Capítulo 6: A Través del Tiempo y los Sentimientos
La casa de Ana seguía impregnada de un aroma cálido a café y pan recién horneado. El sol, aún tímido a esa hora de la mañana, se filtraba a través de las cortinas, iluminando la sala con una luz suave, como si el día estuviera empezando a despertar. Aunque el día parecía ser como cualquier otro, había algo diferente en el aire, una sensación de expectación que se colaba entre las pequeñas risas de los niños y los murmullos de su madre.
Era el día en que Ana había acordado encontrarse con Carlos. Después de días de dudas, de pensar y repensar cada decisión, había decidido que lo mejor era dar un paso hacia adelante, aunque no sabía exactamente a dónde la llevaría. Lo que sí sabía era que el encuentro que tendría con él no sería sencillo, y mucho menos para sus hijos, quienes aún no tenían idea de quién era Carlos o por qué él, de alguna manera, se había convertido en parte de sus vidas.
Los cuatrillizos estaban en su habitación, como siempre, compartiendo sus momentos de locura y risas. Valentina, con su risa contagiosa y su habilidad para sacar sonrisas a todos, estaba cantando una de sus canciones inventadas, mientras Sofía, más reservada pero igualmente encantadora, dibujaba en su cuaderno, sumida en su propio mundo de colores. Mateo, el más serio y responsable, les daba instrucciones sobre qué deberían hacer con sus juguetes, mientras Emiliano se quedaba en silencio, observando a todos con una calma profunda que siempre sorprendía a Ana.
Ana, por su parte, se encontraba en la cocina, terminando de preparar el desayuno, mientras su mente vagaba, una vez más, hacia el mensaje que Carlos le había enviado la noche anterior. Él había insistido en que quería estar cerca, que deseaba conocerlos, que su presencia en la vida de los niños no era solo un capricho, sino una decisión consciente. Pero Ana sabía que las palabras, aunque sinceras, no eran suficientes. Carlos tenía que demostrar mucho más que solo buenas intenciones. Tenía que ser capaz de comprender lo que significaba ser parte de esa familia, con sus retos, con sus momentos difíciles, y con la inmensa alegría que sus hijos le daban cada día.
No solo era el pasado lo que la detenía, sino también el presente. El amor que Ana había sentido por Carlos nunca desapareció por completo, aunque su corazón había aprendido a protegerse. Habían pasado cinco años desde que él desapareció de su vida, pero las cicatrices seguían ahí, marcadas en el alma de Ana, que temía que un reencuentro pudiera reabrir esas heridas.
Sin embargo, también había algo en su interior que deseaba ver si, con el tiempo, el amor podía renacer. Si todo lo que había sido bello entre ellos podría ser reconstruido de una forma diferente. No con los mismos errores ni con las mismas expectativas. Sino con una nueva oportunidad, que no fuera para revivir el pasado, sino para comenzar algo nuevo.
El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos. Era él. Carlos.
Con una mezcla de nervios y expectativas, Ana se levantó de la mesa, colocó el tazón de cereales para los niños y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con Carlos de pie frente a ella, con una sonrisa nerviosa pero genuina. Su presencia seguía siendo imponente, esa sensación de seguridad que había siempre irradiado, pero hoy había algo diferente en él. Era más maduro, más reflexivo, como si la vida le hubiera enseñado lecciones que antes no había sabido apreciar.
“Hola, Ana”, dijo Carlos, su voz grave y tranquila. “Gracias por darme esta oportunidad.”
Ana asintió, sin saber qué decir. Las palabras parecían atrapadas en su garganta, como si un nudo emocional estuviera apretando su pecho. Se limitó a sonreír, un gesto tímido pero sincero, y le hizo un gesto para que pasara.
“Bienvenido”, dijo finalmente, mientras se apartaba para dejarle entrar. “Los niños están por allí.”
Carlos asintió con una mirada seria, como si entendiera la importancia de ese primer paso. No era solo un encuentro entre dos personas, sino la posibilidad de un nuevo capítulo para todos.
El momento de la presentación fue tan incómodo como Ana lo había imaginado. Los cuatrillizos estaban en su habitación, y aunque a veces parecían ser una pandilla incansable, había algo en ellos que hacía que las cosas sucedieran a su propio ritmo. Ana los observó desde la puerta, notando cómo se movían, cómo reaccionaban ante la presencia de Carlos. Cada uno tenía su propio estilo, su propia manera de tratarlo.
Mateo fue el primero en notar que algo había cambiado. Siempre el más observador, el niño dejó de jugar con sus bloques y se acercó cauteloso. “¿Quién es él, mamá?” preguntó, con la mirada fija en Carlos.
Ana miró a Mateo y luego a Carlos, sabiendo que este momento era crucial. “Este es Carlos, un amigo de hace mucho tiempo”, respondió Ana, con la voz suave, pero segura.
Carlos sonrió, pero no dijo nada por unos segundos, dejándolos asimilar su presencia. Sabía que no iba a ser fácil ganar su confianza, especialmente porque ellos no lo conocían. No era solo un visitante más; él podía ser un cambio importante en sus vidas.
“Hola, Mateo”, dijo Carlos finalmente, inclinándose ligeramente para mirar al niño a los ojos. “Es un placer conocerte.”
Mateo no dijo nada de inmediato, pero su mirada de duda se suavizó un poco. Era un niño inteligente, y sabía cuando alguien decía algo con sinceridad. “¿Qué haces aquí?” fue la única pregunta que salió de sus labios, sin preámbulos, como si no tuviera miedo de desafiarlo.
Carlos sonrió. “He venido a conocerte, a ti y a tus hermanos. A tu mamá, también.”
Ana se quedó observando la interacción. Mateo, el líder natural de los cuatrillizos, siempre había sido quien más protegía a los demás. Y aunque en ese momento no lo mostrara, Ana sabía que él era el primero que decidiría si Carlos debía estar allí o no.
Valentina se acercó a Carlos, con su típica sonrisa abierta y su risa contagiosa. “Hola, Carlos, ¿me compras algo?” preguntó con una inocencia que desarmó a todos en la habitación.
Carlos soltó una pequeña risa. “Veremos, Valentina. Tal vez si eres muy buena hoy.”
Sofía, que hasta ese momento había estado observando desde la esquina, también se acercó, aunque más tímida que sus hermanos. “¿Tú conoces a mamá?” preguntó en voz baja, su mirada curiosa pero cautelosa.
Carlos asintió. “Sí, Sofía. Conozco a tu mamá. Y me encantaría que me dejaras conocer más de ustedes.”
Ana observaba todo en silencio, notando las reacciones de cada niño. Cada uno tenía su forma de abordar la situación: Mateo, con su cautela; Valentina, con su inocencia; Sofía, con su introversión; y Emiliano, quien no parecía estar tan interesado, pero aún así observaba todo en silencio.
Era un desafío que Ana no podía evitar. Hacer que Carlos encajara en este mundo tan único que había construido con sus hijos no iba a ser tarea fácil. Pero el primer paso estaba dado. Ahora solo quedaba ver si él estaba dispuesto a seguir adelante, si estaba preparado para lo que esto significaba.
