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Capítulo 1 (Parte I).

―Liaaaaaaaaaaa… oh Liaaaaaaa. Despierta, vamos, despiertaaaaa ―dijo una pequeña voz susurrante en su oído, dentro de su cabeza.

No, aún era muy temprano. Su cama la amaba, solo quería abrazar su almohada por un rato más, solo cinco minutos más.

―Pequeña Lía, regresa a casa conmigo, ven pequeña Lía ―cantó la voz, esto se estaba volviendo molesto.

De pronto, algo viscoso y mojado tocó el hueco de su oreja, haciéndola saltar bruscamente de su cama, interrumpiendo toda constancia de sueño en su cuerpo.

Gritó, asustada y acosada, casi horrorizada, lo primero que se le vino a la mente fue un espantoso monstruo tratando de saborearla, quizá, un alienígena asqueroso que quería comer su cerebro.

Cayó por el borde izquierdo de su cama y tomó una almohada de manera desesperada para usar cómo escudo.

Al levantar la vista, solo se encontró a una chillona asiática envuelta en risas descontroladas, incluso tomaba su barriga mientras reía sin parar, haciéndose viento con la otra mano de uñas delicadamente decoradas con flores y corazones.

― ¡Maldita desgraciada! ―gritó Lía, se subió de nuevo a la cama y se abalanzó sobre el coreano y delicado esqueleto de su muy particular despertador.

Esta gritó mientras le lanzaba un movimiento de Tanden casi inmediato, tirándola al suelo sin mucho esfuerzo. La había agarrado fuera de guardia, sin Zanshin, de lo contrario, estaría luchando con ella, quizá usando un Uchi.

Al ver a su amiga en el suelo, rió de manera callada.

―Lo siento ―ella le extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie.

Ante cualquier ataque, era instintivo atacar y luego preguntar, incluyendo las disculpas para aquel tipo de incidentes. Lía no lo resintió, ella también sufría del mismo problema; ambas tomaron cursos de todo tipo de luchas de auto defensa que pudieran encontrar desde el primer verano que se conocieron. Incluso antes de ello, Lía solía asistir a Karate; en cuanto a su amiga, ella lo llevaba en la sangre.

― ¿Qué haces aquí? ―preguntó frunciendo el ceño y sobando su panza, justo dónde fue golpeada.

―Salí a correr. Tu “mamá” estaba en el patio cuando pasé, le pregunté por ti y dijo dormías peor que si te hubiera hechizado. Así que decidí hacerte servicio a domicilio de: ¿Qué putas esperas para levantarte? ¡Es lunes de escuela! ―gritó con tanta emoción que incluso creyó haber escuchado mal, quizá ella había dicho sábado de feria en lugar de “lunes de escuela”.

―Por cierto, se me hace tarde ―miró su reloj.

Levantó su ceja mientras analizaba la hora, luego, un segundo después, miró la camisa de Lía con los ojos entrecerrados.

― ¿Qué? ―preguntó, su camisa no tenía nada de raro.

― “Cruceros Disney”, ¿eh? ―preguntó.

¿Qué tenía de mal?

―A si, la compré cuando fui de vacaciones. ¿Te gusta? ―preguntó mientas modelaba.

―Vacaciones a la tienda de segunda mano ―chasqueó su lengua―. Deprimente. ¿Qué te costó? Medio dólar.

―Eres una perra ―expresó con seriedad y una mirada amenazante.

―Que ni creas que tú me caes bien ―dijo ella, echó su largo cabello negro de lado, impactando en el rostro de Lía, casi haciéndola comer su pelo. Antes de perderse en el pasillo, le lanzó un coqueto beso mientras le daba un guiño.

Lía negó con su cabeza baja, aun sobando su estómago.

Esta loca la mataría algún día, y aún tenía saliva en el oído, dónde puso su húmeda lengua babosa para hacerla despertar.

Se amarró de lado en un nudo su enorme camiseta tamaño XL, que gloriosamente le quedaba nadando.

Salió del pasillo de las habitaciones y se bamboleó con pereza a la cocina.

