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CAPÍTULO 2. TRAS LOS SUEÑOS.

Seis años después

Moisés esperaba ansioso el turno para su presentación, estaba participando en un festival juvenil de música intermunicipal, en una ciudad ubicada a menos de treinta minutos, del pueblo donde vivía. Caminaba de un lado a otro, aunque no era la primera vez cuando se presentaba, no podía evitar el sudor recorrer su espalda, y sobre todo la humedad de sus manos.

Se asomó, a través del telón de la tarima para observar a la audiencia. Visualizó a los padres de Cristal en la segunda fila, sintió cierta tranquilidad al verlos. Ellos habían sido la clave durante todos esos años, para lograr cada paso en la construcción de su sueño. Eran quienes más le insuflaban aliento, haciéndolo ver como el trabajo constante, era la única manera de escalar y de obtener logros en la vida. Al lado de ellos, dos de sus hermanos, Antonio José y Luisa Helena.

Siguió recorriendo el sitio, en búsqueda de la mujer a quien amaba, Jazmín, quien le había dado su palabra de estar allí en primera fila. Cualquiera podría calificarlo de tonto por creerle, mas no podía evitarlo. Desde que tenía uso de razón, ella había sido su principal fuente de inspiración, siempre estaba presente en su mente, era imposible para él no evocar esos perfectos ojos verdes esmeralda, y su cabello rubio como el trigo, tan resplandecientes como el sol, cayendo en cascadas sobre sus hombros, sus labios rojos tan provocativos como dulces ciruelas, y un cuerpo con unas curvas más hermosas, a las de la Afrodita de Milo, ella lo era todo.

No exageraba, en verdad la jovencita era la más atractiva del pueblo, pero por esa misma razón, era más solicitada al resto de las chicas. Siempre estaba rodeada de jóvenes quienes continuamente la llenaban de favores y atenciones, tratándola con galantería y llenándola de halagos, lo cual la hacía sentirse superior, llevándola a tratar a la mayoría de la gente, con despotismo.

Sin embargo, el amor de Moisés, le hacía cubrir y justificar cada una de las faltas de la joven, quien además no lo rechazaba de forma explícita, si no variaba de acuerdo a su estado de ánimo. Algunos días los estimulaba, haciéndole pensar que el interés entre ellos era mutuo, sin embargo, en otras oportunidades no disimulaba para nada su desprecio, eran estas veces cuando lo acusaba de ser un iluso, porque nunca lograría ser ese pianista de éxito.

Estaba cabizbajo, lamentándose por la ausencia de Jazmín, cuando apareció Cristal con esa sonrisa tan propia de ella, su carácter optimista y dicharachero, al cual nunca renunciaba, de fácil enojo, nunca podía ocultar su molestia, aunque le pasaba pronto, era la antítesis de la otra joven, esta era cariñosa, leal, siempre lo alentaba a ir tras sus sueños, confiaba en su talento y lo acompañaba en cada una de sus presentaciones. Nunca lo dejaba solo, al extremo de haberse sentido acechado por ella; no obstante, la apreciaba, para él la chiquilla, era como otra de sus hermanas.

—Moisés Reyes, ¡Llegué! —exclamó alegremente, abrazándolo de forma cariñosa.

Él quitó las manos de su amiga del cuello.

—¡Ya te vi Cristal! —expuso el joven con un deje de irritación—. ¿Por qué eres tan alborotada? ¿Qué va a pensar la gente de ti? Dirán eres una cabra loca, porque siempre andas comportándote de manera escandalosa. Debes aprender a ser más seria, portarte decentemente. Aprende de…—no pudo continuar con sus palabras, porque la jovencita lo interrumpió molesta.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo Jazmín?! “Me rio, me reigo y me sigo riendo”, por favor Moisés, esa zoqueta no es decente nada, anda calentándole la oreja a cuanto palo de escoba vestido de pantalón se le aparece. Es una mala persona, no sé cuando abrirás los ojos y te darás cuenta del verdadero rostro de esa mujer, deja de pensar en ella, es la propia ponzoña de Satanás.

