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¿Qué son?

Desperté esa mañana con un leve frío en el cuerpo; mi habitación se sentía helada. Abrí mis ojos, observando alrededor, dirigiendo mi vista hacia la ventana, viendo que se encontraba un poco abierta. ¿Dije un poco? Lo que quise decir decir fue: abierta del todo.

Qué extraño. No recuerdo haberla abierto anoche antes de acostarme; pasé una mano sobre mi frente, intentando comprender qué sucedía.

Giré mi cabeza para ver el reloj de mi mesita de noche, viendo que eran las seis de la mañana; todavía me quedaba una hora para alistarme y otra más para llegar al instituto. Volví a dirigir mi cabeza hacia la ventana nuevamente, viendo cómo la cortina se movía con suavidad debido a la suave brisa que se colaba a través de ella.

Suspiré levemente, levantándome de la cama y me acerqué a la ventana; abrí la cortina, abrazándome a mí misma al sentir el viento frío entrar y erizarme hasta el apellido.

¿Será que me levanté dormida y la abrí a mitad de la noche? Es imposible; que yo sepa no soy sonámbula.

Suspiré rendida y decidí no prestar más atención al tema; cerré la ventana, dirigiéndome a mi armario, decidiendo qué ponerme hoy, ya que el día se veía, y sentía, un poco frío. Más de lo normal, de hecho.

Saqué un jean azul, una blusa café, unos botines a juego con la blusa y una chaqueta de jean oscura. Me metí al baño y me duché con agua caliente, tomándome mi tiempo, deseando remover el frío que sentía en mis huesos. Al terminar, salí y me alisté con la misma lentitud.

Al estar totalmente lista, miré el reloj, viendo que faltaban diez minutos para las siete de la mañana; y eso que tomé mi tiempo.

Suspiré y salí de mi habitación, bajando las escaleras, dirigiéndome a la cocina, sorprendiéndome un poco al ver mi padre allí, al entrar.

- Hola, papá. ¿Qué haces? - Se sorprendió levemente al escuchar mi voz pero se giró un poco, dándome una sonrisa.

- Buenos días, Cami. Me levanté a hacer el desayuno; tu madre se encuentra algo indispuesta. - Lo miré con confusión.

- ¿Qué tiene? - Levantó un hombro, restándole importancia; se giró de nuevo, continuando con lo suyo.

- Parece ser un resfriado, aunque no puedo estar seguro. Sólo tiene algo de fiebre y mocos pero no tiene más síntomas. - Asentí, analizando aquello.

- Iré a verla. - Mi padre asintió y pidió que bajara a desayunar apenas terminara.

Subí a la habitación de mis padres y di dos golpes suaves en la puerta. Escuché un leve "adelante" y entré, observando la situación. Mi madre se encontraba recostada en el espaldar de la cama, dejándome apreciar lo cansada que se sentía.

- Hola, mamá, ¿te encuentras bien? - Me sonrió de manera leve, dando un suspiro.

- Hola, cariño. Lo estoy. Parece ser un pequeño resfriado, así que tu padre ya me dio algunas medicinas. Sólo necesito descansar. - Asentí. - Cami, ¿podrías hacerme un favor?

- Claro, mamá, ¿qué necesitas? - Me acerqué a ella, viendo que tomaba algo de su mesita de noche.

- Iba a recoger un vestido que dejé en la tintorería, pero como me siento no creo que tu padre me deje salir, ¿podrías ir por él? - Me entregó un recibo y asentí con rapidez.

- Claro, mamá, apenas salga del instituto paso por él. - Ella sonrió y asintió.

- Gracias, hija. - Me acerqué a ella, dejando un beso en su frente.

- Mejórate, ¿de acuerdo? Te veo en la tarde. - Asintió, cerrando sus ojos con lentitud.

Salí de su habitación y bajé a desayunar; mi padre me hizo compañía mientras tanto. Al terminar, fui y lavé mis dientes, agarré mis cosas y salí en busca de Alicia. Al llegar por ella, nos dirigimos al instituto, cantando cada canción que sonaba en la radio mientras íbamos en el trayecto.

