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Capítulo 7: Entre las Sombras del Pasado

El día había transcurrido con una calma inesperada. Después del primer encuentro entre Carlos y los cuatrillizos, Ana había notado que, aunque el ambiente era tenso al principio, algo había cambiado. Carlos no era el mismo de antes, ni ella tampoco lo era. Pero lo más sorprendente fue cómo, después de todo, había una especie de puente, por pequeño que fuera, que comenzaba a unirse entre ellos.

Era extraño pensar en todo lo que había sucedido en los últimos años. Ana había pasado mucho tiempo sola, levantando a sus hijos, enfrentándose a las dificultades de la vida, pero siempre manteniendo la fortaleza que tanto le había enseñado el amor maternal. Los cuatrillizos, cada uno con su propia personalidad, habían sido su mundo, su todo. Y aunque se sentía agradecida por la vida que había construido, no podía evitar sentir una parte de sí misma perdida, esperando algo más. Algo que, aunque ella no lo admitiera abiertamente, estaba deseando con todo su corazón.

Carlos había sido ese algo. El amor de su vida, su primer amor, el hombre con el que había creído que pasaría el resto de sus días. Pero la vida, como siempre, tenía otros planes, y lo que comenzó como una relación de promesas y sueños se transformó en un doloroso adiós. Un adiós que nunca había esperado, y mucho menos comprendido.

El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Ana miró a su alrededor y vio a los cuatrillizos, todos sentados en el sofá, mirando televisión o jugando entre ellos. Desde que Carlos había llegado esa mañana, había estado ocupado conversando con ellos, dándoles pequeños detalles, demostrando el interés que Ana necesitaba ver. Los niños, aunque cautelosos al principio, ahora parecían más relajados en su presencia. Especialmente Sofía, que había estado particularmente reservada, comenzaba a mostrar signos de aceptación.

Ana caminó hacia la puerta, una mezcla de nervios y curiosidad en su interior. Al abrir, encontró a Carlos, de pie frente a ella, con una expresión que mostraba un leve cansancio, pero también un brillo de satisfacción en los ojos.

“Hola”, dijo Carlos, su voz suave pero cargada de emoción. “Quería saber si podría llevar a los niños a dar una vuelta. Solo para un pequeño paseo, sin compromisos, solo para pasar un rato juntos.”

Ana lo miró detenidamente. A pesar de las dudas que aún tenía, no pudo evitar sentirse un poco más relajada. Quizás este fuera el momento en que todo comenzara a cambiar, o tal vez fuera el inicio de un proceso que tomaría tiempo. Pero, de cualquier forma, era un paso adelante.

“Está bien”, dijo finalmente, decidiendo darle una oportunidad. “Pero no quiero que esto se convierta en algo que ellos no puedan manejar. Los niños son... bueno, ya sabes, son especiales.”

Carlos asintió, comprendiendo la implicación de sus palabras. “Lo sé. Lo entiendo. Solo quiero que ellos me conozcan mejor. Y que se sientan cómodos conmigo.”

Ana lo miró por un momento, como si estuviera evaluando sus intenciones. Luego, se apartó para dejarlo pasar. “Vengan chicos, vamos a dar un paseo,” dijo con una sonrisa.

Los cuatrillizos, al escuchar la propuesta, comenzaron a levantarse de inmediato. Valentina fue la primera en correr hacia la puerta, su energía tan contagiante que, por un momento, parecía que la casa se llenaba de una luz diferente. Sofía, más tranquila, se levantó a su propio ritmo, pero sus ojos brillaban con una curiosidad que Ana no pudo evitar notar. Mateo, que siempre había sido más observador, caminó hacia la puerta con paso firme, su rostro serio pero con una pequeña sonrisa en los labios. Emiliano, por último, siguió a los demás en silencio, observando sin hacer ruido, como siempre.

Carlos se agachó frente a ellos, saludando a cada uno con una calidez que Ana no había esperado. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, ver a Carlos interactuar con los niños de esa manera la tocó profundamente. Había algo genuino en su actitud, algo que, aunque no podía ver claramente, sabía que estaba ahí.

“Vamos a pasarla bien, chicos,” dijo Carlos, guiando a los niños fuera de la casa. “Quiero que me cuenten más sobre sus juegos y sus historias.”

Ana los observó partir, un nudo de incertidumbre formándose en su garganta. ¿Era esto lo correcto? ¿Estaba tomando la decisión correcta al permitir que Carlos formara parte de la vida de sus hijos? Era un riesgo, lo sabía. Pero también sabía que el amor que había compartido con Carlos no podía simplemente desaparecer de la noche a la mañana. Había algo en él que todavía la atraía, algo en sus ojos, en su voz, que la hacía sentir que, tal vez, aún podían tener una oportunidad.

El paseo fue tranquilo, más de lo que Ana había imaginado. Carlos había llevado a los niños a un parque cercano, un lugar que siempre había sido uno de los favoritos de los cuatrillizos. Allí, los niños se soltaron de inmediato, corriendo de un lado a otro, jugando con la libertad que solo los niños pequeños podían tener. Mateo, como siempre, estuvo al mando, organizando los juegos y asegurándose de que todos estuvieran involucrados. Valentina, por su parte, no paraba de reír, mientras Sofía se mostraba un poco más reservada, pero no dejaba de sonreír cada vez que uno de los otros la hacía reír.

Emiliano, en su estilo más callado, observaba todo desde un banco cercano, sin perderse ni un solo detalle. Carlos lo miró, percibiendo la diferencia en su comportamiento. Se acercó lentamente, sin interrumpirlo, y se sentó a su lado.

“¿Estás disfrutando, Emiliano?” preguntó Carlos con una sonrisa.

Emiliano levantó la mirada y asintió, sin decir una palabra. Había algo en su mirada que dejaba claro que él estaba observando mucho más de lo que la mayoría pensaba.

Carlos no insistió, simplemente se quedó junto a él, disfrutando de la tranquilidad que emanaba el niño. Algo en Emiliano le hacía sentir una conexión que no podía explicar. Era como si, a través de su silencio, Emiliano tuviera una comprensión profunda de lo que estaba sucediendo, incluso si no lo decía en voz alta.

Mientras tanto, Ana caminaba detrás de los niños, observándolos desde la distancia. No podía evitar sentirse orgullosa de lo que había logrado con ellos, de la fuerza que habían demostrado, y de cómo, a pesar de todo lo que habían enfrentado, seguían siendo niños alegres, llenos de vida. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar sentirse insegura. ¿Cómo podría equilibrar lo que tenía con lo que estaba surgiendo ahora?

Cuando regresaron a la casa, los niños estaban agotados, pero felices. Ana los abrazó a todos, sintiendo el calor de sus cuerpos contra el suyo. Carlos, que los había acompañado durante todo el paseo, se despidió con una sonrisa.

“Gracias, Ana. Fue un día agradable,” dijo, mientras los niños se apresuraban a entrar a la casa.

Ana asintió. “Gracias a ti por hacerlos sentir cómodos. Estoy... estoy agradecida.”

Carlos la miró por un momento, sus ojos profundos y sinceros. “Estoy aquí para lo que necesiten, Ana. Para lo que tú necesites.”

Ana no respondió de inmediato. No sabía si debía decir algo más, si debía continuar con esta incertidumbre, o si debía finalmente abrir su corazón de nuevo. Pero, en ese instante, se dio cuenta de algo importante: aunque las dudas seguían presentes, también había una pequeña chispa de esperanza. Una chispa que, tal vez, podría crecer con el tiempo.

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