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EL PRECIO DEL ÉXITO

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Sinopsis

Moisés Reyes, es un chico proveniente de una humilde familia. Desde niño su sueño ha sido convertirse en un afamado pianista. Su vida es una constante lucha contra las circunstancias y pobreza, para poder formarse en el arte que le apasiona; la humillación y burla de la gente, quienes lo ven como un loco viviendo de fantasías, en vez de desalentarlo lo impulsan a seguir trabajando por sus metas.  Ha estado enamorado desde pequeño de Jazmín, la hija de los dueños de la hacienda donde trabaja su madre. Sin embargo, sus sentimientos nunca han sido correspondidos, porque la joven siempre lo ha menospreciado como todos en el pueblo. No obstante, un día sorpresivamente muestra interés por él, citándolo a unos de los graneros, prometiéndole la noche soñada. El joven, no puede creerlo y acude a la cita emocionado, donde vive la experiencia más excitante de su vida, una difícil de olvidar. Pese a ese encuentro, ella sigue siendo la misma, haciéndole sufrir otra vez, la consecuencia de su rechazo. Cristal, su mejor amiga, una joven humilde tan soñadora como él, tratando de animarlo le confiesa su amor, pero Moisés la rechaza por estar aferrado a la noche de pasión vivida con Jazmín. ¿Podrá Moisés demostrar a la gente del pueblo de que si es posible cumplir sus sueños? ¿Seguirá aferrado al amor de Jazmín o podrá corresponder los sentimientos de Cristal?

RománticoUna noche de pasiónEmbarazadaDramaChica Buena

CAPÍTULO 1. ESPERANZAS SEMBRADAS

El aire frío de la lluviosa noche, entraba por las rendijas de las paredes de aquella humilde casa de bahareque. Las grandes goteras en el techo se colaban al interior, no dejando casi ningún espacio por donde no entrara el agua. Los cinco niños, en un sillón apilados buscaban darse calor uno de otro. La madre preocupada, miraba a los chicos con pesar, no pudo evitar unas furtivas lágrimas escapar de sus ojos.

El niño mayor Moisés era muy perceptivo, dándose cuenta de inmediato del llanto de su madre, sintió encogerse en el pecho el corazón; a pesar de la corta edad, había logrado una madurez mayor a los niños de ocho años. Eso se debía a la responsabilidad asumida de cuidar a sus hermanitos más pequeños desde los cinco, porque su madre debía trabajar para alimentarlos, pues su padre terminó abandonándolos cuando ella estaba embarazada de su hermano más pequeño.

Se levantó sigilosamente, parándose frente a la mamá, enjuagándole las lágrimas.

—No llores mamita, algún día todo mejorará. Tendremos una casa muy grande, con una habitación para cada uno y donde no llueva pa'dentro—declaró el niño con ilusión mientras su madre lo observaba con ternura.

La mujer regresó el gesto, acariciando con el dorso de la mano sus regordetas mejillas, mientras suspiraba, con un dejo de tristeza por la inocencia del hijo.

¿Cómo podría ilusionarse? Ni siquiera tenía para una casa de bloque aunque fuese de una sola pieza. Todo el dinero ganado como sirvienta en la Hacienda “Los Munich” iba destinado a comprar alimentos, algo de ropa y en algunas ocasiones medicinas, pero no tenía corazón para romper las ilusiones del niño, con una sonrisa le respondió:

—Si mi niño, algún día quizás tu sueño pueda hacerse realidad—pronunció.

Sintiendo mucha tristeza porque el futuro no lo veía prometedor, mas no le rompería el corazón a su pequeño, abriéndole los ojos a esa otra realidad.

—Si mamita, algún día yo seré el pianista más famoso del mundo, todos aclamarán mi presencia, ovacionarán mi música, recorreré esos países de los cuales he escuchado a hablar en casa de la familia Munich. Tú me acompañarás con mis hermanos todos estarán orgullosos de mí —declaró el niño con una resplandeciente sonrisa y una mirada brillante —. Te sentarás en mis conciertos en primera fila, yo te dedicaré a ti y a la niña Jazmín, mi presentación—expresó el niño emocionado.

A Moisés, le gustaba la música casi desde el mismo momento de nacer, bueno eso era un poco de exageración, pero si era cierto, antes de cumplir los tres años agarraba las cucharas con las ollas, producía música y lo más sorprendente con ritmo. A los cuatro años ya tocaba el cuatro, lo enseñó don Eusebio el papá de Cristal, su mejor amiga.

La lluvia siguió cayendo, con fuertes ventisca, al extremo de ser levantado el techo de zinc de la paupérrima casa, fue arrancado de sus soportes, siendo arrastrado por la brisa. Ahora las gruesas gotas caían de forma inclemente, mojando todos los enseres de la casa, y por supuesto a sus ocupantes.

