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CAPÍTULO 3: El marido de mi madre me vigila

*

Hace exactamente siete días que mi madre me trasladó a su casa, bajo el techo de su marido. Todos los días mi madre iba a trabajar. Es profesora. Tengo que contarte un poco sobre mi madre.

Mi madre es una mujer muy trabajadora. Ha estudiado mucho. Estaba en su último año de instituto cuando mi padre la dejó embarazada. Desde que le dijo a mi padre que había perdido la regla, mi padre, el muy canalla, se había ido sin dejar rastro.

¿Lo hacemos? Incluso doy gracias a Dios porque mi madre no me abortó o no estaría viva y llevando este precioso nombre de Milie.

Mi madre había hecho una pausa en sus estudios tras el bachillerato para cuidar de mí. Mi abuela, recuerdo, me dijo que fue seis días después de los resultados del bachillerato cuando mi madre me dio a luz. También me dijo que fue mi abuelo, que en paz descanse, quien se echó al cuello todas las cargas financieras. Mi abuela también me contó que todos vivieron felices hasta el día en que el abuelo se unió a sus padres. Esto significó que, tras la muerte de mi abuelo, la penuria y la miseria se instalaron bajo el techo de mi abuela, donde comer se convirtió en algo terrible.

Mi madre, con el tiempo, había continuado sus estudios hasta obtener un doctorado. No sabía cómo, pero se las arregló para salir adelante. Después de sus estudios, nada le funcionó y trató de vender pequeñas cosas. Y fue con los ingresos de estos productos que ella vendía que logramos encontrar algo que nos quitara el hambre que nos quemaba el estómago.

Después de casarse con su nuevo novio, encontró una plaza en una gran escuela de la ciudad donde enseñaría francés a los alumnos. Todas las mañanas, como muy tarde a las siete y media, mi madre termina de ducharse y se sube al coche para ir a trabajar. Antes de que se vaya, sigo en mi habitación, durmiendo, porque el marido de mi madre ha contratado a una criada; una joven de unos dieciséis años. Se llama Flora. Flora es de piel oscura y delgada. Soy ligeramente más delgado que ella. Es una chica muy respetuosa. No entiende bien el francés. Se esfuerza por expresarse. Cuando hablamos con ella, lo entiende casi todo, pero a veces le cuesta expresarse bien. A veces hay que seguir sus gestos para entender lo que dice.

Y así, esta mañana mi madre se había ido a trabajar. No sé en qué escuela enseña. Pero cuando sale de casa por la mañana, vuelve al mediodía. Y como muy tarde a las dos y media se va de nuevo para volver por la tarde a las seis.

Esa mañana había salido de mi habitación después de ducharme. Había venido al salón a tomar mi té. No había nadie en el salón, pero la televisión estaba encendida. Esta es la costumbre de la casa. No hay que temer la desorbitada cantidad de dinero que pueda contener la factura de la luz. La televisión y las cerveceras permanecen encendidas durante veinticuatro horas. Por eso no me sorprendió encontrar la televisión y otros aparatos encendidos.

Me dirigí a la mesa del comedor, me serví algo de comida y me dirigí de nuevo a los sofás, donde acabé sentándome en uno. Cogiendo el mando a distancia, cambié el canal a uno en el que ponían los dibujos animados. Estaba siguiendo la serie cuando de repente el marido de mi madre irrumpió en el salón. Llevaba un pequeño traje de baño transparente a través del cual se veían claramente mis pezones. Ya te he dicho que soy de piel clara. Así que imagina de qué color podrían ser mis pechos. Si las mujeres, tan negras como suelen ser, consiguen tener los pechos claros, ¿cómo serían los míos?

Tengo buenos pechos y lo sé. No necesito que me digan "Milie, tienes unos pechos bonitos" para darme cuenta. Sé que Dios me dio unos pechos bonitos; unos pechos que se encargó de manejar bien antes de ponerlos en mi pecho.

Y el marido de mi madre irrumpió en la sala de estar como te acababa de decir. Miré su dirección y dije "hola tío".

- Sí, hola señorita Milie, ¿cómo está?

- Estoy muy bien, tío, gracias.

Y el hombre caminó hacia mí para sentarse en el mismo sofá que yo. Y yo, con la mirada fija en la pantalla del televisor, no lo calculé.

- ¿Te gustan los dibujos animados?

- ¡Sí, me encantan, tío!

- ¡Eso está muy bien! Eso significa que tenemos la misma afición.

- ¿Qué quiere decir con afición, señor?

- Afición es un término utilizado para describir un hobby o un pasatiempo. ¿Entiendes un poco?

- Sí, por fin lo entiendo. Por lo demás, me gustan demasiado los dibujos animados.

- ¡Eso es genial! Si nuestras aficiones son las mismas, a ti también te debe gustar el porno porque a mí también me gusta el porno y los dibujos animados.

- No, el porno es para adultos.

- ¡Y ya no eres un niño!

- ¿Lo soy? ¡Porque aún no tengo veinte años!

