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2

A la mañana siguiente, Lucas continuó con su rutina diaria, hasta llegar a la oficina, en el octavo piso. En vez de meterse en la primera puerta a la derecha, siguió hacia delante, cruzando por entre las dos largas hileras de mesas de tele operadores que se encargaban de atender las llamadas de los usuarios que, utilizando su antivirus de escritorio, encontraban dudas de su funcionamiento.

Karen, la chica que el día anterior se encontró en el ascensor, había faltado ese día a trabajar pues su silla se encontraba vacía. Le pareció extraño pues nunca faltaba sin avisar al menos unos días antes.

Se sorprendió a sí mismo al verse preocupado por alguien, pero se quitó la idea de la cabeza mientras llegaba a la puerta que le interesaba, aquella puerta de roble y letrero dorado donde se leía; «James G. Norris. Director»

Llamó tres veces exactamente, como siempre que toca alguna puerta, y sin esperar respuesta, abrió lo justo para asomar la cabeza y pedir permiso para entrar.

El hombre sentado tras la gigantesca mesa, que parecía más una reliquia de algún museo, le dio paso con un gesto de cabeza. Estaba hablando por teléfono, y aunque al principio pensó que sería algún cliente, segundos después comprendió que era su mujer quien al otro lado, gritaba histérica.

«Ya lo sé amor, aquella casa a los pies de la playa te gustó mucho, era enorme y cara… Pero ese es el problema».

Por los gritos, Lucas sintió que la señora Norris no estaría satisfecha con la negativa de su marido, el que intentaba calmarla diciendo que encontrarían otra mejor.

—Mujeres —suspiraba una vez colgó—. Empiezan pidiéndote un pequeño anillo de diamantes y acaban sacándote casas, barcos privados, y si les dejas, hasta una isla.

—Con los debidos respetos señor, dudo que así sean todas.

—Si, tienes razón. Sólo me desahogo. Bueno ya pensé que no vendrías, te esperaba para ayer.

—Mucho trabajo y no tuve el tiempo. Hoy también tengo mucho que hacer, así que espero que entienda si le digo que sea breve.

El señor Norris miró a aquel joven de tan solo veinte años sentado ante él. En lo más profundo de su alma sentía envidia. El jamás había sido capaz de destacar en nada, siquiera tiene una idea real de qué hace cada uno de sus empleados. Sólo sabe que ese negocio da dinero, y gracias a una herencia recibida veinte años atrás, fue capaz de montar aquella empresa para beneficiarse de un negocio que estaba en pleno auge. En cambio, Lucas, podría llegar no solo a su puesto, sino a tener una empresa aún mayor, más poderosa y con más ingresos. Eso no le gustaba. Le había acogido en su empresa con tan solo quince años y se sentiría engañado si algún día fundase la competencia. Aunque esas ideas de poco iban a servir en aquel momento, pues el motivo de que le citara no era precisamente para felicitar sus labores.

—Siempre estás así Lucas. Eres un adolescente, o un joven tal vez, que no bebe, no fuma, no tienes amigos. Dime, ¿Qué esperas de la vida?. Deberías estar disfrutando de ella y no todo el día metido en una habitación sin ventana, sin nada más que un ordenador y millones de dólares invertidos en las herramientas que creas y pruebas.

—Señor, mi vida personal no creo que tenga relevancia en esta conversación. Me dedico cien por ciento a lo que fui contratado; asegurar la seguridad y la protección de los datos personales de los clientes. Evitar que cualquier pirata sea capaz de atravesar todas las defensas que tanto yo como los demás miembros de este equipo van implantando y creando.

—Pero tienes veinte años… Tú eres la cabeza de ese equipo. Todo lo que crean los demás acaba llegando a tus manos y siempre lo acabas mejorando o desechando si descubres cómo romper esas defensas. Tienes un sueldo el doble de alto que ellos, y sin embargo vives como si subsistieras con un sueldo mínimo. ¿Has visto tu coche? Vamos chico, un poco más antiguo y es en blanco y negro.

Su tono de voz cada vez se elevaba más. Cómo si no comprendiera que por no derrochar dinero ya sería alguien extraño, y aunque pudiera serlo, era cosa de él.

—Señor, ¿Sería tan amable de decirme cuál es el motivo de esta conversación?. Tengo un día de trabajo por delante que no quiero perder.

Lucas comenzaba a sentirse incómodo, no le agradaban las conversaciones tan largas, y aún le frustraba más que no fueran directos al motivo.

—Mira, aunque trabajas muy bien y eres parte importante de esta empresa, por diversos motivos me tengo que ver obligado a no depender de tus servicios.

—¿Qué está queriendo decir? —Se incorporó de la silla y miraba a su jefe con semblante serio. Estaba prestando atención a aquella conversación como nunca antes—. ¿Me estás despidiendo?.

