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Capítulo 1

¿Por qué Matthew no apaga el molestoso despertador? Me cubro la cabeza con la almohada, disminuyendo el ruido. O al menos eso intento. Grrr, no quiero levantarme. Siento como Matthew sale de la cama y gracias a Dios, apaga el irritante reloj. Sonrío para mis adentros. Me estiro más en el espacio que me pertenece, disfrutando de la dulce mañana...

— ¿No piensas salir de la cama? —Me pregunta.

Levanto un pie y con el trato de dar por acertada su pregunta. No me contesta, solo escucho como se quita y arroja la ropa de pijama al suelo. Mmm, me gustaría echar un vistazo, pero me abstengo. Tengo una cita más importante con el colchón, la almohada y el edredón.

Es miércoles en la mañana, y por primera vez en mi vida no quiero levantarme para ir al trabajo. Y no se diga la noche que tuve ayer con el señor "quiero hacerte el amor toda la noche Evans". Idiota, por su culpa estoy así.

—Señora Evans, tengo entendido que hoy tú misma expondrás una conferencia de las relaciones públicas de Hachette Book.

También ese es otro motivo de mi gran amistad con la cama.

—Mmm, eh...—logro articular.

De pronto, sus manos se posan en los tobillos de mis pies y comienza a jalarme fuera. ¡AHHH!

— ¡Oye, quiero dormir! —protesto.

—Yo quiero ducharme contigo.

Me aferro a las sabanas, pero es inútil. Cuando me saca más allá de la cama, me toma por la cintura y me gira para quedar frente a él, mis piernas enroscándose en su cintura y mis manos rodean su cuello.

—Estás desnudo—me sonrojo.

—Solo para ti—roza mi nariz con la suya.

Camina hasta el baño y me sienta en uno de los dos lavabos que hay. Sin pedírselo, él mismo me quita el blusón para dormir. Siguiente paso: intentar quitarme el sostén. Sus manos se van por atrás de mi espalda, pero antes de que pueda continuar, mi pequeño ladrillo comienza a escucharse.

Doy un salto y me dirijo a mi bolso en el dormitorio.

Es Lorraine.

—Buenos días, chica.

— ¡Hola! — saludo alegre. Miro a través de mi hombro a Matthew

—Adivina qué. No te daré pistas, para que te des una idea—dice llorando casi de la felicidad.

Tantas cosas pasan por mi cabeza...

—No lo sé, no soy adivina—me rindo demasiado pronto.

Pega un grito al teléfono. Me deja aturdida.

— ¡Tengo boletos para la banda Black Moon hoy en la noche!

Al menos esa banda la tolero más que a los Rolling Stones. Lorraine pareciera estarse muriendo por la otra línea.

— ¡Quiero que me acompañes! Ira también Steve, por sí Matthew quiere ir también.

Me muerdo la lengua para evitar reírme. ¿Matthew en un concierto de rock? Por Dios, la idea me resulta tan cómica.

—Está bien—suelto unas cuantas risas—, le diré y te llamo confirmándote nuestra ida al concierto. Besos.

—Por favor, por favor, quiero que me acompañes, será como uno de mis regalos de tu cumpleaños. ¡No vayas a negarte!

Oh, sí, que emocionante (nótese mi poco entusiasmo). Bueno, lo que cuenta es la intensión y Lorraine trata de hacer lo mejor.

—Nos vemos—cuelgo.

Dejo el pequeño ladrillo en el tocador y regreso corriendo al baño para ducharme con mi dulce y sexy esposo. ¿Y si ya se bañó sin ti?, pregunta mi subconsciente chasqueándome la lengua. No lo creo, y sí es así, de nuevo lo obligo a bañarse conmigo.

