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Capítulo 2

Eduardo

Agotado y resignado, dejo la última pila de papeles, bien colocados y ordenados por fecha. Los he revisado varias veces e incluso lo haría una más si no llevara más de diez horas aquí metido y sin apenas descansar. Me froto ambos ojos con el dorso de la mano, los siento doloridos y me piden a gritos que les deje cerrarse, pero sin embargo me incorporo y me estiro tanto como puedo cuando por fin estoy en pie. Me dirijo al vestuario que pertenece a todos los médicos del hospital... es una suerte que al menos para esto forme parte de la plantilla, porque necesito una ducha urgente.

No hay nadie más, hace tiempo que pasaron las doce de la noche. Mis pisadas resuenan en el suelo y las gotas de agua provocan eco por toda la vacía habitación.

Tras la ansiada ducha, me despido de la recepcionista que esta noche está de guardia, no recuerdo muy bien su nombre... a estas horas nunca me detengo, solo quiero llegar a casa y dormir tanto como pueda. El todavía frío de la noche del mes de Marzo me golpea la cara cuando cruzo el aparcamiento hasta llegar a mi coche. Me tomo unos minutos de respiro antes de arrancar y por fin conduzco hasta casa. Aparco y antes de bajar, mi teléfono móvil vibra en el bolsillo de mi pantalón vaquero. Sé quién es sin tener que mirarlo.

— ¿Alicia? — Me alegra escucharla, Resoplo al contestar, aunque intento disimular que estoy realmente cansado. No quiero que luego me eche en cara que pago los platos rotos del trabajo con ella, aunque no niego que quizá algún día lo haya hecho.

— ¿Cómo has sabido que era yo? — Pregunta, no sé muy bien si está enfadada, aunque su tono la delata.

— ¿Quién si no iba a llamarme a estas horas?— Sonrío para que ella, aunque no pueda verme lo sepa y así calmarla. Alicia es mi compañera de vida, por así decirlo. Llevamos juntos casi un año, no es demasiado tiempo pero cuando me trasladé fue la única que consiguió que no me sintiera tan solo en un sitio tan enorme como este.

— Estoy en casa y mi compañera de piso no dormirá aquí esta noche, ¿por qué no vienes? Me apetece estar contigo — Me muerdo el labio inferior, solo tendría que girar a la derecha pero...

— Lo dejamos para mañana, ¿vale?— Pregunto, cauto. — Hoy el día ha sido demasiado largo, solo quiero llegar a casa, tumbarme y...

— Mañana me dirás lo mismo— Interrumpe, y puedo notar en su tono de voz que comienza a enfadarse, esta vez no me equivoco. — Siempre igual, yo también trabajo en ese hospital, ¿sabes? Y cuando salgo de ahí me apetece pasar el rato con mi novio.

— Tú no trabajas las mismas horas que yo — Protesto, chasqueando la lengua. Alicia es enfermera, y su turno es reducido. — Mira Ali, no quiero discutir contigo. Te recompensaré, mañana por la noche cenamos juntos, ¿está bien?

Varios pitidos me indican que ha colgado, lo hace casi siempre. Cuando la conocí era la chica más dulce y amable con la que me había encontrado nunca, pero poco a poco las cosas han ido cambiando. Yo también tengo gran parte de culpa, mi trabajo me obliga a pasarme la mayoría del día en el hospital... lo que acaba significando que mi vida fuera de él sea prácticamente nula, y eso reconozco que no es precisamente bueno para tener pareja estable.

Cuando llegué a la gran ciudad mis metas eran tan altas... pensé que por fin, tras seis años de tanto trabajo y tanto esfuerzo en la universidad, había llegado mi momento. Recibí la oferta y no tardé ni unos minutos en aceptarla, ¡iba a trabajar en uno de los mejores hospitales del país! ¿Quién rechazaría algo como eso? Ahora sé la respuesta; yo mismo si hubiera sabido lo que de verdad me esperaba aquí.

