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Capítulo 2 - Descortés

Miré a la dama del carruaje, le sonreí—. Debería intentarlo usted también, eso hará que ningún hombre le gane en una carrera a galope.

Dicho eso, tiré de la rienda y espoleé, este echó a correr. Debía reconocer, ese maleducado era hábil, se apartó con sigilo para esquivar mi arrebato de dignidad. La sangre hervía por mi cuerpo, qué caballero tan… tan, ¡tan, tan! Manuela no pronunció palabra, solo analizaba de vez en cuando mis reacciones de regreso a la hacienda, sabía que tenía mil preguntas.

Al llegar, madre bordaba. Su rostro se sorprendió al vernos llegar sin el cochero. Dejamos los caballos en las caballerizas en manos de un mozo de cuadra, mi prima rompió el silencio.

—¿Qué fue lo que pasó?

—En la recámara te cuento, ahora se nos viene algo peor.

Comenté entre dientes al ver su rostro al acercarse transformado en una esfera roja, se alzó el vestido para correr con más comodidad. Nos conocía muy bien, sabía qué, al presentarnos en tales circunstancias, era probable una travesura realizada.

—¿Dónde dejaron el carruaje? —preguntó furiosa.

—Él, muy insulso, se quedó dormido. Ya les había comentado, ese hombre no es confiable, y nosotras tenemos muchos deberes. Debíamos regresar temprano.

— ¡Mariana! —gritó entre dientes.

—Es verdad tía.

—¡Eres igual a ella!, no se puede confiar en ninguna de las dos. Si tu tío. —miró a mi prima—, y tu padre —Me miró—. Si se entera, no voy a interceder por ustedes.

—Aceptaré el castigo que me imponga. No te enojes, no nos pasó ningún altercado. —respondí.

Tomé a Manuela por la manga del uniforme, la llevé hasta el interior de la hacienda, vi como a madre alzaba sus manos al cielo soltando un suspiro.

—¡Niñas!

Nos gritó desde la puerta de la entrada, La esperamos en el primer escalón de las escaleras.

—¿Señora? —respondimos al mismo tiempo.

—En la noche tendremos una importante visita, son los nuevos vecinos. Gente muy considerable e influyente. —enfatizó—. Tu padre quiere la mayor colaboración y atención para con ellos.

—Madre, ¿por qué tanta pleitesía a unos desconocidos? —hice una mueca de disgusto.

—¡No son desconocidos! Tu padre ya los distinguía desde hace unos días de su llegada de Inglaterra. Se encuentran inspeccionando sus propiedades, solo se quedarán un par de semanas. Si no encuentran un tema de interés. —Ese tono utilizado para la última frase que pronunció no me agradó.

—¡Sabes a la perfección madre, que los nobles suelen desagradarme! Si en algo me alegro, es no hacer parte de ellos de manera directa, el vivir en una hacienda nos aleja de la hipocresía de ese entorno.

—No deberías, eres una de ellos, tienes mucho pasado en tus apellidos.

Le hice un gesto de descontento ante su comentario. Según la historia, nuestros descendientes eran ingleses. Desde muy niña mis padres se trasladaron a tierras francesas. Mi padre había realizado varios negocios, los cuales le salieron muy bien e incrementó su fortuna y prestigio de su apellido. No estamos muy relacionados con nuestros familiares ingleses por parte materna, como tampoco con la familia paterna, ya que era un misterio total, no había ningún contacto con la línea española. Por lo tanto, las únicas personas importantes eran las que vivían conmigo.

—Las quiero presentables en la tarde, cenaremos con ellos.

—Como usted ordene lady Granados.

—¡Mariana! Es muy importante, no dejes a tu padre avergonzado.

—¡Madre! ¿Crees qué soy capaz de semejante acto?

Escuché a Manuela sofocar las ganas de reírse. No me contestó, con solo ver su mirada penetrante fue suficiente.

—A las siete estaremos listas, tía.

Corrimos escalera arriba para entrar a nuestros aposentos. Dormíamos juntas, en parte, porque Manuela después de la muerte de mis tíos sufrió de pesadillas, y en mi caso porque con ella me sentía un poco más segura y esa sensación de que vendrán por mí, disipaba un poco.

—Ahora mismo me vas a contar lo ocurrido, no comprendí esos acontecimientos con ese caballero encantador con el que hablabas. —terminó suspirando y cayendo de espaldas en su cama.

—¿Te pareció encantador? —hice un mal gesto mientras me sentaba al borde de la mía.

—Concuerdo con su falta de modales y esa descortesía al no saludarte como era debido. Sin embargo, no negarás lo atractivo, yo diría hermoso.

—Lo que tiene de belleza lo tiene de orgulloso, altivo y descortés.

Expresé en tono displicente, aún tenía vergüenza por su falta de educación, por esa frialdad en sus ojos, ¡me dejó con la mano extendida! Le relaté los acontecimientos del bosque, el cómo por poco hubiera perdido la vida de no ser por él. Me escuchó con suma atención.

—El resto de la historia ya la conoces.

—No entiendo, fue amable y luego cambió tan de repente, un verdadero caballero no actúa con tales modales.

—No lo sé. —quedé pensando—. Tal vez, al escuchar los apellidos se dio cuenta de que no éramos tan importantes. ¿Lo notaste?, él parece de la realeza, se ve muy antiguo —extendí el cuello lo más que pude para tratar de imitarlo.

—Somos una de las familias más respetables del pueblo, además procedemos de familias nobles de Inglaterra. —comentó.

—No poseemos tierras en otro lugar que no sean en la región, al no tener heredero hombre el título nobiliario de mi tío se perdió, por eso tú perdiste todo menos tu dote que fue lo único entregado a padre al convertirse en tu tutor legal.

Afirmó. Yo amaba la hacienda —era una de las haciendas agrícolas más prósperas de la región, muy grande. Su área construida era de dos pisos; en la parte superior quedaban las habitaciones y el cuarto de costura de mi madre. En el primero quedaban un salón principal para realizar actividades, dos comedores de diez puestos, el despacho de papá, el salón de caballeros donde se reunía con sus socios, el living donde reciben a los invitados, los salones del té de mi madre, la biblioteca, la cocina y las habitaciones de Úrsula mi nana, con dos colaboradores más y el mayordomo. Ella no era de tener tantos empleados en la casa, nada más los necesarios, para ella las doncellas sería tener la excusa para hacernos unas mujeres holgazanas.

—¿Lograste ver lo que te persiguió?

—No muy bien, era como una nube negra, una risa tenebrosa dijo que se acercaba el día. —hablé casi en un susurro, recordando el temor.

—Mariana… —Se pasó de cama para abrazarme con fuerza—. Hace meses no te pasaba nada de esa índole.

—Lo sé. —alejé los temores de mi mente para no sugestionarme más de la cuenta—. No sé qué pudo reanudarlos. Pero regresaron, los encuentros extraños volvieron.

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