»Además, pisa tierra Moi, esa muchacha jamás va a fijarse en ti, porque careces de medio de fortuna, a pesar de tener de sobra, talento y educación. Aunque yo pienso, eres demasiado bueno para ella —expuso la jovencita convencida.

Las palabras de la joven, no surtieron el efecto de tranquilizar al chico, sino lo contrario, tuvieron un resultado similar a la cerilla en la paja seca, en un pleno sol de verano.

—¡Ya basta, Cristal! ¿Por qué te expresas así de ella? Estás hablando de forma cizañera y envidiosa, nunca podrás compararte con la mujer a quien amo, ¡Jamás llegarás a ser una mujer de la talla de Jazmín! —declaró con irritación apretando los dientes.

—¡¿Envidiosa yo?! ¿De esa arpía? ¡Jamás! ¿Y querer ser como ella? ¡Líbreme Dios! Ya verás Moisés, cuando te des tu buena estrellada con esa loca, no te quiero ver llorando —dicho eso salió enojada.

El joven la vio salir, aunque no le dio tiempo de debatirla, le causaba irritación la actitud de Cristal, ella siempre buscaba la manera de hacerlo enojar con Jazmín, si no fuese porque era una niña de apenas trece años, pensaría que estaba celosa y por eso se comportaba de esa manera. Agitó su cabeza en forma negativa.

—¡Esa niña está loca! —exclamó mientras caminaba a su posición, porque después de la presentación de ese momento, le correspondería a él.

Aunque ese festival, era una competencia de música folclórica llanera, no obstante, su profesor Andrés Abreu, le había conseguido una presentación especial para dar a conocer su talento.

Esperó tras bastidores treinta minutos, y después de ello correspondió su turno, aunque antes se había presentado, en el auditorio municipal de su pueblo y en algunas escuelas, era la primera vez, cuando lo hacía en un escenario como ese.

El sitio era una plaza de toros, la cual fue provista de una tarima en el centro, con luces, grandes cornetas de sonidos. Los asientos VIP, estaban ubicados en la arena, y allí era donde estaban sentados sus invitados especiales, giró su vista, no vio a Jazmín. Ella no llegó.

Caminó hacia el piano, el sudor comenzó a acumularse en su frente, “Tranquilo Moisés, no puedes dejar al miedo dominarte. Si no logras presentarte aquí ¿Cómo crees que lo harás en los grandes escenarios del mundo?”, se decía internamente para darse ánimo.

El silencio era abrumador, el público estaba a la expectativa, queriendo escuchar al prometedor joven pianista guariqueño. El joven caminó con decisión, aunque por dentro parecía un flan producto de sus miedos, hasta ganas de salir corriendo tenía. Dibujó una leve sonrisa en su rostro, de solo imaginarse hacer eso.

Para alivio del joven, una vez se sentó en el piano, cerró los ojos y todos los miedos huyeron, el mundo desapareció, se centró en su amor por la música, en sus sueños de ser grande, en su hermano que ya no estaba. “Por ti Juan Elías, por tus sueños los nuestros y los míos”, se dijo en voz alta.

Eran él y el piano como un ente único, indivisibles. Segundos después los primeros acordes de Caballo Viejo de Simón Díaz, comenzaron a escucharse, llenando la plaza de toros. Sus dedos largos y ágiles, se desplazaban con pericia por las teclas, entretanto movía la parte superior de su cuerpo, acompasado a los sonidos emitidos por el piano.

El compás llenó de alegría a los presentes, poniéndolos eufóricos, los aplausos se empezaron a escuchar, él aceleró el ritmo haciéndolo más alegre, provocando una ovación general la cual erizó no solo la piel del público, sino también la suya, no pudo evitar emocionarse, al punto de dos silenciosas lágrimas salir de sus ojos, no intentó disimularlas, ni limpiarlas. ¿Por qué lo haría? Eran las huellas de su alegría, por iniciar el camino tras sus sueños.

“Todo gran sueño comienza con un gran soñador. Recuerda siempre: tienes en tu interior la fuerza, la paciencia y la pasión para alcanzar las estrellas y cambiar el mundo”. Harriet Tubman.

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