Capítulo 4
Mara conocía la atracción sensual de sus pechos, lo había experimentado siendo estudiante, y luego al casarse con Pablo. Los hombres se volvían locos por pegar sus labios a esos generosos pechos y chuparle los pezones.
—Por favor... todavía... —rogó Mara.
Aunque ya era muy tarde, el hombre estaba inclinado sobre ella, podía aspirar su aroma a colonia costosa, y sentía el cálido aliento rozando su piel.
Era una pareja de ricos, de personas influyentes e importantes en el negocio de Bienes y Raíces.
No estaba mal que comenzaran su vida de "Cambios de Pareja", con una pareja como aquella.
—¡Me... va a… coger...! —pensó.
El hombre hacía curiosos ruidos al chuparle y besarle los senos, pasaba de uno a otro goloso y anhelante, o cuando estaba succionando al derecho, acariciaba a el izquierdo de manera ardiente, con sus manos muy pequeñas, apoderándose de su carne, hundiéndole los deditos en ella como si fueran a desaparecer.
Poco a poco Mara, fue sintiendo el llamado del sexo, el deseo le recorría de arriba abajo toda la piel y se le convertía en espumita caliente dentro de las paredes ocultas de su vagina.
El hombre erá más pequeño comparado a su marido, y quizá no tan bien conformado físicamente, aunque agradable en su conjunto y sobre todo... ¡Aquella, sí aquella verga!
Mara sentía que se encogía su sexo al verla retozar entre sus muslos.
Hasta ese momento el hombre no le había pedido que se la tomara, aunque ella la miraba como con lentitud... lo mismo que un periscopio surgiendo del océano... la descomunal macana crecía y seguía creciendo como si no tuviera límite.
Braulio, la empujó hacia atrás sobre la cama, y su boca mamadora fue recorriendo con experiencia de años las tibias redondeces de la ya encendida muchacha.
Primero su garganta, los hombros, para bajar por sus axilas donde se tomaba bastante tiempo acariciando con la punta de la lengua sus vellos que recién había rasurado, y continuar descendiendo por los costados.
—¡Dios… me gusta… me gusta...! —pensaba Mara cerrando los ojos.
La lengua del hombre del hombre, era un ariete que repicaba en sus sentidos como una maza que golpeara sin cesar en su vagina, haciéndola abrirse y cerrarse en espera de la posesión.
—¿A que sabría meterse aquella tranca hasta el mismo fondo de sus ovarios? —meditaba la hermosa, mientras gozaba de la estupenda mamada.
Para Mara, era la primera vez, pues, aunque en el bachillerado hubiera disfrutado de adelantos sexuales con amiguitos y novios, jamás se dejó poseer… Sólo su marido sabía lo que era ensartarla... y ahora ese hombre, casi desconocido, se le metía entre sus muslos.
Braulio, la miró por un momento sonriendo, luego, tomó las buen torneadas piernas de Mara, colocándoselas sobre sus hombros.
—¡Ponla arriba!
Mara sintió la mirada del jefe como dedos de fuego sobre su rajada, en seguida escuchó una especie de sollozo y la lengua ardiente se puso a trabajar en la labia que rodeaba su gruta, sus manos oprimían y soltaban sus senos con desesperación.
Ella ya no podía contenerse, estaba su cuerpo bañado en sudores fríos y calientes retorciéndose como una serpiente en las manos de su amo.
Braulio, deslizaba la lengua por el borde de la abierta herida del sexo para después introducirla en la bien húmeda vagina chupando glotonamente los torrentes de espumilla cremosa que Mara, estaba produciendo.
Sus manitas pequeñas, aunque firmes, se habían deslizado bajo las redondas nalgas de la hembra y casi la tenían en peso, mientras que le mamaba toda la abierta papaya.
—¡Ooohhh… qué rico...! ¡Oooh... sigue más, Braulio! —gritó Mara.
Se daba cuenta que estaba vociferando, sabía que su cuerpo se enroscaba de placer entre las mamadas de un desconocido que la hacía gozar de manera deliciosa.
Disfrutaba a plenitud del momento y quería que sus gritos fueran escuchados por Pablo, en la otra habitación, que supiera que ella también estaba disfrutando de ese estupendo momento que la enardecía de pies a cabeza.
