Capítulo 1: El Contrato y el Fuego Cruzado
El Precipicio y la Sombra: Elara
Elara yacía en la desolación de su apartamento. No era una guarida, sino un monumento a la ruina. Las zapatillas de ballet gastadas, el tutú roto en la esquina, el piano cubierto por una sábana que ocultaba un silencio de meses. Habían pasado tres meses desde la caída de su padre, Caleb Villanueva, y el ascenso implacable de Fulgencio Dávalos. Ella era una deuda pendiente, una joya que esperaba ser reclamada bajo el peso del Proyecto Medea.
Un golpe seco en la puerta rompió el silencio. No era un vecino. Era el golpe de alguien que conocía el peso de su autoridad.
Abrió la puerta solo lo suficiente. Su aliento se detuvo. No era un perro de Fulgencio. Era un fantasma.
Daniel Smith estaba parado allí. Se veía más peligroso, más afilado que en sus recuerdos. Vestido con un traje impecable que gritaba poder y sigilo, su mandíbula marcada y sus ojos grises eran ahora trozos de hielo. Pero Elara sintió el calor familiar de la familiaridad compartida, recordando las noches de pasión clandestina que habían compartido antes de su supuesta muerte. Él seguía siendo un arma hermosa.
_Elara —dijo él, sin preámbulos—. Tenemos un problema llamado Fulgencio Dávalos. Y la solución soy yo.
El Reencuentro y el Fuego Cruzado
Elara retrocedió, su mente en caos. —¿Daniel? ¿Qué haces aquí? Creí que... habías muerto en la misión de Zúrich.
—Las agencias internacionales tienen una forma interesante de manejar las pérdidas. No morí, solo desaparecí. Pero eso no importa. Lo que importa es que Fulgencio te está asfixiando. Te está esperando para reclamarte.
Daniel se movió con rapidez y sin permiso. Cerró la puerta tras de sí con un golpe sordo, giró el pestillo y la acorraló contra el marco. La proximidad era un acto de guerra. Él no la estaba tocando, pero su calor corporal y su olor a colonia cara la inundaron.
—Tú nunca has sido buena mintiendo, Elara. Y tu cuerpo me dice que estás al límite. —Su voz era un susurro grave—. Sé todo sobre el Proyecto Medea y sobre cómo Fulgencio tiene congelada la fortuna de tu padre. Vine por tu padre, no por ti. Pero ya que estás en el camino, te usaré.
La confesión fue brutal. Elara sintió la furia y alzó la mano para golpearlo, pero Daniel la interceptó con la rapidez de un reflejo. Su mano la envolvió, comunicando una fuerza aplastante.
—No vuelvas a intentar eso. Si vamos a estar juntos, me debes obediencia. Y confianza.
—¿Confianza en ti? ¡Desapareciste, Daniel! Vuelves para usar los restos de mi vida para tu propia agenda. ¿Qué clase de contrato me ofreces?
Daniel soltó su mano, pero sus ojos permanecieron fijos en ella. —Te ofrezco un escape. Te ofrezco la verdad sobre la muerte de Caleb. Y te ofrezco la herramienta para que Fulgencio Dávalos caiga, arruinado y expuesto. Pero el precio es alto.
Los Términos del Contrato: El Romance Forzado
Daniel se apartó con determinación y extrajo una carpeta de aspecto sobrio. Se dejó caer en la silla más cercana, obligándola a sentarse frente a él. La tensión romántica seguía latiendo como una herida abierta.
—Fulgencio te necesita visible. Necesita demostrar que su "heredera" le es leal. Por eso, vas a revivir tu carrera. Pero la única manera de que él baje la guardia es si cree que has encontrado una nueva ancla emocional. Una debilidad. —La miró, y el significado de sus palabras golpeó a Elara con la fuerza de un ballet dramático—. Tú y yo vamos a ser amantes, Elara.
Elara jadeó. La idea era tan audaz, tan peligrosamente íntima, que le heló la sangre. —¿Amantes? ¿Frente a todo el mundo?
—No solo frente al mundo. Tendremos que convivir. Estarás bajo mi protección las veinticuatro horas del día. Cada gesto público, cada toque, debe comunicar una devoción ardiente. Fulgencio nos estará observando. Si nota una fisura, no solo nos quitará el plan, nos quitará la vida.
Daniel detalló los términos con frialdad militar:
1. El Contacto Físico: En público, nuestras manos siempre estarán entrelazadas. En privado, debes acostumbrarte a mi presencia constante. No hay espacio personal.
2. La Venganza Compartida: Yo te daré las herramientas de espionaje, tú me darás acceso a su mundo. Su destrucción será tu única obsesión.
3. El Sacrificio: Si fallamos, Fulgencio no será piadoso. Te he ofrecido un pasaje de escape si soy capturado, pero por ahora, tu única opción soy yo. ¿Aceptas que tu vida y tu cuerpo están sujetos a mis órdenes, si eso significa justicia para Caleb?
El Examen Físico: El Primer Toque
Elara se quedó en silencio. La venganza. Y Daniel, el único hombre que podía igualar la amenaza de Fulgencio.
—Acepto la venganza. Pero mi cuerpo y mi vida no están bajo tus órdenes —replicó ella, su voz un susurro desafiante.
