Capítulo 3
Hacer la prueba en la mañana. Hacer la prueba en la mañana, repito sin fin mientras aun sigo acostada en mi cama. No puedo creer que Matthew haya depositado treinta mil dólares en una estúpida cuenta... y lo peor, para mí. Nunca utilizaré ese dinero, lo he dicho, NUNCA; estará congelado en ese estúpido pedazo de plástico hasta el fin de la Era. ¡Es más! Puedo donar ese dinero a un orfanato o a un asilo, en donde si les beneficie usarlo. Si, haré eso, de alguna manera empezaré a investigar cómo repartir ese dinero sin problema... Sí es que tengo tiempo.
El cielo de nuevo esta gris. Tengo miedo de hacerme la prueba. Miro con temor hacia encima de mi tocador en donde deje la caja con la prueba de embarazo. Oh, mierda. No quiero estar embarazada; ahh pero la señorita tenía que estar como conejo en celo junto al casanova de Matthew Evans, me recrimina mi subconsciente. La música de la radio de mi reloj despertador comienza a escucharse. Grandioso, música de los Rollings Stones.
Me siento en el borde de la cama, aun observando la caja de la prueba. ¡Hazlo!, me ordena mi subconsciente con mano de hierro. Me levanto de la cama y tomo la caja. Saco el aparatito que viene dentro. Me encamino al baño y antes de entrar, tomo una gran bocanada de aire.
Compré la prueba de los dos minutos. Ya estoy sentada en mi cama de nuevo, esperando a que salga un resultado. Ya me parece más que una eternidad estar aquí.
— ¿Elizabeth? —toca a la puerta Lorraine.
—Pasa.
Abre la puerta e inmediatamente al verme con la prueba en mano, se acerca.
— ¿Estás en cinta?
—Estoy esperando a que esto de un resultado. Si es así, no sé qué será de mi vida, no me refiero sólo al niño, sino, a Matthew...
—Pues, obviamente debe de hacerse cargo.
— ¿Y si no quiere? Es decir, creo que me odiaría... Digo, no es como si fuera a alegrarle a alguien tener un hijo no deseado.
Me mira atónita.
Pensándolo ahora, nunca en todo lo que duramos juntos, jamás nos pusimos a pensar en un embarazo no deseado. Le pregunté los primeros días algo al respecto y su forma de evadir el tema fue veloz. ¿A él le gustaría ser papá? Mejor dejo de pensar en un futuro alterno como ese, me dan ciertas nauseas. ¿Por qué esto me parece eterno? De pronto, el indicador comienza a cambiar un poco de color. Mi corazón se acelera, se empieza a notar solo una línea rosa... ¡Solo una!
¡No estoy embarazada! Uff, ¡qué alivio!
—No lo estoy—digo con un suspiro. Una carga enorme que venía torturándome desde ayer se va volando.
— ¡Qué bueno! —me da una palmaditas la espalda—. Pero habría sido lindo tener a un sobrino.
No me imagino que habría pasado si hubiera salido positivo el test. ¿Cómo se lo hubiera dicho a Matthew? ¿Cómo habría reaccionado él? Lorraine sale fuera y me deja sola. Estoy comenzando a llorar otra vez. ¿Por qué me pasa esto a mí? Me abrazo a mi segunda amiga la almohada. Lo quiero tanto... Pero no sé si él a mí. Maldigo en mi mente a Elsa Hills, la maldita bruja que hizo que Matthew tenga su lado oscuro aun sobre su pasado y presente.
Estoy cansada, aprovecharé que no trabajo temprano para dormir un poco más.
*
—Elizabeth. Elizabeth. Elizabeth. LIZZIEE—me llama Lorraine.
—No me encuentro, deje su mensaje después del tono. Pliii.
Me cubro con el edredón. Quiero seguir en la cama. Estoy tan cómoda... Lo agradable de no ir a trabajar por las mañanas es como el paraíso en una playa.
—Elizabeth, llegó una caja y no estoy bromeando.
Abro los ojos de golpe. ¿De qué habla? Me estiro en la cama y por fortuna, ya no me duele el cuerpo como ayer. Me acicalo un poco el cabello y salgo con ella. Lorraine me guía hasta la sala y me encuentro con Patrick, sosteniendo la estúpida caja con la ropa de Chanel y la laptop.