No iba a ser médico, al menos no el médico que yo hubiera imaginado. No trataría con pacientes, simplemente revisaría los casos ya solucionados y haría informes sobre ellos. Eso es todo y así ha sido el último año y medio de mi vida.

Cuando por fin llego a casa, ni siquiera me apetece quitarme la corbata, ni la camisa... ni me importa lo más mínimo que todo vaya a quedarse arrugado, por lo que me tiro al sofá del comedor. Pienso que mañana lo llevaré a la tintorería, si de algo no puedo quejarme es del sueldo, me pagan mucho, muchísimo dinero por hacer lo que hago, pero me sigo preguntando cada día si el dinero da la felicidad. Hasta ahora a mí lo único que ha hecho es quitármela.

•••

No necesito que suene el despertador, me despierto a las ocho y media, creo que mi propio cuerpo tiene un despertador interno que hace que sea incapaz de dormir ni siquiera un minuto más, a pesar de querer quedarme en la cama horas, o el día entero.

Me desperezo mientras me doy cuenta del esperado destrozo de la camisa que no me quité anoche. Ahora sí me desprendo de ella reconociendo el olor de hospital que lleva impregnado y la preparo para dejarla en la tintorería de camino al hospital. Me pongo a cambio la primera camiseta con la que me encuentro cuando al mismo tiempo escucho que el timbre suena, Marisa, la asistenta, viene tan puntual como siempre. Tiene llave de casa pero sigue llamando, la pobre siempre me explica que no quiere ser inoportuna.

— Buenos días, Eduardo — Cuando abro la puerta, me saluda con una agradable sonrisa que hace que varias arrugas se marquen a los lados de sus ojos. Lleva conmigo casi desde el primer día que llegué aquí y, para qué decir lo contrario, le tengo muchísimo aprecio.

— Espero que lo sean, Marisa — Me hago a un lado para dejarla pasar y cierro a mis espaldas. La sigo hacia la cocina, que es donde primero se dirige.

— ¿Has desayunado? — Se interesa, alzando las cejas.

— Todavía no — Muevo la cabeza a ambos lados— Acabo de levantarme y no tengo prisa, no entro a trabajar hasta las tres. Me siento en unos taburetes mientras observo cómo comienza a preparar la cafetera. — No hace falta Marisa, ya lo hago yo...

Pero con un gesto con la mano hace que me mantenga callado. El timbre vuelve a sonar y me disculpo para ir a abrir, no la esperaba, pero parece que Ali ha decidido pasarse por aquí esta mañana.

— ¡Hola! — Entra arrasando con todo y se tira a mis brazos, rodeo su espalda con los míos.

— Hola Alicia— Digo contra su pelo— ¿No se supone que estabas muy enfadada conmigo por lo de anoche?

Se separa de mí y me mira con el ceño fruncido, después se cruza de brazos y me mira durante unos segundos que me parecen eternos.

— Ya se me ha pasado — Contesta al fin, encogiéndose de hombros— ¿Qué estás haciendo?

— Iba a desayunar, ¿vienes?— Le ofrezco mi mano, que coge enseguida, y la arrastro a la cocina, donde Marisa está sirviendo dos tazas de café. — ¿Quieres acompañarnos, Marisa?

La mujer simplemente baja la cabeza mientras la mueve a ambos lados, sabía que iba a decirme que no, pero nunca está de más ofrecérselo.

— Os dejaré a solas, como ya sabes... tengo mucho que hacer— Me dedica una última sonrisa antes de salir por la puerta.

— ¡Siento ser tan desastre! — Exclamo, alzando la voz para que me escuche, oigo como suelta una carcajada desde otra habitación, no sé cuál, ya que todas están descuidadas. Miro a mi derecha, Alicia coge la taza con ambas manos y sus ojos marrones están fijos en el café. — ¿A qué hora tienes que estar en el hospital?— Le pregunto.

— A las diez — Contesta en voz baja, sin mirarme. Asiento y bebo un sorbo.