Ahora, la imagen de su marido haciendo el amor con la rubia ya no le era repugnante, ni sentía celos... sólo le quedaba una sensación de sexual maldad, de deseo misterioso.
Estaba gozando como nunca en su vida, restregando sus poderosas nalgas y su bajo vientre contra el rostro empapado de aquel macho que se la chupaba, que se la comía entera.
Mara, cruzó los torneados y tersos muslos en una tijera sobre el cuello de Braulio, sepultando aún más en lo profundo de su cuerpo... deseando que aquella lengua increíble se le metiera hasta los intocados rincones de su caverna, y que la leche explotará como un volcán.
—¡Dale... dale... así... ooohhh... Brau... li… oohh!
El hombre sabía cómo sacarle la leche, igual que Pablo, su marido cuando la atravesaba con su pene encendido, y la hacía ver las estrellas de otras galaxias sacándole el alma en cada derrame que la hacía estremecer de pies a cabeza.
Aunque, esto que ahora sentía era distinto, muy diferente por completo.
Uno de los dedos de Braulio, se había escurrido en la larga partidura de sus nalgas, y ahora trabajaba profundo, sumergiéndose tras de un momento de duda en su ano, penetrado en la más íntima de sus partes, algo que jamás, nunca, ni su marido le había llegado.
—¡Ooohhh… que… uuuuyyy… no puedo más... me vengo... mámame así... te la doy toda... ¿querías mi leche...? ¡Tomalaaaa! Es toda tuya… aaahhh
El Universo dio vueltas, la lámpara que estaba colgada sobre ellos pareció caer del techo y todo el cuerpo de Mara, se convirtió en un torbellino de locas contracciones.
Sus músculos se endurecían, para al final, hacerse gelatina y obsequiarle al hombre que le arrancaba la vida... con una celestial venida.
Mara, quedó sobre la cama como si hubiera sufrido un ataque al corazón.
Desmadejada, por completo, exhausta de manera total, sudando por todos los poros de su delicada piel... Braulio, se acomodó a su lado; ahí estaba tendido en perfecta calma, y sin embargo su gigantesca verga parecía a punto de estallar.
Mara, quedó asombrada, del gran control que exhibía, sobre sus emociones sexuales.
Se elevaba por lo menos diez pulgadas de su vientre, curvándose en la pesada punta como un gancho, dura y potente como esperando el momento de entrar en acción.
Mara, sintió la tentación de acariciarla, de apretarla entre sus bien cuidados dedos hasta exprimirle la última gota de leche.
Su compañero de placer pareció adivinar sus pensamientos.
—¿Quieres tocarla? —le dijo complaciente, Mara, no sabía que contestar, entonces, Braulio, le tomó una mano llevándola hasta su pene.
Los deditos de Mara, se prendieron a la durísima y fibrosa carne, comprobando que ardía como si fuera de fuego y que palpitaba como si tuviera vida propia.
Un deseo intensísimo le lubricó la vagina de nueva cuenta... tenía que clavarse aquella enorme masa de carne, gozarla por completo, la lascivia hizo secársele la saliva de la boca.
Braulio, adivinó de nuevo su pensamiento… los dedos de Mara, temblaban de pasión contenida palpando el tronco, deslizándose de arriba abajo por el interminable palo, recorriendo la gruesa vena que se dilataba a todo lo largo del mismo cual manguera cargada de semen y sabor, sintiendo el vibrar de ese pedazo de verga que la atraía.
—Súbete, ven...
El hombre ayudó a Mara, a que ocupara exactamente la posición que ella había pensado.
Se montó sobre él dejando que sus nalgas descansaran en los muslos de Braulio, y que su rajada quedará a la altura del tolete.
Los dos rieron y la tensión acabó por romperse.
—Fíjate como está. —indicó Braulio.
Ella sobre de él, miró hacia abajo y vio el enorme falo enredado con sus vellos públicos negros como la misma noche, destacando su cabezota púrpura en el oscuro marco esponjoso, y casi tocándole el ombligo con la punta.
—Súbete, y después déjate caer de un solo golpe —sugirió Braulio.
La muchacha apoyó sus manos en el vientre firme del hombre, elevó sus nalgas hasta colocarlas a nivel con la cabezota del palo, y después, alineándola a su bajo vientre, se soltó resbalándola a su bajo vientre, se soltó resbalando en el pene como un tren sin frenos hasta lo más profundo de su vagina.