Respecto a la apuesta... Matthew ya lleva dos días con su pequeño ladrillo perfectamente conservado (mejor que el mío), e incluso, usa un protector de Bugs Bunny; tuvo que cambiarle el chip para que todas las llamadas con asociados lleguen al mismo número. Me gusta ver cuando está hablando con esa cosita de teléfono. Pareciera que estamos regresando al comienzo de los años 2000. Puedo admitir algo, está bien, él va ganando, pero ya veremos si sobrevive en los próximos días.

Ahora recordando algo llamado "cumpleaños", es en menos de tres días, significa que es este mismo sábado. Eso me preocupa un poco, quería visitar a George y a Emma por esos días, pero creo que Matthew tiene que trabajar más este fin de semana. Por ahora, debo enfocarme en otras cosas, me importa más lo que pueda sucederle a Hachette Book sí el dinero robado no se recupera a tiempo.

—Entrando al mundo de Elizabeth—Matthew chasquea los dedos frente a mi cara.

Parpadeo varias veces y suelto un largo y pesado suspiro.

—Lo siento—hago el plato de cereal a un lado.

— ¿Ya no vas a comer?

Asiento. Mi estomago últimamente ha estado sensible.

—Tranquila, todo saldrá bien. Una empresa como Hachette no puede irse a la quiebra.

—Eso espero, no quiero que esto vaya a empeorar. Los escritores cancelaran sus contratos, llevaran sus libros a otras editoriales...

Se queda callado mirándome fijamente.

— ¿Venderán la empresa?

Quedo dudosa.

—No lo sé, no lo creo.

Tomo una cuchara más de cereal para llevármela a la boca. Tomo mi bolso y antes de irme, le doy un pequeño beso en los labios.

— ¿No quieres que te lleve yo? —me toma por las caderas y me sienta en sus piernas, para seguir besándome.

—Emm, recuerda que Charles aún tiene su trabajo.

Me da un pequeño azote en el trasero. Me levanto de golpe de sus piernas, riéndome nerviosa. Hace mucho que no hacia eso.

—Puede que aun este al borde del despido—me apunta con la cuchara.

Pongo los ojos en blanco.

—Sí, sí, claro, cómo digas—le guiño un ojo—. Cuida bien a tu pequeño ladrillo, lo interrogo todas las noches para comprobar que lo tratas de manera respetuosa.

Lo saca y me lo muestra.

—Es el teléfono más fuerte de la historia, no te angusties, cielo.

Suelto una carcajada. Entro en el ascensor y antes de que las puertas se cierren frente a mí, le lanzo un beso. Al llegar abajo, me encuentro con el recién recuperado Charles. Tiene unos puntos en la frente por el golpe reciente que le dieron... con un arma y aun lleva vendada la cabeza. La momia Charles, dice mi subconsciente distraída por estar leyendo un libro.

—Hola, Charles—lo saludo.

—Buenos días, señora Evans. ¿Desea llevarse el Thunderbird el día de hoy?

Caminamos al estacionamiento. Algunas personas que están en la estancia principal me miran con atención. Claro, desde que las noticias locales anunciaron mi "secuestro y muerte", he sido el centro de atención los últimos días. Es irritante.

—No, en realidad quiero usar el Porsche.

Sonríe tímidamente.

Va a ser la segunda vez que utilizo ese maravilloso auto. Mi muy hermoso Porsche 4S Carrera. Me alegra que Matthew no haya quedado con el trauma que sucedió unas semanas, (o eso aparenta), y al menos aceptó y aún tiene un poco de confianza con el pobre de Charles.

Al fin me detengo para estacionar el auto afuera de Hachette.

—Señora, en serio, no sé cómo agradecer que haya convencido al señor Evans de no despedirme—sisea. Últimamente ha estado más nervioso de lo normal.

—Tú eres bueno, y te mereces este trabajo.

Salgo de Porsche dispuesta a volver a la normalidad con mi trabajo en la editorial. No debes estar nerviosa, Elizabeth. No debes estar nerviosa..., repito ese mantra con tal de sentirme segura. En la entrada al ascensor me encuentro con Rachel, también nerviosa por la próxima junta.