- Veinte años ya es demasiado. Quince ya es suficiente y...

- Eso es lo que decía; sólo tengo catorce años", le reproché.

- ¡No lo niego! Cuando la gente te mira, ¡pareces una niña grande!

- Tal vez lo sea.

- ¡Milie, me gusta cuando hablas!

- ¿Y tú?

- ¡De verdad! Tus labios, me gusta mirarlos cuando se mueven.

- ¡Hablas en serio, tío!

- Sí, soy sincero. Dios te ha dado una hermosa criatura. ¡Eres demasiado hermosa!

- ¡Pero no como mi madre, tu esposa!

- ¡Eres aún más hermosa que tu madre!

- Sin embargo, la amas.

- No la quiero por su aspecto.

- ¿Y por qué la quieres?

- La quiero porque sabe cómo manejarme en la cama.

- ¡Y eso es bueno!

- Me imagino que serás mucho más gentil en la cama que tu madre.

Fruncí el ceño y miré fijamente a mi interlocutor.

- Ah sí, me gusta decir cualquier cosa cuando estoy en compañía de gente que me gusta mucho.

- Estas cosas que me dices están más allá de mi capacidad.

- ¡Eso es según tú! ¿Así que nunca has tenido sexo?

- Soy un niño y nunca me ha interesado.

- ¿Así que todavía eres virgen?

- Sí, todavía soy virgen.

- ¡Vaya! ¡Cómo me gustan las mujeres vírgenes!

- ¿Lo sabes?

- ¡Sí, Milie! Siempre he soñado con experimentar con mujeres vírgenes, ¡pero nunca he tenido la oportunidad!

- ¿Dices la verdad?

- ¡Lo juro, Milie! Si me das una sola oportunidad para ver si es verdad, te juro que te daré un gran regalo.

Me quedé perplejo ante su propuesta y volví a fruncir el ceño para preguntarle si hablaba en serio.

- ¡Sí! Haré todo lo que quieras.

- ¿Cómo qué?

- Puedo llevarte a Estados Unidos, para que veas los grandes lugares de interés.

- ¿Y vamos a subir al avión?

- ¡Así es! Nos subiremos a un gran avión.

- ¡Eso es genial!

- Y también tengo un amigo francés que viene muy a menudo; nos lleva a su casa en Francia.

- ¿Qué? ¿En Francia? ¡Entonces estaré podrido!

- Oh sí, te daré muchas sorpresas; sorpresas de las que nunca te arrepentirás.

- ¡Vaya! ¡Me apunto!

- ¿Así que te parece bien que tengamos sexo?

- ¡Sí! ¡Y además, mi madre me dijo una cosa!

- ¿Qué te ha dicho?

- Me dijo que te respetara porque, al respetarte, me tratarías como a tu propia hija. También me dijo que te hiciera cualquier favor que me pidieras. En efecto, considero esta relación sexual que me pides como un favor. Pero hay una cosa, ¡nunca he hecho esto! Y si no lo he hecho nunca hasta ahora, es porque mi abuela me da el miedo en el corazón de que cuando se hace, duele mucho, mientras que yo tengo miedo de que me haga daño. No me gusta que nada toque mi cuerpo porque lo amo demasiado.

El marido de mi madre se rió a carcajadas, me puso la mano derecha en el hombro y me dijo

- Tu abuela no se equivoca, tiene razón. Pero déjame decirte que tengo mi técnica. Y si te lo hago, no correrá la sangre y tampoco saldrás herido. Además, no tengo un pene grande. ¿O te lo enseño?

- Oh, no", exclamé, sorprendida.

- Por lo demás, no tengo un pene grande. Te juro que te va a gustar. Por cierto, sigamos el porno un rato.

Y el hombre, sin que yo lo supiera, cogió el mando a distancia y puso un canal en el que dos hombres le comían el coño a una joven.

Los dos hombres de la pantalla estaban desnudos; la chica también. Los dos hombres habían tumbado a la chica en una cama. Mientras uno le comía el coño con su larga polla, el otro estaba junto a su cama, penetrando su boca.

- ¿Lo ves? Es bonito, ¿verdad?", preguntó mi compañero.

Y como era la primera vez que lo veía, no le presté atención sino que seguí viendo el vídeo.

El hombre bajó la mano y me agarró uno de los pechos antes de acercarse a mí. Comenzó a acariciarme y sus caricias hicieron que todo mi cuerpo se sintiera bien de inmediato.

Mis ojos estaban fijos en la pantalla y mis pechos agarrotados por el asalto, ya no sabía dónde estaba. El hombre me acariciaba y yo me perdía poco a poco.

Empecé a sentir la erección de algo en mis bragas; seguramente mi clítoris. Quería comprobarlo pero era débil. Finalmente cerré los ojos y fue entonces cuando sentí que algo fresco me besaba los labios.

Sí, el hombre acababa de llevarse mis labios a la boca.

Nos estábamos chupando los labios y no supe cuando el hombre me quitó la camisa y me puso sobre el pecho desnudo.

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