—¡Aaahhh...! —exclamó Mara espantada de haber podido asimilar todo aquel enorme vástago en sus entrañas, se sentía llena en su totalidad, como nunca antes lo estuvo.
Una ola de pánico la recorrió por completo, estaba segura de que había sido perforada.
Sentía latir la verga en el interior de su cuerva, dilatada en sus paredes al máximo y produciéndole punzadas agudas... fue entonces que el hombre, empezó a moverse con lentitud subiendo su cuerpo y luego bajándolo, entrando y saliendo, embarrando el tolete por el interior de su estrecha y empapada caverna.
Mara, pudo comprobar que el dolor y las punzadas, daban solamente lugar con sus llamados a una sensación de completa llenura, gracias al riquísimo cosquilleo generado por el instrumento del macho bombeando en su intimidad como pudiera hacerlo un pistón en el interior de un cilindro. Mara se volvió loca de placer.
—¡Más... matame con esa verga rica... aaaaooosssííí...! —gritaba entregada a la pasión
Apoyada en las palmas de las manos sobre el vientre de Braulio, subía y bajaba como un sacacorchos sobre el largo palo enterrado, moviendo sus caderas y nalgas en una rotación frenética, furiosa, como la hélice de rápido avión.
—¡Duró mi rey… duro… así, toda…!
Las venidas de la chica no se hicieron esperar, y se fue vaciando sobre aquella enorme tranca.
Sus senos saltaban de un lado para otro de manera vigorosa, en forma acompasada, Braulio, los juntaba, los movía en dirección contraria besándolos, mordiéndolos.
De pronto, Mara sintió que la jalaba hacia adelante.
—¿Que sucede...? —preguntó alarmada.
No tuvo que esperar mucho para saberlo... por el espejo que estaba fijo a la pared, casi frente a ella, vio la conocida y desnuda figura de su marido situado a sus espaldas.
—¡Dejate culear, mamacita... ahora verás que rica ensartada te doy! —jadeó Pablo, con los ojos encendidos por las llamas de la pasión.
Mara, seguía ensartada sobre la verga de Braulio, montada de a caballito.
La única diferencia era que el hombre la había forzado a inclinarse sobre su pecho, al tiempo que elevaba las nalgas, justamente lo que deseaba su marido.
—Me las van a meter por el culo y me van a joder entre los dos —pensó Mara sin saber que hacer, aunque más excitada de lo que nunca antes había estado.
Pablo, guío su verga, endurecida como una roca, hasta el pucherito que formaba su ano; no era necesaria mucha lubricación ya que el pene de Pablo, despedía chorros de lubricante.
—¡Ooohh... aaayyy...! —gritó Mara.
El pedazo de tronco rígido la penetró por el ano desplazando los anillos de la estrecha entrada, avanzando sin piedad por el recto y situándose en sus intestinos.
Mara, sintió que, pasando el primer momento de dolor, la sensación era sabrosa.
En aquel momento estaba conteniendo el garrotote de Braulio, en su vagina y el tolete de Pablo, en su ano. ¡La impresión de llenura era total! Los dos tocándose prácticamente en sus cabezotas, mediando sólo entre las dos, el fino pliegue que separaba las dos cavidades en el interior de su cuerpo, aquello era la locura.
¡Mara, estaba fascinada, eso era el paraíso del goce sexual!
Era demasiado para la muchacha que se derramó en un chillido creciente, el jefe mamaba los gruesos pezones color marrón y su esposo Pablo, se fijaba con fuerza alrededor de su estrecha cintura, disfrutando de la vista de aquellas hermosas nalgas que eran taladradas.
Mara, se quedó como en otro planeta, sólo percibía como un bombardeo lejano el trabajo de los dos hombres, quienes se daban turno con sus pistones sin intentar siquiera abandonar su cuerpo, el cual los recibía con placer enorme y un gusto delirante.
Hasta que, como si se hubieran puesto de acuerdo, el semen explotó por todas partes, quemándola, deslizándose como una ola gigantesca que lo arrasara todo a un paso, semen que le entraba a raudales por la rajada... semen que le corría a chorros sus intestinos.
—¡Estos hombres tan calientes! —musitó.