Al llegar a nuestro destino, nos bajamos del auto, dirigiéndonos a nuestra primera clase. Me encaminé a mi mesa, al final del salón, frunciendo un poco mi ceño al ver a mi compañera sentada en su lugar.

- Hola, Stella. - Me miró, dándome una leve sonrisa.

- Hola, Cami. - Me acomodé en mi lugar, haciéndole conversación.

- ¿Cómo estás? ¿Por qué no viniste ayer? - La miré con curiosidad pero ella asintió con una leve sonrisa, comprendiendo.

- Estuve algo indispuesta todo el fin de semana; por eso no pude venir. - Le sonreí, entendiendo sus razones, acomodándome en mi asiento, entrando en una especie de limbo mental mientras hacía garabatos en mi cuaderno.

Unos cinco minutos debieron pasar cuando escuché que alguien le hablaba a mi compañera; al mirar quién era, Thomas se encontraba frente a ella, con una seriedad bastante impresionante.

- Ya te dije: este es mi asiento. - Thomas fruncía su ceño, haciéndolo ver muy sexy. Miré a Stella de manera disimulada, viendo que ella lo observaba entre confundida y algo aturdida.

- Y yo te dije que lo siento pero en realidad es mío. Ayer no vine y... - Le sonrió con algo de timidez, quedándose muda ante su presencia; sonreí disimuladamente ante la situación.

- ¿Podrías ubicarte en otro? - La voz de Thomas se escuchaba tensa y algo ruda.

- Emm, yo... - Después de unos segundos, Stella sólo asintió y se levantó del asiento, llevando con ella sus libros.

Me quedé atónita ante lo que acababa de suceder: la vi ubicarse en uno de los puestos del frente mientras, Thomas, se sentaba a mi lado, fijando su mirada en mi rostro.

- Hola. - Lo miré sin saber qué decir y sólo sonreí, asintiendo. No sé porqué pero, justo en ese momento, recordé lo que había sucedido anoche al llegar a mi auto; juro que era su reflejo. No sé qué cara habré puesto porque me siguió hablando, dejándome ver su curiosidad. - ¿Estás bien? Parece que hubieses visto un fantasma.

- S-sí, lo estoy. - Negué un poco en silencio, tratando de quitar ese recuerdo y estar tranquila.

- ¿Segura? - Lo miré confundida y asentí.

- No es nada. Sólo... - fijé mis ojos en los suyos, sintiéndome hechizada - recordé algo. - Dejé de mirarlo y me concentré en mi cuaderno, escuchando el suspiro que escapó de sus labios pero no presté atención.

Las clases continuaron con normalidad; él no volvió a decirme nada, aunque podía sentir su mirada partiendo mi rostro en dos. Lo sé, soy exagerada.

El día terminó y a la salida, fuimos con Ali hacia mi auto; cuando íbamos llegando, recordé que había dejado uno de mis cuadernos en el casillero y lo necesitaba. Le pedí a Ali que me esperara en el auto mientras iba por él de rapidez.

Al entrar al instituto pude apreciar que casi todos los estudiantes se habían marchado; sólo quedaban unos pocos que, o andaban en castigo, o no querían llegar a sus casas. Al llegar a mi casillero, lo abrí y saqué lo que necesitaba; cuando estaba cerrando, escuché unos murmullos al final del pasillo, junto a unos ¿sollozos? Extraño.

Decidí que iría a ver qué estaba sucediendo, aunque mi instinto me dijera que saliera corriendo.

Al llegar al final del pasillo, medio asomé mi rostro por la esquina, no queriendo meterme en problemas por andar de chismosa. Me sorprendí un poco al ver a Thomas, y los dos jóvenes de ayer, siendo acosados por otro grupo de chicos que no conocía en absoluto; la chica sollozaba, derramando una que otra lágrima. Se encontraba arrodillada en el suelo, siendo sostenida de sus hombros mientras que a Thomas y al otro chico, los tenían sujetos de los brazos.