Los pequeños cuerpos se estremecían del frío, los fuertes relámpagos y truenos ensordecedores, indicaban la continuidad de la lluvia, violenta, fuerte, despiadada. La quebrada rugía de forma peligrosa, amenazando con desbordarse.

—¡Mamita, mamita! —vociferaba Moisés llorando. Para hacer reaccionar a su madre, quien de repente ante la tragedia había quedado en estado de Shock, lela sin moverse, como si hubiese sido abstraída, ante la inminente furia de la naturaleza.

Moisés, estaba aterrado, le provocaba sentarse en el suelo y llorar hasta quedarse sin lágrimas como el niño que era, sin embargo, su instinto se negaba a hacer eso, mientras observaba a su mamá estática, esperando reaccionara, tomó al hermanito más pequeño, lo cargó y al más grande lo tomó de la mano, le dio varios pisotones a la señora, lo cual la hizo volver en sí.

Ella gritaba angustiada, tomando a los otros dos, los seis salieron corriendo, comenzaron a recorrer el pequeño puente, que los mantenía separado del otro lado de la carretera, con la mala suerte que en ese instante el pasadizo se derrumbó, cayendo todos al agua.

Moisés sostenía al más pequeño aferrándolo al cuerpo con fuerza, sin embargo, la corriente de agua los estaba hundiendo, aun cuando sabía nadar, el chiquillo no. Por lo cual en su desespero, trataba de aferrarse a su hermano mayor, dificultándole al más grande poder mantenerse a flote, quien sintió tragar agua, sus pulmones quemándose, trataba de no respirar en el agua, no obstante, fue en vano porque con cada segundo se iba sumergiéndose más, hasta ya caer rendido, cuando pensó, todo sería oscuridad, unas fuertes manos lo sostuvieron, mas no pudo evitar caer en la inconsciencia.

El pequeño despertó después de más de doce horas de descanso, cuando sintió la fuerte luz del sol colarse, por la ventana de la habitación donde se encontraba. No recordaba nada de lo sucedido en las últimas horas, solo un par de manos rescatándolo. Intentó levantarse, aunque el dolor de cabeza era muy intenso.

—No te puedes levantar. Mi mamá dijo, que debes descansar, estuviste a punto de ahogarte, mi papá y mi tío los rescataron a todos —habló una voz chillona infantil.

Al girar la vista vio a su amiguita Cristal, con sus llamativos ojos color chocolate fundido y un par de clinejas amarrándole el cabello color ébano y una sonrisa dejando ver, una dentadura sin dientes, porque ya había comenzado a mudar.

—¿Están bien mi mamá y mis hermanitos? —preguntó el chico con preocupación.

—Bueno… todos fueron rescatados, pero, tu hermano Juan Elías… Ha tenido mucha fiebre, no se le baja con nada, el médico no ha podido llegar, porque hubo un derrumbe en la vía y no hay paso.

» Debemos pedirle mucho a Dios, para que nos haga el milagro de curar a tu hermanito. A él le están dando muchos temblores, como ataques, la gente les llama convulsiones. Yo me vine a cuidarte, tengo un ratote, esperando te despertaras —pronunció la niña frunciendo el ceño.

Ante las palabras de la chiquilla, el muchachito inquieto, se levantó corriendo angustiado para ver a su hermano, no le importó el dolor en la garganta, en sus pulmones, en la cabeza, solo lo impulsaba comprobar el estado de salud del pequeño.

Corrió por el pasillo de la casa, al ritmo permitido por su estado de salud, sosteniéndose algunas veces de la pared para evitar desplomarse, mientras era seguido muy de cerca por Cristal, quien parecía una sombra tras él, no lo dejaba solo, casi nunca.

Cuando llegó a la sala, nadie lo preparó para esa escena tan desgarradora, rompiéndole también el corazón a Moisés en numerosos pedazos, sentía como pequeñas espinitas clavándosele en el pecho, en sus ojos empezaron a picar los primeros estragos de las lágrimas. Su mamá en el mueble de la sala, con Juan Elías en brazos, lloraba de forma desconsolada, entretanto las personas alrededor trataban en vano de consolarla.

Ella gritaba como si le hubiesen arrancado una parte de sí.

—¡Ay Dios mío! ¡Qué dolor tan grande! ¿Cómo me haces esto diosito? ¿Por qué me hieres de esta manera, quitándome uno de mis más grandes tesoros? ¡Ay comadre que dolor tan grande! ¡Siento me están destrozando el alma! —exclamaba con sollozos similares a un animal herido—. ¿Dígame como arranco este dolor? ¡Me está destruyendo! —gritaba la mujer desesperada, no sintiendo consuelo ante esa desgracia.

Moisés no pudo evitar conmoverse con cada palabra de su madre, el corazón se le comprimía en el pecho, no necesitó preguntar, era lo suficientemente inteligente para saber lo acontecido, su hermanito había muerto, Las lágrimas rodaban por sus mejillas, le costaba creer las razones por las cuales vivían esa desgracia, por un momento sintió la culpa agitarse en su interior, porque fue él quien cargaba al pequeño al momento de caer en el agua.

