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Capítulo 2: Convivencia Forzada: Las Reglas del Juego

El Búnker: Un Lujoso Confinamiento

El búnker de Daniel no era un refugio; era una fortaleza de cristal y hormigón, escondida bajo una propiedad anónima a las afueras de la ciudad. Era el epítome del lujo silencioso: tecnología de vigilancia de vanguardia, gimnasio personal, y una cocina gourmet que contrastaba con la fría realidad de su aislamiento. Elara se sentía como una prisionera dorada.

Cada rincón brillaba con una perfección aséptica: mármol pulido, luces inteligentes que seguían sus pasos, y ventanales que simulaban cielos azules. No había relojes. El tiempo se medía en rutinas impuestas por Daniel. El búnker no tenía barrotes, pero cada pared hablaba de control.

—Este lugar es demasiado... —empezó Elara, mirando las paredes de hormigón pulido.

—Seguro —terminó Daniel, sin mirarla. Estaba revisando los escáneres, su chaqueta de traje de gala perfectamente colgada. La tensión en su hombro era invisible bajo su control, pero Elara notaba la rigidez.

— ¿Y dónde están las cámaras? Porque no confío en que tu "protección" sea desinteresada, Daniel.

Daniel se giró, su mirada gris clavándose en ella con una intensidad que la hizo jadear. —Las cámaras están en los perímetros. No dentro. Aquí solo estoy yo, y te aseguro, Elara, que soy mucho más peligroso que cualquier lente de seguridad.

Las Reglas de la Seducción: La Tensión del Contacto

Daniel se acercó a la sala de estar. No había espacio para la comodidad, solo para la funcionalidad.

—Tu única misión aquí es la disciplina —declaró Daniel, apoyándose ligeramente en la mesa de acero. Su postura era dominante, pero Elara ya había notado la cautela en sus movimientos, el pequeño esfuerzo que hacía para proteger su hombro herido, un detalle que revelaba una vulnerabilidad que no encajaba con el "arma hermosa".

—Aquí tienes las reglas de la convivencia —continuó, su voz bajando a un tono que prometía peligro y placer:

1. Regla Número Uno: Siempre estamos "en escena". Tu cuerpo es mi activo más valioso. Debes comer, dormir y entrenar bajo mi supervisión.

2. Regla Número Dos: La fachada es todo. Fuera del búnker, no me llamas Daniel. Me llamas "Cariño" o "Mi amor". Tus manos están donde yo pueda verlas.

3. Regla Número Tres: El contacto físico es obligatorio. No solo por el plan, sino para dominar el pánico.

Daniel se movió detrás de ella y posó ambas manos en sus hombros, ejerciendo una ligera presión que era a la vez un toque de espía y una caricia de amante.

Elara cerró los ojos, concentrándose en el frío del acero. —No soy una marioneta, Daniel.

—No. Eres una artista. Y yo soy tu director. Ahora, el ensayo.

Daniel la giró para que lo enfrentara. Puso un dedo frío bajo su barbilla, obligándola a levantar la mirada. —Mírame. ¿Qué ves?

—Veo al hombre que me traicionó y que ahora me usa —respondió ella, con el odio ardiendo en sus ojos.

—Incorrecto. Tienes que ver al hombre que te salvó. Al hombre que te desea. Mírame como si yo fuera tu única verdad en este mundo de mentiras.

Daniel se acercó lo suficiente para que ella sintiera el calor de su aliento. Era el diálogo cargado de tensión romántica en su máxima expresión. El recuerdo de una noche antigua donde la química era real amenazó con romper su fachada.

El Entrenamiento de la Disciplina Emocional

El entrenamiento para el plan de venganza se convirtió en una excusa perfecta para la escena de alto voltaje constante. Daniel la obligó a practicar el contacto: cómo reaccionar a la proximidad, cómo fingir intimidad sin que sus pulsos se aceleraran.

En el gimnasio personal, bajo la luz fluorescente, Daniel la guiaba a través de ejercicios de combate. Cada bloqueo, cada desarme, terminaba con sus cuerpos entrelazados, sus respiraciones mezclándose.

—¡Fingimiento! —gruñó Daniel cuando Elara se tensó al sentir su mano en su cintura—. Fulgencio vería eso. Tienes que ver la oportunidad.

—¡Es difícil cuando tu toque me recuerda todo lo que perdí! —replicó ella, empujándolo.

—Entonces úsalo. No corras de mí, corre hacia mí. —Daniel la tomó de las manos—. Si te besan, yo soy el veneno que estás dispuesta a tomar.

​El Entrenamiento de la Disciplina Emocional

​Elara se rindió al ejercicio. Dejó que él la guiara, que su cuerpo aprendiera a relajarse bajo el suyo. La necesidad de dominar la mentira era vital, ya que el búnker, a pesar de su aislamiento, no era completamente seguro.

​Daniel reveló la urgencia durante un ejercicio de desarme particularmente violento.