- ¿Por qué no mostrar tu verdadera identidad? ¿Por qué esconder quién eres? - Podía ver la ira y el desprecio en la mirada de Thomas hacia el chico que le hablaba. Era alto, pero no como Thomas; cabello castaño oscuro y bastante blanco.

- Tal vez porque no quiero ser un monstruo como tú. - Su voz salió contenida pero destilaba veneno. La risa del chico hizo que me estremeciera y mis vellos se erizaran.

- No quedará así, Brighton. - Vi cómo daba un fuerte golpe en el estómago de Thomas, dejándolo caer al suelo.

Al ver que se marcharon, decidí salir de donde estaba para poder ayudarlos. Thomas, al verme, se tensó, levantándose del suelo.

- ¿Están bien? - Miré a los tres chicos con urgencia y preocupación pero, sólo dos de ellos, me miraban con tensión; me arrodillé queriendo ayudarla a ella.

La chica, que no sé su nombre, se abalanzó sobre mí, al sentir mi mano sobre su hombro, mientras sollozaba con suavidad. Me quedé estática sin saber qué hacer o decir mientras mis ojos se abrían con sorpresa.

Al fijarme en nuestros espectadores, no era la única. Ambos chicos también estaban bastante sorprendidos.

- Tranquila, todo está bien. - Mi voz salió con genuina sorpresa, mientras acariciaba su cabello y espalda con torpeza. Sólo podía escuchar sus sollozos.

- ¿Qué escuchaste? - Thomas me miraba con seriedad, dejándome ver sus ojos, los cuales se veían ¿diferentes? Sentí cómo la chica se tensaba entre mis brazos, separándose con lentitud de mí.

- Yo... - Tragué en seco, sintiéndome intimidada ante sus miradas. - No logré escuchar nada. Sólo vi cuando te golpearon.

No era mentira pero no iba a decirles que escuché algo cuando ni había entendido de qué hablaban.

- No me mientas. - Sentí mi pulso comenzar a correr desbocado a través de mis venas y taladrarme la cabeza.

- No estoy mintiendo. - Me quise hacer la ofendida pero no salió como esperaba. Mi voz salió algo nerviosa y casi en un susurro.

- Camila. - Lo miré, viendo cómo tensaba su mandíbula. Se veía jodidamente ardiente. Concentrada, Camila. Respira con calma.

- ¿Ella es...? - La voz de la chica salió con cierto asombro, causando que la mirara con cierta confusión.

- Ahora no, Melissa. - Lindo nombre. Miré a Thomas que miraba a Melissa con advertencia; ¿de qué me he perdido?

- Mira, - Thomas dirigió su mirada intensa hacia mí - no escuché nada. Sólo pasaba por aquí cuando vi lo que te hicieron pero, ya mismo, me marcho.

Les sonreí tímidamente, levantándome del suelo y les di la espalda; podía escuchar murmullos que provenían de ellos pero no lograba saber si eran sobre mí.

Salí del instituto, dirigiéndome a mi auto y, al estar cerca y abrir la puerta, subí a él, dándome cuenta de la mirada preocupada de Ali sobre mí.

- ¿Qué rayos te sucedió? Te demoraste demasiado. - Sonreí, negando en silencio.

- Sólo me entretuve pensando en si debía dejar algunos de los libros aquí o no. Lo siento, Ali. - Ella suspiró, mirándome con sospecha.

- Está bien, Cami, pero a la próxima, no te tomes tanto tiempo. - Asentí, encendiendo el auto y emprendiendo la marcha.

Dejé a Ali en su casa y recordé en el camino a casa que debía recoger el vestido de mamá. El único lugar, donde ella llevaba sus vestidos, era a una tintorería algo alejada del centro; mi madre dice que es la mejor. Conduje hasta allá, demorándome unos quince minutos en llegar. Al llegar, el lugar se veía algo solitario y parecía de cuento de miedo.

Así como cuando la estúpida de Bella va por el libro de historias al peor lugar del planeta y casi la violan. Pendeja.