—Hola, Patrick.
Arrugo la frente. Me acicalo el cabello rápido. Me limpió los restos de saliva a un lado de mi boca e intento no parecer más ridícula que de costumbre. Al menos sólo es él.
—Hola, señorita Elizabeth—deja con cuidado la caja en el piso—. El señor Evans le envía de nuevo las cosas que le mandó usted.
Pongo mis manos en puños.
—No puedo aceptarlo, lo siento. Regresa con las cosas, a mí tampoco me pertenecen.
—Lo siento, señorita, el señor Evans estrictamente me pidió que no dejara que lo rechazará.
Maldito controlador estúpido.
—Lo siento, pero no, esas cosas no son mías. Recomiéndale donarlas. Eres muy amable notificándome esto, pero yo ya no puedo...
Su expresión se vuelve bastante tensa.
—El señor Evans está aquí afuera—murmura—. Le pido de la forma más atenta que no intente rechazarlas.
Siento que el mundo se me viene encima. ¡¿Qué rayos acaba de decir?! ¿ESTÁ AMENAZÁNDOME?
—Está en el auto—añade.
¿Qué hace aquí? Tal vez se escuche muy estúpido, pero me gustaría verlo solo por unos segundos. Camino hacia la ventana que tenemos en la sala y me fijo a la calle. Solo puedo ver el auto.
—No puedo aceptarlo—me vuelvo a negar—. Siento mucho que te hayas molestado en venir hasta aquí.
—Señorita Reed...
—Lo siento, ya lo dije, gracias por todo.
Tengo un muy mal sabor amargo en la boca. Patrick toma la caja y se marcha fuera, con aspecto nervioso. Cierro la puerta y regreso sin decir nada a mi dormitorio. ¿Qué estás haciendo?, ¿no ves lo que vas a ocasionar? ESTÁS DECLARANDO UNA GUERRA, me reclama mi subconsciente. Hice lo que pude, ahora solo quiero descansar.
Me acuesto en mi cama y cierro los ojos. Mmm, qué relajación... ¡JO! ¡Matthew estaba afuera! Dios, ya cálmate, ya se debe haber ido, Lorraine ni siquiera le abriría la puerta a él. Me cubro con el edredón y trato de volver al mundo de mi profundo sueño.
—Elizaaabeth—otra vez me llama mi querida amiga.
— ¿Sí? —balbuceo.
—Tienes que salir. Ahora. Es serio. Nada de mensaje después del tono. AHORA ELIZABETH REED.
Mi corazón da un brinco y comienza a palpitar como loco sin remedio, si fuera posible, de seguro ya tendría un orificio enorme por donde mi corazón se habría escapado espantado. Ya me imagino que está pasando ahora. Salto de la cama con piernas temblorosas. Aun llevo conmigo mi camisa enorme para dormir del osito Teddy del museo Smithsoniano que alguna vez me regaló George en sus vacaciones. Camino por el estrecho pasillo y levanto la vista cuando llego a la sala de estar. Creo que este es un perfecto momento para que me caiga un rayo, o mejor dicho, me desmaye. Matthew Evans con Patrick detrás, sosteniendo la maldita caja. Tengo la tentación de darme la vuelta y dejar todo.
Te lo dije, me regaña mi subconsciente vestida con un traje de gallina. No quiero estar aquí, por favor. Me coloco a un lado de Lorraine, casi escondiendo mi rostro del suyo y casi, encorvándome para que no pueda verme.
—Hola, Elizabeth.
Lo saludo con un cortés movimiento de cabeza.
Me cuesta mucho creer que se encuentre aquí, debo estar soñando y lo menos que quiero es ponerme a llorar. Se me eriza el vello. Carter se aparta un poco de mí.
—Iré a preparar café, si necesitas algo, llámame, Elizabeth—sale disparada.
ALTA TRAICIÓN, AAAA.
—Estaré afuera, señor—dice Patrick.
Oh, por el amor de Dios. ¿Por qué me dejan sola con él? Si, me valen 30 hectáreas del Central park que son asuntos nuestros, ¿por qué me hacen esto? Tengo miedo de mirarlo a los ojos. Él se encarga de dejar la caja en el piso.