—Hola, Rachel. ¿Traes las diapositivas? —pregunto.

—Sí. Creo que todos los ejecutivos querrán una buena explicación sobre a por qué estaba el dinero aquí y no en el banco.

Uf, creo que estaría mejor si nunca hubiera escuchado eso. Puede que Harold este en varios problemas, o tal vez no, pero lo importante de esto es que la quiebra de la editorial desaparezca antes de lo que canta un gallo. Llegamos al piso siguiente al de la oficina (en donde se preparan cualquier tipo de eventos y juntas); nos apresuramos a arreglar la sala de conferencias. Acomodamos la gran mesa rectangular y por desgracia, alguien había puesto el cañón de proyecciones encima, muy a la orilla.... Y se ha caído.

— ¡Diablos! —exclamamos las dos.

Esto sí es grave.

—Iré por el que tenemos de repuesto.

¿Tenemos aún el de repuesto? ¿No se lo habían robado? Coloco todos los archivos sobre la mesa, perfectamente alineados. Rachel regresa con el mini cañón, no tan pequeño pero el único que he visto en mi vida de ese tamaño.

—Dime que sirve—resoplo.

—Sí, afortunadamente, aunque la imagen va a ser dos veces más pequeña que de lo normal.

Al menos podremos proyectar algo. Harold nos sorprende con su visita, atareado por dejar sus papeles en la mesa y quitándose el enorme abrigo que debe estarlo fastidiando. Cuando levanta la mirada, se puede notar que su expresión es la de haber visto un Alíen allá fuera; su cara cambia al ver el cañón hecho pedazos y el remplazo de mierda.

—Están aquí afuera, ¿ya está listo todo?

—Ya casi—responde Rachel con su mirada enfocada en el monitor de la laptop.

Pateo con el pie el cañón muerto hasta debajo de una cajonera y ya está listo. Harold sale para hacer entrar a los directivos y al dueño de Hachette.

—Buenos días—saludan algunos.

Me coloco el gafete enfrente de mi blusa con mi apellido de soltera: Reed.

—Es un placer conocerla, señorita Reed—me saluda un anciano bien vestido entre los sesenta y setenta años—. Soy Walton Johnson, administrador de negocios en la editorial.

—Mucho gusto, por favor, tome asiento—lo saludo de mano.

Todos toman asiento a excepción de mi jefe, Rachel y yo. Harold de manera nerviosa e improvisada saluda a todos en general y pide que la primera diapositiva se muestre en la pared. Apago las luces. La imagen de las primeras diapositivas en donde se muestran nuestras graficas de fondos de ahorros no lucen nada bien.

—Señor Cox, ¿por qué el dinero de los fondos de venta estaba aquí y no en la cuenta principal del banco?

Miro de reojo a Harold; puedo notar que sus manos están temblando.

—Los fondos llegaron aquí porque se suponía que no eran un total aun—repone.

— ¿Y qué pasará con nuestra editorial? Ese dinero tiene que recuperarse de alguna forma—pregunta el señor Johnson—, estamos a la borde de la quiebra y no es confortable saberlo.

Trago saliva y decido hablar.

—Los autores que tienen y tuvieron contrato aquí, aportaron con su ayuda—vuelvo a tragar saliva.

— ¿Cuánto recaudaron? —pregunta un rubio.

—Como setecientos dólares—dice Rachel y se encoje de hombros.

En la mesa empiezan a hablar entre ellos, algunos atónitos, algunos con expresiones bastante serenas cómo el señor Johnson que a lo que yo percato, toma esto con bastante calma y humor. Continúan opinando, haciendo expresiones más falsas de estar molestos. Sí, tal vez estén pensando en clausurar.

— ¿Podría encender la luz? —pide el señor Johnson.

Me apresuro en hacer lo que pidió. La luz lastima un poco mis ojos, pero logro acostumbrarme de nuevo a la iluminación.

