CRISIS
La oficina en lo más alto de la Torre Von Adler era un reflejo del hombre que la dominaba. Minimalista, imponente, sin adornos innecesarios. Todo estaba organizado con una precisión meticulosa, desde los estantes de cristal que contenían expedientes clasificados hasta el escritorio de madera de nogal negro, donde descansaban documentos de alto nivel.
Frente a la gran pared de cristal, que ofrecía una vista panorámica de Londres, Dante Von Adler revisaba un informe detallado en su tableta.
A sus 27 años, Dante era el epítome de la elegancia y el poder. Su traje negro de corte impecable abrazaba su figura atlética con perfección. Camisa blanca inmaculada, corbata oscura, gemelos de platino. No había ni un solo cabello fuera de lugar en su peinado pulcro. Su mandíbula fuerte y su expresión fría daban la impresión de que nada en este mundo podría desconcertarlo.
Pero en su escritorio, entre los papeles de contratos multimillonarios y archivos confidenciales, había una sola fotografía.
Una donde estaba él, junto a Hanna Sinclair.
Ambos sonreían. Hanna llevaba un elegante vestido de gala, su mano descansaba sobre su brazo. Una imagen perfecta.
Una imagen que, en cuestión de horas, se convertiría en nada.
Dante deslizó el informe en la tableta, sus ojos color acero recorrieron cada palabra del documento.
Héctor Sinclair. Fraude financiero. Acusaciones formales. Posible condena de hasta 20 años.
Llevó dos dedos a su sien, exhalando con impaciencia.
—Idiota… —murmuró.
No le sorprendía. Héctor Sinclair era un hombre imprudente, débil ante la presión de los negocios. Si no fuera porque era el padre de Hanna, ni siquiera se habría molestado en leer ese informe.
Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Señor Von Adler —anunció la asistente—, el señor Weston ha llegado.
Dante no levantó la vista, no entendía cuál era la urgencia de que Weston lo viera.
—Que entre.
Las puertas se abrieron y Adrián Weston, el abogado de los Sinclair, avanzó con su acostumbrada expresión severa. En sus manos llevaba una carpeta de documentos.
—Dante —saludó con un leve asentimiento, sin tiempo para formalidades.
Dante entrelazó los dedos y apoyó los codos en el escritorio.
—Habla.
Weston dejó la carpeta sobre la mesa.
—Sabes por qué estoy aquí.
Dante esbozó una sonrisa sarcástica.
—Claro que lo sé. Héctor Sinclair está hundido hasta el cuello en problemas y necesitan un salvador.
Weston no intentó refutarlo.
—No te pediría esto si no fuera el último recurso.
Dante se recostó en su silla, con una mirada calculadora.
—Dime, Adrián… ¿dónde está Hanna?
Weston dudó.
—Está en Alemania. No puede regresar, de hecho, ni siquiera contesta las llamadas.
Dante rio sin humor.
—Conveniente.
Weston exhaló, directo al punto.
—Dante, lo que voy a proponerte es lo único que puede evitar que Héctor vaya a prisión.
El CEO no respondió de inmediato, solo tomó la fotografía sobre su escritorio y la giró boca abajo.
—Continúa.
Weston abrió la carpeta y deslizó un documento frente a él.
—Si aceptas ayudar a la familia Sinclair, hay solo una manera de hacerlo. Casándote con Bianca Sinclair.
El silencio se hizo espeso.
Dante levantó la vista con lentitud, sus ojos afilados brillaban con algo oscuro.
—Bianca. La hermana menor de Hanna.
—Correcto.
Dante apoyó la espalda en su silla y sonrió con frialdad.
—¿Qué te hace pensar que me interesa casarme con una niña mimada que no conozco?
Weston no se dejó intimidar.
—Porque, Dante, si Bianca se convierte en tu esposa, será tu familiar legal. Y con eso, podrás intervenir en el caso de Héctor. Tendrás la potestad de hacer que los cargos desaparezcan.
Dante tamborileó los dedos sobre la mesa.
—¿Y Hanna?
Weston tensó la mandíbula.
—Hanna no tiene opción. Y tú tampoco.
Dante dejó escapar una risa baja.
—Siempre hay opciones.
—En este caso, no. Tienes dos horas para decidir.
Dante cerró los ojos unos segundos, sopesando la situación. Luego tomó el contrato y lo revisó.
—Voy a establecer mis propias condiciones.
Weston sacó una pluma.
—Dímelas.
Dante tomó un papel en blanco y comenzó a escribir con pulcritud.
• El matrimonio será exclusivamente un contrato.
• No habrá relaciones maritales ni expectativas emocionales.
• Bianca no tendrá derecho a ninguno de mis bienes o empresas.
