
Sinopsis
Historias Ardientes Cortas. Algunas basadas en hechos reales. La realidad supera a la ficción en hechos calientes y muchas veces la fantasía alcanza el climax máximo en el lector experimentado. Si buscas lecturas cortas con mucha pasión, este es tu libro.
La habitación Prohibida
Nunca pensó que un retiro de lujo fuera a convertirse en una experiencia que le cambiaría la piel.El estrés la estaba sobrepasando, y pensó que irse sola sería prudente.
Tamy había llegado a la estancia buscando desconectar del ruido de la ciudad. Era joven, pero arrastraba el cansancio de relaciones tibias, de amantes que nunca lograron arrancarle un gemido auténtico. Quería silencio, aire fresco… pero sobre todo, quería algo que la estremeciera.
El trabajo era estresante, sus vínculos fueron espantosos. Hombres tibios que solo buscaban satisfacerse ellos mismos.
El viaje fue breve, o eso le pareció. Sería el cansancio que tanto la agotaba que la hizo dormir sin siquiera escuchar el ruido del motor del micro.
El lugar parecía sacado de una postal: campos infinitos, paredes de piedra y un caserón antiguo restaurado con detalles de lujo. Había pocos huéspedes, todo muy exclusivo. Pero lo que más llamó su atención fue él: el dueño.
Un hombre, con una elegancia que no necesitaba traje. Ojos oscuros, voz grave, modales refinados. Lo llamaban Adrián. Se movía por los salones con un aire de autoridad natural, como si todo el espacio se inclinara a su paso.
Tenía un porte llamativo, quizás por su altura y sus brazos fuertes que no estaban esculpidos por un gimnasio comercial, sino por el duro trabajo de campo.
Desde la primera cena, Tamy notó que la miraba. No descaradamente, pero sí con esa pausa que hace que la piel se caliente.
Que buscaba ese hombre? Nada, simplemente curiosidad.
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La tercera noche, el insomnio la empujó a caminar por los pasillos antiguos de la casa.
Esa casa era enorme, y ciertamente no daba miedo andar sola por allí. Un corredor en penumbras la llevó hasta una puerta distinta a las demás: más alta, de madera vieja, con cerradura dorada. Intentó girar el picaporte. Cerrado.
—Curiosa… —una voz grave sonó a su espalda.
Tamy se giró con un salto. Adrián estaba ahí, apoyado en el marco del pasillo, las manos en los bolsillos. La miraba con una mezcla de reproche y diversión.
—No podía dormir —se justificó ella, nerviosa.
Él caminó hacia ella despacio. Cada paso resonaba en la madera como un tambor.
—Esa habitación no es para cualquiera. Solo quien se atreve… —se inclinó, su boca cerca de su oído— …puede entrar.
Tamy sintió un escalofrío recorrerle la columna.
—¿Y si me atrevo? —susurró, casi sin reconocer su propia voz.
Él la miró fijo, con un destello de reto en sus ojos. Sacó una pequeña llave dorada de su bolsillo y la colocó en su mano.
—Entonces acepta mis reglas. Dentro, no hay dudas. Y una vez que entras...solo yo puedo permitirte salir.
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El corazón de Tamy martillaba cuando empujó la puerta. Dentro, la habitación estaba iluminada por velas altas, con un aire de secreto antiguo. Alfombras rojas, un sillón de cuero, cortinas pesadas y un gran espejo en la pared.
Adrián cerró la puerta detrás de ella. Tamy no se sobresaltó, estaba segura que nada sería lo mismo.
Para que entró? No era ingenua. Sabía que si entraba allí algo importante pasaría.
—Quiero que me mires —ordenó, con la voz más grave aún.
Se situó frente al espejo, detrás de Tamy. La rodeó con sus manos firmes, deslizándolas por su cintura. Ella jadeó cuando sintió cómo sus labios rozaban su cuello.
Que demonios estaba haciendo ese desconocido? Y por qué ella se estaba dejando? Era esto parte del retiro espiritual que estaba buscando ?
—Mírate. Observa cómo ardes. Tu cuerpo..es perfecto para lo que le tengo planeado. Tus pechos firmes...
Los dedos de él bajaron lentamente, explorando cada curva. El contraste de su piel tibia contra la suya la hizo estremecer. Tamy levantó la vista y en el reflejo vio su propio rostro enrojecido, los labios entreabiertos.
Él le desabrochó la blusa con una calma exasperante. Una prenda, luego otra, hasta dejarla casi desnuda frente al espejo.
—Eres más hermosa de lo que imaginas —murmuró Adrián, sin apartar la vista del reflejo.
Tamy no pudo evitar gemir cuando su mano descendió más allá de la tela de encaje. El ritmo lento, controlado, la desarmaba. Nunca nadie la había tocado así, con esa mezcla de poder y ternura oscura.
Los toques de la mano áspera y grande le hacían estremecer.
Giró el rostro para besarlo. El choque de labios fue urgente, húmedo, devorador. Adrián la levantó con facilidad y la llevó hasta el sillón de cuero. La sentó sobre sus rodillas, haciéndola sentir la dureza de su deseo.
La empujaba hacia abajo, mostrándole todo lo que ella había despertado en él.
—Muévete para mí —ordenó.
Tamy obedeció, perdida en un vaivén que arrancaba gemidos de ambos. Él la sujetaba de las caderas con fuerza, marcando un ritmo que la volvía loca. Su nombre salió de su boca entre jadeos que se mezclaban con besos ásperos y mordiscos suaves.
El calor subía, los cuerpos se entrelazaban como si el mundo no existiera más allá de esa habitación prohibida.
-Quiero que me penetres.
-Eso no pasará. No hoy Tamy. Vas a pensar en mi, en cómo te toqué, y solo eso te hará querer más.
La culminación llegó explosiva, con Tamy arqueando la espalda y él apretándola contra sí como si quisiera fundirse en su piel.
La hizo sentir todo, Pero sin llegar más allá de lo que cualquier hombre buscaba.
No necesitó meterse en ella para generarle un placer que jamás había conocido.
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Despertó horas después, en su habitación. ¿Había soñado?
No
Se incorporó, confundida. Todo parecía normal… hasta que en la mesa de noche encontró algo: la llave dorada.
Junto a ella, un papel con letra elegante:
“Cuando quieras volver a arder, la puerta te espera.”
Tamy sonrió.
Y en sus pensamientos quiso volver. No supo al instante si sería capaz...No sabía si volvería a abrir esa puerta, pero tenía claro que nunca sería la misma.