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Capítulo 4

Para el sábado por la mañana el conocimiento de Jesse en alemán ya había aumentado considerablemente al punto de poder entablar conversaciones sencillas sin mucho esfuerzo, lo necesario para comunicarse con normalidad para un extranjero. No estaba tan perdida en aquel tema, ya sabía mucho, solo era cuestión de ponerlo en práctica; además, era lo suficientemente inteligente como para aprender lo que no sabía muy rápidamente.

Eso la había mantenido ocupada durante la primera semana de su estadía, ahora que ya sabía lo necesario, empezaba a preguntarse: ¿Qué tendría para hacer en un país desconocido?

No tenía amigos, ni familia a la que visitar, estaba rodeado de personas por poco tiempo, era una familia grande pero cada uno tenía sus ocupaciones, la abuela cocinaba todo el día para toda la familia, el abuelo se la pasaba en el invernadero con sus plantas ornamentales y frutos, los niños iban a la escuela, Joyce trabajaba a medio tiempo e iba a la universidad, los adultos tenían sus trabajos. Ella se hallaba sola con miles de posibilidades de aventurarse sin saber los peligros y trayectos en un lugar del que tenía poco conocimiento.

Tres largos meses...

¿Qué haría mientras tanto?

―Jesse, hoy llegará tu pedido de golosinas. Supongo que vas a ir por ellas ―preguntó Joyce desde la puerta de la habitación de Jesse.

Ella se volteó para mirarla, había venido hasta allí por esos dulces, ¿cómo puede ser que lo olvidara?

―Sí, hoy tengo que ir, gracias por recordármelo ―respondió ella con una sonrisa.

―Con respecto a eso ―mostrando en su rostro algo de pena―. ¿Puedes ir sola? Tengo un compromiso, no puedo acompañarte, o puedes esperar hasta mañana y voy contigo.

―No es necesario, puedes irte tranquila, ya me sé el camino; no creo que nada malo vaya a sucederme por un par de kilómetros. Además, tu abuelo dijo que se agotan rápido, no quiero correr el riesgo de ir mañana y que alguien más se las haya llevado.

―De acuerdo. Pero ten mucho cuidado y, por favor, deja de ser un imán de famosos ―selló de forma burlona con una sonrisa de soslayo.

Jesse rodó sus ojos, sabía que se estaba burlando de ella.

―Tendré obvio cuidado. No creo que eso vuelva a sucederme otra vez ―río, una vez podía pasar, pero dos sería prácticamente imposibles; no tendría tanta suerte. Y tan siquiera le interesaba.

― ¡Tom! ―gritó Ben llamando a su gemelo mayor.

― ¡Demonios niña! Deja de gritar ¿Qué rayos quieres? ―respondió él al llamado de su hermanito menor.

―Ya es hora, debemos ir al supermercado. ¿Vendrás o no? ―preguntó mirándolo bajar de las escaleras de su casa.

―Obvio que voy a ir ―respondió fastidiado―. Recuerda que debes vestirte como un hombre dentro de lo normal, no queremos que llames la atención con tu estilo de niña animé japonesa o lo que sea eso que te haces a ti mismo.

― ¡Soy normal! ―reclamó él ante la ofensa de su hermano, refiriéndose a su vestimenta.

―Eso dices tú.

―Pero estoy listo. ¿Qué te parece? ―preguntó señalándose a sí mismo, llevaba unos vaqueros, una sudadera gris, tenis converse color blancas, un gorro y se no se había maquillado. Llevaba el cabello recogido y escondido dentro de la gorra.

―Es que ya no tienes remedio. Eres como una infección sin cura, asquerosa, detestable a la vista y con la que tendré que vivir toda la vida si es que no me mata primero.

―Sí, porque te voy a ahorcar ―dijo para luego intentar atacar a su hermano.

Tom salió de la casa tirándole la puerta en la cara a su gemelo para luego correr hasta el auto y cerrar las ventanas antes de que lograra apretar su cuello.

―Abre la puerta, no te irás sin mí ―dijo él, golpeando la ventana del lado del acompañante.

