espero disipar tal imagen de mi persona.

Nos miramos y desafiábamos sin lugar a dudas, era extraño nuestro comportamiento si apenas hace unas horas que nos conocíamos. No había nada gratificante que un reto para mí. Jamás me ha gustado perder, hasta el momento la suerte me ha acompañado.

—Mariana…

La voz de mi madre hizo eco en mis oídos, logrando desviar la atención y concentrarme en ella.

—No le has agradecido por haberte ofrecido sus disculpas.

—No tengo por qué hacerlo,

Volví a mirarlo, me desconcertó su rostro. Él parecía estar conteniendo las ganas de reírse, ¡mira nada más, qué insolencia!, ¿se burlaba en mi propia cara? Úrsula ingresó a informarnos que la mesa estaba lista. Apareció en el mejor momento.

Fui la última en salir, aunque lord Antonio retrasó sus pasos, aun así, iba un par de veces, se giró para mirarme. «Se sigue burlando de mí». Me dieron ganas de darle una bofetada, no comprendía las razones de mis alteraciones, soy una señorita bien educada. Los señores D’Montecarlos parecían ser señores dulces, sus ojos eran sinceros, ellos eran los que se avergonzaron por el comportamiento de su hijo.

El segundo hijo, caminaba al lado de Manuela, se agradaron mutuamente, él era diferente a su hermano, por lo menos era más educado, un poco más bajo, y aun así también era alto. Al analizar la situación comprendí, que por azares de la vida estábamos emparejados. —Me pareció extraño.

Mis padres, sus padres, mi prima y su hermano, todos salieron del brazo de su educado anfitrión, pero el mal educado que me tocó por descarte, ni por enterado. Caminó primero, dejándome de última, hasta ganas de hacer una pataleta surgieron, ¿por qué me ofuscaba tanto ese desconocido?

La cena quedó exquisita. La señora Granados había sacado los mejores cubiertos y la vajilla importada de Inglaterra. Recuerdo que solo una vez lo había hecho, fue en uno de mis cumpleaños; también sacó el mantel regalado su esposo desde la india en su último viaje y del que siempre se refería ante sus amigas.

Yo había quedado frente a él. Era increíblemente hermoso, mis padres se sentaron a cada extremo, los señores D’Montecarlos quedaron a mi lado, la pareja más joven, pareció entenderse a la perfección, quedaron al lado del él.

No dejaba de mirarme, cada vez que tenía ocasión, eso incomodó en demasía. Si ingería alimentos de una forma me miraba diferente, si hablaba de algo parecía reprocharme por lo dicho. Estaba cohibiéndome y eso me descolocaba.

Yo no podía dejarme, saqué orgullo, también lo miré, pero eso fue motivo para malos entendidos entre nuestros padres, mientras nos tomábamos una copa de vino, padre realizó el peor comentario de su vida.

—Hacen linda pareja.

Botamos el vino sin ponernos de acuerdo, casi me ahogo, él miró con desaprobación a sus padres, fui consciente de ello mientras limpiaba mi boca.

—Dispénseme.

¿Cómo se les ocurre decir semejante exabrupto? Manuela me miraba con insistencia, nos entendemos muy bien, ella parecía escuchar lo que yo quería decirle. «Sácale la mayor información a su hermano y así poder saber a qué atenerme con semejante personaje». Nos reunimos por unos minutos en el living antes de su partida, mientras se despedían nuestros padres.

—Ha sido una cena encantadora. —comentó lady Antonieta a mi madre.

—Quedo complacida ante su agrado, espero volverla a ver.

Se dieron un par de besos en cada mejilla antes de salir. Los señores estrecharon las manos. Manuela seguía del brazo del hermano de Antonio, quien parecía disfrutar encantado de su compañía, se despedían de manera oficial.

—Fue un placer conocerlo un poco más y créame, no me decepcionó. —Lo miré—. Es usted tal cual como lo supongo. —comenté con sarcasmo a Antonio antes que se fuera, él sonrió un poco.

—Créame, es mutuo el sentimiento.

Dicho eso extendió su mano para despedirse, y yo solo esperaba ese momento, todos nos miraban. Me incliné ante su hermano que, esperada a su lado, lo miré a él, continuaba con la mano extendida, por eso di media vuelta para dirigirme a las escaleras, confieso que mi corazón latía en demasía.

—¡Mariana!

Esa voz ya la conocía, este fin de semana he sido ganadora de una encerrada. No miré a mis espaldas, tomé uno de los candelabros del pasillo para dirigirme a recámara. Mis padres deben estar disculpándose. A los pocos minutos ingresó, con una mirada de amor a primera vista.

—¿Qué dijeron mis padres?

—No te espera nada bueno, Mariana. Fuiste muy descortés. —Ella que lo dice y mis padres que ingresan a la recámara.

—¡Mariana Granado!...

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