Capítulo 1
Karina se levantó con los ojos llenos de lágrimas, mientras era escudriñada por la mirada inquisidora de las personas que había considerado sus hermanos y hermanas, personas con las que había compartido sus alegrías y sus momentos difíciles, al mismo tiempo que escuchaba el duro juicio de los ancianos que insistían una y otra vez en recriminarle los actos que como esposa había omitido. La comida caliente en la mesa, la ropa limpia en el cuarto marital, la obligación de los hijos a la asistencia dominical y la osadía de usar una falda tan sólo un poco por debajo de sus rodillas. Su cabello era negro y largo, hermoso, aunque estaba recogido en un complejo moño que se había anudado en un listón negro, que terminaba con sencilles en un moño sencillo. Su maquillaje era discreto y natural casi inexistente y su blusa estaba cubierta por un suéter sencillo en un color horrible que no le gustaba y que era obligada a usar por su marido, quien se encontraba en otro extremo del salón del reino, custodiado por hombres y mujeres de su comunidad.
Nancy miraba con una fascinación temerosa, el cómo la mujer con la que había compartido sus actividades, en el salón del reino, en su vida como esposa devota y como madre, se levantaba con un dolor en lo profundo de su pecho. Nancy había servido como soporte emocional en los momentos más duros y frustrantes de la vida matrimonial de Karina, la asistió la primera vez que Francisco, su esposo la había golpeado por la omisión en su deseo sexual, era sencillo, Karina, no se sentía más atraída por el cuerpo deforme de su esposo, con ese abultado abdomen, con esa cara redonda de barbas irregulares y aunque muchas veces se había forzado así misma en aceptar las demandas sexuales de su marido, Karina, no tenía la voluntad o amor de soportarlo más. Nancy entonces se había transformado en un escape emocional para los problemas de un matrimonio, que no eran mejor que el de ella, pero que, con cierta frecuencia, la hacían sentirse agradecida de que su esposo, Julián, no fuera un hombre descarado en sus aventuras, como si lo era Francisco. Ahora que Karina estaba de pie expresando los golpes, las humillaciones y el descaro de su congregación al darle la espalda en el doloroso proceso de divorcio, Nancy sólo pudo orar porque Karina encontrara refugio junto a dios.
---- Hermana, por favor, debes mantener la compostura en la sala de dios---- Reclamó el Anciano, encargado del salón del reino, un hombre en la veintena, que había recibido el título de anciano, después de haber dedicado su vida, pasión y estudio a comprender y compartir las enseñanzas de la biblia de su religión.
---- ¡No me voy a callar!---- Gritó Karina y estremeció la presencia de los niños, las mujeres y algunos hombres que estaban presentes en el salón, observando el arrebato inquisidor de una mujer que todos habían juzgado desde tiempo atrás---- Me dejaron sola, sola cuando más necesitaba de mi congregación, me he ido caminando sola a mi casa, con mi hijo en brazos, bajo el cruel tormento del clima, porque ninguno de ustedes ha tenido compasión de una mujer, que entregó su vida, al marido que le escogieron y que nunca han tenido la delicadeza o la humanidad de preguntar por mi entereza, por si estoy bien o si mi hijo ha comido. Les di todo lo que tenía y nunca han sido para acercarnos un plato de comida, por eso es que quiero dejarles muy en claro, algo. Ustedes no me están expulsando de su congregación, soy yo, la que está renunciando a sus abusos, a su hipocresía, a su mal interpretación de la biblia, a las palabras dolorosas, a las acciones rencorosas y me voy, porque no puedo ser más parte del abuso doloroso de un adoctrinamiento, que no se tienta el corazón, con una mujer bondadosa, que hizo todo para cumplir con las encomiendas de sus ancianos, porque nunca me pude vestir, bailar o cantar como mi corazón lo pedía, porque ustedes ven el diablo en aquello que no comparten y ahora entiendo que es por la perversión de sus almas y son ustedes los que están enfermos y no yo---- Karina, salió con su hijo de la mano, por las puertas del salón del reino, mientras las personas en su interior se miraban unas a otras en una confusión honesta, pero que no terminaría en nada. El anciano en la veintena, levantó la voz, dijo el nombre completo de la mujer y anunció su expulsión de los testigos de Jehová, invitando a todo el mundo a orar una última vez por el perdón del alma pecadora de una mujer que cubierta en la ignorancia satánica, dejaba la única y verdadera religión de lado.
Esa noche Nancy llegó a casa acompañada de su esposo Julián, con su pequeña hija en brazos y una hermosa niña de no más de tres años llamada Linda, quién seguía asustada y sorprendida por lo que había sucedido aquella tarde en el salón del reino. Nancy se metió a la cocina, donde libero su hermoso cabello negro que le caía hasta la cintura, sin ningún tinte, porque aquello iba en contra de la belleza natural de las mujeres y se observó en el reflejo del espejo de la cocina, que le regresó la mirada con el maquillaje ligeramente corrido sobre la inflamación donde su marido la había golpeado para corregirla en un incidente pasado. En ese momento, sintió como del interior de su bolsa, el teléfono que había adquirido con esfuerzo y sacrificio su marido, vibraba de forma violenta, con un nombre sobre la pantalla, era una llamada Karina, la mujer que había sido su amiga, con quién había compartido los últimos años en las reuniones del templo, con quién había hablado de lo duro que era haber crecido bajo el hermoso cobijo de la religión correcta y todos los sacrificios que tenían que hacerse por un bien mayor. Así que, aunque sentía en su corazón la necesidad de contestar y encontrar el cobijo hermoso en la amistad, lo único que nací pudo hacer, fue contestar: “Busca a dios amiga, él te iluminará y te ayudará a regresar con nosotros”
El mensaje salió de su móvil y sería la última vez que Nancy hablaría con Karina, por un largo tiempo, aunque esto ella aún no lo sabría.
Esa noche Nancy se vistió con la lencería blanca más coqueta que tenía, un baby-doll de largo encaje con el cual quiso seducir a su marido, quien en un inicio no parecía interesado, pero ante la coquetería elegante de Nancy, el hombre terminó desnudando torpemente a su mujer y penetrándola una y otra vez, sobre ella, sin besar su cuerpo, sin acariciar sus labios y ciertamente lejos de rozar su alma. Todas las mañanas Nancy se levantaba, preparaba el almuerzo para su esposo, que trabajaba en la construcción de otros templos como albañil, llevaba a su hija a la escuela y regresaba a atender a su pequeño bebe de brazos, con la promesa firme de que aquella era la vida de una mujer respetada, una mujer digna y humilde, merecedora del reino de los cielos, la vida eterna y una vida junto a dios. Aquella era la vida perfecta para una mujer de dios, que compartía su tiempo con su familia y sus responsabilidades religiosas, abandonando sus estudios y preparación, dejando de lado la oportunidad de una vida fuera de la religión y nunca más regresando su mirada al pasado o pensando en la mujer que alguna vez fue su amiga, Karina.