—Gracias, señorita Reed—me sonríe amablemente. Comienza a sacar algunos cuantos papeles de su maletín—. Bueno, tengo algo más que informar aquí ahora que ya tengo a todos presentes. El señor Cox será transferido a la ciudad de Washington.

¿Y eso que significa? Acaso nos dejaran pudrirnos en nuestra propia quiebra. ¿Piensan que Rachel y yo tenemos más alternativas de trabajo? Esto es más que estresante, de nuevo me quedaré sin empleo.

— ¿Comprende lo que digo, señorita Reed?

Asiento y me paso una mano por la frente.

—Claro que comprendo. Nos dejaran irnos a la quiebra—murmuro molesta.

Todos abren los ojos como platos.

—No, claro que no, señorita Reed—suelta una carcajada—, usted ahora será la nueva editora de Hachette Book Group USA.

Una neurona ha chocado directamente en el centro de mi cerebro, haciendo que sienta que todo lo que está bajo mis pies, se mueva. ¡QUÉ!

—El señor Cox será transferido debido a un nuevo proyecto para él—agrega el rubio.

Rachel esta boquiabierta.

—En. En. Tiendo—tartamudeo.

No estoy consciente de lo que acabo de vivir. ¡Editora yo! Esto llevará más difícil la situación... Para mi suerte, mi pequeño ladrillo se comienza a escuchar por toda la sala.

—Me permiten...

Me sonrojo y trato de salir lo más pronto de ahí. Si es Lorraine, juro que la asesinaré con mis propias manos. Saco el teléfono y mi corazón se detiene por una milésima de segundo al ver que es el número de Matthew. ¿Ahora qué?

— ¿Sí?

— ¿Estás en la junta?

—Sí, gracias por interrumpirla.

Se echa a reír. Vaya, le divierto en momentos serios como este. Grrr, Matthew Evans tienes momentos insoportables.

—Adiós—le digo antes de intentar colgarle.

—No, Elizabeth. Espera un momento.

¡Qué quiere!

— ¿Qué? —gruño.

—Quiero hablar con los directivos.

Me echo a reír de la frustración creciente.

— ¿Estás loco? ¿Para qué quieres hablar con ellos?

—Ya te lo dije, quiero hablar.

Le saco la lengua al teléfono. Suspiro. Tengo que hacerle caso, o si no, estará molestando con más llamadas. Entro de nueva cuenta, todos fijan su atención en mí. Presiono el botón de altavoz y pongo a pequeño ladrillo en medio de la mesa.

—El señor Matthew Evans quiere hablar con ustedes.

Me alejo rápido junto a Rachel, tratando de mostrar el menor interés a la llamada.

— ¿Matthew? —me pregunta Rachel.

—Shht—aprieto los labios—. No sé qué quiera decir.

Suelta una risita.

— ¿Por qué no me habías dicho que yo...? —le pregunto más seria.

—No lo sabía, y, oh, Dios, ¡tú serás mi nueva jefa!

Un escalofrío recorre mi espalda cuando dice eso. Centro mi atención a mi "exjefe". Mi cerebro tiene un colapso, no pueden entrar ni salir pensamientos. El golpe en la mesa y una carcajada animada me hacen volver a este mundo.

—Terminada la llamada—dice el señor Johnson—. ¿Cómo consiguió el número del señor Evans?

Trago saliva.

—Un pequeño contacto, lo conocí cuando iba a graduarme de la universidad—digo agudamente, cómo si me hubieran aplastado un pie.

Puede que la noticia de que el empresario Matthew Evans sobre su boda haya sido una sorpresa para muchos, pero no fue para tanto, digo, una noticia nivel nacional y popular. No. En realidad, no lo sé, pero estos tipos no saben nada.

—Excelente, la semana que viene le enviaré los horarios de una próxima junta que tendremos.

¿Otra?

—Entendido, señor Johnson—digo un poco perdida.