—Elizabeth, no quiero estas cosas, son tuyas, quédatelas.
Me mira fijamente... Puedo notar el dolor que hay en su mirada. ¿Dolor? ¿Arrepentimiento? Inclusive, ¿tristeza? Podría vendérselas a Lorraine..., Sería casi lo mismo. Mala idea.
—Lo siento, yo tampoco las quiero y no las necesito—se me quiebra la voz—. No quiero nada de ti. Puedes venderlas y así ya no hay ningún problema.
Es como si me hayan atravesado una daga al corazón, no hay una explicación exacta de cómo me siento. Él no me quiere, solo es un capricho suyo. Sus ojos se abren como platos y muestran lo difícil que pueden ser mis palabras. Parece indefenso.
— ¿Por qué haces esto? ¿Cómo puedo hacer para convencerte?
Aprieta los labios.
Me distrae completamente. Va de traje negro, con corbata lila y cabello, umm, el cabello parece tan sedoso...
—Vete—murmuro.
Parece aterrado. Me mira como si me hubiera salido un tercer ojo en la frente.
—No, hasta que aceptes tus cosas.
Resoplo, y me rasco la cabeza.
—No quiero discutir, no las necesito, no las quiero y no son mías—y ya recordé algo—: Oh, y por cierto, tampoco necesito treinta mil dólares en una tarjeta. Deja de querer hacerte el interesado por mi, sólo quieres que vuelva a caer y me sienta culpable.
Se cruza de brazos e intenta acercarse a mí. Yo instintivamente, doy un paso hacia atrás.
—Eso es tu pago—murmura.
—Es demasiado—replico—. Puedo regresarte la tarjeta, no necesito tanto dinero. Espera aquí, iré por ella.
Entorna los ojos. Ahora ya no me da temor mirarlo.
—No la recibiré.
—Bueno, entonces la cortaré. Ya tu tendrás que ir al banco a recuperar el dinero.
—No funcionan así estas cosas, Elizabeth. Olvidemos lo de esa tarjeta, aquí están tus demás cosas.
—No aceptaré TUS cosas y no insistas por favor, ahora vete.
¡Ay, no! Estoy comenzando a llorar. Las rodillas están traicionándome también.
—Elizabeth—da otro paso hacia mí.
—Por favor, vete y llévate esa caja—más lagrimas recorren mis mejillas.
Toma la caja en manos y abre la puerta. Trato de calmarme, pero no puedo. La vuelve a cerrar y trata de acercarse sin detenerse. Levanto las manos. No quiero que se me acerque.
—No lo hagas—sollozo.
Se mantiene frente a mí, respirando con dificultad. Cierra los ojos soltando un suspiro terriblemente triste.
—Adiós, Elizabeth—murmura.
Dice mi nombre con delicadeza, como si mi nombre acariciara su lengua al decirlo. No puedo hablar, tengo un nudo en la garganta. Cuando por fin se va, me suelto llorando a mares, mi cara empapada en segundos sintiendo como el mundo se me vuelve a derrumbar. Con mucha dificultad en mis pasos me voy al sofá, pero decido no sentarme ahí. Mis pasos torpes y temblorosos me llenan de miedo y enojo. Estoy llorando con todas mis fuerzas.
—Eli—regresa Lorraine.
—Quiero estar sola.
Me voy a mi dormitorio, caminando como un zombie. Me encierro. Ya veo cómo se siente la soledad. Las oleadas de dolor arremeten contra mí. No comprendo porque me comporto así, ya no soy una niña pequeña, ¿por qué no dejar todo eso a un lado? Me siento enojada conmigo misma, aun quiero amarlo... Pero él mismo ha dicho que no tiene corazón suficiente para mí. En realidad, yo sería la insuficiente para él, por no poder ayudarlo a ser más seguro. Siento convulsiones y de nuevo no paró de llorar. No puedo dejar de pensar en él, mi corazón es un campo minado que no puede recuperarse de algo que parece tan fácil. Tengo que enfrentarme a la realidad: él no me ama y no lo hará, creció sin saber cómo hacerlo correctamente. Me siento como si estuviera en una pesadilla, con miedo, desolación. No puedo durar toda la vida llorando por alguien. Hundo la cara en mi almohada y trato de tranquilizarme.