Tomó un jugo de manzana del refrigerador, una cajita. Hundió la pajilla y, con un codo apoyado en la mesa del centro, lo tomó aun mientras dormitaba sobre el puño de su mano izquierda.

―Buenos días Lía ―dijo Zuce al llegar a la cocina.

―Bueno ―se limitó a decir.

― ¿Mal despertar? ―preguntó la castaña de ojos de gato, rasgados y curiosos.

―Que te digo, no necesito ser babeada para vivir ―se quejó, arrugando su cara.

― ¿Necesitas algo hoy? ―preguntó atenta, quizá por el desayuno, o el almuerzo para llevar a la preparatoria, dinero para algún libro o cuota. Pero no, ese día no tenía nada.

―Estoy bien ―frunció la boca al decir. Por lo general, no necesitaba nada material; esto parecía lo único que nunca le faltaría en su vida.

―Lía, no tengas miedo de decirme que te hace falta o te molesta. Entenderé o al menos lo aceptaré ―dijo ella, mirándola con preocupación.

Lía rodó sus ojos, dejándolos en blanco mucho más que un rato normal.

―Adiós ―bufó con dureza mientras le daba la espalda.

Zuce no era su madre, era la última “novia” de su padre, la que trágicamente terminó heredándola. Así era siempre, criada por las novias de su padre. La mayoría, novias de conveniencia, solo dinero.

Él nunca estaba en casa, siquiera entendía cómo era que las conseguía.

¿Era posible tener una relación cuando jamás se estaba con la persona correspondiente de la relación?

Ella, siendo la hija de su padre, tenía suerte si podía verlo. Sus novias se ganarían la lotería primero antes de verlo.

Zuce era más como una sirvienta; hacía ocho años que era la novia de su padre.

¡Ella sí que era paciente!

Sorbió la cajita de manzana hasta el final, luego, se colocó su destartalado uniforme, sin siquiera pensar en la ducha. Se bañaría en loción, crema humectante y eso sería suficiente.

Tampoco se peinó, de todos modos, el casco de la motocicleta la despeinaría, el viento también.

Colocó botas en sus pies, sin aretes, un poco de maquillaje: sombra, delineador, corrector, y labios morados, quizá lilas, quizá plata.

Salió de casa y se montó sobre su Harley-Davidson CVO, regalo de padre para los quince recién cumplidos años de su vida.

Como si eso fuera suficiente.

Tampoco era legal.

Recogió su cabello, apretándolo dentro del casco. No era muy largo, apenas llegaba a los hombros; era mitad negro, desde la raíz, mitad turquesa, hasta las puntas.

Encendió la motocicleta y se lanzó a carretera de inmediato, e incluso pasó de largo a su mejor amiga, quien le hizo mil señales esperando que se detuviera. No lo hizo, solo le sonrió de manera malvada. Sería su venganza por lo de esa mañana.

Al estacionarse en su lugar, miró sorprendida la otra Harley que se hallaba de frente.

¿Quién de todos esos colegiales podría tener una Harley V-Twin Racing Street Custom?

En todos sus años viviendo en la zona de Alexandria, Minnesota, jamás vio una Harley, mucho menos dos.

―Sé por qué lo hiciste ―gritó su mejor amiga sacándola del asombro, ella medio corría y se caía al suelo sin aliento. Estuvo corriendo detrás de la moto casi todo el camino.

―No te morirás por ejercitar un poco tus tacones ―dijo Lía, dándole un rápido vistazo a los pies de su mejor amiga―. Naranja, ahora pareces un tómate. Tus padres estarían orgullosos.

―No te pases ―dijo enojada, Lía bien sabía que su mejor amiga odiaba que jugaran con su nombre.

―Ya, Kang, esto te ganas por despertarme mal esta mañana.

―Claro, ahora dices mi apellido. Te asesinaré ―amenazó, justo al mismo tiempo en que el timbre de entrada a clases rechinó.

Ambas se miraron con los ojos bien abiertos, debían llegar hasta la entrada antes de que cerraran las puertas o se quedarían fuera y tendrían que quedarse en detención hasta tarde, cuando el servicio de limpieza las obligaba a ayudar.