―Me necesitarás vivo si quieres que conduzca ―dijo abriendo un poco la ventana, lo suficiente como para que lo escuchara y lo más poco para que su mano no entrara por ella hasta que dejara de ser una amenaza.

―No te mataré, versión falsificada de poodle con rastas.

―Ya entra niña llorona―abriendo la puerta. Ben tomó la manilla y se dejó caer en el asiento del acompañante del automóvil de Tom―. Ni pienses que te traeré de vuelta, tomarás un taxi―dijo al poner el auto el marcha, Ben puso sus ojos en blanco y solo lo miró sin decir nada. Sabía que iría a pescar chicas, después de ello desaparecería durante toda la noche.

Para cuando el supermercado abrió sus puertas, ellos ya estaban allí, y separaron sus caminos al entrar como dos desconocidos. Ben miraría de lejos el estante de los dulces, Tom haría lo mismo, pero en el pasillo de refrescos y licores.

A diferencia de ellos, Jesse no tenía apuro por llegar al supermercado aquella mañana, para ella no habría diferencia de hora, y ya que no tendría nada que hacer durante todo su día, podía tomarse el tiempo necesario para alistarse y caminar con paciencia hasta el supermercado.

Aquel día empezaba a tornarse un tanto menos frio, así que su ropa no sería tan cargada, estaba feliz de poder vestir algo más a su gusto, menos holgado y pesado. Amarró su larga cabellera color almendra en una cola de caballo, odiaba amarrarse el cabello, pero quería cambiar por aquella vez; colocó un listones de color rojo junto a la liga, adornando de lado la coqueta coleta que llevaría, era aquello que marcaba el cambio y daba el color, diferenciando su demás vestidura compuesta de un entallado jean negro, botas militares de cordones al frente y blusa negra de pequeños lunares blancos que amarraba a su cuello, dejando ver aquellos sexys y delicados lunares de belleza en su hombro. Coloreó sus labios de un color mate muy encendido, fucsia, típico de su escandalosa actitud rebelde e indomable, finalizó con un cargado delineado negro, ese que tanto amaba, y que tanto la identificada.

Se miró al espejo y sonrió, era joven y estaba sola, libre en un país desconocido, lista para cualquier cosa que viniera en su vida ahora. Luego de algo de perfume tomó su mochila negra de cuero y emprendió el camino hacia el supermercado.

Al llegar al pasillo, suspiró alegre al ver el estante rebosante de sus golosinas favoritas, al fin podría tomarlas ella misma de la góndola.

― ¡Hoy nadie me las quitará!

Jesse se acercó a la estantería y estiro su mano en la dirección correspondiente, cuando estaba a punto de tomarlas, cuando una mano nuevamente se atravesó en el camino. Jesse la retrajo la mano maldiciendo en silencio.

¿Ahora que se suponía que pasaría? ¿Más famosos?

“Vamos Joyce... ¡Podrías haberte quedado callada! ¿No?”, pensó.

― ¿Estás bien? ―aquella mano ahora se posó en su mentón, obligándola a mirarlo a los ojos, fue ahí cuando quiso atragantarse con su propia lengua y morir ahí mismo.

De nuevo él… ¿Qué hacía ahí?

―Demonios Ben, tu otra vez. ¿No deberías estar viviendo tu estúpida y presuntuosa vida de famoso lejos de aquí? ―mencionó ella un tanto fastidiada sin importarle que él la escuchara.

― ¿Sabes mi nombre? ¡Sabes mi nombre! ―dijo él con una sonrisa de oreja a oreja, casi como si le importara que ella supiera su nombre.

Jesse miró a su alrededor algo incomoda, él estaba haciéndola pasar por un momento de oso, ¿no se suponía que él era el famoso? ¿Por qué debería alegrarle que ella supiera su nombre?

―Sí, lo sé ―dijo ella extrañado por su actitud e intentando restarle importancia al asunto.

