Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 5: La Confesión y el Umbral: La Verdad Desnuda

La Curación y el Silencio

Elara y Daniel regresaron a la sala de curación. La tensión entre ellos era más cortante que cualquier bisturí. Elara había establecido un límite y Daniel se había sometido a su cuidado, no por debilidad, sino por confianza.

Elara preparó los instrumentos con movimientos metódicos, casi ceremoniales. Alcohol, gasas, pinzas. Todo en orden.

Daniel se sentó sin emitir palabra, el torso desnudo, la herida expuesta. Era una herida fea, inflamada, con bordes enrojecidos que hablaban de esfuerzo, de fuga, de dolor. Elara no reaccionó con compasión; solo con precisión.

Limpió la herida con la delicadeza de una cirujana, enfocada en la tarea para evitar el contacto visual. Cada roce era necesario, pero no íntimo. El silencio no era vacío. Era un lenguaje que decía: Estoy aquí. Te cuido. Pero no te perdono.

Cuando terminó, Elara colocó el último apósito con firmeza. —No te muevas. La infección aún puede empeorar.

—Gracias —respondió Daniel, sin mirarla. El dolor físico era menor al que se había instalado entre ellos.

Al terminar de aplicar un nuevo vendaje, Elara se alejó bruscamente, poniendo distancia entre sus cuerpos.

—Cumplí mi parte del trato. Ahora, la tuya —dijo Elara, mirando la herida de Daniel. La herida de Zúrich era la que más le dolía.

Daniel se puso la camiseta. El breve momento de vulnerabilidad había pasado. Se sirvió un vaso de agua y se sentó en el sofá, señalando el asiento de enfrente para ella.

—Te debo la verdad sobre Zúrich. Y no es una mentira para manipularte, Elara. Es la razón por la que te creí muerta y la razón por la que no volví antes.

La Confesión de Zúrich: Aclaración de la Infidelidad

Daniel comenzó a hablar, su voz baja y uniforme.

—La misión de Zúrich era infiltrarme en una red de tráfico de información. Mi coartada... tenía que ser perfecta. Mis superiores me impusieron una identidad completa: esposa, hijo, vida perfecta. Ésa chica, Ximena, fue impuesta por mis jefes. Era una agente especializada en actuación. El niño... era prestado para el cover. Un hijo que solo veíamos cuando el líder estaba cerca.

La revelación golpeó a Elara con la fuerza de un ballet dramático. Daniel nunca le había sido infiel. Todo era una mentira para la misión.

—¿Y por qué tuviste que fingir tu muerte? —preguntó ella.

—Porque el líder se dio cuenta de la infiltración. Ximena y yo tuvimos que desaparecer. Mi vida anterior, contigo, era una debilidad, y el único modo de protegerte de la represalia era que creyeras que yo estaba muerto.

Daniel se inclinó, su voz se rompió por primera vez. —Mi misión terminó hace seis meses, Elara. Cada agente, cada jefe, cada rastro de la coartada de Zúrich se borró de mi vida. No regresé por la venganza de Caleb. Regresé por ti. Regresé porque no podía vivir en un mundo donde creías que te traicioné.

Elara sintió las lágrimas en sus ojos, pero se negó a derramarlas. El muro de la desconfianza se había roto. La verdad era más complicada, más dolorosa, pero innegablemente cierta.

—Cada quien por su lado —murmuró Elara, citando las reglas de la agencia que él le había enseñado hacía años.

—Sí. Y cuando la misión terminó, el "lado" al que regresé, fuiste tú.

La confesión fue una catarsis. Por primera vez desde que se habían reencontrado, no había mentiras entre ellos. Elara se acercó a Daniel, y en lugar de un beso, ella apoyó su cabeza en su hombro, el sano. El silencio de la comprensión llenó el búnker.

El Límite de la Contención: La Ducha

Horas más tarde, Elara se dirigió a la ducha. Necesitaba lavar el sudor de la tensión, el olor de la verdad a medias y el peso de su nueva misión. El agua caliente la envolvió.

Daniel, incapaz de concentrarse en la sala de control, fue atraído por el ruido de la regadera. El sonido era un imán, una promesa de vulnerabilidad que él no podía ignorar. Su mente luchaba entre su disciplina y el deseo puro.

Se acercó a la puerta de cristal, empañada por el vapor de agua caliente. La figura de Elara era una silueta suave, visible solo como un contorno. Daniel se quedó allí, como un guardia inmóvil, observándola con ojos de amor, nostalgia y deseo. Él no intentó entrar; se permitió el lujo de observarla, un pequeño gesto que revelaba cuidado y control al mismo tiempo.

Elara sintió una presencia, una ruptura en el flujo de energía del búnker. Abrió los ojos y giró hacia la puerta de cristal. Lo vio. Lo vio parado allí, su silueta marcada por la luz de emergencia del pasillo.