Corrieron, Lía jaló a su mejor amiga, casi arrastrándola con ella, intentaba ayudarla, pues se quedó completamente sin aliento gracias a su gasto de energía previa.

Ambas chocaron estrepitosamente contra la puerta de su salón de clases, haciendo saltar a la profesora, quien solo acató a dar un paso atrás, precipitando a las chicas cómo una avalancha sobre la cerámica del piso.

El salón entero rió, burlándose de ambas, mucho más de lo que ya era común que se burlaran de ellas.

Ambas fueron a sus asientos, que consistía en unos tan poco elegantes taburetes y una mesa conjunta para dos personas; por supuesto, Lía estaba junto a su mejor amiga.

Se deslizaron casi al mismo tiempo, con las persistentes miradas de sus compañeros sobre ellas.

Su amiga aprovechaba cualquier momento de distracción de la profesora con las listas de presentes para hacer un gesto grotesco a sus compañeros mirones. Lía, por el contrario, solo intentaba hacerse invisible del resto.

―Señorita Kang, puedo verla ―dijo la profesora. De nuevo, causando risitas por lo bajo del resto de los alumnos.

―Lo siento señorita ―dijo ella, haciéndoles un gesto al resto de “ni crean que se salvarán”.

De inmediato, procedió a pasar de gestos obscenos y miradas asesinas a tatarear una canción. Siempre, tenía la costumbre de escuchar toda la música que le fuera posible y la última que llegaba a sus oídos, quedaba pegada en su lengua por el resto del día; haciendo desear a Lía cortarle la lengua.

La profesora empezó a pasar lista, siempre en orden alfabético de apellidos. Lía se desconcentró, de treinta, ella era la última.

―Kiwi Kang ―dijo la profesora al llegar a la K, por supuesto, cómo todos los días, alguien hizo un comentario oportuno y profano del nombre de su mejor amiga.

―Presente en los puestos de frutas, supermercados y salones de clases ―escupió, si alguien sabía burlarse de ella, siempre sería superada por las bromas auto proclamadas al estilo Kiwi Kang.

La profesora no hizo comentario sobre su ocurrencia, tan solo siguió con su lista, llegando hasta el final…

―Yirley Vólkov ―dijo, aunque, era obvio que estaba allí, prácticamente tiraron la puerta al entrar aplastándola a ella en el proceso.

No dijo nada, solo levantó su mano y la señorita marcó su asistencia.

―Libro de biología, página setenta y seis ―indicó la profesora en cuanto guardó la lista de presentes.

Ella era una señora bajita, morena, no muy joven, no muy vieja. No vestía como una profesora, de hecho, ella parecía ser una mujer adinerada. Tanto que tendía a parecer una profesora de una gran universidad; pero en cambio, estaba allí, dando clases en una preparatoria que no tenía nada de especial.

Siempre llevaba su cabello apretado en un moño, que, de tan solo mirarlo, hacía que Lía sintiera una picazón insistente en el cuero cabelludo. Tacones, bajos, no cómo los de Kiwi, que corría maratones con más de quince centímetros, siempre y cuando no le molestaran en el tobillo. Por eso todo el tiempo llevaba zapatos que le cubrieran todo el pie y el tobillo. Kiwi podía ser tan igual a Lía como diferente.

Luciría cómo una princesa de Mónaco un segundo para tres minutos después parecer una Dark-rebelada-quiebra-ventanas-de-auto-del-tipo-quebraré-tu-cuello-si-te-atreves-a-tocarme.

Kiwi tomó la mano derecha de Lía, casi clavándole un lápiz en la mano, esta se hallaba en un tercer planeta mucho más allá del suyo; ni siquiera trajo su libro.

Sinceramente, no podía importarle menos su estudio. Siempre, a final de año, tenía notas mágicamente casi perfectas. Cómo si ella fuera la nerd más grande del mundo.

Kiwi si era la nerd más grande del mundo, tenía una condición neurológica que la hacía cinco veces más inteligente de lo normal.