―Llevo tres horas aquí, llegué a pensar que no vendrías; pero estaba convencido de que aquí te encontraría de nuevo. Debía pasar, es el destino. Quería disculparme, no fue mi intención dejarte sin dulces el otro día.

― ¿No fue tu intención? ―preguntó algo ofendida― Vi como aprovechaste la distracción para intentar tomarlas, yo estaba allí primero, luego luchaste conmigo por ellas, si no hubieras querido quitármelas tu no... ¡Espera! ¿Dijiste que me estabas esperando? ¿Acaso me estabas buscando? ¿A mí? ¡¿Qué diablos te sucede?!

Este chico sí que debía estar loco, ahora no solo luchaba con ella por dulces, también la acosaba.

―Sí, te esperaba a ti, ―confesó cabizbajo con algo de sonrojo―. No puedo explicarme como una chica que me conoce, sabe que soy famoso, me trata como una persona común y corriente. Es un sentimiento que no había experimentado en mucho tiempo. Ya no estoy acostumbrado a que me vean como una persona normal y no como una especie de divinidad.

―Bien ―bufó―, te lo explicaré, cuando te vi aquel día no tenía la más mínima idea de quien eras. La chica que por poco y se desmaya junto a los congelados fue la que me dijo quien eras, yo jamás había escuchado de tu banda en mi vida, mucho menos de ti ―explicó Jesse con total tranquilidad. Por eso te traté como solo un imbécil desconocido.

―Yo pensé que si lo sabías.

―Pues no tenía la menor idea. Y, aun así, aunque supiera quién eras, te hubiera tratado de la misma manera. Odio a los famosos, más a los chicos, creen que todas las mujeres debemos caernos a sus pies solo porque andan tirando sus Bonetes en el aire y están en la lista de los chicos más lindos del mundo. Creen que tienen más derecho porque el mundo los conozca, no señor―de manera brusca y marcada―. Si me disculpas, yo tomaré mis dulces y volveré por mi camino; antes de que te creas con más derecho que yo de tenerlos ―ella tomó un par de paquetes de la góndola y dio media vuelta con intenciones de marcharse, cosa que fue impedida por Ben, quien la tomó de la muñeca impidiendo que avanzara.

―Suéltame o te daré el puñetazo más doloroso de tu vida. No creo que eso le vaya bien a tu cara, o a tu fama ―amenazó ella mirándolo con molestia.

―Te soltaré, pero puedes escucharme un momento ―pidió él.

―Habla de una buena vez ―arrancando su muñeca de las manos de Ben.

―Lo lamento, si, enserio no quería molestarte; dame una oportunidad para demostrarte que no soy ningún patán. Yo no soy como todos, por favor, ―él comenzó a suplicarle, haciendo pucheros y cara de perrito.

Aquella mañana lucía diferente, más varonil, aunque no demasiado, era solo un flacucho adolescente muy blanco, y bastante sobreactuado.

―Ya basta ―le ordenó, no soportaba un segundo más sus suplicas―. Está bien, como quieras, pero deja de hacer eso, das pena.

―Excelente ―saltó sonriente―. Toma, este es mi número, llámame cuando quieras dar un paseo, comer algo, te demostraré que no soy igual a todos los famosos.

―Mira, tú eres el que quiere demostrar su punto, así que llámame tú. Toma ―ella apuntó su número en aquel mismo papel― a ti es el que le interesa. Por cierto, mi nombre es Jesse.

―Un placer conocerte, ya sabes el mío así que no hay caso que te lo diga. Gracias por esto, no te arrepentirás ―dijo con una sonrisa de oreja a oreja para luego abrazarla con emoción, Jesse no respondió, ella no era de demostraciones afectivas y él no lo conocía, como se atrevía.

Ben se marchó, dejando el pasillo en retroceso, mirándola, sin dejar de sonreír, tenía una estúpida expresión de ilusión y emoción.

Jesse no podía creer que esto enserio hubiera sucedido, de todas las chicas del mundo, había escogido a la más desinteresada para perseguir.

Estaba segura de que habría muchas que estarían felices de soportarlo, pero ella era la menos adecuada para ello.

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