Elara se cubrió de inmediato con una toalla.

—Daniel... —dijo ella, su voz temblando entre la rabia y la excitación.

Él no se movió, ni habló.

Elara salió del baño, sus pies descalzos sobre el mármol. Al pasarle por un lado, su brazo rozó intencionalmente el de él. Fue un roce breve, un incendio instantáneo.

Daniel se estremeció violentamente, como quien recibe una descarga eléctrica. Cerró los ojos por un instante, el control casi perdido.

—Esto es un abuso de nuestra confianza —susurró Elara, pero su voz sonaba menos como una amenaza y más como una pregunta.

Daniel finalmente la miró, su rostro sombrío. —Sí. Lo es. Pero tú me lo provocas. Si vamos a estar juntos en esta misión, no puedo fingir que no te deseo, Elara.

Daniel se dio la vuelta, apoyando su frente contra la pared de hormigón, tratando de recuperar el control que ella acababa de robarle con un simple roce. Elara no huyó. Ella se quedó allí, envuelta en la toalla, sabiendo que el límite de la contención se había roto. Su cuerpo, al igual que su corazón, estaba ahora en fuego cruzado.

La Decisión de la Intimidad

Esa noche, Daniel trajo una nueva regla al búnker.

—El búnker no es seguro. Si Fulgencio nos encuentra, nos encontrará separados. A partir de hoy, dormiremos en la misma cama.

—No —replicó Elara de inmediato—. Eso es ir demasiado lejos.

—No es un deseo, Elara. Es un protocolo. En caso de una brecha en la seguridad, necesito estar lo suficientemente cerca para protegerte sin perder un segundo.

Elara lo miró. La justificación era militar, pero la sensación era intensamente personal.

—Si entras en mi cama, Daniel, no lo harás como mi espía. Lo harás como mi socio. Y eso significa que las reglas cambian. El juego de la seducción se detiene.

Daniel no respondió de inmediato. —No tengo intenciones de dormir —dijo con honestidad brutal, señalando la pantalla—. Velaré por los dos.

Pero ambos sabían que él estaba mintiendo. La mentira era ahora su única disciplina. Y el amor, su mayor debilidad.

Elara lo observó en silencio. No por sospecha, sino por reconocimiento. Ella también había aprendido a mentir para sobrevivir. A fingir indiferencia mientras su cuerpo recordaba cada roce, cada palabra no dicha.

La cama no era solo un lugar de descanso. Era un campo minado de significados. Entrar en ella como socios implicaba desnudar más que el cuerpo: implicaba desarmar las estrategias, los miedos, las venganzas. Daniel se sentó al borde, sin tocar las sábanas. Su presencia era una promesa rota y una súplica muda. Velar por los dos era su forma de decir no quiero perderte, sin pronunciarlo.

Elara se acostó sin mirarlo. No por frialdad, sino por protección. Porque si lo miraba, la fachada se rompería. Y aún no era el momento.

Se colocó de lado, dándole la espalda, pero el espacio entre ellos era una presencia palpable, cargada de los años perdidos y el deseo recién despertado. Ella escuchaba el ritmo irregular de su respiración y podía sentir el calor residual de su cuerpo a escasos centímetros. Cada nervio en su espalda estaba alerta, esperando una transgresión, pero al mismo tiempo, secretamente deseando la calidez del abrazo que él había negado.

Daniel permaneció inmóvil. Se obligó a concentrarse en los scanners de infrarrojos que mostraban los perímetros del búnker, buscando cualquier anomalía que justificara su posición. Pero no había brechas externas. La única brecha era la que se había abierto en su propia contención emocional.

​Elara se permitió un pensamiento íntimo, una confesión silenciada por el miedo: la verdad sobre Ximena había curado su corazón, pero su disciplina seguía intacta. No quería el juego de la seducción; quería la certeza de una relación basada en la honestidad de su misión compartida. Él debía ganarse la verdad que había perdido, no solo declararla.

​Al cabo de una hora, la tensión cedió levemente, sustituida por un profundo agotamiento. Elara sintió un ligero movimiento: Daniel, sin hacer ruido, se deslizó bajo las sábanas, manteniendo una distancia meticulosa, casi militar, entre sus cuerpos. No era un amante, era un centinela.habitación… no tenía registro. Solo memorias.

​Elara sintió una paz inesperada. Estaba en el campo minado, sí, pero con el único hombre capaz de desactivar la bomba. Y él estaba a su lado, velando por ella, no por obligación, sino por la verdad que ya no podían negar.

​La noche cayó sobre el búnker como una cortina pesada. Las cámaras seguían grabando. Pero lo que ocurría en esa habitación… no tenía registro. Solo memorias.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.