Librería
Español

El sueño de Julieta.

82.0K · Completado
Mimi
61
Capítulos
385
Leídos
9.0
Calificaciones

Sinopsis

Julieta es una adolescente que toda su vida ha vivido en orfanatos, pero es la chica más feliz del mundo haciendo lo que más le gusta: cantar. Cada noche sueña con ello, con cantar junto a una persona que aparece cada noche en su mente, aunque todavía no ha descubierto quién es. En el orfanato donde lleva desde los catorce años no puede estar mejor; rodeada de sus mejores amigos y yendo cada tarde a la sala de ensayo, donde este año se prepara para el sueño de su vida, poder cantar frente a miles de personas.

RománticoDulceAmor a primera vista ProhibidoFelicidadAdolescentesChica Buena

Capítulo 1

El suave golpeteo de las gotas de lluvia contra el cristal de mi habitación, se ha convertido en mi sonido favorito en el mundo. Creo que, junto con el viento azotando las ramas de los árboles, es una de esas melodías que nunca puedes cansarte de escuchar.

Además, hoy es una de esas noches en las que, aunque todo esté cerrado a cal y canto, el olor a hierba mojada irrumpe por todas partes y me llega a mis fosas nasales, así que inspiro con fuerza una y otra vez mientras hecha un ovillo sobre mi cama, observo el paisaje de cada día ahí fuera.

— ¿Hoy tampoco has podido dormir nada?— Escucho la voz somnolienta de Diana, mi compañera de mi habitación además de mi mejor amiga, a mis espaldas.

— Apenas un par de horas — Contesto en susurros. — He vuelto a tener ese sueño, ¿sabes? Estaba ahí, delante de toda esa gente y... parecía que les gustaba — Pero cuando escucho la suave respiración de mi amiga dejo de hablar, ha vuelto a dormirse.

La verdad es que ya he perdido la cuenta de las noches y noches que tengo ese mismo sueño. Esa imagen que se repite una y otra vez en la que salgo a un escenario y veo cómo todo está abarrotado de gente esperando a que comience a cantar, y lo hago. Cuando suenan las primeras notas observo las emociones de todos los que están en primera fila y se me ponen los bellos de punta. Al despertarme nunca recuerdo qué canción canto, ni lo más extraño, con quién. Sea quien sea lo hace realmente bien, levanta a la gente de sus asientos y aplauden sin parar...

Me sobresalto como todas las mañanas cuando el megáfono colocado en la esquina de la habitación comienza a emitir el estridente timbre que indica que es hora de despertarnos. Al igual que adoro el sonido de la lluvia, o del viento, tengo que decir que ese lo odio con todas mis fuerzas. Cada día a las siete de la mañana, consigue sacarme del trance en el que me hallo intentando recordar algún detalle más de mi sueño.

— Dime que el estúpido cacharro no está sonando todavía — Diana se tapa con las sábanas y mantas hasta la cabeza.

— Ojalá pudiera decírtelo pero... ¡vamos! — Pego un salto para caer sobre su cama y en dos segundos estoy encima de ella, intentando destaparla — ¡Arriba dormilona!

Nuestros despertares suelen ser así. Con ella haciéndose la remolona durante quince o veinte minutos y conmigo intentando meterle prisa para no llegar tarde a clase. Normalmente es ella la que se sale con la suya y somos las últimas en entrar cuando ya todos, incluidos los profesores, están en la sala.

Son las ocho menos veinte cuando por fin, con nuestra ropa de ducha, nos dirigimos a los baños comunes que están al final del pasillo. Cuando llegamos, apenas hay compañeras, quizá un par que se han quedado rezagadas.

Saludamos y nos metemos cada una en una de las duchas individuales, donde tanto Diana como yo y a pesar de la hora, nos tomamos nuestro tiempo. No me pregunta nada acerca de mi sueño todavía, pero sé que lo hará tarde o temprano, creo que después de mencionárselo cada día, le pica la curiosidad tanto o más que a mí misma.

Nos quedamos solas, salvo el sonido del agua golpeando los azulejos del suelo todo es silencio, y cualquiera que me conozca un poco sabe que lo odio, así que comienzo la mañana como más me gusta hacer; cantando.

Empiezo tarareando las primeras notas de Shape of you, que es una de las canciones que estamos ensayando en el coro, cuando escucho el primer quejido de Diana.

— ¡Venga ya! — Aunque no la veo, sé que apoya la nuca contra la pared de la ducha — ¿En serio, Juli? ¿No tienes suficiente con dos horas cada tarde que también te apetece cantar recién levantada?