• Durante el tiempo que dure el matrimonio, Bianca deberá mantener un perfil discreto. No hará declaraciones a la prensa ni buscará exposición.
• Dormiremos en habitaciones separadas.
• Bajo ninguna circunstancia podrá interferir en mi vida personal o empresarial.
• El matrimonio durará exactamente un año. Después, nos divorciaremos sin posibilidad de apelación.
Dante deslizó el papel hacia Weston.
—Estas son mis condiciones.
Weston las revisó con el ceño fruncido.
—Esto es… estricto.
Dante sostuvo su mirada.
—Si los Sinclair quieren salvar a su patriarca, aceptarán. Si no, pueden buscar otro idiota que los saque del agujero.
Weston suspiró y cerró la carpeta.
—Voy a llevar esto a Eleanor y Bianca.
Dante asintió.
—Que firmen antes de las dos horas.
Weston se puso de pie y se dirigió a la puerta— Si aceptan, mañana a primera hora es la boda, enviaré por ti las coordenadas.
Antes de salir, se detuvo y lo miró con seriedad.
—Dante, ¿estás seguro de esto? Creo que es muy exagerado tus puntos de cláusula.
Dante Von Adler no sonrió esta vez. Solo tomó la fotografía de Hanna y la guardó en un cajón.
—Nunca he estado más seguro de algo en mi vida.
El eco del teléfono resonaba en la silenciosa habitación, cada tono de llamada se fundía con la angustia de Bianca Sinclair, quien mantenía el móvil pegado a su oído con manos temblorosas. La pantalla reflejaba la misma historia una y otra vez: Llamada rechazada o El número que intenta contactar no está disponible.
—Por favor, Hanna… contesta… —susurró con la voz quebrada, pero su hermana mayor, la perfecta e intocable Hanna Sinclair, no parecía dispuesta a responder.
Bianca miró el registro de llamadas: 157 intentos en la última hora. Apretó los labios con frustración, sus ojos se humedecieron y el pánico creció en su pecho.
—¡Mamá! —gritó, dirigiéndose al estudio de su madre, Eleanor Sinclair. Su voz resonó con desesperación—. Hanna no contesta. ¿Qué vamos a hacer?
Eleanor, una mujer de porte elegante a pesar de los años y las dificultades, se mantenía sentada en su escritorio con el rostro imperturbable. Frente a ella, un hombre de traje oscuro y expresión grave aguardaba. Era el abogado de la familia, Adrián Weston, y con cada minuto que pasaba, su paciencia parecía agotarse.
—Señora Sinclair —intervino con frialdad—, el tiempo se agota. El fiscal ya tiene todo listo para proceder con la detención de su esposo.
Bianca sintió que el suelo se hundía bajo sus pies. Su padre, Héctor Sinclair, estaba a punto de ser arrestado por fraude financiero.
—No puede ser… —susurró, incapaz de procesar la pesadilla que estaba viviendo.
—Ya se los expliqué —continuó Weston—. Hay una sola persona que tiene el poder y la influencia para frenar esta catástrofe: Dante Von Adler.
El simple nombre hizo que la habitación se sumiera en un tenso silencio.
Bianca contuvo la respiración. Dante Von Adler no era solo un nombre. Era un imperio en sí mismo. Con tan solo 27 años, se había convertido en el CEO más influyente de la industria tecnológica y financiera en Europa. Dueño de un conglomerado multimillonario, despiadado en los negocios, implacable con sus enemigos.
Era también el novio de Hanna Sinclair.
—¿Por qué Dante? —susurró Bianca, como si no quisiera escuchar la respuesta.
Adrián Weston acomodó su corbata y explicó con calma:
—Héctor Sinclair no solo está acusado de fraude, sino que los acreedores ya han tomado medidas drásticas. Solo alguien con el nivel de influencia de Dante podría frenar el proceso judicial con una llamada. Pero aquí está el problema…
—¿Cuál? —preguntó Eleanor con voz tensa.
—La única manera en la que Dante movería un solo dedo por esta familia sería si tuviera un lazo directo y legal con ustedes.
Bianca sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué… qué quiere decir con eso?
Weston la miró con seriedad.
—Que la única forma de convencer a Dante de intervenir es haciéndolo parte de la familia.
El corazón de Bianca latió con fuerza.
—¿Está insinuando que…?
Eleanor habló antes que su hija pudiera terminar la frase:
—¿Está diciendo que Hanna debe casarse con él?
Weston suspiró y negó con la cabeza.
—Eso sería lo ideal, pero no hay tiempo. Hanna está en su último año de especialidad médica y ahora mismo está en Alemania sin posibilidad de regresar en las próximas horas, ni siquiera logramos comunicarnos con ella. El fiscal procederá con la detención de Héctor en exactamente dos horas, es decir. Lo van a pasar de agrupación especializada a prisión.