—Últimamente nuestros activos han bajado mucho—Comenzó a excusarse—. La salida a bolsa tampoco nos está dando muchos resultados. El resto de la cúpula dirigente está de acuerdo en que podríamos cambiarte por otra persona más experimentada y que cobraría menos…

—Si es por dinero, bajarme el sueldo —Lucas comenzaba a perder la compostura, y en ese momento no le importaba—. Llevo aquí cinco años y desde mi llegada la empresa no sólo ha doblado la cantidad de clientes, sino que además los ataques e intentos de hackeos han bajado casi a cero. Nadie hasta mi llegada a sido capaz de romper las defensas que con tanto esfuerzo y tiempo he creado.

Aquel hombre, de cincuenta años, pelo canoso y de mirada fría, se sentía incómodo. Sabía que prescindir de Lucas podría significar una enorme vuelta atrás, pero la decisión había sido tomada.

—Lo siento mucho, sabes que no puedo hacer nada. Esta empresa no sólo la dirijo yo. Tenemos asociados, un comité directivo… Esto es lo mejor. Al menos un tiempo. Te prometo que se darán cuenta de su error y recapacitarán, pero hasta el momento agradecería que simplemente acates la decisión y esperes a que te llamemos de nuevo. Por supuesto podrás optar a las pagas del gobierno. Y si no quieres esperar yo personalmente te escribiré una carta de recomendación y hablaré con mis amigos. Son todos dueños de empresas, algunas hasta son mejores que estas que, en mi humilde opinión creció gracias a ti.

—Sus palabras de falso halago no significan nada. Esto no es por dinero o por decisiones. Es por envidia ¿verdad?. Siente envidia de que tenga más capacidad que toda su maldita empresa junta —dijo elevando la voz levemente—.Quiere seguir comprando casas, barcos, y más objetos materiales con el dinero que se ahorre por mi ausencia, que el día que se vaya al otro mundo, no le servirán de nada

La ira que sentía en ese momento le sacaban de sus casillas, pero tuvo la suficiente fuerza de voluntad para no gritar ni perder los estribos.

Salió del despacho de la forma más orgullosa que podía, intentaba tragarse todas las palabras hirientes y mal sonantes que quería gritar sobre todos, que allí plantados, le miraban, algunos sin saber que pasaba, otros con la palabra envidia pegada en la frente.

Lo sabía desde hacía tiempo. Su capacidad natural para destripar cada engranaje de la red global, su enorme habilidad de aprendizaje era algo que no pasaba inadvertido.

En las demás habitaciones, donde trabajaban sus “compañeros” hasta minutos antes, habían abierto las puertas, y todos le veían cruzar el pasillo hacia el ascensor. Ellos eran los primeros que no podían verle. Muchos superaban los treinta años, acercándose a los cuarenta, y no eran capaces de hacer la mitad de lo que él hacía sin cometer errores. Es humano la envidia, pues envidiamos aquello que queremos y no podemos obtener. Pero es una escusa muy fácil para ponerle algo de azúcar a una vida llena de sal. Sin esfuerzo nunca se conseguirá nada, y aquél al que le muestras tu envidia, consiguió lo que tiene gracias a sus esfuerzos.

Luego de recoger rápidamente sus pertenencias en su habitación de trabajo y llegar al coche, se sintió inútil, completamente vacío y sin nada que pudiera devolverle la cordura que sentía que iba perdiendo.

Su vida siempre había girado en una rutina casi automática, y ahora no sabía qué hacer, pues todas esas horas que le quedaban por delante, se suponía que las gastaría trabajando.

Allí se quedó sentado, sin arrancar el vehículo, durante lo que le parecieron horas, y resultaron ser tan solo quince minutos.

«cómo es el tiempo, siempre se mueve a la misma velocidad, pero lo sentimos diferente dependiendo de nuestro ánimo» pensó mientras se decidía a volver a casa. Allí ya pensaría que hacer, si buscar un nuevo trabajo, o esperar a que la empresa que le acababa de despedir colapsara por la ineptitud de los empleados que quedaban actualmente.

Tras pensar eso, una macabra idea le cruzó la mente. No iba a esperar a que otro hiciera lo que por derecho, debía hacer él; Atravesar las defensas que el mismo había creado, y demostrar cuanto le faltaban por mejorar. Se darían cuenta que sin él, no podrían seguir protegiendo los datos ni la seguridad de nadie, y volverían suplicando su regreso.

Aunque no era vengativo, necesitaba hacer una excepción en su vida, y con suerte, pues ni el despido había firmado aún, volvería como si nada hubiera pasado.

Y con esos pensamientos, y replanteando bien su estrategia, puso rumbo a casa, donde tendría largas horas de trabajo y planificación, lo que más le gustaba hacer.

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