Capítulo 8 - Le tenía miedo a mi pasado
José Eduardo me miraba, analiza mis expresiones. «Dios ayúdame», ¡mal nacido hijo de mierda de Rodrigo!
—Fue un mal novio.
—Lo supuse, sé que tuviste tus novios amor, pero este tipo realizó ese comentario como si él fuera la gran cosa.
—Fue un pésimo novio, lo dejé cuando intentó ponerme la mano.
Eso no fue mentira, él intentó ponerme la mano cuando renuncié a la agencia. Fue hace muchos años.
—Ese tipo, ¿casi te pega?, si lo vuelvo a ver en uno de los restaurantes, te juro que lo saco a patadas, Diosa. —Todo me temblaba, me paralicé ante la idea de confesar la verdad—. Ven aquí amor, no te pongas roja, soy celoso, pero no de alguien que es historia. Ven, quiero abrazarte.
—¿Solo eso?
—Nooo, —dijo con picardía—. Sabes que no.
Le sonreí. Fue la primera vez que mi mente estaba a mil kilómetros de los brazos de mi esposo, Rodrigo acaba de amenazarme a través de él, me dio a entender que no estaba jugando. Ahora ¿qué quería de mí? Y si vuelvo a darle dinero sería su cajero automático y nada lo detendrá, César tenía razón.
—Diosa… ¿No te viniste?
—Perdóname. —Los ojos se me humedecieron—. Estaba pensando en María Paula y si a tus padres no les gusta la idea de que sea adoptada y no nuestra, sabes cómo son ellos con el tema de la familia. —Dios perdóname por la mentira. Tenía tantas ganas de llorar.
—Amor, esa bebita será nuestra, espero no se demoren en entregárnosla.
Se puso a mi lado, me abrazó fuerte, siempre me he sentido protegida en sus brazos, tenía tanto miedo de perder esto, sin poder contenerme, comencé a llorar en su pecho.
—Diosa, no llores. Si no hemos podido tener bebés con los activos que somos, es porque alguno de los dos no puede, si quieres nos sometemos de nuevo a otro tratamiento con otros especialistas.
—Más adelante me gustaría.
—Lamento llevarte a este punto de angustia, no dimensioné que te afectara tanto mi insistencia de tener hijos.
—No eres solo tú, yo también me he obsesionado. La ansiedad me estaba matando, ahora con la ilusión de que nos puedan entrenar a una bebita. ¿Y si no lo hacen?
—Si eso pasa es porque ya no estamos juntos y no puedan entregarla por no ser una familia y eso no pasará aún, ni nunca.
Comenzó a acariciarme el cabello y entre suspiros pausados, con el dolor por estarle mintiendo por el miedo de ser descubierta, me quedé dormida.
Era sábado, los brazos de mi marido me tenían apresada, puede que para muchas parejas dormir así suele molestarles, pero no era nuestro caso, ni enojados podíamos dormir separados. Hoy era día de ejercicios en pareja, además no había comprado el detalle de Eros. Miré el reloj y eran las siete de la mañana.
—Amor, tenemos gimnasio a las nueve. —Solo se movió y sentí su erección matutina—. Debemos bañarnos después del gimnasio, ir a comprarle el detalle de Eros.
—Un ratito más. —besó mi espalda, con una sonrisa me escurrí de su abrazo.
—¡Flojo!, sal de la cama o no te bañas conmigo.
Se quedó dormido, o eso pensé yo cuando ingresé a bañarme, las manos de mi marido recorrieron mi cuerpo y esta vez me concentré en disfrutar del placer. Nos arreglamos corriendo, por estar de deseosos, se nos fue el tiempo, bajamos de la mano a tomar el desayuno. Dilia nos tenía unos huevos rancheros que olían delicioso. No quise café, no tenía idea porque desde un par de semanas atrás, cada vez que lo huelo me revuelve el estómago. Tomé unas tostadas.
—¿Hoy tampoco quiere café, señora? —volví a negar—. Perdón por ser tan entrometida. ¿Desde qué día no le llega el periodo, señora?
Nos pasó como en las caricaturas. José Eduardo parece que lo hubieran congelado en el tiempo con la tostada en la boca y el café con leche a mitad de camino entre su boca y la mesa. Por mi parte mi mente trabajó rápido, tenía dos semanas de retraso ¡DOS!