Un “clip” proveniente de la puerta hizo que Kiwi dejara de intentar traerla a tierra. Lía no volteó a ver como el resto, tan solo jugó con el lápiz en su mano, implantado por una coreana necia patea traseros.

De pronto, con un dedo doloroso Kiwi comenzó a picar su torso, justo en medio de las costillas. Lo que la molestó, se quejó en voz alta y miró a su mejor amiga con un rostro asesino. Esta no dijo nada, tan solo le señaló al frente por debajo de la mesa.

Para cuando volteó, se encontró con unos ojos cafés extra insistentes sobre ella, no unos ojos cualquieras, eran unos ojos penetrantes tipo estrella de metal enfurecido.

¡Demonios!

¿De dónde había salido?

¿Por qué la miraba de esa forma?

Él podía tener de unos treinta a treinta y cinco años, vestía formal, no tan formal cómo un profesor debía lucir, el cabello largo y los tatuajes en los dedos no podían dejarse pasar.

Un tipo de profesor de haría-todo-para-quedarme-castigada-si-tu-eres-el-que-me-castiga.

De inmediato llamó la atención de todos, las chicas cuchicheaban, más de una lo desvestía con la mirada.

¡Su cuerpo desnudo sería de escultura de dios griego!

Ella misma se atrevió a desnudarlo con la mirada.

Hasta la santa Kiwi inmaculada lo estaba haciendo.

―Quiero lamerlo, quiero lamerlo hasta gastarlo ―dijo Kiwi, haciendo a Lía abrir sus ojos como platos y separarlos del monumento de hombre recién aparecido solo para mirarla.

Ella podía ser mucho más pervertida, Lía estaba segura de ello.

― ¡Señora Fidelidad! ―arrancó Kiwi, entonces, Lía empezó su proceso psicológico de intenta-no-morir-de-humillación― ¿No piensa presentárnoslo?

―Si no queda de otra…

―No, no queda de otra ―interrumpió Kiwi, haciendo que la señorita le diera una advertencia con la mirada.

―Este es mi hijo, pueden decirle Profesor Preston, es todo lo que necesitan saber. Trabajará en la institución como coordinador ―explicó ella.

¡El director! ¿Enserio era el decano?

―Señora Fidelidad. ¿Por qué no nos había dicho usted que tenía tan buenos genes y habilidad para procrear? Quizá así le habríamos puesto más atención en educación sexual y biología ―dijo Kiwi, y, justo ahí, era cuando Lía quería ser solo una bacteria, que nadie la viera.

Kiwi no se inmutó, pero Lía ya estaba tan roja como un tomate.

Al chico pareció hacerle gracia, pues tan solo rió y negó con la cabeza.

¡Kang estaba insinuándole de más al director!

¿A dónde fue el profesor cascarrabias de Tavares?

¡Le gustaba ese director!

El que fuera el decano era la explicación más lógica del por qué lo dejaban llevar ese cabello largo y amarrado en la institución.

―Están todos aquí, Ash ―dijo su madre, colocando en sus brazos una serie de ampos.

Él era moreno como su madre; pero curiosamente, tenía parpados caídos y ojos ligeramente estirados, rasgos muy sutiles de una ascendencia asiática, como Kiwi.

Este seguía mirándola por el rabillo de su ojo, calentando el rubor de su rostro.

¿Por qué no dejaba de mirarla?

Gloriosamente, el chico no tardó en salir. Entonces pudo volver a respirar.

Kiwi la miró con una ceja en alto y un toque de burla colosal asomándose entre las comisuras de sus labios.

Si, ella notaba a kilómetros lo alterada que estaba por la presencia del señor sensualidad azotadora. Contando el hecho de la manera persistente que tuvo sus ojos sobre Lía cada segundo, desde que esta se quejó, no dejó de mirarla. Tragó grueso, hacía mucho que no se sentía tan expuesta.

Casi desnuda.

No quería cruzarse con él, no quería compartir la habitación oportuna con el nuevo decano.

No podría soportarlo.

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