Negué en silencio con una sonrisa, estacioné el auto y me bajé. El lugar era una cabaña, más o menos grande, algo vieja, llena de plantas, musgo y rodeada de árboles en cantidad. El camino estaba lleno de hojas secas, que seguían cayendo. Al entrar, todo era muy distinto de lo que se veía por fuera.

Estaba bien distribuido. Tenía un intento de sala de espera, con sillas de un color azul oscuro que contrastaban con las paredes de color cielo. El mostrador era algo grande y ocupaba casi todo el sitio, de un color beige algo desgastado.

Al fijarme, un señor de canas, piel canela, ojos cafés y alto fue quien me recibió. Se notaba que estaba en forma o en su juventud lo fue, porque su cuerpo estaba bien cuidado. Demostraba ser bastante amable.

- Buenas tardes, damita. ¿En qué puedo ayudarte? - Su voz era tranquila y profunda.

- Buenas tardes. Vengo por un vestido. Está a nombre de Emily Dawson. - Me acerqué al mostrador, entregándole el recibo, viendo que me regalaba una sonrisa.

- Oh, sí. Iré por él. - Asentí, viéndolo perderse detrás de la puerta café; decidí sentarme y esperar con paciencia.

Dejé que mi mente vagara en todo, dándome cuenta que me encontraba pensando en lo que había sucedido hoy en el instituto. ¿Por qué ese chico les dijo eso? ¿Qué son ellos? ¿De qué hablaba? Estaba tan perdida en mis pensamientos, que me sobresalté al sentir una mano en mi hombro. Al reaccionar, me dí cuenta que era el señor que me había atendido.

- Lo siento, no quería asustarte. Te llamé unas cuantas veces pero no me escuchaste. - Sonreí con algo de vergüenza.

- Lo siento. - Me levanté de la silla, viendo que él se colocaba detrás del mostrador, sosteniendo el vestido de mamá.

- Aquí está el vestido. Dile que casi no puedo remover la mancha pero que lo conseguí al final y quedó como nuevo. - Le recibí el vestido y asentí con una sonrisa.

- Gracias. - Asintió, regalándome una sonrisa en retorno. Di media vuelta y, al mirar hacia la calle, pude notar que el día comenzaba a oscurecer.

¿Cuánto me demoré aquí? Es imposible que haya sido demasiado tiempo. Miré al señor algo confundida pero él sólo sonreía; será mejor que me vaya.

Al salir, una brisa helada me golpeó el rostro, haciendo que mi cabello se revolviera. Me apresuré en llegar al auto, guardé el vestido y me subí. Lo encendí, encendiendo la calefacción por igual; de nuevo sentía ese frío en mis huesos, que me hacía estremecer y poner los vellos de punta.

Coloqué el auto en marcha y comencé el viaje de regreso; me demoré unos veinte minutos en llegar a casa. Estacioné el auto y bajé con rapidez; casi no logro abrir la puerta de entrada por el frío, y el temblor, que sentía.

Al cruzar el marco y cerrar la puerta, me dí cuenta que mi padre me estaba esperando, sentado en el sofá de la sala.

- ¿Dónde estabas, Camila Dawson? - En su voz se podía sentir la molestia; asentí, acercándome a él.

- Fui a recoger el vestido de mamá. - Le mostré el vestido. - Sabes que queda lejos y el señor se demoró un poco en entregármelo. - Asintió con un suspiro frustrado.

- ¿Sabes lo preocupado que estaba? - Se acercó a mí, dándome un abrazo. - Tienes un bendito celular, úsalo.

- Lo siento, papá. ¿Cómo está mamá? - Dejó un beso en mi cabeza, suspirando en mi cabello.

- Se encuentra mejor. Ve a cambiarte y descansar. - Asentí, entregándole el vestido de mamá, dirigiéndome a mi habitación.

Al entrar, encendí la luz, dándome cuenta de que la ventana se encontraba abierta de nuevo. ¿Qué carajos? Juro que la cerré esta mañana. Me asomé a la puerta, con la curiosidad invadiendo mi ser.

