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Capítulo 1

El quinto bostezo en menos de diez minutos me indica que es la hora de apagar la tele y dormirme. Pongo el dedo índice sobre el botón rojo pero no lo pulso, toda mi habitación se quedaría en silencio y en completa oscuridad. No, mejor bajo el volumen, eso es.

Me froto los ojos, me lagrimean y hasta me duelen, desde luego es la hora: tengo que dormir.

Lo repito mentalmente en mi cabeza y comienzo a contar. Números y más números, de memoria y uno detrás de otro. Así despejaré cualquier otro tipo de pensamiento... o al menos eso creo, hasta hoy nunca me ha funcionado.

Con los ojos cerrados las imágenes comienzan a golpearme, como fogonazos. Aprieto los párpados pero no hay manera, no se van de mi cabeza hasta que vuelvo a abrirlos y me encuentro de nuevo en la habitación, solo con la poca luz que refleja la tele todavía encendida.

Me incorporo, quedándome sentada y con ganas de tirar algo y desahogarme, ¿cuánto tiempo aguanta una persona sin pegar ojo? Estoy llegando al límite.

Arrastro mis piernas por el suelo y llego hasta la cocina, abro la nevera y me sirvo un vaso de leche.

— Caliéntala un poco, ayuda a coger el sueño — Una voz como salida de ultratumba me habla en mi espalda. Del susto y el brinco que pego se me cae medio vaso de leche al suelo.

— ¡Mamá, por favor! — Protesto, respirando aceleradamente — No hagas eso, siempre te lo digo.

— Eres la persona más asustadiza del mundo — Aprieta los labios para no echarse a reír — La próxima vez te llamaré desde la puerta.

— Eso dices siempre, pero creo que te encanta asustarme — Pongo los ojos en blanco, sonrío y vuelvo a llenarme el vaso mientras ella recoge la leche del suelo.

— Es cierto, pero solo un poco — Hace un gesto con el dedo pulgar e índice. — Veo que no has conseguido dormir — Ahora me observa preocupada — Podemos hablar con el médico, podrá ayudarte al menos a que descanses.

— Tranquila — Sacudo la cabeza a los lados — Serán estos días, ya sabes, ha pasado todo demasiado rápido y hasta el cuerpo tiene que asimilarlo.

Asiente, aunque para nada convencida. Nunca los he visto a ella y a papá tan volcados conmigo y apoyándome de esta manera. Menos mal que los tengo, si no... No sé qué hubiera hecho.

— ¿Y tu libro, sigues escribiéndolo? — Intenta cambiar de tema mientras bebo sorbo a sorbo.

— Al menos de algo me sirve pasarme el día como un búho — Le muestro una sonrisa que pretendo que llegue a mis ojos. — Sigo con el libro, pero pronto buscaré trabajo... tan pronto como pueda — Se me quiebra la voz al terminar la frase.

Se cae de sueño así que le obligo a volver a la cama, si fuera por ella me acompañaría hasta el amanecer, no sería la primera vez. Me desperezo volviendo a la cama, abro mi ordenador portátil y comienzo un nuevo capítulo de mi historia.

Volver a empezar. Nunca mejor dicho. Tenía el libro casi completo, tan solo faltaba ponerle el lazo final y hubiera terminado. Pero no... Ahora me encuentro con el documento abierto y la rayita parpadeando en el fondo blanco, esperándome...y yo, preparada para comenzar una nueva historia. Todavía no he empezado, aunque a mi madre le haya dicho otra cosa. No quiero que sepa que de la rabia eliminé todo el lo que tenía hasta entonces y borradores varios. Estaban tan ilusionados como yo con ese libro.

Tras un par de horas desisto, escribo un párrafo pero cuando vuelvo a leerlo nada tiene sentido. Después comienzo con otra frase que no termina de convencerme. Todos los días igual.

Cuando comienza a amanecer bajo a desayunar. Papá siempre es el primero en levantarse, ya tiene su taza de café sobre la mesa y mira enfrascado su teléfono móvil.

— Buenos días, papá — A mi paso rozo su escaso pelo canoso. — ¿Qué dicen las noticias esta mañana?

— Ya sabes, hija, lo de siempre... — Mueve la cabeza lentamente a los lados — Que si crisis, robos, accidentes...

— Entonces prefiero no saber nada — Suspiro, sentándome frente a él.

Deja el móvil enseguida. Le encanta desayunar y leer las noticias, pero de un tiempo a esta parte me he dado cuenta de lo pendiente que está de mí.

— ¿Estás mejor? — Pregunta apoyando los codos en la mesa. — Me ha dicho tu madre que esta noche tampoco has podido dormir.

— Pasará, de verdad — Pongo mi mano sobre su brazo — Todo volverá a la normalidad, al menos a una nueva.

Ladea la cabeza, me encanta esa mirada suya que he heredado, como trasmitiéndome su propia fuerza, dándomela si fuera necesario.

— Estás en casa, ¿de acuerdo? Y aquí estaremos siempre nosotros.

— Lo sé, gracias — Le doy un pequeño apretón a modo de afecto.

Pocos minutos después se levanta, es hora de que vaya al trabajo. Papá es como una especie de empresario en una agencia de viajes. Lleva tantos años en su puesto de trabajo que tiene contactos allá donde vaya, es lo que tiene vivir en una ciudad un tanto pequeña.

Recojo el desayuno de ambos y me miro de arriba a abajo, hace días que estoy en pijama.

— ¿Ya se ha ido tu padre? — Mamá viene con la bolsa cargada. Le encanta ir a la compra a primera hora de la mañana, según ella, es cuando más fresco está el género, así que no hay ningún tipo de réplica.

— Hace nada — Me desperezo — Hoy voy a salir un rato, quizá pueda ir a imprimir algunos currículums y empezar a buscar trabajo. No puedo pasarme el día aquí encerrada.

— ¿No será demasiado pronto? — Pregunta con el ceño fruncido.

— Qué va — Sacudo la cabeza, despreocupada.

Aunque eso sí, de camino a mi habitación comienzan a temblarme las piernas. Es la primera vez que voy a salir desde... aquello.

Me visto de forma cómoda, de normal no soy nada coqueta, pero siempre he pensado que tu forma de vestir tiene que ver con cómo te encuentras en ese momento emocionalmente.

Vaqueros y sudadera, sí, está bien.

— Vuelvo después, mamá — Alzo la voz desde la entrada. Ella me contesta algo que no entiendo, pero imagino que se ha enterado.

En el umbral de la puerta suspiro profundamente. Ya está, un paso más y estoy fuera. Cierro los ojos y comienzo a caminar por la acera. El ruido provocado por la ciudad pronto me absorbe y me dirijo a la papelería más cercana a casa. He cogido el PenDrive con mi currículum. No debo quedarme estancada, acabo de sacarme la carrera y estoy dispuesta y preparada para trabajar, sí, eso es.

Eso creo, y eso me digo más de mil veces al día, pero es entonces cuando veo su coche, aparcado a un par de metros. Trago saliva e intento seguir mi camino, pero es imposible.

Estoy paralizada.

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