La sangre de Bianca se heló.
—Entonces… ¿qué sugiere?
El abogado mantuvo la mirada fija en la joven antes de decir las palabras que cambiarían su vida para siempre.
—Que usted se case con Dante Von Adler.
Bianca sintió que le arrancaban el aire de los pulmones.
—¡Eso es imposible! ¡Él es el novio de Hanna!
Weston no se inmutó.
—Dante no tiene un compromiso oficial con ella. Solo una relación que no ha sido formalizada públicamente como un compromiso es decir públicamente no se ha hablado de matrimonio. Si usted se casa con él hoy mismo, será su esposa legalmente, y él tendrá un lazo directo con la familia Sinclair. Solo así podrá intervenir y detener la ruina de su padre.
Bianca se tambaleó.
—No… no puedo…
Pero su madre, Eleanor Sinclair, ya había tomado una decisión.
—¿Cómo lo convencemos? —preguntó, ignorando el pánico de su hija menor.
Bianca la miró horrorizada.
—¡Mamá!
Eleanor no la miró, solo mantuvo la atención en Weston.
—Dante ya sabe lo que está ocurriendo —dijo el abogado—. Está esperando su respuesta. Si Bianca acepta casarse con él, en media hora tendrá listo el contrato prenupcial.
Bianca negó con la cabeza, su cuerpo entero temblaba.
—Esto no puede estar pasando…
—Bianca, escúchame bien. —Eleanor la sujetó con fuerza de los hombros, obligándola a verla a los ojos—. Tu padre va a ir a prisión. No hay otra opción.
—¿Y Hanna? ¡Ella es su novia! ¡No puedo casarme con el hombre que ella ama!
Eleanor endureció la mirada.
—Tu hermana no está aquí. Y en este momento, lo único que importa es salvar a esta familia.
Bianca sintió un nudo en la garganta. No podía hacer esto. No podía casarse con un hombre que no amaba.
Pero entonces su madre susurró con voz helada:
—Si no lo haces, tu padre pasará los próximos veinte años en una celda… y créeme, Bianca, él no sobrevivirá ahí.
El miedo la golpeó como un puño en el estómago.
Dos horas.
Ese era el tiempo que tenían antes de que su padre fuera arrestado.
Y su única opción era casarse con Dante Von Adler.
El reloj avanzaba implacable.
Sobre la mesa de mármol del salón principal de la mansión Sinclair, descansaba un contrato que cambiaría el destino de Bianca para siempre.
Las manos de Eleanor Sinclair temblaban levemente al pasar las páginas, leyendo cada cláusula con el ceño fruncido. Dante Von Adler no había dejado ningún margen para la negociación.
—Esto es… —murmuró, su voz ahogada por el impacto.
Alzó la mirada y la posó sobre su hija menor, Bianca Sinclair, quien permanecía sentada en un extremo del sofá, con los brazos cruzados sobre su pecho, el rostro pálido y los labios presionados con fuerza.
Sabía lo que venía.
—Mamá, no. —La voz de Bianca sonó frágil, casi un susurro.
Eleanor cerró el documento con un movimiento brusco y su mirada se endureció.
—No tenemos opción.
—¿No lo entiendes? —Bianca se levantó de golpe—. ¡Me estás vendiendo!
—Estoy salvando a tu padre. —Eleanor golpeó la mesa con la palma de la mano—. Sin este matrimonio, irá a prisión.
Las palabras retumbaron en la habitación.
Bianca sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo podía ser tan fácil para su madre decirlo?
—Este no es un matrimonio, es un contrato de esclavitud. —Tomó los documentos con desesperación—. ¿Lo leíste bien? No podré tener contacto con él, no podré hablar, ni siquiera existir a su lado, tampoco me importa, pero...
Eleanor se cruzó de brazos.
—Eso no importa.
Bianca la miró incrédula.
—¡Por supuesto que importa! Es el novio de Hanna. ¡Su novio!
Eleanor no titubeó.
—Hanna no está aquí.
—¡Porque si estuviera jamás lo permitiría!
El silencio se hizo denso. Bianca respiraba agitadamente. Su pecho subía y bajaba con rapidez mientras trataba de contener las lágrimas.
—Esto es un error… —susurró—. No puedo hacerlo.
Eleanor se inclinó sobre la mesa y le mostró la cláusula más importante:
"Si el matrimonio no se concreta en un lapso de dos horas, la familia Sinclair perderá la única oportunidad de impedir la condena de Héctor Sinclair."
—Si no firmas, en dos horas la policía va a trasladar a tu papá a Prisión absoluta ¿Podrás vivir con la culpa de que tu padre fue a prisión por tu culpa? ¿Serás capaz?
