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La Sombra.

Siempre me cuesta acostumbrarme a las nuevas cosas que aparecen en mi vida, es la primera vez que nos mudamos de casa.

Alberto mi padre, es psiquiatra y aquí en Suang un pueblo casi a las afueras de Londres hay un psiquiatra con mucho reconociendo, es muy famoso por lo bien que tratan a sus pacientes.

Gladis mi madre, trabaja de cocinera, tiene que conducir durante veinte minutos para llegar a su destino, antes conducía durante una hora para llegar al trabajo.

Así que… A los dos les venía de perla mudarse. Yo acabé mis estudios hace dos meses, ahora me quiero tomar un año sabático y luego buscaré trabajo. Estudié para veterinaria, es un trabajo que me encanta, los animales son algo muy grande para mí.

Mi perra Lula siempre me acompaña a todos los lados a los que voy.

—Tu habitación en la primera puerta nada más subir al segundo piso.

Entré a la casa y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

No… Definitivamente no me acostumbraría a esto.

Cogí a mi perrita, la maleta y subí. Me adentré a la habitación, me quedé parada en la puerta.

Era una habitación hermosa pero algo en ella no me daba la total confianza, había algo extraño que no conseguía percibir con exactitud.

Dejé a la perra en el suelo. Ella me miró y entonces supe que ella tampoco tenía confianza en esa habitación.

Algo andaba mal.

Tal vez sería porque es la primera vez que nos mudamos, pero ninguna de las dos estábamos a gusto en esa habitación.

Me senté en la cama y miré hacia la esquina derecha de la habitación, justo la que daba a mi cama. Estaba nerviosa.

Comencé a deshacer la maleta, metía la ropa en su respectivo lugar.

Tenía un armario empotrado, vamos… Que en ese armario podía meter mi ropa, la de mis padres y la de casi todo el pueblo.

Giré la cabeza hacia mi perra no dejaba de mirar hacia la esquina donde yo presentía que había algo. Metí la maleta debajo de la cama. Me acerqué a Lula y la cogí en brazos.

Salí con ella hacia el patio, esta casa era enorme, parecía una mansión, si… Una de esas de las películas de terror, miré hacia la ventana de mi habitación, dejé a Lula en el suelo y corrí escaleras arriba, miré en toda la habitación.

Juro que vi a alguien asomado a la ventana, miré a la esquina… No había nadie. Volví a salir de la habitación, miré a la ventana pero ya no había nada.

Me senté en el césped y acaricié a mi perra.

No llevábamos aquí ni una hora y las cosas ya empiezan a agobiarme muchísimo.

Si… Soy de esas personas que tienen la paciencia metida en el cu… No tengo…

También soy de las personas que se aburren muy rápido de las cosas, me sorprendí a mi misma al haber acabado los estudios, suelo dejar todo a medias. Se que es un problema, pero por más que intento cambiarlo no puedo —me aburro de hacerlo — soy un desastre.

Lula comenzó a juguetear con mi mano, así estuvimos un rato grande. Estas eran todas mis tardes, jugar con mi perra.

Soy de esas personas que no tienen amigos, solo tengo una mejor amiga pero que vive para la otra punta del mundo y nos vemos una vez al año y con suerte.

—¡Hija a comer! —Gritó mi madre desde la puerta de la casa.

Cogí a Lula y entré con ella.

—¿Qué te parece tu habitación? —Me pregunto mi padre con una sonrisa.

—Es guapa —dije simple.

No les quería contar nada, pues seguramente fueran cosas mías al ser la primera vez que me cambio de casa.

—Nosotros esta noche no estaremos aquí, iremos a de cena, cualquier cosa nos llamas —comentó mi padre para luego llevarse un trozo de pan a la boca.

Yo asentí dándole un cacho de carne a la perra.

—Te he dicho que no le des de tu comida a la perra.

—Tiene hambre.

—Ella tiene su comida.

—Lo sé mamá, pero me está mirando.

Mi madre negó riendo. Miré hacia las escaleras y luego hacia mi perra.

En este momento me gustaría hablar el idioma de los perros, hablar con mi perra Lula sería de mucha ayuda psicológica, creo que me ayudaría a salir de mis problemas mentales más de una vez.

La comida pasó en silencio, mi padre mirando el periódico, mi madre mirando la televisión y yo mirando hacia mi perra y hacia las escaleras.

Bonita comida… Lo sé… Siempre es lo mismo, un aburrimiento total.