— Este café que compra Marisa está riquísimo, ¿no te parece? — Digo, saboreándolo. Ni el del restaurante del hospital está igual, y bueno... el de la máquina que tengo en el pasillo de mi despacho, ni hablemos... Alicia se mantiene callada — ¿Estás ahí? — Pregunto, chocando suavemente mi hombro con el suyo.

— ¿No tienes demasiada confianza con la mujer de la limpieza?— Alza a las cejas y ahora sí, me mira directamente a los ojos.

— Tengo la confianza necesaria con una mujer que podría decir que me hace más fácil vivir aquí. Marisa lleva conmigo muchos meses, ¿qué problema tienes? — Me bebo el café que quedaba de un solo trago. Alicia aprieta los dientes y me hace reír — No me digas que estás celosa de ella, ¡vamos! Es como mi madre... le tengo cariño.

— ¿Y ella sabe que solo es eso?— Se levanta, supongo que para sentirse superior en la discusión... aunque no entiendo que haya ningún tipo de polémica por algo así, además, no quiero ponerme de mal humor cuando todavía no he pisado el hospital.

— Creo que estás desvariando, Ali... — Intento sonreír y cogerle la mano, pero me esquiva y me da la espalda — Oye, espera... — Insisto, pero ya es demasiado tarde, a cada paso sus tacones golpean el suelo de madera camino a la puerta, por la que sale rápidamente, dando el respectivo portazo antes de haberse marchado.

Cierro los ojos y con un soplido suelto todo el aire acumulado en mis pulmones, ¿a qué ha venido todo esto?

— Parece que la mañana no ha empezado muy bien — Encuentro a Marisa por el pasillo, que me mira con cara de, ¿pena? No sabría describir su gesto.

— No, parece que al final no han sido buenos días — Me limito a contestar, encogiéndome de hombros. Antes este tipo de momentos hacían que me llevara un buen rato pensando en cómo arreglarlo, ahora decido tomármelo de otra manera más pausada.

•••

Llego al hospital con las energías recargadas, apenas han sido unas horas fuera de este sitio, pero salir de aquí se convierte en una necesidad diaria.

Como un sándwich rápido en el restaurante y me dirijo a mi prisión, también llamada despacho. Cojo la bata de médico de la percha donde la cuelgo todos los días al salir y me la pongo, diciéndome cada día que soy un impostor cuando me veo con ella.

— ¿Eduardo? — La voz grave de Nicolás, el director del hospital, suena desde el interior de su despacho. No le hace falta salir para imponer autoridad — ¿Podemos hablar un momento?

Camino a zancadas rápidas hasta ahí, la puerta está abierta pero aun así golpeo los nudillos un par de veces antes de entrar.

— ¿Se puede? — Pregunto, asomando la cabeza mientras alzo ambas cejas.

— Adelante — Hace gestos con la mano para que me acerque — Cierra la puerta.

Obedezco y dubitativo me acerco hasta la silla de cuero, solo nos separa su escritorio, tres veces mayor que el mío.

— Siéntate — Ordena de nuevo.

Lo hago, claro. Después entrelazo los dedos y espero nervioso, creo que apenas me he reunido dos veces con él en todo este tiempo.

— ¿Y bien? — Me atrevo a preguntar al verlo teclear con la vista fija en la pantalla de su ordenador, sin ninguna prisa.

— Verás, Eduardo — Comienza, girándose por fin hacía mí y frunciendo los labios. — En estos meses he podido observar tu descontento en tu puesto de trabajo. — Abro la boca para interrumpir, pero en el último segundo decido callarme — No hace falta que lo niegues — Prosigue — Cumples con tus tareas, no he tenido ninguna queja sobre ti — Hace un pequeño descanso — No creas que te he hecho llamar para recriminarte algo, si no todo lo contrario.

Estoy conteniendo la respiración sin darme cuenta, por lo que suelto el aire por la nariz mientras sigo escuchando.

— Quiero hablarte de algo que creo que puede parecerte interesante — Continúa, yo sigo con la boca cerrada — He recibido una oferta, un puesto de trabajo que pienso que puede ser perfecto para alguien como tú.

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