No pudo soportar esa creciente angustia, atenazándolo con sus garras como si fuera una peligrosa fiera, y en su mente una voz se repetía como un mantra, “tú lo mataste Moisés”, salió corriendo, tratando de acallar esa martirizante voz. Tampoco deseaba ver a nadie, solo quería encerrarse en su mundo para vivir con tranquilidad esa pena. Lamentaba en ese momento, no tener un instrumento en sus manos para desahogar la tristeza.

Cristal lo vio, comenzó a caminar tras él, al ver la niña seguirlo intentó correrla.

—¡Vete Cristal! No me sigas. Déjame con mi tristeza, no me fastidies. No tienes idea como se siente perder un hermano. No quiero hablar con nadie, tengo mucha rabia, ¿Por qué todas las desgracias nos suceden a nosotros? —preguntaba mezclando la rabia con el dolor, manifestadas en las gruesas lágrimas surcándole el rostro.

La niña encogió sus hombros sin entender, solo se acercó a él puso la mano en sus hombros para abrazarlo.

—Yo no sé Moisés, pero puedo prestarte mi hombro para llorar. Cuando estoy triste, me hace bien contarle a otras personas como me siento.

»Seguramente diosito necesitaba a un ángel y decidió llevarse a tu hermanito para el puesto —habló la niña con inocencia.

—¡Ay Cristal! Mejor cállate. Tú no entiendes nada, después de todo eres muy pequeña, aunque se, todo esto es por no haber tenido una casa de cemento, por no vivir mejor. La pobreza fue quien terminó llevándose a mi hermanito —expuso el niño con convicción, mientras se sostenía la cabeza, sin dejar de llorar.

Tiempo después

Habían pasado un par de años, desde la muerte del más pequeño de los Reyes, la tragedia causante de tanto sufrimiento y luto en sus corazones, no obstante, también aumentó la determinación en Moisés de salir adelante y convertirse en un exitoso pianista; pues nada podía sacar de la cabeza del muchachito, el hecho de que había sido la pobreza quien había causado la muerte de su hermano.

Ante el derrumbe de la casa de bahareque, se les abrió otras posibilidades, a veces la tragedia es la única capaz de despertar la compasión del prójimo, así fue, la familia Munich, le pidió a Lucinda, la mamá de Moisés, mudarse a una de las casas para los trabajadores, ubicada en la hacienda. Así la situación comenzó a cambiar un poco.

El tiempo fue transcurriendo, sin embargo, la tristeza de Lucinda por la muerte del hijo se mantenía patente. Moisés por su parte, fue inscrito en la orquesta sinfónica municipal, el señor Eusebio, le había conseguido el cupo con un amigo.

De esa manera, empezó Moisés a tocar más el cuatro y aprender guitarra, mandolina y violín, aunque la escuela de música no contaba con piano, uno de los profesores si tenía, por lo cual después de salir de las clases de la sinfónica, se iba a practicar a la casa del profesor.

Cuando estaba en la hacienda, terminaba escapándose para la casa grande, allí le suplicaba a la patrona doña Gloria, para que le prestara el piano. Ella lo hacía, siempre y cuando no se encontrara el esposo, pero poniéndole varias condiciones, le ordenaba recoger los huevos de las gallinas y limpiar los gallineros situados detrás de la cocina.

Por eso procuraba dedicarle el mayor tiempo posible a practicar, cuando iba a dormir siempre revisaba un libro de acordes musicales para piano, doce acordes mayores y doce menores, los cuales le había prestado el profesor, Andrés Abreu.

En sus sueños no dejaba nunca de practicar, se había convertido en su principal objetivo, cada día el deseo por aprender crecía. Jazmín la hija de los patrones, un par de años mayor a él, quien consideraba el amor de su vida, se burlaba cuando lo veía practicando.

—Eres un tonto Moisés, ¡Jamás lograrás ser un pianista famoso! Siempre serás un campesino arrastrado muerto de hambre, no pasarás de ser un pobre obrero en mis tierras.

Moisés la escuchaba, solo sonreía, porque cada palabra negativa recibida, propiciaba en él, su deseo de demostrarles lo contrario. Había aprendido a tan corta edad, cuando estás hundido las piedras que te son lanzadas, sirven para escalar. Él estaba dispuesto a utilizar cada una de ellas, como peldaño hacia el éxito.

—¡Ya veremos Jazmín! ¡Ya veremos!.

Fue la simple respuesta, cerrando sus ojos mientras sus dedos se deslizaban por el teclado ejecutando una pieza, escuchada solo en la mente, mientras mecía la cabeza al ritmo de la melodía, volviendo a ejecutar la obra, cuando no le gustaba el resultado.

“Atrévete a soñar la vida que has soñado para ti mismo. Ve hacia adelante y haz que tus sueños se hagan realidad.” Ralph Waldo Emerson.