—¿Es posible, Diosa? —Mi corazón palpitaba de manera acelerada.
—No lo sé, ya nos ha pasado y ha sido falsa alarma.
—Punto a favor tuyo. —dijo.
—El lunes voy donde Benjamín y me hago la prueba.
—Vamos.
Con su mano nos señaló, sus ojos brillaban, no quería ilusionarme, era horrible leer la palabra «negativo» en el examen.
—Mientras tienen la duda le sugiero que no haga ejercicios pesados.
—Es que no los hará. Nos vamos a quedar juiciosos en la casa, haciendo pereza y más tarde vamos a los restaurantes, para mirar cómo van las cosas.
—Debo comprar un regalo. —dije sonriendo.
—Cierto. —quería decirme algo.
—Dime lo que estés pensando —lo alenté.
—Si estás embarazada, tendremos a dos bebés casi de la misma edad. María Paula tiene siete meses, se llevarán poco más de año y medio.
—Sí, requerirá mucho de mi tiempo. —dije.
—Sabes que yo trabajo para nuestra familia, nunca me he negado ni te prohibiré el que trabajes, pero considera un receso por un par de años, te prometo trabajar de diez de la mañana hasta las tres de la tarde y cuenta conmigo en esas horas para cambiar pañales, dar teteros, dormirlos y todo lo que implique ser padres, como también cubriré todos tus gastos. Eso si Diosa, desde ya te digo las noches son mías. —Le sonreí.
Estábamos en el centro comercial mirando que le regalamos a un niño genio que podía darnos sopa y seco en todos los temas habidos y por haber. Nos dimos por vencido, por eso llamé a Virginia.
—¡Hola, Patricia! —José Eduardo caminaba a mi lado y tomaba de la mano.
—Hola, Virginia. Estamos en aprietos y necesito que nos ayudes.
—¡Claro!
—¿Te interrumpo en algo?
—Para nada, estoy terminando de decorar el lugar, ya mañana solo es inflar los globos. Cuéntame.
—¿Qué se le regala a un genio?
La carcajada de Virginia al otro lado de la línea nos hizo reír a mi marido y a mí, se escuchaba perfectamente.
—Otra que me llama para preguntar lo mismo. Es un niño, que ama todo lo concerniente a la medicina. Miren que quieren regalarle, pero no es necesario, solo vengan.
—Gracias, Virginia y, ¿cómo se te ocurre llegar sin detalle?
—Con gusto, nos vemos mañana.
—Amor vamos a un almacén de medicina.
Buscamos por internet donde se podrían comprar artículos médicos y llegamos a uno donde lo único que hicimos fue pedir todo lo necesario para regalarle a un recién graduado de medicina. Nos entregaron un maletín de cuero con un sinnúmero de artículos donde vi estetoscopio, un ultrasonido portátil, un oxímetro de pulso, termómetro infrarrojo, los de temperatura y todo lo que un médico necesitaría para dar una consulta.
—Si supieran que todo esto es para un niño de siete años, nos tildarán de locos.
Compré una bolsa de regalo grande. Al llegar a la casa nos pusimos a ver una película y como siempre me ubicó entre las piernas de mi marido y él comenzó a acariciar mi vientre.
—José Eduardo no te ilusiones, ya lo hemos vivido, duele mucho cuando sale el resultado negativo o cuando al día siguiente de hacerme ilusión me llega el sangrado.
—No lo sabemos, un atraso de dos semanas son dos semanas, adicional has aborrecido el café, y tú adoras el café. —terminamos de ver la película y no sé en qué terminó, me había quedado dormida.
Al día siguiente fue la misma rutina, la reunión de cumpleaños era en la tarde, José Eduardo hace unos minutos recibió una llamada de un tal Julio y salió a hablar con él. No sé si agradecerlo porque Rodrigo me había citado a las dos de la tarde, en este momento puedo salir sin darle explicación a mi esposo. Mi celular volvió a sonar, era el cuarto mensaje… debo ponerle punto final a esto.
«En quince minutos llego»
No podía estar sola, él era muy capaz de obligarme a hacer algo malo. Tomé las llaves del carro y salí, el hotel donde se hospedaba era muy cerca de mi casa. «Dios ayúdame», tomé mi celular y le marqué a César, solo mi cuñado podría ayudarme.
—Patricia de las Mercedes, ¿qué puedo hacer por ti, cuñada…?
