Capítulo 5: ¡Me duelen las tetas entrenador!
Días después de eso...
—¡Siguiente ronda!
Lucía irrumpió en el gimnasio de boxeo con determinación, sosteniendo en su mano unos guantes de boxeo desgastados y luciendo una bata llena de parches. Su cabello rubio estaba más revuelto que un huracán en un salón de belleza, y su rostro mostraba signos de haber recibido algunos golpes. Se acercó al rincón del ring donde estaba Valentino que lucia la apariencia de un hombre fornido de unos cuarenta años, con una barba que podría albergar una familia de pájaros y un gorro de entrenamiento que parecía haber visto mejores días. Tenía una apariencia ruda y decidida, como si hubiera nacido con los guantes puestos. Él seguía saltando a la cuerda con la gracia de un elefante en patines, mostrando una agilidad que parecía desafiar las leyes de la física.
—Hola —dijo Lucía apenas audible, tratando de recuperar el aliento mientras se quitaba un trozo de esparadrapo de la boca.
El entrenador levantó una mirada intensa hacia Lucía Rodriguez y luego la dirigió rápidamente al saco de boxeo que estaba golpeando con puñetazos rápidos y precisos, como si estuviera escribiendo un poema con sus nudillos.
—Buen día. ¿Qué te trae por aquí, Lucía? Te esperaba hace 3 días. ¿Y por qué narices llevabas un esparadrapo en la boca?
Lucía se sentó en un banco cercano, intentando acomodar su protector bucal que parecía estar en una misión para reducir su capacidad de hablar con claridad.
—Mi marido, desde que tuvimos al crío, nuestra libido a bajado. Ahora practicamos un poco de BDSM todas las mañanas. Me duele el culo constantemente después de cada sesión para salvar nuestro matrimonio. Y encima parece que mi bebé tiene bulimia, me mama tres días seguidos y luego no quiere ni gota de leche.
El entrenador soltó una carcajada que sacudió el gimnasio y provocó que algunos sacos de boxeo temblaran de miedo.
—¿Desde cuándo te duelen los pechos guerrera?
—¿Cómo lo has adivinado? Dos meses exactamente. Cada dolor es como una medalla que me recuerda que soy una auténtica luchadora.
—A las mamás primerizas siempre os duelen las tetas. ¿Has hecho estiramientos adecuados o solo lanzas golpes al aire como un pollo desplumado?
—Sí, he hecho estiramientos, pero parece que mis tetas tienen una coreografía propia. ¡Es un baile descoordinado que haría reír a Fred Astaire!
El entrenador dejó de saltar a la cuerda y se acercó a Lucía, examinando su postura con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
—¿Ha probado a racionar la leche a tu nene o solo le sacas una teta siempre que lo desea?
—No, solo le doy el pecho cuando quiere y así me siento bien. No soy una madre que sabe decir que no, soy más de que coma cuando quiera.
—¿Me permites que te examine los pechos? Creo que deberías aprender un automasaje todas las mañanas. Yo te enseñaré.
—No, al menos no en el ring. Pero tal vez te dejé luego en los vestuarios, pero solo un momento, que nos conocemos.
Valentino no podía disimular su gran alegría.
—¡Ya sabes que me encantan tus pechos, son de mamá generosa! ¿Cuántos años tienes actualmente? Quiero decir, ¿cuántos asaltos crees más que podrás aguantar mis encantos?
—No soy una cría, pero mi espíritu es eternamente joven y listo para dar golpes bajos a la edad. ¡Estoy lista para enfrentar tantos asaltos como una caja registradora en rebajas! Me gustas, ya lo sabes, pero estoy casada y con un nene de 3 meses. Tal vez, tengamos algo más…muy pronto.
El entrenador asintió con una sonrisa y envolvió las manos de Lucía en vendas protectoras, asegurándose de no apretar demasiado para no cortar la circulación de su ambición.
