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3

Valentina se levantó temprano y preparó el desayuno, era la tercera mañana, y todavía no alejaba su rostro de su cabeza. De pronto se sintió estúpida por no dejar de pensar en ese chico, es que no tenía sentido, aún así seguía pensando a ese muchacho, tal vez porque no era posible olvidar lo que hizo por ella aquel día. Realmente le estaba muy agradecida.

Era sábado y por ende, ya no tenía que ir a trabajar, eso también quería decir que podría pasar tiempo con su pequeño hermano, a quien le agradaba la idea bastante. Era un chico que estaba apegado a ella, y por eso amaba la llegada los fines de semana, porque sabía que su hermana pasaría tiempo con él, de verdad le gustaba mucho que ella estuviera con él.

Valentina había tenido la idea de que fueran al parque, pero esa mañana no tenía muchas ganas de salir, así que decidió quedarse en casa. Pero siempre que miraba esos ojitos hermosos de Mario, entonces estaba ya cambiando de opinión.

—¿Así que quieres muchísimo ir al parque, mi niño? —cuestionó y él asintió con una enorme sonrisa en los labios.

—Mucho, Tina. Quiero jugar en el parque. ¿Iremos? —inquirió con ojos de cachorrito, ella rara vez podía negarle algo, de hecho no le gustaba hacer, siempre quería complacer a su pequeño hermano. Y más si a cambio iba a mirar esos. Ojitos llenos de felicidad, él lo era todo para ella, así que asentir era lo que haría.

—Por supuesto, yo también quiero salir por allí, que tú la pases bien, mi amor. Ahora, come un poco y luego iremos al parque, lo prometo —le soltó y él lo celebró en su lugar, después de eso se fue a buscar algo de ropa y la dejó sobre la cama.

Ese era otro asunto que le preocupaba, ya tenía que comprar ropa, pero ahora con Mario, ella siempre se quedaba en segundo plano, lo importante era que el pequeño tuviera todo lo que necesitaba, sí él estaba bien, entonces ella también, eso era lo que realmente importaba.

Eligió unos jeans desgastados, sus zapatillas Vanz y una camisa holgada. Se dio una corta ducha antes vestirse y luego de eso, se peinó, poniendo su cabello en una coleta alta. Ya estaba lista, no era el tipo de chicas que tenía que usar demasiado maquillaje para sentirse lista, ella con un poco, así se sentía bien.

De pronto se sentó al borde de la cama, mientras se volvía retrospectiva, el tiempo volvía atrás solo en su cabeza, otra vez se ponía a pensar en el misterio de ese brazalete. Después de que Elena le dijera que podría ser que existiera alguna conexión, ella había estado pensando en ello, tal vez sí existía eso, pero no lo sabía, ¿y cómo podría confirmar algo así? No saber la dejaba más confundida y su corazón latía sin parar cada vez que se sumergía en ese asunto.

Jamás se había puesto a pensar en algo así, ahora que Elena lo mencionó, lo había estado pensando demasiado. Y rotular demasiado en ese asunto, era algo muy profundo. Flores, rubíes, su nombre, todo en un bonito brazalete que siempre estaba en su muñeca, que no quería quitarse. ¿Por qué?

Su padre. Estaba renuente a creer en la posibilidad de que ese hombre de ese día, que le había dado la pulsera, podría tratarse de su padre. Pero todo podía ser cierto, quizá fue él quien se la dio, pero no lo sabría hasta que se le fuera avalado.

Se puso en pies y salió de la habitación, quería aprovechar el tiempo y el clima al máximo, así que no perdería otro segundo más en la casa y saldría con el pequeño Mario de casa, rumbo al parque.

La zona estaba desolada, habían pocos niños, pocos ocupando el columpio, así que Mario pudo subir y ella empujaba del columpio, una y otra vez. Sus oídos se llenaron por la risa de su pequeño hermano, quién estaba disfrutando mucho el momento, siempre era lo mismo, le encantaba pasaba pasarla bien, era un chico bastante divertido y feliz a pesar de todo.

Para dejar que también otros niños ocuparán el columpio, luego lo llevó al tobogán, una y otra vez se lanzó, pero Valentina abajo vigilante siempre porque Mario le daba un poco de miedo la caída.

Lo abrazó fuerte.

—Casi se hace el mediodía, ¿no crees que deberíamos ir a casa para comer?

Le encantaría irse a un restaurante y comer, pero ahora tenía que hacer recortes, no podría hacer algo así, incluso si le dolía ver su carita pidiendo que lo haga.

—Está bien.

—Vale, podemos venir otro día y quedarnos más rato.

—¿Me comprarías un helado? —le expresó y ella hizo una mueca.

—¿A esta hora? No almuerzas todavía, no, Mario, pero la próxima sí. ¿Está bien? —le prometí tomando su mano y nos fuimos a casa.

Poco tiempo después estaban en casa.

Ella hizo pollo a la barbacoa y papas horneadas. Luego con tenedor las volvía puré, eso le encantaba a Mario. Le sirvió y comió junto a él. Siempre se comía todo.

—¿Sabías que te amo, Mario?

—Lo sé, y yo a ti más, gracias por la comida, Tina —le expresó sonriendo y ella asintió con la cabeza.

—Bueno, sé que tu amor no se puede medir, es mucho y me encanta —expresó y le besó la frente antes llevarse los platos para lavarlos.

Ese sábado tendría mucho tiempo como para hacer otras cosas con Mario. Pero la llamada de la señora del alquiler le cambió el humor.

—Necesito que me pagues antes del viernes, es esa la chance que te puedo dar, pero más de eso no —le expresó a través de la llamada, otra vez volvía a llenarse de inquietud.

—Señora Claudia, yo...

—Lo siento, Valentina, ya es mucho tiempo, también tengo cosas que comprar, lamento no poder hacer más nada por ti —le dijo, estaba siendo sincera. Valentina suspiró hondo.

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