​—Fulgencio ha desplegado una nueva red de vigilancia —jadeó Daniel, inmovilizándola contra la colchoneta. Su rostro estaba sombrío, y el dolor de su hombro era visible ahora, forzando una respiración superficial. —No son satélites. Es una red de micro-bots acústicos que pueden captar hasta el silencio en un radio de media milla. Nos estará buscando activamente en cuanto sepa que tu apartamento está vacío.

​—¿Y por qué me lo dices ahora? —replicó Elara, sintiendo la presión de la amenaza real.

​—Porque esto ya no es una prueba de control —gruñó Daniel—. Es un sprint de supervivencia. Necesito que tu reacción biológica al miedo se reescriba. El miedo a Fulgencio debe ser menor que la seguridad que sientes al lado de tu "amante". No podemos darnos el lujo de fallar en la disciplina emocional.

​—Mi hombro... no está curado —susurró Daniel, su voz ronca. Era una confesión de vulnerabilidad que rompió el personaje.

​Elara sintió la necesidad instintiva de tocar su herida, de cuidarlo, la misma necesidad que sentía cuando eran jóvenes. El amor es nuestra disciplina, recordó. Era una mentira que se estaba haciendo real.

Elara se rindió. Dejó que él la guiara, que su cuerpo aprendiera a relajarse bajo el suyo. Hubo un momento en que Daniel la inmovilizó contra la colchoneta. Su rostro estaba sombrío, y el dolor de su hombro era visible, forzando una respiración superficial.

—Mi hombro... no está curado —susurró Daniel, su voz ronca. Era una confesión de vulnerabilidad que rompió el personaje.

Elara sintió la necesidad instintiva de cuidarlo. El amor es nuestra disciplina, recordó. Era una mentira que se estaba haciendo real.

La Medicina y el Cuidado Revelado

Esa noche, mientras Daniel se desvestía para aplicar pomada en su herida, Elara entró en la habitación. Él estaba de espaldas, su musculatura marcada y el vendaje sucio.

—Déjame ayudarte —dijo ella, sin preguntar.

Daniel se detuvo, sintiendo la autoridad tranquila en su voz. Se giró. Él intentó negarse, pero la confianza era su único lujo permitido.

Elara desinfectó el corte con alcohol. Daniel siseó de dolor. Elara, en lugar de burlarse, acercó su rostro a la espalda desnuda de él, soplando suavemente sobre la herida.

—No te muevas —ordenó ella, y su voz era suave y controladora.

—No puedo —respondió él, su voz apenas un suspiro.

Mientras aplicaba la nueva pomada, Elara se permitió un pensamiento íntimo: Este hombre no solo está luchando por su familia; está sacrificando su propio cuerpo por la justicia, y por mí. Ese pensamiento fue más peligroso que cualquier espía de Fulgencio. Ella estaba cayendo.

Una vez que terminó, Elara notó una marca más antigua en su costilla. Era una cicatriz de quemadura.

—¿Qué es esto? —preguntó, tocándola con el dedo.

—Un recuerdo. De la misión de Zúrich. —Daniel se encogió de hombros, volviendo a su fachada.

Elara lo miró. La cicatriz era real, la traición de su pasado era real, pero el cuidado que ella le brindaba era la nueva verdad.

La Prueba de la Seducción

Daniel se acercó a la mesa y activó un pequeño grabador de voz. —Es hora de la prueba final del día.

Elara se sentó, exhausta pero alerta.

—Dime que me amas, Elara. Con la convicción que usarías para mentirle a Fulgencio.

Elara respiró profundamente. —Te amo, Daniel. Eres mi ancla. Mi única verdad.

—No. Falla —dijo Daniel con una risa cruel—. Tu cuerpo está tenso. Miente como si tu vida dependiera de ello.

Daniel se puso de pie y la tomó de la cintura, levantándola con un solo movimiento. La levantó hasta que sus rostros quedaron al mismo nivel.

—Dímelo de nuevo —ordenó Daniel, sus ojos oscuros penetrando los suyos. Esta no era una prueba; era una seducción.

Elara lo miró. Las defensas se le cayeron. Se permitió ver al Daniel que la amaba y la protegía.

—Te amo —susurró ella, y esta vez, el sentimiento fue tan real que le dolió en el pecho.

Daniel la bajó lentamente, sin romper el contacto visual. Su rostro estaba ilegible, pero su respiración era irregular. La mentira de Elara había funcionado demasiado bien.

—Bien. Primera lección superada. —Daniel la soltó bruscamente y se dirigió a la puerta.

—¿A dónde vas? —preguntó Elara.

—A dormir. Mañana comenzamos el entrenamiento de campo. Y no dormiremos juntos. Aún no. —Daniel se detuvo—. Pero esta noche, quiero que sepas que eres mía. En la mentira y en la verdad.

Daniel salió de la habitación, dejando a Elara sola, temblando. Ella se tocó los labios, que ardían. El amor no era una debilidad. ¿O la mentira que acababa de decir era su gancho romántico personal?

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