- Papá, ¿has entrado a mi habitación? - Esperé en silencio.

- No, cariño. Y tu madre menos. ¿Por qué? - Fruncí mi ceño, negando en silencio.

- Nada, sólo pregunto. - Me giré confundida, cerrando la puerta.

Puedo jurar que había cerrado la ventana ésta mañana antes de alistarme. Me acerqué a la ventana a paso confundido, sintiendo, de nuevo, esa brisa helada golpear mi cuerpo. Negué en silencio, cerrando la ventana.

Al girarme, casi pego un grito, si no es porque Thomas cubre mi boca con su mano. Mi pulso corría a mil y mi corazón quería salirse de mi pecho. Estaba estática y mis ojos querían salirse de mis orbitas, ¿¡cómo carajos entró aquí!?

- No vayas a gritar, por favor. - Lo miré mal pero asentí. Lentamente quitó su mano de mi boca.

- ¿¡Estás loco!? ¿¡Cómo entraste!? - Vi cómo se tensó y al tiempo, escuché unos golpes en la puerta. ¡Maldición!

- ¿Cami? ¿Estás bien? - Piensa rápido, Camila.

- Sí, papá, lo estoy. Sabes cómo me pongo cuando leo. - Escuché la risa de mi padre y lo pude imaginar asintiendo. Thomas sonrió con burla.

- Descansa, hija.

- Igual tú, papá.

Después de eso, concentré mi atención en el estúpido que tenía al frente. Me crucé de brazos mientras él sólo seguía sonriendo.

- Te ves hermosa cuando aparentas estar molesta. - Me sonrojé un poco. - Hermoso color el que acabas de tomar. - Lo miré mal.

- ¿Qué haces aquí y cómo entraste? - Suspiró, asintiendo con rendición.

- Por la ventana. Y no es la primera vez que lo hago. - Lo miré algo enojada pero a la vez algo impactada.

- ¿Qué quieres decir con que no es la primera vez? - Vi que se tensó de nuevo y tragó en seco. O eso me pareció.

- No es la primera vez que vengo y entro por tu ventana. - Sentía mi sangre comenzar a hervir.

- ¿¡Me estás acosando!? ¿¡Sabes que puedo ir con la policía!? - Sonrió de una manera algo siniestra y se acercó a mí, invadiendo mi burbuja de espacio personal. ¡Maldito! ¡Se ve extremadamente sexy! ¡Y mi pulso está como loco! - ¿Q-qué quieres d-de mí?

- Quiero todo de ti. - Dijo con deseo en su voz.

- No te acerques. - Fue acercándose lentamente más a mí y mis ojos conectaron con los suyos.

- Imposible de obedecer. - Rozó uno de sus dedos por mi mejilla, haciéndome estremecer. Di un paso hacia atrás pero sus manos me detuvieron de seguir avanzando. - Será imposible para ti que me aleje.

¿De qué habla? Sus dedos rozaban una y otra vez mi cuello, causando un derretimiento cerebral.

- ¿Podrías darme mi espacio? - Dije en un pequeño susurro que creí que él no escucharía pero escuchó perfectamente.

- ¿Te molesta que esté tan cerca de ti? - Le borraré esa sonrisa de la cara.

- Me molesta ver tu cara tan cerca. - Vi con satisfacción cómo se borraba su sonrisa. Engreído.

No me esperé lo que hizo.

Me tomó de los brazos y me arrinconó contra la pared, produciendo algo de miedo en mí. Su rostro se había descompuesto por uno de enojo, o tal vez ¿dolor?; sus ojos variaban de color, parecían un arcoiris. Mi respiración se volvió agitada.

- ¿Qué haces, Thomas? - Mi voz salió en apenas un susurro, dejándome escuchar el temor que me embargaba; me temblaba hasta el apellido.

Miré sus ojos y, estos, estaban negros con un toque de morado, bastante claro.

¿Cómo rayos hizo eso?

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