La noche llegó y con ella el insomnio. Desde hacía unas semanas no podía dormir. Cuando cerraba los ojos alguien extraño aparecía en mis sueños convirtiéndolos en pesadillas.

Era raro pues nunca consigo verle la cara, solo es una sombra negra. Se me queda mirando, se que me mira pero no hace ningún movimiento.

Lula se tumbó en mi cama, recostó la cabeza en sus patas y se quedó mirando hacia la esquina.

—Papá y mamá se han ido, podemos pasar toda la tarde leyendo sin que nos molesten.

La perra ladró en forma de respuesta. Comencé a leer en voz alta el libro que ahora me estaba leyendo, Cumbres Borrascosas, voy por el capítulo diez.

Llegaron las tantas de la noche, yo no conseguía dormir, ya había apagado las luces y estaba tapada con la colcha.

La perra comenzó a ladrar mirando hacia la esquina, la cogí y la abracé fuerte. Agarré la colcha y me tapé completamente con ella, cerré los ojos y respiré profundo.

«Todo estará bien»

Si… Todo estará bien.

Bajé la colcha de mi cara y miré hacia la esquina. Ahí estaba esa sombra. Como en los sueños sentía que me miraba, que me analizaba por completo e incluso a veces le podía sentir la sonrisa, era extraño, lo sé, pero por increíble que parezca a veces le podía poner una cara.

Su sonrisa bien dibujada, sus ojos, la nariz, los hoyuelos que se forman en sus mejillas al sonreír.

Sentía que esa sombra no era mala, pero me daba muchísimo miedo sentirla, saber que me estaba mirando.

Me levanté y encendí la luz, esa sombra ya no estaba, volví a apagar la luz y apareció. Caminé despacio hasta la sombra y elevé la mano, esa sombra hizo lo mismo. Por un momento pensé que era mi propia sombra pero esa idea se desvaneció al ver que se movió de lugar hacia el armario.

Se quedó ahí parada.

Cerré los ojos y al abrirlos seguía ahí, pero era diferente, un sentimiento diferente.

Me acerqué a pasos muy lentos hacia el armario, posé la mano en la manilla y di para abajo, la sombra ya no estaba, sabía que estaba dentro del armario, así que di pasos hacia dentro, al final del armario, en el lado izquierdo se pudo ver una puerta, era pequeña de color azul cielo, aunque la pintura estaba cascada, la manilla era redonda.

Daba miedo, pero aún así me acerqué a ella y la abrí, todo estaba oscuro, no había ni un ápice de luz, cosa que hacía ver la cosa más tenebrosa de lo que era.

Busqué el interruptor de la luz pero no había, fui hacia la habitación y volví al armario con la linterna del móvil puesta.

Nada más apuntar hacia la habitación di pasos atrás. Allí vivía o vivió alguien, había ropa, comida, fotos, juguetes. Apunté con la linterna a mi lado derecho, en la pequeña pared que había en las escaleras había una foto, era de una familia.

Un hombre, una mujer y su hijo pequeño, lo raro pero hermoso que me pareció de ese niño era que tenía los ojos de distinto color, uno era azul y el otro gris, tenía una sonrisa en los labios. Los padres no parecían muy contentos.

Dejé el marco donde estaba y fui bajando las escaleras poco a poco, justo enfrente de mí había otra foto, parecía ser el mismo chico de la primera foto, los ojos los tenía de los mismos colores y la sonrisa era igual.

¿Qué era esto?

¿Dónde estaba ese chico ahora?

¿Por qué la sombra me trajo hasta aquí?

Me giré sobre mi propio eje buscando a la sombra pero no estaba. Seguí mirando por toda esa habitación. No había nada raro.

Levanté un oso de peluche verde, detrás había una nota pegada.

“Te quiero Eros”

¿Quién era Eros?

Dejé el peluche donde estaba. Pegué un grito al escuchar mi teléfono sonar. Me llevé la mano al pecho al ver que solo me estaban llamando.

Era mi madre.

Mamá: Hola hija ¿cómo estás?

Yo: Bien mamá, acostada en la cama ¿vosotros?

Mamá: Bien, dentro de poco volveremos a casa.

Yo: Vale mamá.

Mamá: Buenas noches hija, descansa.

Colgamos la llamada. Subí esas pequeñas escaleras y cerré la puerta. Salí del armario y lo cerré, me acerqué a mi perra y la abracé tumbándome a su lado.

Eros…

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