Todos se despiden y van saliendo conforme el señor Johnson los vaya llamando. Tienen una expresión muy diferente a la que traían consigo cuando llegaron aquí. Aparto una silla y me siento. Subo los codos a la mesa y me cubro el rostro con ambas manos.

—Elizabeth, ¿estás bien? —me pregunta Harold.

Alzo la vista.

— ¿Desde cuándo sabias esto? Harold, no puedo creerlo.

—Hace unos días, Walton decidió cambiar de puestos.

¿Lo que me ha pasado es buena suerte? Pero estamos a punto de la quiebra, de igual forma, si tengo este nuevo puesto no podré durar con el más de un mes.

—Yo te escogí para el puesto—me palmea el hombro.

No puedo evitar abrazarlo, ahora que se va a Washington me ha llegado una gran responsabilidad. Es uno de los mejores jefes que he tenido a lo largo de mis empleos. Le debo agradecer mucho.

—Gracias, gracias—murmuro tímida—, gracias por todo y buena suerte, Harold—aprieto los labios para evitar llorar.

—Buena suerte a ti, te prometo que vendré de visita.

Unas lágrimas logran desbordarse de mis ojos haciendo que ría y llore de la emoción.

—Una vez más: Gracias, Harold.

Despedirme de él es complicado; no quisiera que se marchara, él es un excelente editor y yo apenas puedo corregir algunos manuscritos sin ponerme nerviosa. Los dos salen y me dejan a solas en la sala, con pequeño ladrillo. Unos segundos después, entra una nueva llamada.

Es Matthew otra vez.

—Hola de nuevo y siento no haberme despedido—dice con voz dulce.

—Matthew, soy... Soy la nueva editora de Hachette Book Group USA, estoy en shock.

Da un fuerte grito de euforia.

— ¡Felicidades, nena! Estaría muy bien que ahora mismo estuviera ahí contigo para tratar de calmar tus emociones—dice pícaro.

Un montón de abejas atacan mi vientre de forma emocionante; sonrío como idiota mordiéndome el labio e imaginando las estupideces del señor Evans.

—Señor, ¿ya sabe cómo estoy en estos momentos?

—Mmm, puedo imaginarlo... y me gusta provocar muchas sensaciones en ti.

Lo adoro.

—Te lo agradezco—vuelvo a morderme el labio y continúo—: ¿Sabes? Tenemos una invitación esta noche a un concierto de rock.

— ¿Qué? —de nueva cuenta se echa a reír.

El día de hoy todos andan con un humor grato.

—Lorraine nos invitó al concierto de los Black Moon y quiere que la acompañemos.

Un largo suspiro se escucha por la otra línea.

—Está bien. ¿A qué hora?

¡Yupi! Si vamos a ir.

—Creo que después de las ocho. Tengo que llamarla para confirmar nuestra ida con ella y Steve.

—Perfecto, porque quiero llegar a casa y estar a solas contigo en nuestra cama.

Mi subconsciente muerde uno de los cojines del sofá mientras patalea y hace pucheros como una niña pequeña. Oh, sí, el efecto Evans.

—Llegaré temprano, besos, cielo.

—Nueva editora en Hachette Book Group USA, Elizabeth Evans.

Oh, sí, Evans...

—Te amo, nena.

—Y yo a ti. No olvides amar también a tu pequeño ladrillo.

—Bueno, al menos tú me haces utilizar la cama no solo para dormir.

Cara de idiota a la vista. Elizabeth Reed sonrojándose y sonriendo como retrasada mental.

— ¿Ya puedo trabajar? —pregunto coqueta.

—Sí, no quiero que estés... Olvídalo, te espero ansioso en casa.

Unas cuantas palabras tienen tantas promesas. Una vez más le recuerdo que lo amo y cuelgo. Parecemos adolescentes atolondrados hablándonos con cariño. Bueno, tengo que bajar para ver mi nueva y primera oficina para mi solita.

No me siento como Elizabeth.

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