Librería
Español
Capítulos
Ajuste

4

Nunca creyó que su papá llegaría hasta ese punto: Michelle, luciendo un short y una camiseta esqueleto, se encontraba encerrada en la habitación de huéspedes de la mansión que habitaba con su padre. El hombre, en un arranque de furia al descubrir que su hija había intentado asistir a un ensayo del concurso de belleza de la universidad, dio orden a los empleados para que no la dejaran salir de la casa, le quitó las llaves del auto y llamó a un cerrajero para que colocara una chapa en aquella habitación, la cual, desde ese momento, solo se podría abrir desde afuera. Al mismo tiempo contrató a un trabajador de metalurgia para que instalara barrotes en las dos ventanas que poseía el recinto, convirtiéndolo en algo similar a la celda de una cárcel. No contento con su obra, mandó a retirar la alfombra, las decoraciones de las paredes y los muebles, reemplazándolos por un pequeño catre de lona, una almohada y una cobija. El baño de la habitación, ubicada en el segundo piso de la mansión, fue despojado de todos sus lujos y su pequeña ventana también fue objeto de cubrimiento con barrotes. La despojó de sus ropas, permitiéndole vestir únicamente lo que ahora llevaba puesto, y no le permitió quedarse con su teléfono, su computador portátil o cualquier objeto u artefacto que significara algo de diversión.

Michelle recordó lo sucedido tres días atrás: en la mañana, sabiendo que a las tres de la tarde tendría el ensayo del concurso, le dijo a su padre que después de almorzar marcharía a la casa de su amiga a estudiar para un examen que tendrían al día siguiente. El hombre parecía haber creído la historia, aunque en realidad guardaba sus sospechas y había entrado a su habitación cuando ella se encontraba empacando su vestido de gala, sus sandalias de tacón alto y su traje de baño de dos piezas en un pequeño maletín. >. Había dicho el hombre mientras sacaba del maletín el traje de gala.

, pero sus palabras habían sido interrumpidas por una bofetada que estuvo a punto de mandarla contra la pared. , había dicho su padre mientras ella se sobaba la mejilla y dejaba escurrir un par de lágrimas. Luego la había tomado por el brazo y la había encerrado en el baño, advirtiéndole que si salía de allí se arrepentiría de haberlo hecho. Michelle, asustada ante la furia desmedida de aquel hombre, no se había atrevido a moverse del lugar. Dos horas más tarde, él mismo la había llevado a la habitación de huéspedes, la cual ya lucía como una celda de prisión. La había dejado allí, vistiendo un jean, una blusa blanca y sus zapatos deportivos. Cinco minutos después había regresado con el short y la camiseta que ahora vestía y le había dicho: . >, había preguntado ella, sus ojos fijos en la vieja camiseta llena de huecos, al igual que el short. . Desde ese momento no lo había vuelto a ver. Uno de los empleados le llevaba las comidas y le entregaba ropa interior de cambio. Cuando trataba de entablar diálogo con el hombre, este no le contestaba, ni siquiera la miraba y se limitaba a dejarle la bandeja, la ropa y volvía a cerrar la pueta tras de él.

Era su peor pesadilla: no tenía en qué distraerse ni con quien hablar. Había pasado los días mirando por la ventana, pero los árboles que rodeaban la propiedad ya no presentaban novedad alguna y solo el llanto parecía estar dispuesto a hacerle compañía.

Apenas pueda salir de aquí me largo de esta casa, así no tenga lugar donde vivir, era el pensamiento que no abandonaba su mente. No quería volver a ver a su padre, aquel ser salvaje de ideas anacrónicas y retardatarias dignas de la inquisición española. ¿A quién se le ocurría encerrar a su propia hija en una habitación convertida en celda de una cárcel, como si fuera la peor delincuente de la ciudad? ¿No hubiese bastado con prohibirle asistir al concurso? Pero no, tenía que tomar medidas extremas, como si ella fuese un peligroso ser que no se detendría ante nada por lograr sus objetivos. Fue cuando pensó, acostada en el catre y mirando hacia el techo, que su objetivo sería el de participar en el concurso, como muestra de rebeldía, de independencia, de libertad. Pero antes tendría que salir de ese encierro. ¿Hasta cuándo le duraría la furia a su padre? Y si por solo intentar ir a un ensayo la había castigado de esa manera, ¿qué le haría si descubriera que participó en el concurso? Podría ser algo demasiado extremo, algo difícil de imaginar. Pero no era el momento de dudarlo, era el momento de pensar en cómo salir de allí y nunca más regresar.

Pasó varias horas caminando alrededor de la habitación, sentada o acostada en el catre, tomando agua del grifo, pues la primavera estaba ya avanzada y el calor se empezaba a hacer presente, o llorando mientras miraba a través de las rejas de la ventana.

Podría golpear al hombre cuando entre a traerme la comida, ¿pero con qué lo haría? Fue el pensamiento que la hizo abrir el closet de la habitación, solo para encontrarlo vacío, tal y como ya lo había constatado desde su primer día de cautiverio. Fue hasta el baño y lo encontró igual de desprovisto: solo había una toalla, dos rollos de papel higiénico, su cepillo de dientes y un jabón; nada que pudiera servir como objeto contundente para golpear al hombre y huir de aquella horrible habitación.

Salió del baño, se sentó en el piso sabiendo que su plan estaba destinado al fracaso, recostó la espalda contra la pared, pegó las piernas contra el pecho y arrancó a llorar antes de sumergir la cabeza entre las rodillas.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.