Daniel sonrió, una curva de labios que no era cálida, sino depredadora. Se levantó y se acercó a ella, extendiendo una mano profesionalmente.
—Probemos eso, prima ballerina. Si no puedes fingir ante mí, no podrás fingir ante Fulgencio. Levántate.
Elara se puso de pie, su corazón latiendo. Daniel la tomó de la cintura con una firmeza que no admitía réplica. Él la acercó, los cuerpos separados apenas por la tela.
—Mírame. Eres vulnerable, Elara. Tu mente y tu corazón son transparentes. Fulgencio verá el odio. Yo necesito que vea amor. —Su rostro estaba a centímetros del de ella—. Si en este momento, yo te besara, ¿tu cuerpo reaccionaría con la repulsión de la traición o con la desesperación del amante reencontrado?
Elara sintió cómo su respiración se aceleraba. La mano de Daniel en su espalda baja la mantuvo cautiva. Era una lucha de voluntades, un pas de deux de mentiras.
—Yo... yo te mataría —susurró ella, aunque su voz no tenía convicción.
—No, no lo harías. Matarías por Caleb, no por tu orgullo. Vuelve a intentarlo. Daniel acercó aún más su rostro, su aliento cálido en la oreja de ella. Él no la besó, pero el mero peligro del beso la hizo cerrar los ojos. La tensión era tan densa que era casi dolorosa. La fachada de odio se rompió y fue reemplazada por la familiaridad ardiente.
Daniel la soltó bruscamente, el contacto terminando con un doloroso vacío. Su rostro regresó a la frialdad profesional.
—Tienes potencial —dijo él—. Pero la disciplina emocional es tu eslabón débil. Tendremos que practicar, y mucho.
La Firma y el Precio: El Pacto de Sangre
Daniel regresó a la mesa, empujando la carpeta y una pluma hacia ella. —Firma aquí. Es el comienzo de tu venganza. Y el comienzo de nuestra relación.
Elara tomó la pluma. Sus manos temblaban. No por miedo a Fulgencio, sino por miedo al hombre que tenía delante. Sabía que al firmar, no solo se condenaba a una guerra a muerte, sino que entregaba su corazón, la única parte de ella que no había sido tocada por el Proyecto Medea.
Firmó con un trazo firme.
—Mañana mismo nos mudamos a mi búnker. Empaca lo esencial. —Daniel se detuvo en la puerta—. No vamos a fingir, Elara. Vamos a creerlo. Para Fulgencio, para tus enemigos, y si es necesario, para nosotros. A partir de ahora, el amor es nuestra disciplina.
La Reacción al Fuego Cruzado
Daniel salió a la oscuridad de la noche, pero el silencio que dejó no fue un vacío, sino un rugido. Elara permaneció de pie, con los músculos tensos por la adrenalina del examen. Sus dedos aún picaban donde él la había tocado, y el olor de su colonia persistía, un recuerdo físico de la violación de su espacio personal y de su corazón.
Cayó en la silla, apoyando la cabeza en sus manos. Acababa de firmar un contrato para su propia destrucción, y la peor parte era que lo había hecho con el único hombre capaz de salvarla. Él le había prometido una guerra sin tregua, pero la verdadera batalla sería interna: la lucha entre la desconfianza que él se había ganado con su desaparición y el amor que nunca se había desvanecido.
Se levantó y caminó hacia la ventana, respirando el aire frío. No vamos a fingir, Elara. Vamos a creerlo. Sus palabras resonaron. Daniel no le había pedido fingir, sino actuar la verdad que su cuerpo había delatado durante el examen físico. Fulgencio vería el amor, y ese amor sería el señuelo. Pero, ¿qué sucedería con la realidad cuando el señuelo se convirtiera en un hábito diario, en una convivencia sin escape?
La venganza era su motor, pero su nuevo papel era una sentencia de muerte emocional. Sacudió la cabeza para despejar la niebla. Daniel había dicho: "Empaca lo esencial. Solo cosas que no te duelan perder."
Elara se dirigió a su armario, su mente ya en modo agente. No podía llevar nada que Fulgencio pudiera rastrear. El vestido de la última función, el único recuerdo de su madre que no estaba en el piano cubierto, la única joya que le había regalado Caleb... todos se quedaron atrás. La misión de Daniel era una purga total.
Su vida anterior, su identidad de bailarina, su dolor; todo quedaba atrás.
Abrió una pequeña maleta y empacó solo ropa oscura y funcional. Luego, con un último vistazo al apartamento que había sido su jaula y su refugio, se dirigió al piano cubierto. Retiró la sábana. La madera era oscura, silenciosa. Debajo del atril, encontró el pequeño compartimento secreto que solo ella conocía. Dentro, no había dinero ni joyas, sino un diminuto microchip cifrado con el logo de la Fundación: el legado prohibido de su padre, Caleb.
Guardó el chip bajo su ropa, sintiendo el frío contacto contra su piel. Daniel había venido por Caleb. Pues bien, ahora tenían la clave para desmantelar a Fulgencio. La guerra había comenzado. Elara había firmado un contrato con el diablo que amaba, y la guerra de la venganza era solo el prólogo de la guerra de sus corazones.