Bianca sintió el peso del mundo caer sobre sus hombros. Su padre.
Cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera bloquear la realidad.
—No es justo…
Eleanor suavizó su tono, pero su mirada seguía siendo dura.
—Nada en esta vida es justo, Bianca.
El tiempo se agotaba.
1 hora con 45 minutos restantes.
Bianca se hundió en el sofá, mirando el contrato con las manos temblorosas. Sabía que ya estaba perdida.
—¿Cómo voy a mirarlo a los ojos, mamá? ¿Cómo podré soportarlo? Si llegará a existir una posibilidad de estar cerca de él cosa que efectivamente va a ocurrir el día de la boda.
Eleanor no respondió. No había palabras de consuelo porque no había consuelo posible.
Bianca tomó la pluma con los dedos helados y acercó el documento. Su destino ya estaba escrito.
Y con un solo trazo, su libertad dejó de existir.
La mañana siguiente llegó con una rapidez cruel.
Bianca Sinclair se miró en el espejo, vestida con un elegante vestido blanco de seda que caía con suavidad sobre su delgada figura. No había encaje, no había flores, no había amor.
Las bodas solían ser momentos felices, llenos de risas y sueños compartidos. Pero esta no era una boda.
Era una transacción para salvar a su padre y aunque siempre vivió bajo la sombra de su hermana y la lógica de su padre que ella no merecía reconocimiento, Bianca estaba dispuesta a sacrificarse por el hombre que le dio la vida.
Eleanor Sinclair se encontraba detrás de ella, ajustándole el velo con manos firmes, sin titubeos.
—No llores, Bianca — La voz de Eleanor era baja.
—No estoy llorando. —Pero su voz quebrada la delató.
Eleanor suspiró con impaciencia.
—Nada bueno saldrá de compadecerte a ti misma.
Bianca cerró los ojos, respirando hondo. No tenía a nadie de su lado.
Hanna seguía sin aparecer, sin responder sus llamadas. No sabía si su hermana ya estaba enterada de lo que estaba pasando o si el destino simplemente la mantenía alejada de este desastre.
—Es hora.
El corazón de Bianca dio un vuelco.
Dos hombres de negro la esperaban en la puerta, enviados por Dante Von Adler. No había damas de honor, no había un padre para entregarla, no había una ceremonia que esperaba convertirla en su anfitriona, solo era ella y nadie más.
Solo el camino hacia su sentencia.
Dante Von Adler esperaba de pie, con la postura erguida e imponente.
Vestido con un traje negro impecable, su corbata del mismo color y el reloj de lujo en su muñeca marcaban su nivel de perfección calculada. Su expresión no mostraba nada.
A su lado, Adrian Weston, el gran abogado de la familia revisaba la documentación del matrimonio.
—Todo está en orden, señor Von Adler.
Dante asintió sin apartar la vista de la puerta. Sabía que Bianca llegaría, no tenía otra opción.
Cuando la vio entrar, la evaluó en silencio.
El vestido, aunque elegante, no tenía ningún adorno romántico. No parecía una novia, sino una mujer en duelo.
Bianca avanzó con pasos temblorosos hasta detenerse frente a él. No se atrevió a mirarlo a los ojos.
—Toma mi mano. —La voz de Dante fue firme, sin emociones.
Bianca obedeció sin resistencia. Sus dedos se sintieron fríos y ajenos en la calidez de los de él.
El juez de paz comenzó a hablar. Las palabras del juramento resonaban como una cruel ironía.
"En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte los separe."
Bianca tragó con dificultad. Ninguna de esas promesas era real, porque había un contrato de por medio, un año de contrato.
—Señorita Sinclair, ¿acepta a Dante Von Adler como su esposo?
El silencio se hizo eterno.
Todos esperaban su respuesta.
Su madre contenía el aliento en una esquina. El tiempo se detuvo.
Pero Bianca ya no tenía escapatoria.
—Sí, acepto. —Susurró.
—Señor Von Adler, ¿acepta a Bianca Sinclair como su esposa?
Dante no dudó.
—Sí, acepto.
El juez sonrió.
—Puede besar a la novia.
Bianca sintió que su cuerpo se tensaba.
Dante se inclinó un poco, pero en lugar de besarla en los labios, dejó un beso breve en su mejilla.
No era ternura, era un recordatorio.
"Eres mi esposa en papel, pero nada más."
Cuando todo terminó y firmaron los documentos, Dante soltó su mano sin mirarla siquiera, el hombre se giró hacia su mano derecha
—Alejandro, encárgate de todo. —Ordenó Dante.
Luego, sin otra palabra, dio media vuelta y salió del salón.
Bianca sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Acababa de casarse con un hombre que la odiaba.
Y su nueva vida acababa de empezar.