— ¿Y por qué no? — Pregunto sin dejar la melodía — ¡Sígueme!

Y lo hace, siempre lo hace. Diana es más de llevar el ritmo, o incluso de componer, que de cantar. De hecho y aunque nadie lo sabe, detesta hacerlo aunque forma parte del coro del orfanato.

En segundos montamos un espectáculo digno de escuchar y, supongo que también de ver. Mientras yo uso el mango de la ducha de micrófono, Diana golpea con todo lo que tiene a mano como si de los mejores instrumentos musicales se tratara.

Tres fuertes golpes que nada tienen que ver con la canción, nos interrumpen y hace que nos callemos de repente. Aguantamos la respiración sabiendo lo que viene ahora.

— Chicas... — La voz suave y pausada de Lola, la dueña de todo esto, se escucha con eco por todo el baño — Creedme que me encanta toda esta energía que derrocháis por la mañana, pero es hora de ir a clase o volveréis a llegar tarde.

— Lo sentimos, Lola — Me disculpo enseguida, mordiéndome el labio inferior — No hemos podido evitarlo.

— Está bien, terminad enseguida — Así es ella, debería reñirnos pero creo que es incapaz de hacerlo, al menos nunca la he visto de mal humor ni nada parecido. Es de esas mujeres que prefiere el diálogo y que, además tiene el don de la palabra para hacer que cambies de opinión en cinco segundos.

Se va de nuevo y, ahora sí, nos damos toda la prisa posible. Si ha subido hasta aquí es que debe ser más tarde que de costumbre... tanto, que hasta nos ha echado de menos abajo con todos los alumnos que tiene.

— Tardona, date prisa — Salgo con una toalla enroscada en el pecho y con otra más pequeña para secarme el cabello ondulado que me cubre la espalda.

— Encima... — Suspira, echando el aire por la nariz y saliendo para secarse también — ¿Sabes que estás un poco loca, no? Ya sé que soy tu mejor amiga y todo eso, pero alguien debe decírtelo antes de que sea demasiado tarde.

— ¿Sabes que eso lo sé a ciencia cierta desde incluso antes de conocerte a ti? — Ambas estamos frente al espejo, desenredándonos tanto como podemos el pelo mojado.

— De todas formas, está bien que no se te olvide — Sonríe alegre, parece que por fin el agua o lo que sea le ha hecho espabilarse. No conozco a otra persona más perezosa que ella.

Tras pasar por la lavandería para dejar la ropa sucia, sí bajamos al comedor, donde mirando un poco por encima, podemos comprobar que todo el mundo lleva el desayuno bastante avanzado. Apenas quedan diez minutos para entrar a clase así que nos apresuramos a servirnos nuestro tazón de leche con cereales o galletas, cada una elige una cosa y luego la compartimos, y nos sentamos en una de las mesas con otras cuatro compañeras.

No sé de qué va su conversación, así que escucho atenta por si tengo que intervenir o me preguntan acerca de algo... cosa que no pasa, porque de nuevo el odioso timbre retumba, esta vez por el comedor, y todo el mundo comienza a recoger sus cosas.

Las clases están en la planta de abajo, junto al comedor o la sala de juegos, donde pasamos los pocos ratos libres de los que disponemos viendo la televisión, leyendo, jugando a cualquier juego de mesa... y claro, no se me puede olvidar el sitio que más adoro de todo el orfanato; la sala de ensayo, donde cada tarde cantamos y nos preparamos para los campeonatos que comienzan en el mes de marzo.

En la segunda planta están nuestras habitaciones, seis en total y con dos chicas por habitación. Al final del pasillo está el cuarto de baño y la lavandería... y por último, tenemos la tercera y cuarta planta o, como nosotras la llamamos, las plantas prohibidas. En la tercera está todo el personal del orfanato; o sea, profesores, encargados de cocina, de limpieza... y en la cuarta viven los chicos, imagino que su piso será idéntico al nuestro, y digo imagino porque nunca lo he pisado. Creo que la tercera planta es un punto intermedio para tenernos vigiladas, tanto a nosotras como a ellos, ya que la norma principal del orfanato es que nosotras podemos subir ahí, ni ellos pueden bajar a la segunda. Solo coincidimos con los chicos en las clases, en el comedor, o en la sala de juegos y ensayos.

A pesar de esa norma que al menos a mí no me afecta en absoluto, pienso que este es un lugar feliz. Tenemos nuestras idas y venidas, como todo adolescente de quince, dieciséis y diecisiete años, pero en general el ambiente suele ser bueno. Lola y su marido, que fueron los que montaron todo esto, así lo quisieron.