—Mm. Necesitarás una sesión de estiramientos más intensa y algunas sesiones de terapia con hielo. Tal vez incluso un masaje de un gorila experto en relajar músculos . ¡Pero no te preocupes, lo tengo todo cubierto, campeona!
Lucía, emocionada por encontrar una solución a su dolor de tetas, se puso de pie y miró a su entrenador con gratitud, aunque su rostro todavía mostraba los moretones del último round de BDSM con su marido.
—Gracias, entrenador. ¡Juntos conquistaremos el cuadrilátero y demostraremos que los dolores de tetas no pueden derrotarnos!
El entrenador sonrió con orgullo y le dio una palmada en el hombro a Lucía, tratando de no dejarle otro moretón en el proceso.
—Eso espero, campeona. Ahora, ¡vamos a entrenar duro y dejar que tus puños hablen por ti! Estoy seguro de que tus golpes serán más impactantes que las noticias falsas en las redes sociales.
Lucía asintió con determinación y se preparó para continuar su entrenamiento, sabiendo que su entrenador la apoyaría en cada golpe y en cada paso del camino hacia la victoria, incluso si eso significaba tropezar con un par de tetas doloridas de tanto dar de mamar.
***
—¿Próximo asalto! ¡Entra al cuadrilátero, Lucía! ¿Que tal esta mañana tu "pechonalidad"?
Lucía, con una mirada preocupada, se acercó a Valentino en el ring, sosteniendo sus guantes de boxeo como si se hubiera comido la última porción de pizza en una fiesta de cumpleaños. Su cabello rubio parecía haber tenido una pelea épica con un secador de pelo rebelde, y sus ojos reflejaban una mezcla de ansiedad y deseo de huir hacia una isla tropical.
Valentino, con su aspecto de recién duchado, perfumado y bien desayunado, la miró con atención.
—Dime, Lucía, ¿te comiste algo malo para el desayuno o solo estás practicando para un papel en una película de terror?
Lucía sacudió la cabeza a la vez que sujetaba una nota arrugada y temblorosa en la mano.
—Valentino, tenemos un problema. Esta mañana recibí una nota debajo de la puerta de mi casa: "Se dónde vives cabrona, me vengaré de ti y de tu entrenador, gilipollas". ¿Adivina quién está en la lista de los más buscados de los fanáticos del boxeo?
Valentino soltó una carcajada y se rascó la barbilla.
—¡Ay, genial! Parece que hemos atraído a nuestro propio grupo de admiradores "afectuosos". ¿Quién necesita una base de fanáticos cuando puedes tener acosadores en su lugar?
Lucía frunció el ceño, preocupada por su seguridad.
—Pero, Valentino, ¿Crees que la nota es de Puños de Porcelana? Esta persona está loca.
—Puños de Porcelana seguro tiene un póster nuestro en su habitación con flechas apuntando hacia nuestros rostros. Pero no la veo capaz de dejar una nota amenazando. Ella es más de acción.
Valentino levantó una ceja y le dio una palmadita reconfortante en el hombro.
—Tranquila, Lucía. No te preocupes por eso. Hemos entrenado duro, para protegernos, en el ring, así que estoy seguro de que podemos lanzar un gancho de derecha bien colocado si alguien se acerca demasiado.
Lucía sonrió ligeramente, sintiéndose un poco más confiada.
—Supongo que tienes razón, Valentino. Después de todo, ¿quién necesita un seguro de vida cuando tiene un entrenador de boxeo rudo y temerario?
Valentino asintió, con una sonrisa sarcástica en su rostro.
—¡Exactamente! Nuestro entrenamiento de boxeo es el mejor seguro personal que podemos tener. ¡Asegúrate de guardar un par de guantes en tu mesita de noche por si acaso!
Ambos soltaron una risa sarcástica y se dirigieron hacia el ring, preparados para el nuevo entrenamiento. Sabían que, más allá de las notas amenazadoras, su verdadera fuerza residía en su capacidad para enfrentar cualquier cosa con humor y una actitud de "golpea primero, pregunta después".
